Harry Potter es un niño apropiado. Su mamá y su papá fueron combatientes que murieron resistiendo al ejército del mal. Todo parece haber sucedido en un mundo paralelo al mundo de los no magos, pero en realidad sucedió acá, en Argentina. De hecho todavía no dejó de suceder.

Harry Potter ha ingresado en las narraciones compartidas, es decir en la cultura, de un amplísimo sector de la humanidad. Como Blancanieves, Caperucita Roja, Batman o el Quijote de La Mancha. También el Che Guevara, Marx o Jesús. Gente --que empezó siendo de verdad o que nació de la ficción para formar parte de nuestra vida-- sobre la que se puede haber leído o no, sobre la que se puede opinar bien o mal, pero que son parte de nuestra trama. Por eso, quien más quien menos, todo el mundo sabe que Harry Potter es un mago. Tal vez no se sepan las alternativas de los siete tomos de la saga, ni se haya palpitado el sufrimiento de un niño diferente tratando de crecer queriendo --como todos los adolescentes del mundo-- ser parecido a los demás. Quizás no todos hayan llorado cuando el director de la escuela, suerte de padre institucional de Harry, hace su acto sacrificial y muere o cuando, después de haber encontrado un padrino, alguien que lo quiere tanto como para llevárselo a vivir con él, muere en combate en manos de una de las más perversas malas de la historia de los cuentos de hadas. Es recomendable, es una experiencia que agranda las fronteras, como todos los libros verdaderamente buenos. Pero no hace falta del todo para entender lo que me gustaría puntuar: Harry Potter es un niño apropiado, a la manera argentina, y como hijo de combatientes, se encuentra en una disyuntiva cruel: ser uno más o ser el “hijo de la Historia” que su origen le pide.

El mal se ha apoderado del Mundo Mágico, los xadres de Harry son líderes de la resistencia, un traidor canta la ubicación de la pareja que se esconde con su hijo de un año y, como lo amerita el rango de estos combatientes, el jefe del mal en persona, Voldemort (¿vuelo de la muerte?), allana la casa y los mata. También quiere matar al niño, porque en todos los mundos se sabe que los hijos de las víctimas cuando crecen son enemigos mortales de los asesinos de sus xadres. Pero falla. Muchos años después, Dumbledore, el director de la escuela, le explica que su madre, al morir para intentar salvarlo, al morir por amor, lo protegió con el hechizo más poderoso que puede existir. Y por eso, Harry quedó marcado, pero vivo. Su asesino, en cambio, quedó mortalmente debilitado.

En el caso argentino, los asesinos tomaron cuatro posibles decisiones con los niños: matarlos, extirparlos de sus familias que ya habían criado subversivos y lo seguirían haciendo, abandonarlos o deshacerse de ellos dejándolos en instituciones del Estado.

Pero no fueron los únicos que tomaron decisiones sobre los niños que quedaron huérfanos al morir sus xadres luchando por un mundo mejor. Dumbledore decidió que Harry no debía vivir en un lugar donde iba a ser famoso antes de aprender a hablar, una comunidad en la que iba a ser conocido como “el niño que vivió”, o “el que derrotó inexplicablemente a Voldemort”. Así que lo dejó en manos de sus tíos. Unos familiares que detestaban toda alusión al mundo mágico y repudiaban a los xadres de Harry, al punto de evitar siquiera nombrarlos. Como a cientos de hijos de desaparecidos por la dictadura argentina, le dijeron que sus xadres habían muerto en un accidente de tránsito, y que la cicatriz de la frente provenía de esa tragedia.

Les huérfanes no son personas sin xadres, al menos no son sólo eso. Les huérfanes son --somos-- arqueólogues, investigadores privados, desenterradores de detalles, buscadores de explicaciones. Harry Potter, porque es un huérfano y porque le han robado su identidad, se pasa los siete tomos reconstruyendo, de a pequeñas partes, su pasado. De repente pasa por una vitrina y ve que su padre fue premiado por ser el mejor “buscador” de su generación. Ese es el puesto que le acaban de asignar a él en el deporte más popular del mundo mágico --el quiddich-- y entonces parece tan lógico que el pasado explique el presente.

