Según una encuesta de Giaccobe&Asociados que circula en estos momentos por altas esferas de Cambiemos, el 49,5% de la opinión pública considera que el caso Maldonado forma parte de una operación kirchnerista para desprestigiar a Macri. Un 62,5% cree que el Ejecutivo está haciendo lo posible por esclarecer el tema y un 70% estima que los mapuches son violentos. 

Al mismo tiempo, y de manera no contradictoria, Luciano Galup publicó en El País que en el último mes fueron más de 2.220.000 los twits que se preguntaron por Santiago Maldonado, en un contexto en el que el Gobierno y los medios habían decidido callar. 

Un estudio desarrollado por el Observatorio de Medios de la Universidad Maza halló que la campaña 2.0 por #Maldonado fue determinante para la presencia del caso en los principales diarios on line argentinos, los cuales, a partir del impulso en las redes, quintuplicaron la cobertura respecto de la semana inmediata anterior. No obstante, la proclama virtual no fue la única capaz de mover la aguja mediática: una semana después, el pedido por Santiago en las plazas multiplicó por dos la cobertura respecto del pico 2.0. Al mismo tiempo, la valoración negativa de los actores sociales vinculados al reclamo se triplicó en las homes.

El pedido por Santiago y su negación confrontan sentidos en el espacio público. Diversos análisis fueron publicados al respecto y una hipótesis parece imponerse: los medios tradicionales, incapaces de establecer la agenda pública, evidencian con Maldonado la defunción total de su poder de fuego. Las redes, en cambio, serían el lugar en el que la discusión discurre y en donde los ciudadanos ejercen soberanía, en una relación desintermediada con fuentes y Estado.

Las industrias culturales, de las cuales medios tradicionales y redes forman parte, se caracterizan por un doble carácter. Si en primer lugar son importantes para la reproducción del capital –representan alrededor del 3% del PBI mundial–, no es menos trascendente su función simbólica, rol de reproducción ideológica que desempeñan por definición. 

Uno de los principales apotegmas de los estudios críticos sobre medios sostiene que la industria de la cultura actúa como un sistema. Es decir, los estereotipos que crea para una de sus ramas se distribuyen también por las restantes. 

Concebidos de este modo, medios y redes no deberían ser analizados de manera contrapuesta. La creciente incapacidad de los primeros de fijar agenda no debe confundirse con su total impotencia y no nos debiera hacer olvidar algunas preguntas: ¿qué significa el poder de los medios, cómo discurre en las redes; y qué consecuencias sociales acarrea?

El caso Maldonado evidencia que una serie de estereotipos conservadores y neofascistas están operando exitosamente en el imaginario social. Resulta verosímil pensar que esos discursos habitan ciertas mentes desde tiempos inmemoriales. Y no es menos verosímil que estos fueron reactualizados a través de novedosos dispositivos y plataformas. Editorialistas, trolls, bots, televidentes y cibernautas disputan enfoques, aunque si la encuesta del comienzo coincidiera con el estado de la opinión pública, estos evidencian una actualización del “algo habrá hecho”, versión siglo XXI. 

Si bien en las comunidades virtuales la mayoría pidió por #Maldonado, las redes sociales, aunque se le parezcan, no deben confundirse con la opinión pública. Como señala Ernesto Calvo, son cámaras de eco, espacios fuertemente jerárquicos que nos devuelven un discurso similar al que propalamos y en los que los medios tradicionales también juegan.  

Millennials, nativos digitales y analfabetos virtuales habitan el nuevo espacio público 2.0. Adhieren y resisten, como también supieron hacerlo en la época de oro de los medios masivos ¿o acaso la capacidad de resistencia al discurso dominante nació con internet? 

La opinión pública, sostiene Noelle Neumann, se construye a partir de un espiral en el que solemos callar aquello que percibimos como minoritario. El punto es que los cientos de miles de posteos por Maldonado podrían ser sólo una sensación de mayoría. Entre otras cosas, porque los silencios sobre el caso son difíciles de cuantificar.

Como parte de las industrias culturales, medios y redes cumplen, contradictoriamente, con su doble función: reproducir dividendos e ideas. En este punto, recuperar para el análisis comunicacional la noción de poder no estaría nada mal. Nos devolvería la certeza de que los medios tradicionales, se sabe, nunca fueron tan potentes; y las redes, en tanto, tampoco constituyen un hábitat prístino de plena ciudadanía. Son nuevas arenas de disputa en las que el poder real juega. Y juega fuerte.   

* Doctor en Ciencias Sociales, Incihusa, Conicet.