A casi dos meses de la asunción del presidente Javier Milei (La Libertad Avanza) y a partir de los primeros indicios sobre la dirección de su gobierno, Elizabeth Jelin abraza la esperanza de que se resguarden los derechos sociales, la memoria y la vida: “mi deseo como ciudadana y como sujeta pensante y sintiente es que no haya muertes, ni por hambre ni por balas de la represión. Es un deseo de mínima, es pedir un respeto mínimo al umbral de humanidad. Mi miedo es que mi deseo no se cumpla”. Considera que los actuales son tiempos de “sobrevivencia” durante los cuales los movimientos populares serán fundamentales. Sin ellos, alerta, “la cosa podría ser un desastre absoluto”.
Socióloga por la Universidad de Buenos Aires (UBA), doctora en Sociología por la Universidad de Texas e investigadora superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Jelin es una referente ineludible en temáticas de derechos humanos, familias, género, memoria y movimientos sociales. En noviembre pasado, la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) le otorgó el Doctorado Honoris Causa “por su trayectoria e invaluable contribución en el campo social y cultural”, un reconocimiento que se suma a tanto otros, como el Premio Konex (2006), el Premio Houssay a la Trayectoria en Investigación en Ciencias Sociales (2013) y el Doctorado Honoris Causa de la Université Paris Nanterre (2014). Es autora de numerosas publicaciones nacionales e internacionales. Entre sus libros se destacan Familia y unidad doméstica: mundo público y vida privada (Estudio Cedes, 1984); Podría ser yo. Los sectores populares urbanos en imagen y palabra (Asunción Casa Editora e Instituto de Desarrollo Económico y Social, 1987); Pan y afectos. La transformación de las familias (Fondo de Cultura Económica, 1998); La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social (Siglo XXI Editores, 2017); Las tramas del tiempo: familia, género, memorias, derechos y movimientos sociales (Clacso, 2020); Cómo será el pasado. Una conversación sobre el giro memorial (Ned Ediciones, 2021); y Los trabajos de la memoria (Fondo de Cultura Económica, 2021).
En diálogo con Página/12, Jelin se refiere a la existencia de memorias en conflicto, a la diferencia entre posiciones negacionistas y posiciones que justifican y a las disputas por la interpretación del pasado. Además, la centralidad de las mujeres en los movimientos sociales y en el cuidado de las personas, que conlleva un papel central del Estado como proveedor de cuidados y como garante del bienestar general. Por ello, “lo urgente está en las crecientes desigualdades sociales, que ponen en peligro la propia condición humana”.
--¿Cuál es su lectura sobre este primer tramo del gobierno de Javier Milei?
--Mi respuesta no es resultado de mis investigaciones, ya que no he trabajado sobre el tema. Es la respuesta de alguien que se preocupa por la realidad social, que la ha vivido y observado durante décadas. Lo que me domina es la perplejidad y la sorpresa. Una de las cosas que me preocupan y es como una especie de señal roja de alerta es la repercusión y la solidaridad internacional que tiene Milei entre los líderes de las derechas más extremas del mundo. No es una Internacional Socialista la que se está armando; es una internacional de extrema derecha. En la asunción estuvo presente la extrema derecha europea; esto no me lo esperaba. En este momento de mucha angustia, mi deseo como ciudadana y como sujeta pensante y sintiente es que no haya muertes, ni por hambre ni por balas de la represión (por los efectos del ajuste; por el protocolo de control de la protesta). Es un deseo de mínima, es pedir un respeto mínimo al umbral de humanidad. Mi miedo es que mi deseo no se cumpla.
--¿Qué tipo de acción o rol deberían adoptar los movimientos populares en la defensa de sus derechos?
--Pienso que hay que pensar en defender la vida. En los movimientos populares, la centralidad es de las mujeres y su defensa de la vida. Es un momento en el que los movimientos populares son fundamentales, como lo fueron en la pandemia. Durante ese tiempo, la tarea de estos movimientos en los barrios populares fue importantísima, en los espacios locales y comunitarios, en los comedores y en el cuidado y las ayudas que brindaron a quienes estaban enfermos y no tenían quién los ayudara. Esto está presente y va a seguir vigente para evitar el hambre, que ya está entre nosotrxs, porque esto no empezó la semana pasada. Esta va a ser una manera de encarar la sobrevivencia, en más de un sentido.
--¿Cuáles son estos distintos sentidos a los que se refiere?
--Es una sobrevivencia que significa no morir de hambre, pero también es una sobrevivencia social, tener un mínimo de lazo social, de comunidad y de muestras de solidaridad. Esa doble acción, acercar alimentos a quienes más lo necesiten y lo que ello significa en términos de dar contención y pertenencia a una comunidad, va a ser central. Sin eso la cosa podría ser un desastre absoluto, pero en las clases populares tenemos una trama social, unos saberes y unas tradiciones que van en esa dirección, y son vitales. En esto el rol de las mujeres es central. Diversos análisis que se hicieron de la pandemia mostraron la importancia de estas tramas comunitarias. Cuando hablamos de tramas comunitarias estamos hablando de mujeres. La cuestión de contención localizada en cada barrio es fundamental. Tenemos experiencia y eso seguramente va a tener que reactivarse fuertemente.
