|
Por Norberto Gómez Los vecinos lo conocen como el "campo de deportes número 5", una lengua de tierra pelada, recostada sobre la Panamericana, en Villa Adelina; una barriada de casitas, viviendas de suboficiales y un campo de golf, el de la Marina. El perfil cambiará, seguramente, cuando tras su salida a la venta como parte del "Plan de Reestructuración de las Fuerzas Armadas", los links pasen a manos privadas. Sin embargo, tal como está, el paisaje ya había cambiado para los conscriptos que, entre 1975 y 1976 custodiaron la enorme casa (a la que por darle alguna filiación podría definirse como californiana) levantada en el predio del actual campo de deportes número 5. Los conscriptos nunca supieron por qué debían hacer celosas guardias allí, ni tampoco por qué la casa tenía dos piscinas, tantas duchas y orificios de bala en las puertas. Pero la curiosidad no pasó de una sospecha reactualizada en cada una de las cenas de camradería. Hace días, uno de esos antiguos conscriptos repitió la historia ante Página/12. El resultado fue una pesquisa y un hallazgo: debajo del campo de deportes todavía están los restos de "la casa del COAR", o "la casa del SIN", el centro de torturas utilizado por el Servicio de Inteligencia Naval como paso previo a la internación de prisioneros en la ESMA. Recuerdos de la muerte Es domingo y el ex conscripto clase 1953 del Batallón de Seguridad del COAR, con sede en el edificio Libertad de la Armada, conduce su auto por la Panamericana camino de Tigre en compañía de su esposa. Durante el viaje prometió mostrarle aquella casa de Villa Adelina de la que tanto le habló y que últimamente lo ronda como una obsesión; "está a la altura del puente de Thames", le dice en la curva del Acceso Norte. Siete minutos después, el ex conscripto aminora la velocidad y busca, en vano, el chalet de estilo americano que custodió en interminables noches de vigilia y desconcierto. Por un momento cree que él y sus compañeros fueron protagonistas de un mal sueño. Es inútil que su mujer trate de convencerlo de la posibilidad de un error, "no, era aquí", se empecina él mientras busca el cambio de sentido para volver por la colectora. Cuando estaciona el auto en la calle Tupac Amaru --una de las laterales del predio-- comprueba, estupefacto, que allí sólo hay un rancho, un caballo atado a un árbol y dos perros ladradores. Sin embargo, y para ahuyentar los fantasmas de la paranoia, corrobora la existencia de los muros de lajas donde se apostaban durante las guardias. Pero nada más, ni rastros de las dos piletas de natación que completaban la suntuosidad de la casa. Desde entonces, los ex conscriptos de la clase 53 del Batallón de Seguridad del COAR tienen un enigma añadido para tratar de develar en sus cenas anuales. Si nunca supieron qué habían vigilado en aquella casa de Villa Adelina --siempre vacía, sólo utilizada por los suboficiales en sus parrandas con las ruteras de la Panamericana--, ahora también tienen para elucubrar una sospecha más urticante: su desaparición. Cuando afinaron la memoria, uno de ellos recordó que en el '75 --en plena orgía de la Triple A-- un día reforzaron la vigilancia porque iba a llegar un ministro del gobierno de Isabel; de inmediato los demás aportaron más detalles, el helicóptero que descendió en el extenso parque y el misterio que cubrió aquella visita. Sin embargo, ninguno pudo averiguar la identidad del funcionario. Un dormitorio inmenso, con espejos; una cocina como la de un hotel, con vajilla a estrenar; lujosos muebles sin uso aparente; un garaje en el subsuelo..., fragmentos de imágenes que los ex conscriptos trataron de recomponer en busca de alguna pista. Uno de ellos se puso en contacto con Página/12. Disparos en la noche Cuando se fue de Siemens don David habilitó un almacén en una parte de su casa --en la calle Tupac Amaru de Villa Adelina-- y desde entonces atiende a los vecinos de la zona, muchos de ellos del cercano barrio de suboficiales de la Marina. El almacén de don David está justo enfrente del terreno donde alguna vez se erigió la casa de estilo americano que custodiaban los ex conscriptos del Batallón de Seguridad del COAR. "Esa casa fue construida por el año '70 --dice don David-- y fue demolida por el '83, un poco antes del gobierno de Alfonsín". Aunque con reticencias, don David recuerda que, cuando la demolieron, "con una de esas máquinas que manejan una bola enorme", quedaron al descubierto tres subsuelos "donde parecía haber como calabozos o algo parecido". La mujer de don David añade otro dato: "Ahí entraban camiones, traían gente... Cuando la destruyeron, sacaron los inodoros, los lavatorios, los marcos de las ventanas y los pusieron aquí, en la calle, para subastarlos". Nicola Provenzano