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Por Fernando D'Addario Es Buenos Aires, julio de 1998, de noche. Pero puede ser París o Bruselas, y sólo la certeza de la voz curtida de Amelita Baltar garantiza una reminiscencia tanguera en ese oasis de posmodernidad, que desde hace cinco años descubre un ambiguo porteñismo de fin de siglo bajo el nombre de el Morocco. Quizás el espíritu de Astor Piazzolla sobrevuele las zonas empañadas del tiempo y le eche un vistazo a la conmovedora interpretación de "Balada para mi muerte", mientras un par de veteranos con el pecho dilatado de hombría se mezclan con un puñado de travestis fascinados con la cantante. El ciclo de Amelita en el Morocco, que comenzó la semana pasada y continuará todos los jueves de julio, reafirma la idea de que el tango, suicidado culturalmente hace mucho tiempo, es hoy recuperado a jirones, en un contexto de curiosidad importada. "No creo que sea tan jugado esto. Por la onda que tengo, estoy segura de que ningún habitué del restaurante se siente molesto por mi presencia", dice la cantante en conversación con Página/12. Lo de la "onda" tiene que ver quizás con su negación espontánea a los estereotipos del género, con su condición de rara avis dentro del ambiente tanguero y, también, con un tardío aire de vanguardia que la envuelve desde que Piazzolla la eligió para inmortalizar "Balada para un loco" y "Chiquilín de Bachín", entre otros éxitos de su repertorio cantado. De cualquier modo, un menú que incluye a la Baltar mientras se degustan las exquisitas Vichiyssouise caliente con croutons de hierbas es una experiencia fuerte, posmodernismo aparte. --En la "Buenos Aires Express", la orquesta que la acompaña, el promedio de edad no supera los 23 años, e inclusive la violinista Erica Di Salvo y el bandoneonista Víctor Villena pertenecen también a la banda de Charly García. ¿A qué se debe esta aproximación a los jóvenes? --Es que están menos contaminados de los estereotipos tangueros. Quizá les falta un poco de calle, pero tienen una formación musical sólida, mientras que muchos de los tangueros viejos no pueden tocar ni el timbre. Tiene que ver con una cuestión cultural y social. Los chicos que hoy hacen tango se educaron en otro contexto. Vienen de otro lado. Para muchos tangueros de antes, en cambio, la vida sólo pasaba por el cabarute. Algunos no saben ni hablar. --En su repertorio incluye "Pero yo sé", de Azucena Maizani, aunque cuando usted canta quizás esté más cerca de intérpretes como Mercedes Simone. Comparaciones al margen, ¿cómo imagina la actitud de las mujeres tangueras de los años 20 y 30, en un contexto dominado por los hombres? --No sé, siempre ha sido así, pero a aquellas mujeres era muy difícil avasallarlas. No me imagino a ningún hombre tratando de llevarse por delante a Tita Merello. Andá a agarrarla... te reventaba. O a Rosita Quiroga, que era divina pero bravísima, una cloaca hablando, y de terror para hacerle frente. ¿Y Tania? ¿Con qué la ibas a asustar si se había curtido en los cabarets? Era la gente de las orillas que llegaba a Buenos Aires para conquistarla y no la iban a pisar así nomás. A algunas les fue bien, y a otras no. --En ese momento, el tango estaba vivo. ¿Qué pasa ahora? --Pasa que el rock tomó el lenguaje de la ciudad. Ya lo vaticinó Astor en 1972. El me decía: "el futuro de la poesía porteña está en los chicos de la progresiva". Y tenía razón. Me doy cuenta cuando escucho a Divididos. La música, los arreglos y especialmente las letras, con ese humor trágico y ese sentido del ridículo tan especial, representan al porteño de hoy. Qué les van a venir a los pibes rockeros con el farolito... ellos son el cemento, ellos tienen la roña de la ciudad. Charly García o Fito Páez cantan mucho más tango que varios tangueros, porque no describen a la ciudad con moldes preestablecidos por otros. Pintan el mundo que viven. --¿Entonces la revalorización que se hace ahora del tango es algo así como el rescate de una pieza de museo? --Claro, es una pieza de museo que se recrea. En algunos casos, por esnobismo. Ahora se escucha decir el tango es lo más...aunque no se entienda muy bien de qué se trata. Pero aquello se terminó. Se murió Astor, se murieron los Expósito, ya no están aquellos lugares donde reunirse. Hoy se actúa fundamentalmente en lugares diseñados para el turismo. Los músicos tocan y se van. No es que cambió el tango, cambió todo. Cuando alguien escribe un tango hoy, no puede escaparle a la nostalgia de una ciudad que ya no es. --En la década del 30 Homero Manzi y Cátulo Castillo también le escribían a una ciudad que ya no existía... --Pero se escribían 4 mil tangos por minuto. Algunos tenían una mirada nostálgica, pero al mismo tiempo eran testimoniales de lo que se vivía en ese momento. Hoy cuando alguien escribe un tango, es una novedad. --Y Piazzolla sigue siendo vanguardia. --Es que en el 2020 va a seguir siendo vanguardia. Si aún hoy, a mí me ven muchos tangueros y me dicen: "che, vos que sos tan buena, cómo cantás esas porquerías...". Sigo haciendo el repertorio de Astor con mucho orgullo, y también con un compromiso muy grande. Me siento sola. Otra estaría contenta y diría "soy la única". Pero para mí es muy triste comprobar que no hay otras intérpretes compenetradas con la obra de Astor.
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