--Sus campos de investigación y estudio están centrados en el terreno de los derechos humanos, las memorias de la represión política, los movimientos sociales, entre otros. ¿Qué opinión le merecen el protocolo antipiquetes y las medidas que criminalizan la protesta?
--El derecho a la protesta es un derecho reconocido en la Constitución Nacional, y supongo que nuestrxs expertxs en el tema lo están analizando en el Congreso. Como política pública, no creo que las limitaciones a las expresiones colectivas vayan a eliminarlas. Hay miedo a la represión, sin duda. También hay una historia de prácticas que deberá ser reactivada y renovada. Cuando las Madres se empezaron a juntar en Plaza de Mayo, la orden era “circulen”. Y de allí surgió la ronda alrededor de la pirámide, que se convirtió en el símbolo de la demanda hacia el Estado. Estoy segura de que se podrán encontrar maneras de expresar el descontento y la protesta.
--Prefiere hablar de memorias antes que de memoria. ¿Por qué?
--Al estudiar las memorias trabajo mucho sobre los silencios. Creo que hemos vivido un periodo en el cual hubo voces que hablaron muy fuerte y hubo poca atención a otras voces, que quedaron relegadas, haciendo de cuenta que no existían. Eso que está latente, que está silenciado, eso a lo que no se le presta atención --sea en el mundo de la interpretación académica o de la negociación política-- en algún momento explota. Cambia la correlación de fuerzas y son otras las voces dominantes. Yo nunca dije que el Nunca Más era hegemónico.
--¿Ese consenso alrededor del Nunca Más no era tan amplio como se creía?
--El Nunca Más y todo lo que lo acompaña era dominante en la esfera pública, pero eso no significa que fuera hegemónico. No hay una memoria, sino que hay memorias en conflicto, memorias en lucha, hay una disputa por la interpretación del pasado. Distintos grupos humanos reivindican su “verdad” como la verdad. Quienes seguimos de cerca el movimiento de derechos humanos sabemos que no hay una versión única para todo el movimiento. Hay disputas internas y no un consenso absoluto dentro de las fuerzas progresistas que aceptan las nociones del Nunca Más y Memoria, Verdad y Justicia. Imaginemos entonces lo que sucede con quienes no aceptan estas nociones y qué hicieron todos estos años, en que muchos permanecían callados. De alguna manera se fue armando un movimiento. Cuando (Jorge Rafael) Videla estaba en prisión domiciliaria, cada 24 de marzo se juntaban a vivarlo unas 200 personas en la puerta de su edificio, sobre la avenida Cabildo. Doscientas personas no eran nada, pero se convirtieron en la consigna “memoria completa”, en Cecilia Pando y en Victoria Villarruel, por nombrar a algunas. Estas cosas estaban ocurriendo; no habían desaparecido. Por ejemplo, la vandalización de memoriales ocurría a menudo, aunque los medios no le prestaran atención. De pronto nos encontramos con sorpresas o con aparentes sorpresas, pero de sorpresa tienen poco si se reconoce que no hay una memoria única, sino que distintos grupos sociales reivindican distintas interpretaciones del pasado.
--En esas interpretaciones del pasado hay valores e ideologías que hacen que la memoria sobre un mismo acontecimiento pueda ser absolutamente contraria e irreconciliable. ¿Qué determina el límite para que una verdad sea considerada?
--En Argentina tenemos un espacio institucional, el judicial, en el que se establecieron pruebas claras de la responsabilidad estatal de los crímenes de lesa humanidad. Ahí no hay disputas por la verdad. Ese es el piso, el umbral de “verdad”. Otro piso refiere a los sentimientos, los sufrimientos, las pérdidas humanas que merecen empatía. Las disputas en la esfera pública refieren a justificaciones y victimizaciones, a confrontar creencias o a denegar iguales derechos a toda la ciudadanía. Intentos de negar la condición humana al otro o a la otra, transformando la condición de adversarix en una disputa a la de enemigo a destruir.
--A propósito de las posiciones negacionistas, ¿cómo abordar el debate y la discusión, justamente desde la defensa del disenso como un valor de la democracia, frente a posiciones que la ultrajan en sus valores más fundamentales?
--Creo que hay un abuso del uso de la palabra negacionismo, porque negar quiere decir que no existió. A lo que nos enfrentamos es a posiciones que justifican, no que niegan. O sea, es un poco más fuerte la postura que dice “hicieron bien, por ahí hubo algún exceso, pero hicieron bien”; eso no es negar. Siempre hubo, pero estaba más silenciada, gente que justifica y que trae a la esfera pública una noción de reivindicación de ciertas prácticas que no cumplen con el mínimo de humanidad, para ponerlo de manera muy básica. En esas posiciones no hay respeto a la vida ni respeto a la convivencia.
