Porto Alegre está sitiada por aguas barrosas que arrastran a su paso lo que encuentran. Hoy es una ciudad distópica. Una marea indetenible la dejó sumergida en sus barrios más bajos a orillas del Guaiba. Un río y un lago a la vez, según cómo se mire su hidrografía. En esos dos sustantivos puede aparecer una explicación de la tragedia. Un río requiere de ciertas defensas. Un lago no tanto. En la capital de Rio Grande do Sul se impuso la mirada menos proteccionista, como en otras grandes urbes de Latinoamérica. Ganaron las leyes del mercado inmobiliario, tan depredador como los que deforestan a diario la Amazonia.
Otra razón es la corriente del Niño. La cuenca que rodea a la capital de Rio Grande do Sul pasó en pocos meses de la bajante en plena estación seca a los 5,35 metros. Una marca que superó a los 4,75 de la gran inundación de 1941. Pasaron 83 años. No hubo grandes obras y sí una desatención criminal que ya costó 143 muertos, 131 desaparecidos, 81 mil evacuados y que 441.300 personas se quedaran sin hogar. Muchas huyeron hacia ciudades en el norte del Estado y Santa Catarina.
Las imágenes de los dos grandes estadios de la ciudad, el Arena do Gremio y el Beira Rio del Inter, su clásico rival, son la postal más elocuente del desastre ambiental. Parecen dos anfiteatros en ruinas. Bajo el agua amarronada desaparecieron sus campos de juego. Bajo el agua también quedó la intendencia (prefectura en portugués) de la capital gauçha. Y bajo el agua permanecen el casco histórico, la orla del Guaiba – que equivale a nuestra costanera porteña – y barriadas tradicionales como Cidade Baixa y Menino Deus, donde las calles empezaron a drenar porque estaciones de bombeo que estaban inoperativas volvieron a funcionar. Las lluvias que no cesan son la peor amenaza.
El interior del estado vecino a la Argentina está igual o peor. Los ríos Taquari, Jacuí, Caí y Sinos siguen creciendo. Las previsiones son las peores. Solo el primero subió siete metros en casi 24 horas. La pequeña ciudad de Estrela, en una región colonizada por alemanes, quedó destruida. Es una de las 444 que según Zero Hora (ZH), el principal diario de Porto Alegre, sufrieron graves consecuencias a causa de las lluvias y el desborde de los efluentes que desembocan primero en el Guaiba, después en la laguna de los Patos y por último en el océano Atlántico. Un sistema hídrico que no da abasto y semeja un embudo hacia el sur del Estado.
Las intensas lluvias en las serranías, en ciudades turísticas como Gramado y Canela, aumentan las dificultades. Todo el agua que baja hacia Porto Alegre y su periferia – Canoas es una de las localidades más afectadas – queda estancada y no encuentra salida.
Ausencia de políticas contra el cambio climático
Para ciertos especialistas, el desastre fue provocado por la ausencia de políticas contra el cambio climático. Matheus Gomes, diputado estadual del PSOL, master en Historia y activista ecologista, critica al gobernador Eduardo Leite, del PSDB: “Modificó 480 normas del código ambiental en Rio Grande do Sul, pasando al rebaño, en línea con la política destructiva del entonces ministro Ricardo Salles. El proyecto fue aprobado en sólo 75 días. La única razón por la que no fue más rápido fue porque un fallo judicial se lo impidió”, escribió en una columna de ZH. Tampoco quedó a salvo de las acusaciones el alcalde de Porto Alegre, Sebastián Melo.
Salles fue ministro de Medio Ambiente de Jair Bolsonaro, niega el cambio climático y tuvo que renunciar a su cargo cuando quedó sospechado de traficar madera de la Amazonia. Hoy es diputado federal por San Pablo y acaba de postear en X con desparpajo: “El gobierno de Lula se acabó. A partir de ahora será sólo la estela de un entierro político ya previsto para 2026”.
Otro de los hechos que provocan debate entre los ecologistas y los negacionistas como Salles es la desprotección del bioma Pampa, el principal de Rio Grande do Sul, que regula los ciclos del agua y absorción de carbono. Tiene una superficie de 193.836km²(dato del IBGE, 2019), que se corresponde con el 69% del territorio del Estado y el 2,3% de la superficie de Brasil. Según el diputado Gomes “en las últimas décadas, Pampa ha sido el bioma proporcionalmente más degradado del país, perdiendo el 30% de su superficie”.
El pesimismo de los analistas del cambio climático se ratifica en catástrofes como la actual. Aldo Fornazieri, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de San Pablo (USP), escribió en Carta Capital que “los desastres ambientales sólo empeorarán. Es hora de que la sociedad trate a los políticos negacionistas como criminales”. Rio Grande do Sul tiene poco más de 11 millones de habitantes y los afectados suman 2.039.084 según las autoridades.
En estos días de aguas que bajan turbias, entre barro, ramas y restos de basura, la solidaridad contiene a las víctimas desamparadas. Los centros donde se acopian donaciones desbordaron todas las previsiones. Toneladas de ropa, alimentos y artículos de primera necesidad son ordenadas y distribuidas por voluntarios y voluntarias que trabajan en escuelas, clubes y gimnasios. Esa entrega desinteresada, incluso de recién llegados de otros estados que viajaron para ayudar, contrasta con la actitud de blogueros, trolls y usuarios de las redes sociales que desinforman sobre lo que sucede. El bolsonarismo, como ocurrió durante la pandemia, volvió a actuar a destajo.
Un médico de Porto Alegre, Víctor Sorrentino, lanzó acusaciones contra Anvisa, la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria de Brasil, responsabilizándola por cuestiones burocráticas de no distribuir medicamentos en las zonas afectadas por la inundación. El expresidente ultraderechista lo ha elogiado en las mismas redes donde estos personajes desparraman fakes news. En 2021, Sorrentino fue detenido en Egipto por acoso sexual a una vendedora de papiros. Lo liberaron luego de que pidiera disculpas y se le prohibió regresar a ese país. Anvisa lo desmintió, pero el daño ya estaba hecho. Una conducta que muestra lo peor del bolsonarismo no tan residual que se burló de la pandemia y ahora se vale del desastre medioambiental para desinformar.