"Bussi me da mucho asco"
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Por Fernando D'Addario Una primera aproximación a Juan Falú permite reflejar algunos datos sueltos, aparentemente superficiales: es tucumano, pero vive en Floresta y es un folklorista de culto, como Raúl Carnota, Liliana Herrero o Ica Novo. Tiene cinco hijos, vive de (y para) la guitarra y enseña folklore en el Conservatorio Manuel de Falla. Editó un puñado de discos, solo y acompañado. Está trabajando en un nuevo CD con temas propios. Cada tanto, vuelve a su Tucumán natal, donde lo esperan platos de locro, empanadas y pan con chicharrón. Esta mirada introductoria no invalida a la otra, que quizá sea subsidiaria de esa sencillez que se le coló naturalmente en la vida. Falú es, además, psicólogo (aunque actualmente no ejerce) y ex militante político. Debió exiliarse durante los años de plomo y su hermano Lucho es uno de los 30 mil desaparecidos por la dictadura militar. Una síntesis posible de su experiencia vital habría que buscarla en "Vida... la de Lucho", el tema que le compuso a su hermano (la letra pertenece a Pancho Cabral) y que integra el repertorio de Liliana Herrero. Hoy ya no le gusta la palabra militancia asociada a la música, confiesa en una entrevista con Página/12. "Todo lo que suena hoy a panfleto me resulta poco artístico. El arte y la política están distanciados porque la política argentina no tiene un lenguaje que interprete la cultura. Y la problemática cultural trasciende la política. Desde mi lugar, me siento útil. Cada vez que toco la guitarra, estoy retratando un paisaje, estoy contando la historia de la gente que vive ese paisaje. La música tiene una tarea imprescindible a la hora de restablecer la identidad y fortalecer la memoria". Fue uno de los miembros fundadores del Peronismo de Base del Tucumán, y se distinguía como orador. La época de militancia política representó para él "una experiencia dolorosa, pero irrenunciable" y, después de los años de exilio, intentó retomar el activismo. Redactó un último volante, en vísperas de uno de los tantos paros capitaneados por Saúl Ubaldini durante el gobierno radical. El día de la manifestación, encontró el volante tirado en la calle. Lo levantó y lo leyó. "Ahí me di cuenta de que era más útil con la guitarra. Habían pasado nueve años y había escrito lo mismo que antes." También tiene archivada en el subconsciente su condición de psicólogo. "Hice el corte hace 16 años. Ejercí la profesión en los 70, en los años más tensos. Pero llegó un punto en que me resultó imposible restablecer el equilibrio emocional de los demás cuando ni siquiera podía arreglar mi propio equilibrio", subraya. --Hace poco, sin embargo, retomó de algún modo su profesión trabajando en la Colonia Montes de Oca. --Sí, fue hace cuatro años. Allí coordiné trabajos artísticos con los pacientes. Demostramos que el camino del arte en esas instituciones puede ofrecer alternativas de comunicación mucho más interesantes que el abordaje de la terapéutica tradicional. Con los pacientes hacíamos teatro, títeres, danza, cuentos. Fue gratificante y frustrante, porque la institución se abroqueló, sacó a relucir sus autodefensas y nos expulsó. Para ellos, generar la participación de los pacientes era una forma de subversión. --¿Ahí se enteró lo del hijo de Videla? --Sí, por relatos de pacientes. Y cuando me enteré, preferí no caer en el panfleto. Me interesó más que un libro, o una película, pudiesen reflejar el bucolismo de la Colonia, la ferocidad de la pila de cajones con los cadáveres, la marginalidad, la locura y después sí poder entender lo que es un dictador. Si una obra de arte puede plasmar eso, no hace falta ningún discurso político. Entonces le conté la historia a Hamlet Lima Quintana, y él escribió un hermoso libro, El Perfeccionista. Este hombre, Videla, no toleraba la imperfección ni el desorden. En realidad, su problema es que estaba proyectando su propio desorden hacia afuera y buscaba en su hijo, en 30 mil inocentes, a los responsables de su imperfección. Esto es tan viejo como la humanidad, les pasó a los infieles con la Inquisición, a los judíos con los nazis, y hoy se pretende que los chivos expiatorios sean los islámicos para el mundo occidental, los negros, los pobres o los enfermos. --¿Qué siente cuando va hoy a Tucumán? Es su tierra, allí están sus orígenes, pero también está Bussi... --Bussi me da mucho asco. Es algo físico. Prefiero eso y no ponerme en la postura
intelectual de decir que desapareció toda una generación de militantes y que se cortó
la memoria y que entonces. Sí, debe ser cierto todo eso, pero a mí sólo me hace sentir
bien sentir asco por ese hijo de puta. Y un poco de vergüenza también, como tucumano que
conoció una Tucumán luchadora e idealista. |