“Lo hice porque en Francia no me conocía nadie y quería hacerme ver”, explicó Javier Martínez. Después de la reunión de Manal a principios de los '80, el baterista se mudó al país galo, donde ya había vivido en la década anterior. Pero esta vez, a diferencia de la anterior, no estaba en París, sino en Saint-Mandrier-sur-Mer, un pueblo de cinco mil habitantes sobre la Costa Azul, cerca de Toulon.

Corría el año 1985 cuando a Martínez se le ocurrió una idea poco frecuente: establecer el récord mundial de resistencia en batería. Se lo comentó a Philippe Bali, su amigo y manager, y éste le respondió: “Me parece bien, los franceses no se sorprenden de nada; ya tuvieron dos guerras mundiales, ¿qué les puede llamar la atención? Quizás ésta sea una posibilidad”. En efecto, fueron a presentar el proyecto a la Municipalidad de Toulon, donde Bali tenía un conocido, quien les contestó: “Está bien, es original. Nunca se le ocurrió a nadie”.

El Municipio propuso un lugar alucinante: el Fort Faron, ubicado encima del monte del mismo nombre. Entonces Javier se entrenó especialmente para ese reto y preparó una dieta en base a “bebidas sanas, nada de alcohol, y frutas secas para aumentar la resistencia, con mucha vitamina E”. Y, en simultáneo, convocó a músicos de todos lados para que fueran rotando en el acompañamiento que necesitaba.

“Pero los rockeros solo vinieron a mostrarse en público”, dijo con desdén”. “En cambio, los que más se aguantaban el trajín fueron los jazzeros, quienes vinieron por la música y además se animaban a tocar brasileño, que yo lo hago muy bien, y ritmos del Caribe como la rumba, el cha cha cha o la sombra brasileña. ¡Les gustaba eso más que el swing!”, recordó Martínez, nacido en Berazategui pero habitante del mundo.

Durante 41 horas y media, Javier tocó rock, blues, jazz, canciones francesas. El repertorio era amplio y ecléctico. “¡Había un montón de gente! A la noche se iban todos, obvio, pero yo seguía solo, jaja. Obviamente con los músicos. Los que más se la bancaron fueron los tecladistas”, especificó. “Lo hicimos y fue un éxito. Vino la televisión de Mónaco y todavía tengo los recortes de los diarios que publicaron la noticia”. Cualquiera se preguntaría algo elemental: ¿Cómo hacía para ir al baño? “Paraba diez minutos por hora para tomar algo, descansar o, claro ir al toilette. ¡Las reglas las puse yo, si era un invento mío, jaja! Eso sí: no dormí, eh”.

A diferencia de lo que se podría suponer, el más complicado de los dos días fue el primero. “Para el segundo ya tenés una adrenalina del carajo, la musculatura caliente y querés seguir, no te para nadie”, aseguró. Aunque en la primera noche casi se aborta el plan: “Estábamos en la parte de arriba de la fortaleza y yo tenía un techito… pero en un momento se largó un viento de la san puta y tuvimos que clavar los pies de la bata al piso para que no se volaran, porque la tormenta podía embolsar los platos”.

Además de la necesidad de hacerse ver, Javier Martínez encontró inspiración en otro hecho que le produjo irritación: “Había surgido la caja de ritmo, la batería electrónica, y yo, como baterista, me sentía agredido por eso. Me pareció horrible. Lo odié ¡Me indignaba!”, barruntó. “¿Cómo vas a hacer que una batería suene sola tocando un botón? Nunca una máquina podrá reemplazar a un ser humano. Me pareció una monstruosidad, una cosa de mal gusto…¡una cagada!”, profundizó. “Por eso también es que decidí hacer esa prueba de resistencia”.

Once mil kilómetros al sur y trece años después, Javier volvió sobre su propio récord… para superarlo. Esta vez, la excusa fue la presentación de su disco “Swing” (años después rebautizado “Basta de boludos”). Lo hizo en el quincho del Vilas Raquet, club que el tenista supo tener en los Bosques de Palermo.

Para esa ocasión contó con invitados conocidos del rock argentino como Oscar Moro, Rodolfo García, Willy Crook, Patán Vidal, Juanse y Fabiana Cantilo. “¡Hasta Guillermo Vilas tocó! Vino a mirar, le dije que subiera y no quería, pero hizo un par de temas y demostró que se la bancaba”, lo reivindicó Martínez. “Ahí toqué 48 horas, llegué a los dos días consecutivos. ¡Batí mi propio récord!”, dijo. Y aportó un dato que ahora deberá ser rastreado por coleccionistas y buscadores de tesoros: “Se grabaron de ese evento 16 horas que algún día me gustaría que se editaran”.