En momentos de crisis económica con debilidad de la fuerza política que gobierna ha sido habitual, en diferentes tiempos históricos del país, que irrumpa la idea de un pacto social. La administración Macri lanzó diez puntos copiados del Consenso de Washington para acordar con la oposición; los candidatos Roberto Lavagna y Sergio Massa presentaron sus respectivas propuestas, y Cristina Fernández de Kirchner comentó en la presentación de su libro Sinceramente, en la Feria del Libro, la necesidad de un contrato social de responsabilidad ciudadana. Hubo varios intentos en el pasado de avanzar en espacios de concertación, en los cuales representantes del trabajo y del capital, con la mediación del Estado, pudieran alcanzar acuerdos mínimos para brindar previsibilidad en la economía. El exceso de voluntarismo, shocks externos negativos, la muerte del líder político (Perón) que convocaba o las restricciones propias de los protagonistas económicos y sociales terminaron frustrando esas aspiraciones. CFK insistió ayer con esa idea en el mensaje que comunica que ella será la vicepresidenta de la fórmula que encabezará Alberto Fernández. Esa decisión la encuadra como parte de su aporte para el impulso del contrato social.   

En el minuto 8.57 del video, CFK afirma: “El otro día, cuando en la Sociedad Rural presenté mi libro Sinceramente –el que veo y siento como un aporte a la discusión, al debate y al conocimiento histórico de los problemas de los argentinos–, propuse un nuevo contrato social de ciudadanía responsable”. Luego señala que “ese nuevo contrato social no es más ni menos que la búsqueda de una mirada práctica que genere una base de orden. Un nuevo orden que permita el desarrollo individual de las personas dentro de las condiciones humanas y espirituales, pero siempre en el marco de una realización social colectiva para evitar que el esfuerzo de cada argentino y cada argentina termine siendo devorado por el egoísmo y el individualismo”. Sentencia que “tenemos que entender de una buena vez y para siempre que el descontento o el enojo individual nunca modificaron el statu quo, nunca transformaron la realidad. Pero si ese descontento adquiere etapas superiores de unidad y coordinación, va a abandonar el camino de la queja para transformarse en el camino de la propuesta”. Después de dar ese marco conceptual, finalmente entrega su aporte a ese contrato: “Y quiero ser yo la primera en ejercer el acto de responsabilidad ciudadana…” declinado el primer lugar de la fórmula presidencial, decisión que considera como el camino para eludir a quienes se benefician del enfrentamiento social, disputa que es más conocida como la grieta. 

Debacle

Los antecedentes más importantes de propuestas de acuerdo social se remontan al Congreso de la Productividad, convocado en 1955, por el gobierno de Perón, y el Pacto Social, firmado el 8 de junio de 1973. Hubo a lo largo de la historia otros intentos en ese sentido, aunque menos notables, como el Consejo Económico Social, de 1946, o el Gran Acuerdo Nacional, del presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse. Con la llegada de la democracia, se renueva el interés por la concertación. En 1984 se lanzó la Conferencia Económica y Social, de la cual participaban representantes del gobierno (ministerios de Economía y Trabajo), del empresariado (UIA) y del trabajo (CGT). Durante el mismo año se estableció el Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo, con el objetivo de introducir un mayor consenso en el diseño de las políticas salariales. También se concretaron los Acuerdos Marco de la CGT y UIA durante el gobierno de Carlos Menem, de flexibilización laboral y privatización de la seguridad social. Los resultados de todas esas experiencias no fueron muy alentadores.

La necesidad de un contrato social, si bien forma parte de una propuesta en el marco de la campaña electoral, surge ante la debacle del gobierno de Mauricio Macri, con su alianza política en descomposición que muestra patéticos enfrentamientos públicos, entre ellos con insultos incluidos. Aparece también porque este desmoronamiento deja aún más en evidencia el naufragio de una economía que carece de conducción local, al quedar el comando de supervisión en el Fondo Monetario Internacional.

El deslucido papel que cumplen el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el presidente del Banco Central, Guido Sandleris, lo reafirman con declaraciones absurdas acerca de la marcha de la economía. Dujovne diciendo que desde hace varios meses se detuvo la pérdida del poder adquisitivo, cuando la caída del salario real continúa, y Sandleris indicando que las fuerzas económicas que reducen la inflación están en marcha, cuando el último índice anual trepó al 56 por ciento, el más elevado desde 1991. Así cumplen con el mandato del jefe de la estrategia de la mentira planificada, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, quien muestra ese camino al afirman sin pudor, en el espacio reservado que tiene en el canal de cable TN, que “uno no devalúa, lo que ocurre es que el mercado te lleva a situaciones de devaluación, que no es lo mismo”. 

