Los últimos dos años han sido de retroceso para las izquierdas en la región. El triunfo de Macri en Argentina, el impeachment a Rousseff en Brasil y la llegada de Temer, el distanciamiento entre Correa y Moreno en Ecuador, y el reciente triunfo de Duque en Colombia –a pesar del prometedor desempeño de la izquierda encolumnada detrás de Petro– no proyectan perspectivas alentadoras para las izquierdas de América Latina. A su vez, la profunda crisis que experimenta el gobierno de Maduro en Venezuela es una vidriera negativa ampliamente explotada por las derechas regionales con el argumento de que cualquier gobierno progresista con aspiraciones transformadoras vendría a caer en una debacle económica y política que llevaría a la destrucción.
Sin embargo, en México las encuestas indican hace tiempo sobre la posibilidad de que un candidato de izquierda llegue a la presidencia el 1 de julio. Luego de varios intentos fallidos, al igual que Lula en Brasil, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue moderando su programa político, hasta aparecer como aceptable ante distintos sectores del establishment, desmontando las acusaciones de que llevaría al país al “populismo”. Sus alianzas con políticos tradicionales, e incluso con un partido evangélico, resultaron necesarias para encolumnar fuerzas y obtener apoyo a su candidatura. También, sus guiños al empresariado y al mercado de que habrá transformaciones a la vez que continuidad en el rumbo económico, con la preservación del Nafta (Tratado de Libre Comercio norteamericano).
El problema de seguridad y narcotráfico que sufre el país, así como la presencia beligerante de Donald Trump en Estados Unidos, han ayudado sin dudas a las proyecciones de AMLO, como ha destacado el periodista John Lee Anderson.
Como eje fundamental de su campaña, AMLO establece una distinción entre su programa de renovación y la “mafia del poder”. En estas condiciones de profundo descrédito en que se encuentra sumida la clase política tradicional tras el gobierno de Enrique Peña Nieto y las alternancias neoliberales entre el PRI y el PAN, la honestidad y promesas de cambio de López Obrador son vistas como un rasgo positivo que lo diferencia del resto de la clase política.
Este aspecto es común a los nuevos liderazgos de la izquierda que han surgido en los últimos años y marca un punto que deberá ser tenido en cuenta. Tanto Bernard Sanders en Estados Unidos como Jeremy Corbyn en Inglaterra hicieron de la defensa de la austeridad y la honestidad personal una bandera que los diferencia frente a los gastos millonarios de la clase política tradicional. La prédica de transformación, acompañada de la práctica y la demostración de la austeridad personal, les permitió restaurar la confianza ante un electorado desencantado y sufriente de que “otro mundo es posible”. Estos líderes han apuntado también a la captura de la democracia por parte de una elite enriquecida de Wall Street o han señalado la necesidad de una democracia “for the many, not the few” (“para los muchos, no para pocos”).
Así, la honestidad de los candidatos y formaciones partidarias, así como la apelación a las expectativas insatisfechas de las mayorías, aparecen como banderas fundamentales para la regeneración de la izquierda a nivel internacional, que debe tender hacia una agenda común en paralelo con la globalización de la pobreza, la concentración de la riqueza y el consecuente crecimiento de la polarización social.
Así, la probable victoria de López Obrador podría servir como un nuevo puntapié para volver a unir las energías dispersas de la izquierda latinoamericana de los últimos años, evaluando posibilidades de regeneración que den lugar a nuevas articulaciones de agenda regional e internacional.
* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Iealc)