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Por Raúl Kollmann y Laura Vales Nunca se estuvo más lejos que hoy de encontrar a los culpables de las profanaciones al cementerio judío de La Tablada. A nueve meses del último ataque antisemita, todas las causas de importancia están paralizadas, o tras pistas de dudoso origen. "Se generó una maraña judicial que parece estar dirigida a frenar las investigaciones --aseguró a este diario Rogelio Cichowolsky, vicepresidente de la DAIA--. Lo concreto es que no hay resultados". La misma visión comparte el abogado de AMIA Luis Dobniewski, para quien las pesquisas "siguieron un mismo recorrido que terminó en la incompetencia procesal o el olvido". Un elemento común atraviesa este diagnóstico: en cada uno de estos ataques aparecen involucrados --o como sospechosos-- ex integrantes de la Policía Bonaerense. Y en todos los casos la parálisis judicial se produjo cada vez que se acumulaban indicios en contra de ellos. La Tablada, 1996 En noviembre de 1996, pocos días después del desplazamiento de Pedro Klodczyk de la jefatura de la fuerza, fue profanado el cementerio israelita más grande del país, el de La Tablada. La investigación quedó a cargo del juez federal Jorge Rodríguez, que desde entonces corrió tras una serie de falsas denuncias y archivó las pistas que apuntaban a subordinados del ex comisario Angel Salguero. En aquel ataque, los profanadores rompieron un centenar de lápidas, pintaron esvásticas sobre las tumbas con aerosol rojo y dejaron escrito en un pasillo "Holocausto: la gran mentira judía". Seis días más tarde, dos suboficiales bonaerenses urdieron una increíble maniobra. Contrataron a dos civiles para que pintaran esvásticas en el paredón del mismo cementerio; luego los "descubrieron" en plena pintada, y los llevaron detenidos a la Brigada de Investigaciones de La Matanza. Inmediatamente llamaron al lugar al juez Rodríguez. "Dejé una guardia por si los profanadores volvían y detuvimos a estos dos", le informó el entonces jefe de la brigada, el ex comisario Angel Salguero. Pero algo salió mal. Los detenidos se asustaron y confesaron que habían sido contratados; "nos dieron 100 pesos y el modelo (de la cruz esvástica) para copiar" aseguraron a dúo. Los suboficiales Gabriel Guerrero y Rodolfo Romero admitieron que habían orquestado todo y, a modo de explicación, adujeron que lo habían hecho "para sumar puntos para la brigada". El jefe Salguero venía de capa caída después de haber sido separado de la investigación del atentado a la AMIA por el juez Galeano. Los policías fueron afortunados, porque un "error" de procedimiento los dejó libres de culpa y cargo. Ocurrió así: apenas los suboficiales admitieron que todo había sido armado por ellos, se dejó constancia de su confesión en un acta realizada dentro de la Brigada de Investigaciones. Más tarde, el juez Rodríguez dispuso la nulidad de todo lo investigado porque tales declaraciones debieron haberse manifestado en sede judicial. Lo curioso es que todo indica que el propio juez estaba presente en la brigada cuando se realizó el acta que invalidó la investigación, y llama la atención que, estando allí, no haya evitado semejante error legal. La presencia del magistrado en la dependencia policial fue ratificada por el propio Salguero en su declaración testimonial, a la que Página/12 tuvo acceso. Luego de que los suboficiales recuperaran la libertad, Rodríguez se encargó de hacer público que ambos habían actuado por cuenta propia, sin el conocimiento de Salguero, una explicación por lo menos extraña para el ex comisario, considerado de fuerte personalidad y con gran ascendiente sobre sus hombres. La nulidad impidió también que se profundizara otra investigación necesaria: si los suboficiales tenían o no relación con la profanación anterior. Las pistas que hoy sigue el juez Rodríguez no parecen prometedoras. Una es una carta autoincriminatoria de un prófugo de la Justicia. Después de periciar el manuscrito y chequear su contenido, el tema quedó prácticamente en la nada, según reconoció a este diario Daniel Leppen, secretario del juzgado. La otra es un denuncia formulada por Carlos Ancharte, un ex informante policial que ya sembró de datos falsos las investigaciones del atentado a la AMIA y la masacre de Wilde. Ancharte dio al juez Rodríguez los nombres de los supuestos profanadores, entre los que incluyó a Salguero, pero hasta ahora nada indica que en sus dichos haya algo más que su conocida tendencia a fabular. La Tablada, 1997 El 24 de diciembre pasado, el cementerio de La Tablada volvió a ser profanado. Los investigadores del caso, funcionarios nacionales y provinciales y hasta el entonces jefe de la fuerza, Luis Lugones, coincidieron entonces en la misma hipótesis: que el ataque había sido ejecutado por un grupo de civiles contratados por ex oficiales desplazados de la Bonaerense. El hecho se había producido días después de que fueran pasados a retiro 300 comisarios de la mayor graduación. Una mujer que había estado en el cementerio el día anterior a la profanación contó al juez provincial Raúl Alí, a cargo de la causa, que había visto a tres personas sacando fotos en la zona que después apareció destrozada. "Por la ropa y la forma de moverse me pareció que eran policías", aseguró la testigo. Las primeras investigaciones condujeron a un trío con antecedentes antisemitas, integrado por Horacio Carrondi, Mónica Nergisian y un tal Giani (ver aparte). Pero cuando se comenzaba a avanzar sobre esta pista el fiscal planteó una cuestión de incompetencia. Desde entonces la causa no tuvo avances. Para Dobniewski la falta de resultados en las pesquisas debe analizarse en un contexto más amplio: "Las investigaciones sobre el atentado a la AMIA y el asesinato de Cabezas pusieron en evidencia que la Policía Bonaerense era una banda, o que había una banda que manejó a la policía de la provincia. Esta es la única explicación para entender por qué la falta de acción de la Justicia, o su deambular tras pistas equívocas, se transformó en una metodología para no llegar nunca a la verdad". El expediente recayó primero en el juez Rodríguez, que se lo mandó a su colega Criscuolo. Este último juez intenta en estos días devolverlo al fuero provincial. En resumen, hace seis meses que se está discutiendo quién es el juez que debe hacerse cargo del tema.
