Los cuartos de final de la Copa de la Liga Profesional ratificaron que es imprescindible la incorporación de tecnología de alta gama en el fútbol argentino. No se pueden seguir trazando a mano las líneas para determinar si un gol debe ser cobrado o anulado por offside. Tampoco es posible que, como sucedió en el Superclásico en Córdoba, los árbitros del VAR no cuenten con evidencia incontrastable de que la pelota entró o no al arco.
El sistema actualmente en uso y aceptado bajo presión por los dirigentes, es de bajo costo. Pero también resulta tecnologicamente obsoleto y susceptible de ser manipulado por sus operadores. O sea, no disipa dudas ni aumenta la certeza de sus decisiones. Y no es eso, sino todo lo contrario lo que se necesita para espantar suspicacias y que los partidos efectivamente se ganen y se pierdan en la cancha.
Si la pelota tuviera un chip que hiciera vibrar el cronómetro de los árbitros cada vez que la pelota cruza la línea de gol, el país futbolero no estaría discutiendo por estas horas si Sergio Romero sacó o no la pelota de adentro. La decisión arbitral habría sido inmediata e indubitable y nadie podría darse por beneficiado o perjudicado. Y si se aplicara el sistema de offside automático, no se perderían valiosos minutos de juego tirando una línea azul y otra roja y haciendo interpretaciones al paso: al instante se sabría si un jugador está o no habilitado y un gol vale o no vale.
Así sucedió en la semifinal de la FA Cup inglesa entre Manchester United y Coventry: sobre el final del alargue, Coventry anotó un gol que fue invalidado por una ínfima posición adelantada. Todo el proceso demandó menos de un minuto y nadie se atrevió a discutirlo. Aún cuando con ese gol, Coventry eliminaba al United y pasaba a la final (terminó yendo el United por tiros desde el punto penal). La tecnología tiene un margen de error cero. Y a eso debería apuntar el fútbol argentino. Cuanto antes, mejor.
El presidente de AFA, Claudio Tapia, se ufana de liderar "la mejor liga del mundo". Para que sea así, debería apartar algunos de los millones de dólares que la Selección Argentina le provee a la entidad e ir en procura de instrumentos mucho mejores, cuestión de alinear el campeonato de Primera con los torneos europeos de primer orden. Pero Tapia parece no tener las manos libres para avanzar en este tema: los dirigentes de la máxima categoría se oponen con firmeza a invertir en tecnología. Prefieren dejar todo como está aunque después salgan a quejarse cuando el VAR les falla en contra. Ellos sabrán por qué.
Con todo lo que hay en juego en el complejo y pasional fútbol argentino, no debería seguir perdiéndose el tiempo con tecnología barata, obsoleta y objetable. Y tendría que apurarse el paso para rodear las decisiones de los árbitros de una credibilidad que muchos reclaman pero pocos buscan. Hay plata. Lo que falta es la decisión política. La pelota está del lado de los dirigentes. Por ahora, varios eligen que pase de largo.