Manes camina apurado, se ríe con todos los dientes, habla con las manos y conecta ideas a la velocidad de la luz. Es médico (UBA), Magister en Filosofía y Doctor en Ciencias en la Universidad de Cambridge(Inglaterra). En 2001, tras una robusta formación en el exterior,regresó al país para establecer el Departamento de Neurología Cognitiva y Neurociencias Cognitivas Humanas en la Fundación Fleni. Más tarde creó el Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Es Investigador Principal del Conicet y ha publicado más de 200 trabajos científicos en revistas extranjeras. 

También escribió libros entre los que se destacan Usar el Cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor, El Cerebro Argentino y su material más reciente El cerebro del futuro, todos en coautoría con Mateo Niro. En esta oportunidad, recorre su infancia en el pueblo de Salto, describe las potencialidades y los límites de las neurociencias, argumenta por qué la sociedad debe superar la grieta y señala por qué el gobierno debe apostar a la salud, la educación, la ciencia y la tecnología, y no preocuparse tanto por la coyuntura de los dólares y la inflación. 

–A los catorce años ya era todo un referente, presidente del centro de estudiantes en el colegio del pueblo.

–Era el regreso a la democracia y había que organizar el centro de estudiantes. En el discurso de 1985, que aún conservo, invitaba a mis compañeros a estar muy atentos para impedir el regreso de la dictadura en el futuro. No solo nos propusimos resolver los problemas de la escuela sino también ayudar a los más vulnerables, trabajar en el territorio e involucrar a los jóvenes en el compromiso con la democracia. Cuando llegué a Buenos Aires no participé en Franja Morada porque estaba muy concentrado en mi carrera. De hecho, me recibí a los 23 años. 

–Muy rápido. ¿Medicina por su papá? 

–Sí, mi padre era médico rural y su ejemplo fue clave. Sin embargo, como siempre fui una persona extrovertida y en Salto era bastante popular, mi meta era conseguir objetivos en campos que no dependieran exclusivamente de mi personalidad. Pronto, advertí que ese desafío era la ciencia, ya que allí no importa tanto la sonrisa y la empatía sino el talento para pensar sobre lo que nadie se detuvo antes. 

–¿Y por qué las neurociencias?

–El enamoramiento comenzó temprano. Durante el primer año cursé neuroanatomía y conocí a Tomás Mascitti, un profesor carismático y bien formado en el exterior. Me atrajo su personalidad porque era un científico comprometido con el progreso del país. Entonces, mis días como estudiante transcurrían entre las clases y el laboratorio, de modo que al recibirme ya contaba con varias publicaciones en revistas científicas. 

–Más tarde siguió en el exterior.

–Sí, estuve en EE.UU. e Inglaterra y me especialicé en neurociencias cognitivas: el estudio científico de los procesos cerebrales. Allí observé que la disciplina constituía un ámbito pujante, mientras que en Argentina no se hablaba demasiado al respecto. Cuando volví en 2001 había grandes referentes en escuelas de neurología y psiquiatría, se investigaba en profundidad cómo actuaba la memoria en animales pero no había un grupo multidisciplinario que estudiase los procesos cerebrales humanos, es decir, cómo decidimos, de qué manera nuestras emociones se vinculan con las conductas, cómo se gesta la creatividad, cómo se modifica la memoria y qué ocurre durante el olvido. Me propuse impulsar este espacio y lo cumplí desde las fundaciones Fleni, Ineco y Favaloro. 

–El Conicet de 2001 no era, precisamente, una época de oro...

–Fueron honestos, me dijeron que les interesaba pero que no tenían presupuesto para ayudarme. Ahora trabajamos junto al MinCyT y el Conicet, pero fue difícil la tarea de ubicar al país en el mapa de las neurociencias cognitivas desde el sector privado. Fue una política que creció por iniciativa de nuestro equipo y hoy constituye un campo disciplinar de reconocimiento internacional. ¿Cómo iba a conseguir fondos si nadie sabía de qué se trataba el asunto? No pretendía vender la “fórmula Manes”, pero sí contagiar mi interés por la ciencia y la salud.

–Hoy explotan las neurociencias cognitivas. El peligro de catalogarlas como una moda es que su éxito puede ser pasajero.

–El estudio científico de los procesos mentales avanzó del mismo modo que lo hicieron otras áreas como la cardiología o la traumatología. Aunque aquí no existía una tradición de las neurociencias cognitivas, tal vez por la influencia del psicoanálisis. En el mundo protagonizaba la agenda científica desde hacía mucho tiempo. Sin ir más lejos, Barack Obama colocó a las neurociencias como una de las prioridades de su gobierno. 

–Sin embargo, hay mucho marketing alrededor. Existen múltiples discursos reduccionistas y celebratorios. Como si las personas solo fueran “cerebros con patas”.

–Que haya un sector minoritario que no pertenece a la academia que utiliza a las neurociencias y su prestigio como marketing es algo que no me compete. De la misma manera que existen malos abogados o malas arquitectas, existen malos científicos. Por eso es importante que cada vez que una persona informa sobre el funcionamiento del cerebro, el público pueda conocer desde dónde construye su discurso, desde qué universidad, cuál es su filiación y cuáles son sus publicaciones. Chantas hay en todos lados, no solo en Argentina. Si un familiar tiene un cáncer intentaremos recurrir a los mejores avances. Negar el progreso de las ciencias del cerebro es negar la modernidad. Las enfermedades cerebrales constituyen un problema de salud pública y, en este sentido, las investigaciones han contribuído para que millones de pacientes con Alzheimer, Parkinson y Esclerosis Múltiple vivan mejor. 

–Las potencialidades están muy claras. ¿Cuáles son sus límites?