La grieta

La violencia simbólica de esas declaraciones forma parte de la estrategia de la Alianza Cambiemos y su red de medios oficialistas en la promoción, como categoría político-cultural, de la grieta, bandera electoral utilizada para ser gobierno en 2015 prometiendo que una de las misiones sería cerrarla. En tres años y medio de mandato, el macrismo-radicalismo se han dedicado a profundizarla, con elevados niveles de agresión discursiva, represión social y persecución a políticos y medios de comunicación opositores. Quienes piensan que esa estrategia, acompañada de un grado de ineptitud elevada en la gestión diaria, es necesaria como base para la expansión de la economía han terminado colisionando con una administración que acumulará recesión en tres de sus cuatro años de gobierno.

La alteración de las normas básicas de la convivencia democrática genera un estado de incertidumbre y de tensiones políticas y sociales que finalmente repercuten en la dinámica económica. Si la grieta es alentada en un contexto de estabilidad económica sin pérdida en la capacidad de compra del salario y de las jubilaciones, como sucedió durante los gobiernos kirchneristas, las tensiones quedan circunscriptas al mundo de la política y de los medios. En cambio, cuando la grieta no solamente es alentada sino que es profundizada, con una economía en declive y retroceso en el ingreso real de la mayoría de la población, se potencian históricas disputas en un círculo vicioso de deterioro que se realimenta.

Empresarios y banqueros del círculo rojo se muestran preocupados por la eventualidad del regreso de un gobierno populista. En esa mezcla clasista de ideología, ignorancia y negocios, pierden de vista que su patrimonio fue devaluado por una fuerza política que prometió enterrar al populismo, lo que no consiguió, e impulsar la economía a un sendero de crecimiento, objetivo en el que tuvo un estruendoso fracaso. El macrismo ha arrojado a la economía argentina a la insignificancia en el radar de la inversión extranjera y a ser un paria del mercado financiero internacional al abrazarse al salvavidas del Fondo Monetario. 

Por arriba

No sólo casi todos los indicadores relevantes de la economía macrista son peores que los heredados en diciembre de 2015, sino que también se agrega la desarticulación de áreas sensibles del aparato estatal y la degradación de una parte del Poder Judicial. La crisis entonces no es solamente económica, que ya sería bastante, dada su magnitud. La debacle se extiende a otros frentes de la organización de la sociedad. En ese marco crítico, exacerbar la grieta, a lo que se dedica diariamente el dispositivo de la red de propaganda pública y privada, promueve el estancamiento económico y la profundización de una crisis generalizada. ¿Quién va a invertir un peso o a va a traer un dólar al país para la actividad productiva en ese contexto? 

Como se trata de un complejo laberinto político, económico y cultural, una de las formas de eludirlo es saltarlo por arriba. Un contrato social es la manifestación voluntarista del mundo de la política para salir de esa trampa. Ni el círculo rojo sabe cómo destrabarla, enganchado entre su aversión al populismo y el lamento por la acumulación de quebrantos provocado por un gobierno neoliberal. 

En esta instancia aparece la propuesta de CFK de un contrato social con derechos y obligaciones, “con metas cuantificables y verificables”. Como aporte a concretarlo, consciente de que un eventual tercer gobierno como presidenta encontraría muchas limitaciones y resistencias para la imprescindible tarea de la reconstrucción, declina el primer lugar de la fórmula. En el mensaje lo dice, sin mencionar el concepto “grieta”, al dejar muy claro que esa división estuvo en función de intereses económicos y que eludirla es la forma de empezar a reparar lo que ha desmoronado este experimento neoliberal. Señala que “no es casual además que esas mentiras, esa difamación y ese odio les han servido a aquellos que los instalaron para beneficiarse en lo económico hasta límites nunca vistos. Y todo ello a costa del más fenomenal endeudamiento de la Nación y del peor y más rápido empobrecimiento del pueblo argentino”. Para indicar que “sin embargo, no me guían ni el odio ni el rencor. Al contrario, mi decisión es una contribución a la construcción de un país distinto, que tomo como una inmensa responsabilidad frente a la historia”.

CFK decide entonces que el primer salto para escapar del laberinto de la grieta es ubicar a Alberto Fernández al frente de la fórmula, e intentar así la construcción de un contrato social. 

