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SUSANA GIMENEZ, ENTRE LA ILUSION Y EL RATING IMBATIBLE
"MI VIDA ES COMO PARA HACER UNA PELÍCULA"

Es el éxito imbatible en la televisión, es la fama, el lujo y los millones de dólares en premios. También es el escándalo, el drama y la soledad. Susana Giménez dialoga con Magdalena Ruiz Guiñazú sobre su trabajo, los hombres, sus miedos y sus parejas. Una vida sobre la cual le gustaría que hicieran una película: "Algo bien hecho, y no las pavadas que escriben por ahí", dice.

na12fo01.gif (12785 bytes)Por M. R. G.

t.gif (67 bytes) Son las tres de la tarde en Sáenz Peña al 1000 donde Telefé tiene instaladas oficinas, un departamento para Susana y el estudio desde el que se emite el programa.

Reina una calma absoluta sólo entrecortada por teléfonos que suenan y no se ven, personal técnico que supervisa los controles y el enorme Mercedes de la diva que duerme bajo el sol, a pocos metros de la gran jaula de vidrio donde se apilan miles y miles de sobres que, luego, por la noche, serán sorteados para aportar alegría y felicidad a los ganadores de los habituales concursos.

Y en las habitaciones superiores, saliendo de la oficina de Luis Cella, emerge Susana entre los ladridos de Jazmín, envuelta en su chinchilla, sin maquillaje, con un espléndido vestido de noche que, después del programa, llevará para salir a comer con amigos. La escena es perfecta y encaja totalmente con la imagen conocida. Hasta la moquette imitando piel de cebra, un living-camarín de boiserie verdosa como el musgo, las tazas de porcelana para un capuchino que tomamos con fruición, espejos por todas partes y también percheros con ropa que ella luego elegirá. Y cuando se quita los anteojos negros advertimos, quizá por esa falta de maquillaje, que la pantalla sobredimensiona a esta mujer mucho más grácil al natural que en la mira de los reflectores.

Y empezamos a recordar aquella Navidad en la que sin hablarnos demasiado entendí que a Susana le estaba pasando algo. Quizá porque tenía los ojos llenos de lágrimas y nos dimos un apretón de manos como afirmando aquello de que "hay que seguir por la vida".

--Bueno, --dice ella, ahora-- en esas fiestas te hacés replanteos. Cómo fue el año, qué estoy haciendo de mi vida, qué tengo, cuáles son mis carencias. Y mucho de lo que me pasó después en mi vida empezó en esta Navidad. Es en la Nochebuena cuando uno está más solo que nunca, sobre todo cuando estás con una persona con la que ya no tenés ninguna afinidad, sin mi madre... qué sé yo, se me juntaron un montón de cosas. Creo que era la primera Navidad que pasaba sin mamá y fue muy shockeante para mí, muy movilizante y me dije: "Esto no va más"...

--Bueno, pero vos estás rodeada de muchas cosas. De deseo, de admiración. También de envidia. ¿Qué pensás por ejemplo de la impresión que causás en los hombres? ¿Seguramente muchos se ratonean con vos?

--Sí, estoy acostumbrada hace ya muchos años a que suceda, pero la verdad es que nunca pienso en eso. Jamás pienso en eso (repite, buscando las palabras). Nunca entro en un lugar y me digo "¡ay, éste está muerto por mí!" Yo trato de seducir, por supuesto, pero con la simpatía (titubea) con la risa... la sonrisa... Te diría que lo registro (esto que vos marcás, la impresión en el otro) solamente cuando alguien me interesa. Te digo que, muy pocas veces, eh. Allí hago como que entiendo el mensaje y también entro en el juego. A veces me hago la boluda. Desde chica me hago la boluda sino todos se te tiran encima...

--¿Y cuando alguien te interesa, qué preferís: la inteligencia o la bondad?

--(Silencio)... Eeeeh... me parece que las dos cosas, las dos cosas son importantes, pero si en algún momento de mi vida tuviera que elegir creo que elegiría la bondad. Cuanto más grande te ponés, más te atrapan las pequeñas cosas de la vida. Qué sé yo, la ternura, que te agarren... Yo pienso que si un hombre es muy inteligente tiene que ser bueno. Porque si sos realmente inteligente tenés que ser sensible tanto como para interpretar al otro, saber qué es lo que le falta al otro, qué esperan de vos. Ahora claro, también la inteligencia a veces permite a la persona ser muy fría. Me imagino que Hitler debía ser inteligente... Pero, si me ponés a elegir, insisto con las dos cosas. No puedo separarlas.

--Todos tenemos temores. ¿A qué le tenés miedo vos?