–Las neurociencias constituyen una herramienta muy valiosa en múltiples campos, como la educación y la justicia, pero ello no quiere decir que los programas pedagógicos y los juicios sean resueltos por neurocientíficos. No obstante, sería bueno que los expertos de esas áreas reconocieran que el contacto humano es irreemplazable en los procesos de aprendizaje, mientras que la memoria de los testigos se recrea cada vez que se evoca.

–¿Y la disputa con el psicoanálisis?

–No hay tal disputa. Cada individuo asume experiencias a lo largo de su vida y crea esquemas mentales. Todo lo que no coincide con nuestros esquemas lo desechamos: seguimos en twitter a los que piensan como nosotros y leemos los diarios que coinciden con nuestras ideas. Bajo esta premisa, a veces, es necesario hacer un esfuerzo y escuchar al otro. Desde mi perspectiva, Freud fue un genio. El psicoanálisis nos brinda pistas muy valiosas para estudiar el cerebro, pero también creo que debería testear más sus intuiciones, del mismo modo que la ciencia podría beneficiarse más de sus contribuciones.

La divulgación como arma política

–También se destaca como divulgador. ¿Por qué es importante comunicar ciencia?

–El científico debe publicar en las mejores revistas, formar jóvenes, conseguir fuentes de dinero para que los laboratorios funcionen y divulgar sus avances. Siempre pensé que debíamos salir de la torre de marfil, con más razón si la educación pública y los desarrollos científicos son sostenidos por los argentinos mediante sus impuestos. En las neurociencias es fundamental la comunicación a un público masivo porque los mismos desarrollos que ayudan a los pacientes cuadripléjicos a mover extremidades, podrían servir para las guerras del futuro. Hoy el Ministerio de Defensa de EE.UU. invierte mucho dinero en neurociencias. La sociedad debe comprender y seguir de cerca estos  dilemas. 

–Argentina debería democratizar las condiciones de acceso al conocimiento pero tenemos una sociedad muy desigual. ¿Cómo se aprenden ecuaciones con la panza vacía?

–Debemos convencernos de que en un país tan desigual es urgente invertir en salud pública, educación de calidad, ciencia, tecnología e innovación. Además, paradójicamente, aunque vivimos en una nación que debería poder alimentar a poblaciones inmensas, cuatro de cada diez niños enfrenta problemas de malnutrición (anemia, déficit de vitaminas, desnutrición, obesidad) y todo ello impacta en el cerebro y en la capacidad de atención. La mitad de los adolescentes vive en la pobreza y se  genera un estrés cognitivo crónico. 

–¿Cómo convencer a los políticos sobre la importancia de estos temas para el desarrollo del país?

–Te lo explico con una analogía. Los hospitales tienen guardias donde los médicos realizan el trabajo más duro y atienden la emergencia, pero también hay áreas de prevención, investigación, maternidad y clínica-médica. Si Argentina fuera un hospital, estaría estacionada en la guardia, en la medida en que siempre resuelve la coyuntura y el obstáculo cotidiano. Es la sociedad la que debe priorizar estos temas, ya que un país que no invierte en la gente jamás tendrá un sistema económico sustentable a largo plazo. La pobreza es un conflicto multidimensional y la ciencia puede contribuir a disminuir la brecha. 

–En Argentina tuvimos gobiernos que recientemente se preocuparon por promover la educación y la ciencia y la tecnología.

–Los que fundaron la escuela pública lo hicieron. Un grupo de estadistas que, nos guste o no, pensaron el futuro de la nación. El país pasó de tener el 78 por ciento de analfabetos a fines del siglo XIX, a tener menos que Italia y España en 1947. Hay que construir a futuro porque de lo contrario siempre vamos a ser víctimas de “veranitos económicos” que duran poco. Esto hay que hacerlo de cualquier manera: desde el peronismo, el radicalismo o el macrismo.

–¿Le gustaría participar de la política?

–Al asumir, María Eugenia Vidal se comunicó conmigo para ver cómo podía colaborar en su espacio. Lo hice a partir de un informe que reflejó el aporte de las neurociencias cognitivas para pensar la pobreza. Mi contribución fue como técnico, ad honorem, junto a un equipo de científicos pero sin incorporarme a su gobierno. Luego, me ofreció la candidatura pero le expliqué que mi rol en este momento es contribuir como médico y científico desde la sociedad. Hoy prefiero la independencia  política porque estoy convencido de que la grieta obstaculiza el  desarrollo. 

–Por otra parte, tenía vínculos con Ernesto Sanz.

–Tengo relaciones con todos los sectores políticos. Hace cinco años que recorro el país, pueblo por pueblo. No me importa quien haga el cambio, pero estoy convencido de que hay que hacerlo. La salud, la educación, la ciencia y tecnología deberían constituir políticas de Estado, pero no nos pondremos de acuerdo si no bajamos dos o tres niveles la tensión por la grieta. 

–Nuestro sistema científico y tecnológico sufrió golpes muy duros. Gran parte de la comunidad reclama los ajustes presupuestarios desde 2016. 

–Hoy la inversión en ciencia y tecnología es del 0,6% del PBI, y pienso que hay que llevarla por lo menos al tres. La promesa de campaña de Cambiemos fue conquistar el 1,5 por ciento. Sin embargo, no solo se requiere del apoyo del Estado sino también se debe incrementar el presupuesto aportado por el sector privado. Si no hay presión social vamos a ser algunos miles, los mismos de siempre, luchando por cambiar las cosas. Tenemos que lograr que el verdulero de Santiago del Estero, el tractorista de Viedma y la oficinista de Rosario comprendan que el futuro de nuestros hijos y el desarrollo productivo del país depende de la inversión en estas áreas prioritarias.

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