Desde San Miguel del Monte

La comunidad de este pueblo bonaerense, uno de los más antiguos de la provincia, está conmocionada por la muerte de cuatro jóvenes y las heridas gravísimas de una adolescente que pelea por su vida, como resultado de una inadmisible y feroz persecución a los balazos, sin motivo alguno. La situación, derivada de la llamada “doctrina Chocobar” avalada a nivel nacional por el gobierno de Cambiemos, ha producido un cambio de paradigma en una población que hasta el lunes pasado parecía sentirse “segura” de que la policía vigilara a sus hijos adolescentes porque pensaba que “nos los estaban cuidando”, como le dijo a Página/12 el padre de uno de los chicos fallecidos. Las marchas y el pedido de justicia, siempre pacíficos, chocan con una presencia policial que se ha triplicado en Monte, después de los sucesos del lunes 20. Los policías detenidos hasta el momento son ocho, porque se sumó una mujer que, como adelantó este diario en su edición del sábado, fue captada por las cámaras de seguridad cuando presuntamente intentaba destruir pruebas en el lugar del hecho (ver aparte). 

Danilo Sansone, de 13 años, había sido detenido por la policía unas semanas antes de la trágica persecución policial. Junto con su amigo del alma, Gonzalo Domínguez, con 14 recién cumplidos, formaba parte de un numeroso grupo de chicos que se juntaban en la plaza principal de Monte, frente a la Municipalidad, para rapear y hacer maravillas en los skates. De las juntadas cotidianas y muchas veces nocturnas, participaban Camila López, de 13, y Rocío Guagliarello, de la misma edad, la única sobreviviente, que sigue internada en grave estado. Camila y Rocío también eran inseparables. 

En Monte, que los chicos estén en la calle a las 11 o 12 de la noche es natural, porque no existe   –o no existía– el temor a la “inseguridad”, porque los asaltos o robos se producen, por lo general, en las casas y cuando no hay nadie. Juan Carlos, el papá de Danilo, cuenta que esa vez se lo habían llevado a Danilo “porque los pibes, jugando parcour, al intentar superar un obstáculo, tiraron abajo un cartel que decía ‘no pisar el césped’”. Los que estaban jugando eran unos quince y se llevaron sólo a tres, a Danilo entre ellos. En realidad, el chico no había hecho nada, pero cuando los policías lo interrogaron, él se les plantó y les dijo que no les tenía miedo. 

A la madre le dijeron después que se lo llevaron “por jetón”. Los llevaron a la comisaría y los tuvieron retenidos unas tres horas. 

En una reunión que los padres de los chicos tuvieron con abogados y psicólogos del Centro de Estudios Legales y Sociales y de la Comisión Provincial por la Memoria, el papá de Sansone, cuando su esposa se manifestó molesta por la detención, le dijo que estaba “bien” la intervención policial porque “yo entonces pensaba que la policía los cuidaba y por eso, cuando el patrullero pasaba por la plaza, me gustaba porque creía que estaban cuidado a mi hijo”. 

Al contar la anécdota, Florencia Abeledo y Maximiliano Gil, una pareja joven que se vino a Monte desde Quilmes, ella psicopedagoga, él docente, en busca de tranquilidad, señalaron que la visión que tenía Sansone padre, la de una policía que “cuidaba a los chicos”, era la de casi todo el pueblo. Esa confianza se rompió ahora brutalmente. 

Maximiliano cree que lo sucedido fue “el corolario de una serie de sucesos represivos, autoritarios, encubridores, coimeros, de parte de esta policía”.

Los vecinos que participaron en las sucesivas marchas que se hicieron en los días que siguieron al lunes de la tragedia coincidieron en señalar que “hubo un cambio en la actitud policial en el pueblo”, desde la llegada a Monte de agentes procedentes de La Plata y otras ciudades. La presencia obedeció a una solicitud de la intendenta local, Sandra Mayol, para “dar una imagen de mayor seguridad”. La tendencia se mantiene, a pesar de lo sucedido, porque en estos días, antes y después de la manifestaciones, el palacio comunal tuvo un refuerzo en las guardias e incluso a unas cuadras del lugar donde se concentraron los manifestantes se observó la presencia de uniformados preparados como para intervenir si se producían incidentes que nunca ocurrieron. 

La policía que llegó de afuera demostró tener otro entrenamiento, otro equipamiento y también otros vicios, enmarcados en lo que se conoce como “la doctrina Chocobar”, la violencia institucional que apañan y alientan la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el presidente Mauricio Macri. De todas maneras, se cree que lo ocurrido marca un antes y un después en San Miguel del Monte, una de las ciudades más antiguas de la provincia de Buenos Aires, ubicada a poco más de cien kilómetros de la Capital Federal, con una población de más de 21 mil habitantes, según datos del censo 2010. 