--Siempre le tuve miedo a lo mismo: la mentira, el engaño y a pesar de tener una vida frondosa y haber vivido mucho, no creas que he caído demasiado en esas cosas. Han hecho ruido, me han engañado, me han mentido. Eso me ha dolido, me ha sorprendido. Esto último de Huberto me sorprendió profundamente. Yo estaba consciente de todos sus defectos. Que no trabajaba, que yo lo mantenía. Pienso que nunca lo digerí mucho y que eso rompió nuestra pareja obviamente. Yo se lo decía todos los días: "Esto va a terminar con lo nuestro porque yo no te admiro y no se puede vivir con alguien que no admirás. Pero esta sorpresa, esta especie de despojo... despojo de mi dinero por más que te parezca materialista lo que te estoy diciendo... Yo no heredé nada. Los que hemos hecho todo con nuestro cuerpo, con nuestro sudor, con nuestra enfermedad, con angustias. Permanentemente en camarines, con jaquecas espantosas como las que sufro desde que nací o con cualquier problema y siempre saliendo al aire o al escenario y juntando todo y que después venga un tipo y por la ley te quiera sacar de lo tuyo... y bueno, eso me sorprendió y me dolió profundamente.

--Pero vos sos tan autónoma que, te pase lo que te pase, seguís siendo vos misma. ¿Es difícil que lo de afuera venga a quebrarte, no?

--Yo creo que en esta profesión hay que ser muy fuertes. A propósito de cosas recientes, a un alto ejecutivo de este canal le ofrecieron cintas grabadas mías. Cuando me lo dijo, no lo podía creer. Realmente. Me repitió lo que decían las cintas y... sí, eran comunicaciones mías. Por supuesto que todo lo que yo pueda hablar por teléfono lo puede escuchar cualquiera. No me interesa para nada. No tengo nada que ocultar. Pero es muy desagradable. Cuando sos una persona pública, cuando estás en la vidriera, también sabés que estás expuesta a la envidia, a que hablen de vos, que la gente empiece a decir boludeces y mentiras como se hace habitualmente con las personas famosas. La fantasía popular es enorme. Pero hay que ser muy fuerte... Hoy te decía, hace un rato, si hubiera que volver a empezar... no sé si tendría la fuerza...

--¿A empezar qué exactamente?

--Mi carrera. Empezar este negocio. Esto de querer ser la número uno, cumplir con todas las cosas que yo tenía en mi mente cuando empecé y a veces uno dice ¡ufff! pero, ¿por qué tanto golpe? Claro, no logran doblegarme. Ni lo van a lograr. Yo tengo las cosas bien claras, pero es un laburo muy duro.

--¿Alguna vez te analizaste?

--¿Con un analista? Sí, sí... Lo hice. Empecé porque tenía que hablar con alguien de todos los problemas de mis matrimonios. Nunca había creído mucho en el análisis, la verdad. Pero bueno, me parece que hice bien y ahora también voy al analista de vez en cuando. Me decían, ¿para qué vas a analizarte si sabés lo que querés? Era un momento de soledad absoluta. A lo mejor a la gente le parece mentira que yo pueda estar sola. Nada más que en esta casa trabajan 50 personas. Pero yo te digo: uno está solo. Y ahí necesité que alguien me escuchara y aclarara qué me estaba pasando. Si me estaba volviendo loca o qué...

--¿Te vas a volver a casar?

--No, no. (Lo dice con una sonrisita breve.) Soy muy independiente. Me casé con Sarrabayrousse cuando tenía 17 años y, hasta que conocí a Huberto, no me volví a casar. Todos los hombres que estuvieron conmigo quisieron casarse. Todos: Héctor (Cavallero), Carlos (Monzón), Ricardo (Darín), todos quisieron casarse. Yo jamás quise. Ni tampoco vivir permanentemente con ellos. Creo que fue una sabia medida.

--¿Qué es lo que más te gusta de Jorge Rodríguez?

--(Piensa) Me gusta cómo me trata, que viva para mí, que sea cariñoso. Me gusta que sea un tipo que haya venido de abajo y consiga cosas todo el tiempo. Su inteligencia, me gusta... lo admiro por todo lo que hace, por lo que logra. Por su fuerza, por su ternura, su bondad...

--¿No te molesta que sea socio de Galimberti?

