“El cambio climático nos sigue pasando factura”, había declarado el presidente Mauricio Macri, en conferencia de prensa, al referirse al drama de las inundaciones. Los especialistas opinan otra cosa, y no simplifican.
La deforestación y el monocultivo tienen un peso determinante en los océanos que se forman en las llanuras, y sostienen que las soluciones pasan, más que por las obras hidráulicas, por la planificación del uso del suelo. “Es fácil echarle la culpa al cambio climático, que existe y no lo minimizo, pero no tenemos evidencia clara de que estas lluvias sean particularmente distintas a las del pasado. De lo que estamos seguros, es que el uso que hacemos del suelo es distinto”, sostuvo el ingeniero agrónomo e investigador Principal de Conicet, José Paruelo.
Un informe del Banco Mundial, de septiembre de 2016, señaló que “entre 2001 y 2014 la Argentina perdió más del 12 por ciento de sus zonas forestales, lo que equivale a perder un bosque del tamaño de un campo de fútbol cada minuto”, a lo que se suman “los efectos de la agricultura industrial”.
El estudio concluye que “las inundaciones son el mayor desastre natural que amenaza a la Argentina, y representan el 60 por ciento de los desastres naturales y el 95 por ciento de los daños económicos”.
Por otra parte, un estudio publicado, en el portal Sobre La Tierra, por el investigador del Conicet en el laboratorio de Grupo de Estudios Ambientales (GEA) de la Universidad Nacional de San Luis, Esteban Jobbágy, sostiene que “varias zonas de la llanura donde no existen registros históricos de anegamientos masivos comenzaron a exhibirlos en los últimos cinco años. Por ejemplo, más del 25 por ciento de la región centro-este de Córdoba, cuyas tierras –originalmente pastizales– se encontraban entre las más fértiles del país, hoy está bajo el agua. En la localidad de Marcos Juárez, los niveles freáticos medidos por el INTA vienen trepando desde 11 metros de profundidad (1970) hasta 1 metro (2016)”, y agrega que “más al norte, la localidad de Bandera (Santiago del Estero), uno de los focos agrícolas más antiguos y extensos del bosque chaqueño seco, también presenta anegamientos sin precedentes. Hasta los 90, esta región se cubría esporádicamente con agua sólo en la zona de cauces de río”. La conclusión de Jobbágy y sus colaboradores es que “el examen de las series históricas de lluvias en esta zona, al igual que en el centro de Córdoba, no muestra una situación muy excepcional: pese a que los años recientes fueron húmedos, en el pasado ocurrieron períodos más húmedos aún. Si bien las fluctuaciones de las lluvias explican en parte la subida de las napas, la tendencia sostenida de ascenso está más relacionada al cambio en el uso de la tierra”.
En este sentido, Paruelo, explicó a PáginaI12 que la superficie agrícola por habitante en el planeta disminuyó, “salvo en la Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil”, porque “se produjo una expansión de la agricultura industrial, se deforestó el Chaco y el Cerrado brasilero para hacer soja o pastura implantadas para ganadería muy asociadas al agronegocio. Un proceso de acaparamiento de tierras que genera la irrupción del capital financiero, que compra grandes superficies y busca extraer rentas de la agricultura industrial”, sostuvo el ingeniero.
–¿Cuál es la relación que hay entre los cultivos, o la falta de ellos, en las inundaciones? –preguntó PáginaI12.
–La mayor parte de los cultivos se hace en un área plana, la llanura chaco-pampeana, que tiene muy pocos ríos que las desagotan, y en el caso del oeste de la provincia de Buenos Aires no hay ningún río. El agua que llueve puede ser evacuada a través de la transpiración de las plantas, que toman el agua del suelo y la evaporan en la atmósfera. Para que este proceso ocurra, tiene que haber mucha vegetación y tiene que estar presentes todo el tiempo. Cuando se realizan cultivos, no hay durante una parte del año hojas que estén transpirando, y el agua que entra en el suelo no puede salir. El sistema rebalsa hacia abajo, en profundidad, en las napas freáticas y los acuíferos, que aumentan el nivel.
Paruelo aclaró que con el aumento del nivel de las napas, cada vez más próximas a la superficie “muchos agricultores se pusieron contentos porque los cultivos pueden absorber agua desde ahí abajo, pero las capas siguieron aumentando, quedando cada vez más cerca de las superficie. Y cuando llueve se inunda y no tiene donde irse, por cuestiones morfológicas, no porque no se hayan hecho canales sino porque alteramos la manera en que el agua podría ser evacuada del sistema”, remarcó.
–¿El monocultivo de soja agravó la situación?
–En parte si, porque lo que ha pasado es que la soja ha remplazado otros cultivos que amortiguaban este efecto, en el oeste de la región pampeana había invernada vacuna que se basaba en pasturas permanentes y había durante todo el año superficie vegetal que permitía la evaporación del agua.
–¿Y cómo interviene la deforestación de bosques en el problema?
–La situación que se da en la región pampeana es más severa en las regiones que antes tenían bosque. Estamos viendo ese problema en lo que es el Chaco semi árido. En esos lugares, cuando había bosques el agua era consumida por la vegetación. Ahora, como tiene menos hojas o directamente el suelo sin nada, empieza a ir para abajo. Hacienden las napas, y se agrava la situación con las sales que impiden los cultivos. Porque cuando el agua empieza a moverse abajo, también empieza a arrastrar las sales del suelo, y las napas se salinizan, se cargan de sales y, además de aumentar el nivel, llevan las sales a donde no queremos que estén, en la superficie. Entonces, además de generar inundaciones, que son mas frecuentes porque el suelo está saturado de agua que además es salina, no permite que se siga haciendo agricultura porque los cultivos no son tolerantes a esas concentraciones de sales.
“En la región chaqueña se verifican las tasas de desmonte más altas de toda Sudamérica y de las más altas del mundo –agregó Paruelo–. Las mayores tasas de deforestación se verifican en los bosques del tipo que se encuentra en el Chaco, relativamente secos, en suelos muy fértiles para la agricultura, y hacen que el fenómeno de expansión de la agricultura se concentre en esos bosques.”
–¿Cómo se mitigan esos efectos, hay alguna solución cercana?
–Una manera de amortiguar esto es el doble cultivo, que en un mismo año se haga trigo y soja, que permitiría que haya durante el año tejido verde, esa bomba natural de agua, que permite la evaporación. Y la solución pasa por las rotaciones agrícolas ganaderas, volver al sistema de producción donde convivía la ganadería con la agricultura”.
Respecto a las obras hidráulicas que se reclaman o se proponen en períodos de inundación, Paruelo sostuvo que “la solución no es única, pero no está claro cómo tienen que ser las obras hidráulicas, que tienen costos ambientales. En cambio, planificar el uso del suelo es algo que está al alcance de la sociedad”.