Diálogo en el chat de papis y mamis. Se discute por las camperas de egresaditos. El año que viene pasan a primer grado. Y lo que empieza como un intercambio sobre modelos y precios, se transforma en una batalla entre quienes dicen que no quieren o pueden pagarlas y quienes las ven como un ítem fundamental en el recorrido emotivo del año (no se entiende si el de los chicos o el de los grandes, pero la charla sigue).
En pocos minutos, un padre amenaza con sacar a su hijo del jardín por los niveles de violencia que fluyen vía mensajes. Se agreden de modos que seguramente no sería tan fácil sostener en vivo. El anonimato, se suele decir, desfavorece la empatía. En otras ocasiones, en plena vaquita para cubrir gastos de materiales de la sala, ante la dificultad de juntar la plata, se ha reaccionado ante alguna que otra idea colectivista (la de repartir la cuota de quienes no pueden pagar entre los que sí, por ejemplo) al grito de: “¡Con la mía no!”.
Quienes dicen o sugieren que no pueden pagar la campera de la discordia piden que los que sí van a comprarla no la usen en el aula para evitar diferencias entre los niños. Apenas una idea, un pedido de solidaridad. Y ahí sí que arde Troya.
“En la hora de gimnasia me agarró un compañero y me ahorcó mientras los demás se reían” (Julián). “Cuatro chicos, me insultan, me empujan y me pegan hasta que me dejan mareado” (Eduardo). “Estaba tranquila en la puerta del colegio y vinieron dos, me agarraron y me arrancaron un aro de la oreja. Me amenazan todo el tiempo por teléfono” (Valentina). Los que hablan no son de la sala de 5, sino chicos que tienen 6, 11 y 16 años: son relatos que integran el video “El Bullying no es cosa de chicos” producido por el Ministerio Público Tutelar de la CABA.
Este 2 de mayo, el Día Contra el Acoso Escolar, la escena del chat de papis viene a cuento porque las cifras hablan solas. Los casos de bullying en Argentina siguen en aumento: 7 de cada 10 niños sufren algún tipo de acoso (según los datos de la ONG Bullying sin Fronteras).
Y no es que el bullying haya nacido del ultraderechismo autóctono. Pero tensiones como las de la salita, donde priman las microagresiones y las reacciones virulentas ante cualquier alternativa colectiva para la resolución de un problema hablan de un clima de época.
Sirve como prueba también la dosis de bravuconadas que se traga la Argentina cada mañana de la boca de Manuel Adorni. El auténtico bully. Uno de los encargados de llevar la lógica de X (exTwitter), en su versión cloacal, al Estado. Está más abocado a la provocación, la agitación de la teoría de los enemigos internos, y la agresión incluso de periodistas, que a dar respuesta sobre los actos de gobierno. Pero además de convertir la metodología de “la doma” en discurso oficial, también refuerza una idea-base del libertarismo: que en un país “próspero” no hay lugar para los débiles.
Desde usar la palabra “mogólico” para insultar a un adversario a las metáforas de violación como triunfo sobre el contrincante dentro del Congreso: así está la vara de la crueldad. Y no es que el antihumanismo que fue inundando nuestras interacciones no sea anterior al triunfo de Milei (ha sido su caldo de cultivo), pero ahora recrudece sin corset, se legitima. Lo dijo con otras palabras el escritor Martín Kohan. Es como si se hubiera estatizado Twitter. No la empresa, sino sus lógicas y prácticas. La chicana y la mortificación como palabra oficial y política de Estado.
La justicia social entendida como aberración, la activación de los tradicionales prejuicios contra los pobres (incluso entre pobres) y la superioridad moral de los argentinos de bien que se ganan la suya sin subsidios no son ideas tan disociadas de las preguntas que hacen arder el chat de la salita.