Florencia sostuvo que “las movilizaciones contaron con la participación de muchísima gente. Con un grupo de compañeras militantes feministas, nunca logramos reunir más de 70 u 80 personas en los encuentros que organizamos”. Los actos convocados para reclamar justicia por los chicos se hicieron a plaza llena, frente al municipio, con las familias de las víctimas ubicadas en los canteros donde los adolescentes se reunían para rapear. En la causa se presentaron 38 testigos para señalar la responsabilidad policial, un dato que sorprendió a todos. Los vecinos señalaron que la persecución policial comenzó en el barrio Montemar, que está al borde de la laguna de Monte, y siguió a lo largo de unas 40 cuadras, primero por el barrio Los Pinos, donde fueron acorralados por los policías. Uno de ellos se bajó del patrullero y los apuntó con un arma. A pesar del acoso, el conductor del Fiat no frenó y continuó el escape. Todo esto se pudo reconstruir con el testimonio de los vecinos, porque no hay cámaras de seguridad en ninguno de esos barrios.

Las imágenes recién se registran cuando pasan por la rotonda del boulevard Almirante Brown y terminan en la ruta 3, en la colectora. A esa altura, ya estaban los tres móviles, porque los oficiales del primer patrullero ya habían pedido refuerzos como si se tratara de peligrosos delincuentes. Luego de la colisión se levantó una nube de polvo porque el pavimento de la colectora es de ripio. Los testigos que estaban cerca del lugar del hecho, en la calle o saliendo de sus casas luego de escuchar el estruendo, dicen que un policía se bajó apuntando con el arma a los ocupantes del coche, pero luego volvió al móvil y llamó al SAME, al ver lo que había sucedido. Se escucharon gritos de los chicos pidiendo ayuda. El SAME tardó un poco en llegar y, cuando llegaron al hospital, cuatro habían fallecido y Rocío estaba con lesiones de suma gravedad. 

Esa noche, Rocío se había quedado a dormir en la casa de Camila, pero cuando los adultos dormían ellas salieron para reunirse con Danilo y Gonzalo, que ya estaban en el Fiat conducido por Aníbal Suárez. Cuando las familias llegaron al hospital porque les habían avisado que los chcos habían sufrido “un accidente”, los sorprendió el hecho de que ya se encontrara allí la intendenta Sandra Mayol. Esto indica que a esa altura ya se sabía la gravedad de lo ocurrido y la responsabilidad policial. 

Uno de los médicos, luego de preguntar por la mamá de Camila, acotó “bueno, si se puede llamarla mamá”, porque la versión policial en ese momento era que los chicos estaban escapando luego de cometer un robo. 

Camila y Rocío, luego de estar conversando y riéndose en la cocina de la casa donde iban a pasar la noche, salieron a la vereda de la casa, porque desde allí podían conectarse al wifi de un vecino. Allí estaban cuando pasó el Fiat y sus amigos las invitaron a dar una vuelta. Las mochilas y las camperas de las dos quedaron en la puerta de la casa de Camila, del lado de adentro, listas para que las dos amigas fueran ese lunes al Colegio Nacional donde cursaban juntas. Las chicas se hicieron amigas porque sus madres lo son desde adolescentes. Las dos quedaron embarazadas casi juntas. El mes que viene es el cumpleaños número 14 de Rocío y Camila los cumpliría en julio, con un mes de diferencia. 

Los chicos, Danilo y Gonzalo, eran también “carne y uña”. Mientras Danilo era integrante de una familia numerosa, con diez hermanos, Gonzalo era hijo único y frecuentaba la casa de su amigo. El papá de Danilo cuenta que “a veces me daba no sé qué porque nosotros somos muchos y la comida por lo general es un guiso, muchas veces sin carne, pero Gonzalo, al que le gustaba la carne, las hamburguesas, se queda igual a comer con nosotros”. Eran tan amigos, que en la casa de Gonzalo, su mamá había puesto otra cama en la habitación de su hijo, para que su amigo se quedara a dormir. Juan Carlos Sansone identifica así a los dos chicos: “Son hijos de la tierra de San Miguel del Monte”. En lo que respecta a Aníbal Suárez, de 22 años, el chofer del Fiat, muchos se preguntaban qué hacía un joven de su edad con cuatro adolescentes. Era nacido en Misiones y se vino a Monte para conseguir trabajo. Consiguió empleo en un frigorífico, hasta que cerró, como tantas empresas a lo largo y ancho del país. El poco dinero con el que contaba se fue en buena parte por una coima que tuvo que pagarle a un policía local con fama de “transa” porque el Fiat 147 Spazio que se estrelló contra el camión no tenía todos sus papeles en regla. 

Los cuatro fallecidos y la adolescente que sigue peleando por su vida eran integrantes de familias humildes, trabajadoras, limpias de toda culpa y sin dar motivo alguno para semejante persecución, para semejante saña, para semejante crimen.