La pregunta por “quién soy” para la gran mayoría de las personas se responde con proyectos o dudas vocacionales. Es una pregunta que podría traducirse en “quién seré” o “cómo me definen mis actos”. Para une huérfane al que le han mentido sobre su origen, para alguien que está en proceso de recuperar su identidad, es una pregunta que podría preguntarse así: de dónde vengo. Como cultores de un psicoanálisis de revista o arqueólogos simplistas, el pasado tendría las pistas para entenderlo todo; desde el gusto por lo dulce hasta la angustia frente a las calles empedradas.

Lupin, amigo íntimo del padre de Harry, hombre lobo que se entregará por completo a la lucha contra Voldemort desde la clandestinidad, le dice una vez que este adolescente decide romper una regla en beneficio propio --dar un paseo con sus amigos al que no le dejan ir porque no tiene la autorización de sus xadres, que por otra parte nunca podría haber obtenido porque ¡sus xadres están muertos!--: “Tus xadres dieron su vida para que tú siguieras vivo [...] Y tú les correspondes muy mal... cambiando su sacrificio por una bolsa de artículos de broma”. ¿Cómo vivir una vida simple, hacer una travesura común y corriente, cuando tus xadres dieron su vida por la Revolución? Les hijes de les desaparecides por la dictadura argentina tendremos que responder a esa pregunta en algún momento de nuestras vidas y tal vez entender que no es de las que se responden de manera binaria. No hay hije de desaparecides a los que no se les haya robado algo de su identidad; están los que fueron secuestrados y trasplantados, están los que se criaron con familiares que repudiaban a esos xadres muertos y creían que se merecían ese castigo por sus pecados o que al menos se lo habían buscado por no vivir como se debe, y estamos los que nos criamos con gente buena pero silenciosa. Todes luchamos la vida entera para ser restituidos a una identidad que ya no podremos recuperar jamás. Podrán castigar a los culpables, Voldemort podrá morirse de una vez por todas, pero lo que fue robado, el tiempo que era nuestro, no se recupera jamás. Y cuando se es grande y la vida va siendo lo que elegimos, lo que perdimos también nos trajo lo que encontramos. Porque si Harry no hubiera vivido la vida que le tocó no se hubiera casado con Ginny, y si yo hubiera vivido con mis xadres como se suponía que me tocaba, no hubiera conocido a mis compañeros de HIJOS, no hubiera tenido les hijes que tengo, no hubiera escrito los libros que escribí.

Pero no sólo por todo esto (y por otras miles de referencias que sería interesante sólo para fans de la saga) es que Harry Potter es un caso argentino.

Cuando Voldemort es abatido por el niño Harry y reducido a su mínima expresión, el mundo mágico puede volver a respirar. Ya no hay temor de morir al salir al a calle, Dumbledore, líder del mundo mágico del bien, es director de la escuela y la vida, mal que bien, se vive. Sin embargo, a medida que la historia avanza, el poder de los mortífagos aumenta y Voldemort va tomando fuerza (siempre vampírica, porque cuando no se esconde en el turbante de un maestro, chupa la sangre de los unicornios). Algunas muertes van anunciando que la tranquilidad que parecía reinar es bien frágil. La mayoría, sin embargo, elige no creer. Prefieren seguir adelante como si la evidencia no fuera flagrante. Sólo un pequeño grupo de alumnes decide tomar cartas en el asunto y empezar a entrenar para resistir. La escuela se vuelve un lugar difícil y oscuro: es tomada por la derecha más conservadora y aparecen los castigos corporales y las nuevas reglas que lo prohíben todo. Hasta que Voldemort puede volver al ruedo con todo su poder. Tiene su ejército de magos del mal y tiene su varita mágica. Sólo le queda destruir al último escollo: Harry, el niño que sobrevivió. Porque la historia que sobrevivió también debe morir para que Voldemort sea el amo del mundo.

Pero si todo esto no fuera suficiente para presentar mi caso, hay algo más: cuando volvió la luz después de la noche más oscura (ambas metáforas usadas tanto en el libro como en nuestro país para hablar de la democracia y la dictadura), el mundo mágico era un mundo horrible pero sin Voldemort: el Ministerio que oficia de gobierno es un nido de burócratas y represores; la escuela una oda a la meritocracia y a la competencia, los ricos abusan de los pobres y los pobres se avergüenzan de serlo; los medios de comunicación mienten, tergiversan y manipulan a la gente sin sufrir siquiera la más leve amonestación. ¿Quién querría defender un mundo así?

 

Lo dicho: Harry Potter es argentino, qué duda cabe. Y todes nosotres somos artistas de la magia por sobrevivir en un mundo tan hostil.