--No me molesta porque... bueno, él tiene 36 años y conoce un poco de oídas toda esa cosa a la que se asocia a Galimberti. Es una cosa dura. Al principio lo pensé. Pero tampoco me voy a poner en juez. Es lo mismo que si él me dijera: "¡Susana, te amo pero no salgo con vos porque tu tía Pepita es del Opus Dei y va a misa!". Y lo conocí, me enamoré de él... Que sea socio de Galimberti no tiene nada que ver... A mí no me importa. Además Galimberti no es solamente socio de Jorge. También lo es de Jorge Born y de una cantidad de tipos muy importantes y poderosos de este país.

--¿Y cómo te ves dentro de diez años? ¿Actuando siempre? ¿Una gran productora de TV?

--Creo que voy a hacer un poco de todo. Voy a poner el cuerpo a lo mejor. Soy parte del show business. Siempre me fascinó y creo que se pueden hacer grandes cosas en la Argentina y hay mucho campo virgen como para intentarlo.

--¿Te gustaría que se hiciera una película sobre tu vida?

--Sí, creo que sí. Muchas veces analizando mi vida me digo: sí, es como para una película. No sé si alguien la hará. Yo no puedo personificarme.

--Pero podés supervisar y que sea la película que a uno le gusta.

--Me fascinaría. Algo bien hecho y no las pavadas que escriben por ahí. Hay que aguantarse esas ridiculeces y esos libracos, pasquines amarillos increíbles que cuando los lees te preguntás: "Pero cómo pueden escribir algo así". Es todo el engaño que se le da a la gente permanentemente.

--¿Alguna vez soñaste con ser Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias?

--No, no. Preferiría un personaje con mucho carácter. Algo como Sofía Loren en Filomena Marturano o en Una giornata particolare. Ese cine italiano de la Loren en batón, con las gomas al aire... bueno, me encantaría hacer la versión del 2000 de Filomena Marturano.


na13fo01.jpg (6609 bytes)¿POR QUÉ SUSANA? EL MUNDO DE LA ILUSIÓN

Por Magdalena Ruiz Guiñazú

Por la belleza, el glamour, la alegría. Por ese rating imbatible (promedio 30 puntos) que refleja, a su vez, su impacto sobre el público. También por ese pertenecer al mundo de la ilusión que hace que a Susana se le perdone y muchas cosas sean sólo motivo de expresiones colectivas de amor.

En las mujeres, por esa imagen eternamente brillante de quien fuera la chica del shock, la Mary de Monzón y esta diva que, a través de la TV, sabe que un llamado telefónico puede cambiarle la vida a alguien. Esa señora que tenía que perder unos kilos, que luchó denodadamente (como cualquier mortal) para lograrlo, que sufrió mal de amores y desilusiones pero que siempre emerge con una voluntariosa carcajada de los pozos más negros. ¿Y en cuanto a los señores? Bueno, los hombres de Susana y quizás aquellos que la contemplan desde una enorme platea piensan que ella es demasiado diva como para recibir golpes bajos. Siempre sabrá cómo arreglárselas. ¿Alguna vez alguien cuidó de Susana? ¿Alguien la protegió y la quiso?

No puedo olvidar una víspera de Navidad (una de esas fechas en las que todos nos sentimos sacudidos por muchas cosas) y Susana, en todo su esplendor, con la mirada húmeda y esa energía de sentirse viva y querer ser feliz. Susana triste casi sin permitírselo y por eso muy querible.

También por esos estribillos habituales Susana siempre parece subestimarse y seguir el camino que le marcan las pautas de producción. No se cansa de repetir que sabe poco, que no pretende enseñarle nada a nadie. Y esto es bueno y en una pantalla sobresaturada de personajes que saben todo y opinan sobre todo, resulta muy atractivo. Por ello quizá, por ese rol autoasumido ha sabido (ayudada también claro, por premios y regalos) ganarse el corazón de muchos. Es verdad que no pretende detentar sapiencia alguna pero, al mismo tiempo, su radiante aparición de cada noche permite suponer que son pocos los secretos de la vida que no ha sabido develar.

El exceso de exposición a la que queda sometida no parece inquietarla demasiado. Ella, sin duda, vive a través de una imagen que no por parecer de fantasía, deja de ser la suya. Y lo dice: "¡La vida se hace con tantas cosas! A mí me aterra una existencia gris y tranquila, plana, sin relieve. Levantarse, llevar los chicos al colegio, preparar el almuerzo, ver la novela. Para algunas mujeres eso es ser feliz. ¡Prefiero los disgustos de juicios, divorcios, inspecciones de la DGI!", y su risa breve, a veces dura, inunda el camarín. Ella sabe perfectamente que el éxito (esa cosa intangible y misteriosa) tanto se gana como se pierde. Y mientras tenga en sus manos ese fruto fabuloso no va a dejar de disfrutarlo.

 

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