--¿Cuán cerca está hoy el campo intelectual de los propios actores sociales y sus necesidades?
--En América Latina hay una tradición de investigación en ciencias sociales comprometida con las cuestiones candentes de la realidad social. Por supuesto que hay investigación más anclada en temas y conceptos de interés puramente conceptual o teórico, como en otras partes del mundo. En la región, sin embargo, hay una tradición que recupera lo mejor del ensayo como género con el rigor de la investigación. Es una ciencia inmersa en la realidad social y que al mismo tiempo la estudia, la interpreta y da elementos para su transformación. Doy un ejemplo personal. Mi libro La transformación de las familias se publicó originalmente en 1998. Es la conjunción de teoría social, investigación y contribución al debate público. Cualquier persona puede leerlo, no hay que ser experto en la temática. Personalmente no siento que mi trabajo de investigación esté separado de mi vida como ciudadana y de mi compromiso cívico. Lo que hace la investigación social es cuestionar y hacer nuevas preguntas, no confirmar. Podés encontrarte con evidencias e ideas que contradicen tus propias creencias, y ahí es donde realmente está la contribución. El rol importante de la ciencia social es preguntarse sobre la realidad y cuestionar muchos supuestos, es decir, producir pequeños o grandes terremotos. Nuestro papel es cuestionar y hacer tambalear las creencias que tenemos, no ayudar a que se vocifere más fuerte y más alto.
--Desde su mirada de género considera que los temas vinculados al cuidado son el futuro desafío de la política. ¿Cuánto se ha avanzado en lo que hace al tema de los cuidados como eje central del bienestar? ¿Por qué sostiene la necesidad de desfamiliarizar los cuidados?
--En los ‘70, entre quienes abrazamos el feminismo había quienes veíamos a la familia como una institución patriarcal, burguesa, reaccionaria. Siempre pensé que nuestra vida cotidiana social y este mundo en el que vivimos están anclados en una institución que se llama familia pero que no es una familia, sino que son las familias, y que podemos pensar en modelos que no son patriarcales, burgueses o reaccionarios. De hecho, gran parte del activismo en pos de los derechos de las mujeres están ancladas en el tema de violencias de género, violencias que en su gran mayoría tienen que ver con los ámbitos familiares y domésticos, o sea, son violencias entre gente que tiene vínculos de parentesco o de afectos. Son problemas que no vamos a resolver con un botón de pánico -importante para la emergencia pero que no permite resolver el tema de las violencias. Para encarar el tema de las violencias tenemos que estudiar mucho más a fondo qué es la institución familiar, qué son los vínculos de parentesco y de afecto, y trabajar a partir de una comprensión más profunda de eso. Por otro lado, el trabajo doméstico, lo que se hace en los hogares --que está básicamente a cargo de las mujeres--, no está reconocido socialmente. Esto hace a las desigualdades de género, que también se tramitan o influyen en todos los otros ámbitos de las desigualdades.
--En este punto también la presencia del Estado se torna fundamental.
--Los cuidados se resuelven en parte en los hogares, pero sin la intervención de otras agencias lo que tenemos es un enorme déficit de cuidados. El papel de las políticas públicas es primordial. Si queremos poner el énfasis en el bienestar como propuesta social y política fundamental, lo que tenemos que hacer es analizar todas las instituciones y organizaciones que contribuyen a ese bienestar y no decir que el bienestar es una cuestión de la familia. De ahí viene esta noción de desfamiliarizar, que quiere decir que tiene que haber otras instituciones que apoyen de distintas maneras a esa institución tan frágil como es el hogar y la familia. La pandemia y las crisis económicas profundas como la actual han mostrado que la comunidad territorial de vecinas y movimientos sociales, o la trama de las relaciones personalizadas del barrio, se tornan fundamentales en la organización del cuidado de las personas, que incluye por supuesto dar de comer, pero no solamente eso.
--¿Cuáles son los debates que las ciencias sociales deberían atender hoy con mayor urgencia?
--Es una pregunta muy amplia y general, que puede tener muchísimas respuestas. Los temas de debate son múltiples, en una combinación entre inquietudes personales, las cuestiones sociales y políticas urgentes, y los desarrollos teóricos, metodológicos y conceptuales de las diversas disciplinas. En 1959 C. W. Mills, un autor clásico de la sociología, escribió La imaginación sociológica, en el que sostenía que la imaginación sociológica se encuentra en el punto de convergencia entre esas inquietudes personales y las cuestiones urgentes de la estructura social. Para mí, lo urgente está en las crecientes desigualdades sociales, que ponen en peligro la propia condición humana.