Fallida

Para que un contrato social tenga densidad se requiere de una clase empresaria comprometida. Se sabe que la burguesía desempeña un papel central en la economía, y en términos históricos fue revolucionaria al desplazar el régimen feudal. También lo ha sido en el desarrollo de las fuerzas productivas con innovaciones e inversiones que fueron modificando el sistema de producción y el orden social, expandiendo sus fronteras hasta lugares remotos del planeta. La misión de un contrato social se encuentra limitada, como señaló CFK en La Rural, en la ausencia de un líder empresario como Gelbard que pueda conducir a una parte de la burguesía nacional. Lo cierto es que la economía mundial es otra distinta de la de los setenta y la estructura productiva local también ha cambiado. 

Una de las características de la elite empresaria que entorpece la idea de un acuerdo social es la idealización que tiene de experiencias del exterior, que se saben complejas y contradictorias. Esto refleja la incapacidad de la burguesía local de pensarse y pensar un sendero de crecimiento propio, constituyéndose de ese modo en un factor dinámico del desarrollo nacional. Las elites argentinas tienen una predilección por la fuga de capitales y, por lo tanto, para dirigir la mirada hacia el exterior. Esta es una de las razones para entender los elogios permanentes que regalan a economías de otros países y la degradación a la propia. 

Han combatido cada intento de emprender un camino de de­-  s­­arrollo nacional, lo que explica gran parte del retroceso relativo de la economía argentina. La burguesía argentina busca, como cualquier otra, maximizar ganancias y su desenvolvimiento no está determinado por razones culturales, vinculadas con corrientes inmigratorias o creencias religiosas. Pero se ha convertido en burguesía fallida por ser uno de los principales protagonistas del fracaso del desarrollo económico del país. A pesar de contar con el apoyo de gobiernos de distinto origen, de recibir amplios y diversos beneficios fiscales y financieros, no pudieron ser un agente dinámico de un modelo de acumulación competitivo. Su rasgo esencial fue y es el de ser rentista y fugar capitales. Por eso es una gran restricción para construir un contrato social.

Representación

La principal enseñanza que entregan las experiencias de contrato social es que puede ser un ámbito útil si el Gobierno y los actores económicos y sociales sostienen una misma convicción:  las soluciones unilaterales empeoran las situaciones y debe haber lugar para un reparto equitativo de costos entre las partes. La ausencia de cooperación o acuerdos sociales ha sido una de las deficiencias históricas de las relaciones económicas en el país. 

La actual iniciativa, impulsada por CFK en el comienzo de la campaña electoral, responde a la demanda de una sociedad castigada por la crisis y saturada del negocio mediático de la grieta. En la presentación de su libro, CFK hizo referencia a la experiencia fallida del Pacto Social de 1973, lo que puede interpretarse como la aspiración a que en esta ocasión resulta indispensable que funcione, o la advertencia de que, en caso de regresar a la Casa Rosada la fuerza política que conduce, tendrán la intención de llevarlo a cabo pero que adelanta será una misión muy complicada. Más difícil aún por la ausencia de un controvertido líder empresario como José Ber Gelbard, ministro de Economía en el tercer gobierno de Perón, que representaba a un sector de la denominada burguesía comprometida con el desarrollo nacional.  

La divergencia de intereses entre el capital y el trabajo es un potente limitante de los pactos sociales, pero en situaciones de graves crisis ambos pueden coincidir circunstancialmente para superar escenarios caóticos. Esta histórica divergencia es una restricción estructural en economías periféricas con tensiones distributivas. Pero ahora irrumpió una propia de esta época, que es la dispersión de la representación empresaria, sindical y social.  

La CGT ya no tiene la capacidad de ser la voz unificada del mundo del trabajo, como en el ‘73. Hoy, por los cambios en la estructura laboral, esa representación está fragmentada no sólo en varias instituciones sindicales, sino también en organizaciones sociales. Lo mismo sucede en el mundo empresario. La Unión Industrial ha perdido su rol central, la CGE es un sello de goma con escasa incidencia en el debate y los grupos económicos se han reunidos en AEA como espacio de lobby.

El factor que puede compensar esa dispersión, en una primera etapa, es la magnitud de la destrucción económica, social e institucional generada por el macrismo, con un extraordinario endeudamiento que condiciona el despliegue de la política económica que, a la vez, es auditada por el FMI. Otro elemento que colaboraría para conseguir consensos puede ser el recordatorio de la noche macrista, lo que permitiría disciplinar a los actores principales (trabajadores e industriales vinculados al mercado interno) para acercarlos a la concertación.  

El contrato social con responsabilidad ciudadana y la fórmula presidencial sorpresa de CFK responden a la demanda de sectores de la sociedad que pide diálogo y consenso, pero fundamentalmente salir de la profunda crisis provocada por el macrismo.

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