es un viejo vecino de la calle Tupac Amaru que tuvo una relación especial con los suboficiales que, a partir de 1976, se hicieron cargo de la custodia de la casa. "En esa época uno vivía más tranquilo, mi mujer y yo nos íbamos de vacaciones a Mar del Plata, seguros de que los chorros por allí no aparecían. A cambio de que me miraran la casa yo les decía, menos plata pídanme lo que quieran, y les daba limosnas, lechugas, tomates..., del huerto ¿sabe?". A veces, por las noches, Nicola Provenzano escuchaba disparos; "¿sabe lo que me decían?, que mataban ratones a tiros, me decían". Un rancho, un caballo y dos perros, el dueño de todo eso es Oscar, "Oscar, nada más". Oscar lleva doce años instalado en el terreno donde estuvo la casa que tanto desveló a los ex conscriptos del COAR, "soy el cuidador, estoy acá al servicio de la Municipalidad de San Isidro, para que esto no se convierta en una villa", explica. A pesar de su desconfianza, mueve una piedra y descubre un pozo en la tierra; "ve --dice--, parece que todo este terreno es como un queso gruyere, la gente del barrio comenta que hay túneles, incluso gente enterrada aquí mismo". El pozo, de un metro de profundidad, parece darle la razón: en un costado se advierten restos de ladrillos ensamblados. En otros puntos del terreno, distantes de donde estuvo la casa, el pasto no alcanza a ocultar tubos similares a los utilizados en la ventilación de subsuelos. Juegos de Invierno El rastreo entre los organismos de Derechos Humanos no arroja ninguna pista segura sobre la casa de Villa Adelina, tampoco figura en el Nunca Más. Al fin, un párrafo en la página 11 del testimonio de Lila Pastoriza en el juicio a las juntas militares señala: "En la época de mi secuestro, los prisioneros del SIN eran llevados para su interrogatorio y tortura a una casa del grupo, asignada a tales fines (ubicada, según algunos secuestrados, en Villa Adelina o Boulogne). Sólo una vez que la faz crucial de esta etapa quedaba agotada, eran conducidos a la ESMA y recluidos (por lo general en "capuchita") hasta el momento de su traslado. De este modo, el SIN se aseguraba el monopolio de la información arrancada a sus prisioneros para usarla en nuevos operativos represivos". La memoria de Lila Pastoriza acabaría por completar el puzzle que desvelaba a los ex conscriptos del Batallón de Seguridad del COAR. "Se la conocía como la Casa del SIN (Servicio de Información Naval), aunque también como la Casa del COAR o la Casa del Comandante, se trataba de una casa operativa del SIN y, según mis informaciones, funcionó activamente entre junio y septiembre de 1977". Según detalla Pastoriza, "la Casa del SIN" se inscribe en el distanciamiento que se produjo entre el SIN y el GT3, con asiento en la ESMA, "como consecuencia de que el GT3 gana en poder y en autonomía dentro de la estructura represiva". Esas contradicciones aumentan a partir de mayo de 1977, "en torno a la disputa por la autoría de un operativo en Haedo, en el que muere Julio Roqué, dirigente montonero". Por esas fechas el capitán de navío Jorge "Tigre" Acosta, oficial de la mayor confianza del almirante Massera, construye su particular servicio de inteligencia, ocupando misiones que eran propias del SIN. Por contrapartida, el SIN, comandado por el capitán Eduardo Osvaldo Invierno, organiza grupos operativos al mando del capitán de navío Luis D'Imperio, en una virtual competencia con el GT3; es entonces cuando entra en pleno funcionamiento la casa de Villa Adelina. Una durísima casa de tormentos por la que pasaron el ex guardamarina Mario Galli (integrante del puñado de flamantes oficiales de la Armada que, encabezados por Julio César Urien, apoyó el retorno de Juan Domingo Perón), su esposa Patricia Flyn, su madre Violeta Wackner y su hija Marianela, de dos años. Salvo Marianela, que fue devuelta a su familia, los demás ya no están para contarlo; se sabe que a Mario Galli lo torturaron con un perro adiestrado y que luego, como advertencia de lo que ocurría con los infieles, lo exhibieron ante un grupo de oficiales. Por allí, entre otros, también pasaron Alberto Villelia, Adolfo Infante Allende, Gloria Kehoe, Rodolfo José Lorenzo, Viviana Esther Cohen, Edgardo Moyano, Claudio Samaja, Alejandro Odell, Marcelo Reinhold y su mujer, Susana Silver, embarazada, quien parió una nena en el hospital Naval, en enero de 1978. Todos los integrantes de ese contingente de detenidos fueron trasladados. La niña, hoy de 21 años, sigue en paradero desconocido. La próxima vez, cuando vuelvan a encontrarse para celebrar su tradicional reunión anual, los ex conscriptos clase 1953 del Batallón de Seguridad del COAR habrán dilucidado la incógnita que los persiguió durante 22 años. Eso sí, acaso no puedan cenar.
