Beatriz Vignoli arremete contrarrestando la crisis nacional, publicando y haciendo cultura en talleres literarios, eventos, talleres de sueños, o en este diario. Dos libros suyos editados este año ya están en la calle. Podré recordarte sin que me interrumpas (Obituarios reunidos 2013-2023), se presentará el próximo sábado 18 de mayo a las 19 en la peluquería-biblioteca Cuidamos tu cabello (Riobamba 1387). Canción de la derrota (Ensayos reunidos 1990-2023), será presentado por Marcelo Britos y Magdalena Aliau el 6 de junio en Oliva Libros (Entre Ríos 579).

En ambos libros, el grueso del material reunido fue publicado antes en Rosario/12. En Canción de la derrota también hay textos inéditos, publicados en otros medios o que se dieron a conocer en formatos como la performance, el volante o la ponencia. “Canción de la derrota”, el texto que le da el título, tiene una potencia inigualable. Después de la lectura uno sale menos derrotado. Las fotos de solapa de ambos volúmenes son obra de Maximiliano Conforti, con estilos distintos, relacionados con los temas de cada libro.

Dos libros, dos editoriales distintas, pero ambos tienen en común el archivo. Podré recordarte sin que me interrumpas fue publicado en Buenos Aires por la editorial La Gran Nilson, que dirige Alejandra Correa. Se incluye al final un código QR que abre un portal al blog donde se reúnen obituarios que quedaron fuera del papel. Canción de la derrota es su primer libro de ensayos, abarcando un arco de 33 años de trabajo. Fue publicado por la nueva editorial santafesina Siete Vidas Ediciones, dirigida por Patricio Bordes, con base en San José del Rincón. El libro de Beatriz Vignoli sería el segundo título de la editorial ya que el primero fue La muerte de César Aira, de Francisco Bitar.

—No es fácil llevar un trabajo como el obituario a un libro, por lo periodístico en sí y por el dolor de las pérdidas. ¿Cómo fue componer un libro con este género?

—El obituario es una nota que uno publica cuando muere una persona. Hay un prólogo muy breve que escribo, donde explico lo que serían mis propias reglas para ese género. Se trata de honrar la memoria de la persona, de rescatar algo singular como qué se perdió con esa persona. También destacar su obra para preservarla del olvido y que quienes la conocimos, podamos recordarla y quienes no la conocieron, por lo menos tengan alguna noticia de su paso por este mundo y de por qué es importante recordarla.

—Entiendo que recurriste a un poema de tu obra para el título, ¿no?

—Sí. “Podré recordarte sin que me interrumpas”, es un verso de un poema mío que se encuentra en Viernes, mi poesía reunida 1979-2022. Pertenece al libro Tálamo, que por ahora no tiene existencia material por fuera de Viernes. El poema se llama “Fin” y está escrito pensando en mi hermana Adriana, que falleció en 2013. El primer obituario es el de ella, es el que inicia esta serie de 10 años. El poema abre el libro junto con una lista, “por orden de desaparición”, de las 23 personas a las que rindo homenaje.

—En el prefacio de Podré recordarte sin que me interrumpas, hay un párrafo determinante y muy claro: “Las notas más tradicionalmente periodísticas del conjunto atravesaron un proceso de edición con el que traté de librarlas de lo que no fuese estrictamente mi escritura: condolencias ajenas, datos copiados, anécdotas irrelevantes, fórmulas huecas, rellenos en general. El género del obituario bordea la cursilería, pero pierde dignidad si se zambulle en ella. Buscar el equilibrio entre el recato y la expresión de la pena, tal el arte de su tono”. Beatriz, ¿podrán recordarte sin que los interrumpas?

—Posiblemente. En el libro de los obituarios, abren y cierran dos artistas que de alguna manera representan al artista del siglo veinte. Que ya no podían vivir en este mundo que les pide tantas otras cosas además de hacer su arte: saber manejar Instagram, una cámara y saber hacer un buen video con un buen speech. Porque tanto Adriana Vignoli como Rubén Winkler eran artistas abocados al 100 por ciento a su creación, a su pensamiento, a su experiencia, a su vida subjetiva. Era ese cacharro, o esa escultura, o esa forma que traían al mundo y nada más. Eso era todo, el arte y la vida eran equivalentes exactos.

La lista de homenajeados se completa con los poetas Fabricio Simeoni, Hugo Padeletti, Mirta Rosenberg, Gilda Di Crosta, Fernando Callero, Claudia Caisso, Estela Figueroa y Hugo Diz; los poetas y músicos Leonard Cohen y Rosario Bléfari; la escritora Angélica Gorodischer, el periodista Gerardo Rozín, los editores Poli Laborde, Liliana Ruiz y Valentina Rebasa, el traductor y docente Ernesto Postiglione y los artistas Raúl “Negro” Gómez, Julián “Vasco” Usandizaga, Mele Bruniard, Eduardo Serón y Carlos Andreozzi.

—Al respecto de Canción de la derrota, entiendo que hiciste un gran trabajo junto a Patricio Bordes.

 

—El título fue discutido entre Patricio Bordes y yo. Ganó el editor, como suele suceder, porque es el que sabe cómo hacer circular los libros. “¿No te parece un título demasiado bajón?”, le dije. Pero él tiene experiencia, dirigía la Editorial Biblioteca de La Vigil recuperada, y antes integró la editorial cooperativa Puño y Letra. “Canción de la derrota” es el título de uno de los textos, publicado en la sección Contratapa de Rosario/12 cuando Argentina quedó afuera del Mundial 1994. Y hoy se resignifica. El archivo proveyó un corpus bastante extenso y fuimos filtrando. En ese conjunto aparecieron inéditos. Los escribía pensando en enviar al artículo a alguna revista y quedaban en los cajones. Los textos elegidos no son reseñas, se trata de una deriva de pensamiento que va fluyendo a través de la prosa. Todos tienen eso en común. Algunos son más narrativos. Uno de ellos formó parte de una obra de arte: fue leído como performance y circuló como volante de mano en mano en el año ‘90, como parte de una obra colectiva del grupo Rozarte. Se llamaba "Recuerdo de la Argentina", e incluía otras acciones: un cartel, una placa, un árbol, pegatinas. Tengo el volante original. Hay una ponencia de la Bienal Tomarte, también del año ’90. Otro salió publicado en el suplemento Grandes Líneas del diario El Ciudadano, a fines de los ‘90. También aquí hay una despedida al siglo veinte.