Freud revolucionó la cultura al descubrir, además del inconsciente, un nuevo cuerpo. Diferenciado del organismo biológico y sin coincidir con la anatomía, se trata de un cuerpo gozante que se erotiza, inhibe, sintomatiza y angustia. El saber sobre su sufrimiento no pertenece a los expertos, sino al inconsciente alojado y escuchado por un psicoanalista.

La experiencia del análisis constituye una posibilidad de subjetivar la verdad de un padecimiento singular, que se diferencia del que definen los manuales, las clasificaciones y etiquetas universales recortadas por los expertos y sus protocolos. El singular sufrimiento del cuerpo pone a trabajar al sujeto del inconsciente, que se va haciendo responsable de la propia sexualidad.

La biopolítica neoliberal rechaza el cuerpo del psicoanálisis y pretende administrar una construcción del cuerpo asociada al organismo biológico, al individuo, a la propiedad privada, a un yo limitado por la piel y la imagen. Esta concepción biopolítica de la vida y del cuerpo se impuso, ganó la hegemonía cultural, constituyendo uno de los mayores daños que produjo el neoliberalismo al colonizar la salud mental y la física.

El hegemónico cuerpo neoliberal pasó a ser un producto orgánico que no se escucha, que es mercancía valorizada por una ideología empresarial y colonialista. El dispositivo de poder estimula creencias tales como que el individuo es el dueño, el gestor de su vida y de su cuerpo, así como el poseedor de una libertad ilimitada.

La “modernidad” que traía el neoliberalismo terminó resultando un fraude reduccionista, que rechaza la imposibilidad y forcluye el cuerpo del psicoanálisis. El neoliberalismo triunfante nos retrotrae al cuerpo pre-freudiano: un organismo biológico definido por el registro imaginario y la anatomía. Los manuales, los “trastornos”, la medicalización de las angustias y la industria farmacéutica ganaron la batalla cultural.

Se presenta algo aún más inquietante que podemos definir como una mutación tecno-cultural, que requiere ser pensada a partir de la pandemia. Durante el necesario distanciamiento social llevado a cabo por el coronavirus, el cuerpo neoliberal se anudó a la virtualización de la vida, fenómeno que ya estaba en curso pero que la pandemia precipitó.

Hoy nos encontramos ante una subjetividad que se comunica cada vez más por máquinas con la sustracción o mortificación del cuerpo, tanto en sentido singular como social, y cada vez menos por el encuentro vivo de los cuerpos. Las experiencias como el amor y la sexualidad ya no se despliegan y perturban a través de los lazos sociales, sino que se configuran hacia pseudovínculos donde el goce de cada uno no está prohibido.

El espacio virtual, imprescindible en los tiempos que corren, de ningún modo reemplaza la potencia palpitante de los lazos presenciales. La virtualización de la vida inhibe la capacidad para detectar el sufrimiento, la piel o el olor del otro y la afectación mutua de los cuerpos, que constituye la condición fundamental del amor, la transferencia y la política.

Para la concepción neoliberal del cuerpo basada en las imágenes, el rendimiento y la mercantilización de todo, la mutación tecno-cultural de la vida no representa un problema, limitación o desvitalización, sino que es considerada como un progreso y una economía.

Por el contrario, para el psicoanálisis la materialidad del cuerpo, sus agujeros, pliegues y sensibilidad solo se vivifican ante la presencia de los otrxs. El cuerpo construido desde el Otro y con los otros consiste en una categoría social, un sistema de afecciones recíprocas, donde se juegan y contaminan las experiencias personales y las estructuras socio-políticas.

La subjetividad está hecha de mundo: lo personal no es una posesión privada, sino relacional. La presencia sustancial del objeto voz, “las voces de la calle”, el encuentro sensible con el otro, constituye una experiencia intransferible en tanto acontecimiento temporal.

El cuerpo que aportó el psicoanálisis, tanto singular como social, abusado por el neoliberalismo, desvitalizado y rechazado por la revolución tecnológica, agredido por los efectos de la pandemia, es una categoría política que perdió la batalla con el yo como cuerpo neoliberal, estando en proceso de desaparición hacia lo virtual.

Resulta imprescindible la restitución, revitalización y reparación del cuerpo pulsional, sexuado y mortal que descubrió el psicoanálisis. La urgente reconstrucción de los lazos sociales presenciales se convierte en una tarea ético-política principal.

Nora Merlin es psicoanalista y magister en Ciencias Políticas.