Inauguraron el monumento a las víctimas de la AMIA
Por Juan Sasturain Ayer, al sol, antes de que el día se desarreglara en tanto frío a la sombra, hubo un acto simbólico y poderoso. Se inauguró un monumento en homenaje y memoria de las víctimas del atentado a la AMIA, dentro de la misma sede de la AMIA. Hubo tal vez quinientas personas muy juntas en el lugar, la plaza seca que precede al nuevo edificio. Gente grande, sobre todo; gente muy serena. Estaban allí, para que todo tuviera sentido --una palabra que se usó y se pidió--, el autor de la obra, el artista Yaacov Agam, el embajador de Israel en la Argentina, Itzhak Avirán, autoridades de todas las entidades representativas de la colectividad --notoriamente, Rubén Beraja y Oscar Hansman, presidentes de DAIA y AMIA-- y muchos más. Todos para atestiguar que ahí no terminaba algo sino que seguía, seguía empezando. Porque de afuera parece todo igual, pero adentro algo ha cambiado. De afuera, Pasteur 633 sigue teniendo la apariencia, los carteles de un edificio (de una memoria) en construcción; pero adentro hubo ayer y hay ahora, gente. Por primera vez desde el atentado criminal, cincuenta meses después de la masacre de las 86 víctimas de la AMIA, se abrió ayer una rendija de la calle al hueco. Desde hace rato hay más cemento nuevo y más alto donde hubo cemento viejo, pero hasta ayer todavía no había nadie. Y ahora están todos: los 86 de la memoria que están inscriptos en la pared, más todos los memoriosos representados por el puñado que ayer a la mañana cantó --entre dientes y entre otras cosas-- "quiero que mi país sea feliz con amor y libertad". La plaza seca se encajona entre el muro que la separa de la calle y el nuevo edificio que echa raíces en los escombros del anterior. Contra la pared lateral se han ecolumnado los 86 nombres. En el centro, se empina la alegre estructura del monumento, una "plegaria visual", según Agam; una obra típica del pop art, artísticamente hablando. El conjunto permite su "uso" libre pero guiado, participativo pero orgánico. Constituida por nueve paneles verticales de poco menos de cuatro metros de alto enfilados y coloreados geométricamente, propone una dirección de lectura con seis puntos de vista codificados: según dónde se pare el observador, podrá acceder a seis posiciones: Janukía, Estrella de David, Arcoiris, Candelabro Menora, Maguen David en colores y el isotipo de AMIA. Para Agam --un hombre de aire informal, serenamente austero-- los valores que representa la obra son la respuesta a un sentimiento que involucra a la condición judía universal, despierta en él ante la masacre puntual de la AMIA que conoció en su momento. Una obra que no "pide" sino que ofrece. Durante el acto, severo sin estridencias, sentido sin énfasis, el protagonismo, si cabe, fue de los testigos, de los próximos prójimos. Fueron familiares de las víctimas y sobrevivientes del atentado quienes corrieron velas, encendieron velas, pusieron flores. Las autoridades pusieron presencia en el desvelamiento de la obra y en la palabra de Oscar Hansman, actual presidente de la AMIA. Hansman --que en declaraciones formuladas en el lugar sostuvo que "mientras los responsables del atentado no sean ajusticiados mediante la ley, el reclamo de toda la comunidad se mantendrá inalterable"-- hizo pocas referencias a cuestiones concretas de la investigación durante su discurso, aunque sí se refirió a la necesidad de que existan "fuerzas nacionales e internacionales legitimadas para luchar contra el terrorismo internacional". Y volvió luego a los fundamentos, al "sentido" que supo contraponer al sinsentido del odio y la violencia irracional. Y citó a Elie Wiesel: "Para los judíos el duelo tiene límites; pero la memoria, no".
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