Alina Sánchez, médica internacionalista nacida en Argentina, cayó como mártir en Kurdistán, el 17 de marzo, como consecuencia de un accidente automovilístico. Así se informó en un comunicado de las Unidades de Protección de las Mujeres (YPJ) de Kurdistán. Quienes la conocieron, se preguntan todavía con incredulidad sobre el viaje de la amiga y compañera ¿de qué accidente se trata? “Accidentes” como el que sufrió Alina, son consecuencia de estos tiempos en los que detenerse o atrasarse puede costar vidas. Tal vez el accidente sea el silencio que rodea a la guerra de Turquía y de Erdogan contra el pueblo kurdo en Afrin y en diferentes territorios. Tal vez sea la indiferencia de los gobiernos y la insuficiente respuesta de los pueblos, ante este nuevo genocidio turco. Tal vez lo accidental, en un mundo sembrado de un egoísmo y un individualismo profundos –a la medida del patriarcado capitalista que lo modela–, sea la insurgencia de corazones libres que desafían la indiferencia, y hacen revoluciones que enamoran a quienes buscan como Alina, no la ganancia acumulada sobre la base de la destrucción y de la muerte, sino la belleza de la vida.
Las amigas de la Academia de “Jineolojî” (“ciencia de las mujeres” en kurdo), recordaron que Alina “trataba y cuidaba a sus compañeros/as que fueron heridos en la guerra, con gran amor y respeto. Ella les inspiraba para que cuidaran su salud y obtuvieran nuevas fuerzas para continuar con sus vidas y luchas bajo las nuevas circunstancias”. Pero la tarea central en la que estaba empeñada, era la creación de un sistema de salud alternativo.
Alina era conocida en Kurdistán como Lêgerîn, que en kurdo significa “búsqueda”. Dicen sus amigas: “Era un nombre muy adecuado para ella, porque su vida ha sido una constante búsqueda de libertad y justicia”.
Alina nació y vivió su infancia en San Martín de los Andes, Neuquén, y creció en Córdoba. Estudió Medicina en Cuba. Cayó en Kurdistán. Un viaje entre continentes y mundos en el que fue naciendo la “internacionalista” Lêgerîn. También en Córdoba creció Ernesto Guevara, que se hizo internacionalista en la Revolución Cubana, pasando de la experiencia de la medicina individual a la búsqueda de aliviar los dolores estructurales de nuestros pueblos. En el comunicado de las YPJ resaltan que Lêgerîn “provenía del país del Che Guevara, en donde creció en una cultura de la revolución”, y por eso “se unió a la revolución de Rojava”. Dicen que Alina “siempre quiso estar en los primeros frentes en la batalla. Ella estaba llena de una gran moral y entusiasmo revolucionarios”.
Patricia Gregorini, mamá de Alina la revive: “Alina era vida, alegría, y tenía necesidad de contagiarla”. Había estudiado Antropología, pero se le abrió la posibilidad de estudiar Medicina en Cuba y ahí fue, buscando revoluciones y saberes, y haciendo amistades fidelísimas. “La relación entre nosotras fue muy fuerte. Tan fuerte que yo todavía la tengo adentro, y va a pasar tiempo para que vea que afuera no la voy a encontrar”.
“¿Por qué ir tan lejos?”, le preguntaban con insistencia familiares y amigas, cuando ella mostraba en el mapa dónde queda Kurdistán. “Ahí hay una revolución”, repetía Alina. “La revolución me dio la oportunidad de vivirla, me eligió, y yo acepté. La revolución me enamoró”.
Cada vez que regresaba a la Argentina, en diálogos con distintos movimientos, explicaba pacientemente cómo era esa revolución de las mujeres. Relataba la historia de Kurdistán, con una sonrisa que parecía ser de sorpresa frente a las distancias, pero también a las cercanías de las experiencias humanas. Era humilde, firme, tierna pedagoga de la revolución y del ejemplo. Muy alejada de cualquier dogma, vivía como una travesura ensayar respuestas que lejos de ir rápidamente al tema preguntado, buscaban historizarlo.
Alina era una sanadora no sólo de las heridas de la guerra, sino de las heridas que producen todas las violencias en los cuerpos de las mujeres. Revolucionaria, feminista, internacionalista, interpelaba al feminismo que no se dedicara a la tarea de cambiar al mundo, a revolucionarlo todo, para terminar con el patriarcado capitalista y colonial.
En un taller de educación popular, explicando el sistema de salud alternativo que intentan crear en Rojava, Alina compartía: “En el primer año de autonomía, la mayoría de los médicos se fueron para Europa. Pasó como en Cuba. Los hospitales estaban destruidos. En esa situación empezamos a trabajar con las asambleas populares. Para nosotras es vital poder construir salitas en los barrios, que las mujeres que están en el campo, que trabajan con plantas, puedan traer esos conocimientos al sistema de educación. Nosotras no vemos separado el área militar del sector civil. Es la misma población, a través de las Asambleas Populares, la que tiene que encargarse de cuidar a sus heridos. Ahora la gente entendió que son “sus” heridos, que las fuerzas de autodefensa son parte del pueblo. En cada barrio está organizada la autodefensa, y este proceso va transformando a toda la población. Incluso a los médicos que son los mayores representantes del positivismo y del poder del Estado nación”.
Un año atrás, cuando se cumplía el primer año del crimen de Berta Cáceres, Alina recordó en un homenaje que le realizaron las Feministas del Abya Yala, que se había conocido con Berta en los cruces de caminos mágicos que las “brujas” realizan en las vidas breves. Sabía que Berta quería ir a Kurdistán. Sabía que las guerrilleras kurdas, en las montañas, la nombraban y reconocían a la líder lenca hondureña. El puente estaba tendido. Puentes que se hacen así, con experiencias intensas, amando lo que los pueblos rebeldes crean, cuidan, defienden, en sólidas complicidades tejidas por mujeres desobedientes de los mandatos ordenadores del mundo.
El 24 de marzo, en el acto realizado en la Plaza de Mayo por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, se le realizó un homenaje. En el escenario donde estaban Nora Cortiñas, Adolfo Pérez Esquivel, integrantes de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y de diversas organizaciones políticas y sociales –invisibilizadas por los medios de comunicación hegemónicos–, la multitud gritó a coro: “compañera Alina Sánchez: ¡presente!”. Alina regresaba fugazmente a esta tierra, para abrazarse con los y las 30.000, desde su experiencia internacionalista, integrada en la revolución de las mujeres de Kurdistán. A exigir con su presencia ausente, que podamos seguir tendiendo el puente en el que se escriba alto “Paz para Afrin”, con actos concretos. Ese puente en el que hoy danzan los y las 30.000, las caídas en todos los continentes, con Berta, Alina, Sakine, Marielle, reinventando las revoluciones feministas. Compañeras que nadie, ni la muerte, las pueden arrebatar de la historia y de los horizontes que habitamos.