Fue jefe de inteligencia naval entre 1976 y
1977 Por Susana Viau La "casa del COAR", o "casa del SIN", fue escenario del conflicto que el Servicio de Informaciones Navales mantuvo con uno de sus antiguos jefes, llegado a comandante del arma: el ex almirante Emilio Massera. Desde 1976 y hasta los primeros meses de 1977, la inteligencia naval estuvo en manos de un hombre de Massera, el capitán de navío Eduardo Osvaldo Invierno, un apellido tan singular que dio pie a que muchos pensaran que "el capitán Invierno" no era más que el nom de guerre de alguno de los torturadores de la ESMA, un seudónimo inspirado en la ficción, como el "Capitán Tormenta" o el "Capitán Trueno". Mucho menos que eso, Invierno, nacido el 8 de agosto de 1929, había entrado a la Armada en 1947. Era uno de los miembros de la promoción 79, uno de los últimos en las calificaciones, el número 120 entre los 140 guardiamarinas egresados. Muy lejos de Horacio Zaratiegui que se había situado en el segundo puesto y muy lejos, asimismo, del número 10 que el ex almirante Massera había obtenido en la promoción 73. Pese a una performance tan baja, fue a Invierno a quien Massera confió la jefatura del Servicio de Inteligencia Naval en 1976, un empleo que ocuparía hasta el mes de mayo de 1977. No era habitual que alguien con el grado de capitán de navío estuviera al frente del espionaje de la Armada y por eso y por su dependencia de Massera, Invierno no contaba con grandes simpatías en el almirantazgo. A mediados del '77, Invierno fue reemplazado por el contralmirante Demetrio Casas, un oficial que no pertenecía a inteligencia y cuya función iba a tener, en realidad, la marca de un interinato. A él lo sucedió su segundo, Eduardo Girling, y a éste Armando Lambruschini. Después de Lambruschini, en los 80, el cargo pasó a manos de Walter Allara. Con Casas, el SIN recuperó la tradición jerárquica de su jefatura, pero perdió atribuciones: el cortocircuito determinó que el GT avanzara sobre las operaciones, interrogatorios, disposición sobre vida y muerte de los detenidos, y tuviera epicentro en al ámbito de la ESMA. Allí, con la supervisión de Rubén Jacinto Chamorro, el capitán Eduardo "Tigre" Acosta se convirtió en el virtual dueño de un aparato paralelo de inteligencia: el GT3. Al mando de los grupos operativos del SIN estuvo el capitán Luis D'Imperio y entre los oficiales interrogadores se destacaba por su ahínco el teniente Francisco Lucio Rioja, alias "Fibra". No exige un esfuerzo de imaginación adivinar a qué virtudes castrenses aludía el seudónimo. Se presume que Invierno es el hombre con quien el teniente de marina Jorge Alberto Devoto fue a entrevistarse el 21 de marzo de 1977 al edificio Libertad. Devoto sólo quería saber la suerte de su suegro, el ex juez platense Antonio Bettini, secuestrado tres días antes. No podía sospechar que jamás regresaría de esa entrevista. Reciclado en la democracia, Invierno reapareció entre las huestes del Grupo Alem, junto a Raúl Guglielminetti.
|