En Amor líquido, Zygmunt Bauman lo expresa con precisión milimétrica: “En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apresurar o detener. Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor”. ¿Cuánto pesa el amor? se preguntó Daniel Fischer, curador de la magnífica exhibición que ocupa Cronopios y las salas J y C del Centro Cultural Recoleta, y se sumergió en un mar insondable que dio frutos potentes. En 1500 metros cuadrados en el Recoleta, la exhibición incluye más de 120 obras que son un deleite y que nos interpelan –amorosamente, claro– sobre los inagotables pliegues y matices que ese sentimiento entraña. Uno no puede dejar de pensar en un caleidoscopio interminable que va desde el amor del joven Werther hasta el más líquido de la contemporaneidad.

“Según Nietzsche, el amor nos hace humanos, demasiado humanos. Es uno de los conceptos más complejos y polifacéticos que existen; representa una fuerza que transforma nuestras vidas y puede llevarnos al éxtasis o a la máxima desolación”, dice el curador. Y añade que también se basó en el libro de Raymond Carver titulado De qué hablamos cuando hablamos de amor. Es por esto que Fischer pensó en una exposición que fuera vivida como “una experiencia pasional y emocional”. La muestra, en la que convive el amor pasional, el amor hacia los padres, al trabajo, a dios, a los que ya no están, a los que se extrañarán por siempre, reúne pinturas, instalaciones, videos y fotos de 60 artistas nacionales e internacionales.

Nicola Constantino, Madonna

Está organizada en tres núcleos: vida, muerte y espiritualidad. La muerte en el centro de la obra de Charly Herrera crea una reflexión sobre la fugacidad de la vida. Se plantean algunas visiones más religiosas judeo-cristianas y también la construcción del amor en la niñez y sus posibles perturbaciones fantasmales. Se cuestiona acerca de cómo se construye el sujeto del amor. Y va desde una visión lúdica y festiva, con obras de Petu de Mareca, Alexandra Kehayoglou, Elisa Strada, Edgardo Giménez, y Fabián Bercic, hasta un devenir opaco donde los golpes del desamor forjaron cuerpo y alma, como en “Mar de lágrimas”, de Pablo Suárez, y “Lágrimas de cristal”, de Nicola Costantino.

Hay obras que tienen un foco más devocional, incluyen objetos de uso cotidiano, doméstico, para hablar del amor. “Son todas como jabalinas: descargan la pulsión de muerte. Intentan verse como fórmulas, por eso son tan intensas”, apunta el curador, quien se refiere especialmente a obras de sitio específico como las de Charly Herrera o la de Daniel Joglar. La fragilidad del amor está latente en la estremecedora red luminiscente de rosarios de Daniel Joglar, en la obra de Manuel Ameztoy y en la instalación con camisones de Claudia Casarino, que alude a la trata. Las delicadas piezas de “¿Cuánto pesa el amor?”, obra de Charly Herrera y Claudia del Río están hecha con cristales tallados pintados con polvo de oro: son piezas que hicieron junto a talladores de la fábrica San Carlos. Contienen distintas sustancias aromáticas y arroz. “La niña con zapallo”, de Antonio Berni, dialoga con un trabajo de Débora Pierpaoli, donde hay dos retratos unidos e inspirados en una tradición de Oriente. “Cuando alguien muere y no tiene familiares ni pareja, en el cementerio los casan para que migren al otro mundo acompañados”, cuenta Fischer.


Pablo Lehmann, Espejo barroco

Cuando falleció su esposa, Daniel García pintó unas dalias negras. También hay flores de Carlos Alonso. Cerca, el beso que se intuye fuego de dos figuras hechas con carbón por Vicente Grondona: esa pieza encarna el amor pasional y, al tiempo, infértil. La pasión y el deseo cautivan en las obras de Hernán Marina, Marta Minujín y Nicolás García Uriburu (Green Sex, 1971). Para Nicola Costantino, “no hay cosa más monstruosa que la maternidad”. En la fotografía "Madonna", se la ve abrazando dulcemente un chancho bola, una de sus más icónicas creaciones. Para hacerlos, la artista usó cerdos a los que les quitó la carne. Con el cuero, la cabeza y las patas, formó una especie de tela flexible que momificó y apretujó dentro de una esfera hueca. Así hizo el molde que daría origen a una de sus piezas escultóricas hiperrealistas e hipnóticas. El amor a los padres está presente en las creaciones de Ana Gallardo, Gabriel Baggio y en la estremecedora megainstalación de Charly Herrera, del que hay una serie de piezas de la serie "Cobre, miseria, mierda", que remiten al poder de la muerte: con una hechura perfecta, se ven puertas que devienen camas, que devienen mesas, ataúdes, espacio de ritual, formas fálicas.

Además está la gran instalación que Herrera hizo tras la muerte de su padre. “Mis padres eran floricultores y yo trabajé con ellos en los cultivos, en la florería y haciendo las ofrendas para los muertos”, recuerda el artista. Ese imaginario exuberante y fragante conforma su megainstalación homenaje. “Esta vez la retomo con la incorporación de muchos elementos que en la pieza original no estuvieron. La pieza se irá modificando con los días y con los meses”, dice el artista.

Hay obras también de Amalia Amoedo,  Mónica van Asperen, Fabiana Barreda, Delia Cancela, Flavia Da Rin, León Ferrari, Roberto Jacoby, Margarita Paksa, Alberto Passolini, Cindy Sherman, María Torcello y Paula Toto Blake, entre muchos otros. “El revés de la armadura”, videointalación de Silvia Rivas, deja sin aliento. “Hay escenas donde quiero poner en acto la extrema fragilidad, la vulnerabilidad y el conflicto con la propia imagen y con todo lo que producimos desde la cultura porque es parte nuestra”, dice la artista. En una de las escenas se ve a una mujer interactuando con unas prendas de papel de seda intervenido con aceites y lacas que convierten la leve seda en material quebradizo, agudo, capaz de herir. “Es un material que raspa, pincha, del cual se tiene que deshacer porque es algo propio pero que ya no sirve. Pero como todo lo que es propio, uno no lo puede desgarrar y listo. Es algo de lo que se está desprendiendo con todo el dolor que eso implica”.

Ulises Mazzuca, Nuestro baile de noche

Cuánto pesa el amor se exhibe en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930. De martes a viernes, de 13.30 a 22, y sábados, domingos y feriados, de 11 a 22. Gratis.