La gente necesita otra vez una actitud solidaria
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Por Magdalena Ruiz Guiñazú París: comienza la temporada y en este despuntar de otoño quizás nunca la ciudad luz nos pareció más deslumbrante... En este marco nos encontramos al anochecer con Marilú Marini. Tomamos una tardía tasa de té en el Hotel Crillon, ese feudo celosamente protegido por la firma Baccarat que se ha constituido en el único hotel que aún permanece en manos francesas. Los árabes o grupos de capitales extranjeros han dado cuenta del resto de la hotelería lujosa y refinada de París. Y, sin haberlo previsto, fue el lugar perfecto para hablar con quien desde los años setenta ha rechazado sistemáticamente todo aquello que no sea producto de la originalidad y una depurada imaginación. Este es un país difícil, exigente, poco afecto a los extranjeros. ¿Qué significa sentirse aceptada, famosa, en una ciudad como París? Creo que dos cosas facilitaron todo esto: siempre tuve contacto afectivo con el público y eso, desde el trabajo profesional y como actriz, hace que mis personajes estén cerca de la gente. Hay que recordar que el público francés es muy cartesiano. Anhela afecto pero le cuesta acceder a él y, sobre todo, demostrarlo. El acercamiento afectivo se vuelve entonces muy importante y pienso que por eso me han aceptado. Por otra parte, el trabajo de Alfredo Arias con el grupo TSE es un precedente de calidad y de aceptación muy importante. También pienso que los franceses se interesan por la cultura argentina. Tienen una mirada hacia ese país tan lejano y a la vez tan evocador de grandes extensiones, de actos desmesurados y fantásticos. Digo fantásticos también pensando en lo cultural ya que cuando, el año pasado, presentamos la obra de Silvina Ocampo Lluvia de fuego, fue muy bien recibida. Aquí la conocían apenas. Fue de parte de Bioy Casares un gesto de confianza enorme darme esta obra que luego hicimos editar aquí por Christian Bourgois. Te decía, entonces, que hay en Francia una real fascinación por nuestra cultura y por el personaje del argentino. El argentino siempre es alguien que trae color y espesor y locura a esta cultura tan clásica, tan cuadriculada, donde pareciera que todo ya estaba dicho. ¿Como si la cultura francesa se complaciera en elementos de un nuevo orden que no es necesariamente desorden? Sin duda. Y volviendo a lo que significa vivir en Francia te diría que para mí es un enorme placer cotidiano pero al mismo tiempo una lucha, un trabajo muy grande. Pienso que realizarse como ser humano está siempre acompañado por un esfuerzo importante. Y esto ocurre en todas partes del mundo. Hay que proponérselo todos los días y también sabemos que hacer lo que a uno realmente le gusta cuesta mucho también. ¿Vos hubieras pensado alguna vez, desde aquellas épocas de Dance Bouquet en el Instituto Di Tella, que ibas a ser alguien permanentemente conocido y aceptado en París, ocupar el lugar que ya es tuyo en Europa? No. Por supuesto que no. La vida es realmente increíble... lo que más me gusta es que siento que... (y suena poco modesto decirlo) no solamente se me quiere aquí sino que también se me respeta como a una actriz que tiene algo de la locura de nuestra cultura argentina pero, al mismo tiempo, esa herencia de diferentes orígenes que es tan típicamente nuestra. Es un viejo tema. Hace poco, un francés que conoce bien América latina me dijo una frase que me dolió particularmente. Habló de la falta de personalidad de los argentinos. Es una frase hecha. No creo que esto sea así de ninguna manera. Sucede que somos los herederos de un puerto de llegada, una mezcla increíble de razas y culturas, recuerdos, cosas que han ido dejando a su paso todos esos inmigrantes que nos han precedido y que han formado estos seres que somos nosotros, que nos terminamos adaptando en cualquier lado sin dejar de tener esa tremenda añoranza de Buenos Aires y de tantos lugares que nos han identificado desde nuestra infancia. Pienso que los argentinos llevamos esos genes de aquella Europa de principios de siglo. En Buenos Aires esto se ve todavía en los barrios:pedazos de Francia, de Italia, de Alemania. El alma de esos inmigrantes que tomaron un barco sabiendo que no tenían la posibilidad de volver a Europa. Toda esa gente que emigró a América sabía que dejaba su pueblo, sus padres, su historia para siempre. Y al desgarrarse de tantos lazos nos hicieron herederos de su legado. A mí... (y Marilú se detiene)... a mí me dieron el cuerpo, puesto que soy hija de inmigrantes italianos y alemanes. Me dieron la existencia y la posibilidad (común a los argentinos) de inscribirnos en distintos ambientes como si en alguna parte de nuestro inconsciente quisiéramos volver al lugar de origen... Mi padre estaba más metido en la cultura argentina quizás por su origen italiano. Mi madre, que había llegado de Alemania con su hermana veinte años mayor que ella, estaba más apartada, aislada. Ella conservaba y aún hoy (mi madre vive todavía) respeta los mismos rituales que en Alemania: hace conservas para el invierno durante el verano como si las nevadas y los hielos se hubieran trasladado a la Argentina. Ellas seguían imbuidas de aquello de prepararse para el frío y también mantenían el idioma. Hablaban en alemán. Mi padre, en cambio, lo hacía casi siempre en castellano. Supongo que se asimiló con mayor facilidad. De alguna manera vos realizaste el camino a la inversa. Aun viviendo aquí en Francia hiciste un paso completamente natural hacia Buenos Aires cuando, por ejemplo, presentaste Niní en el 95. Sí, fue como un puente a través del tiempo entre el viejo y glorioso Di Tella que abrió a un nivel más masivo y popular lo que hasta ese momento era un arte más exclusivo y la vanguardia, la creación... Justamente. Si nos ubicamos en este momento daría la sensación de que no hay una vanguardia artística en el mundo del teatro... Lo que sucede es que están empezando a emerger cosas en la cultura francesa... nuevas corrientes. Aparte, yo pienso que ha sido tan fuerte la relación con la crisis económica que estamos viviendo en todo el mundo, esta situación de liberalismo económico reinante, que ha terminado repercutiendo a modo de distanciamiento humano entre la gente. La gente necesita nuevamente una actitud solidaria. De no ser así estos años de fin de siglo van a ser terriblemente difíciles. Y eso ha dado también lugar a que haya artistas que salgan de lo convencional y se aventuren en la plástica a hacer instalaciones, a experimentaciones con lo visual... Insisto: ¿y en teatro? En teatro pienso que se vuelve ahora a una necesidad de comunicación con la gente. En los años 70 y 80 se han construido grandes monumentos teatrales ante los que el público se maravillaba pero en los que no podía entrar emotivamente. Pienso que en este momento se está volviendo a una cosa más humana en la que los creadores han advertido esta necesidad social de acercamiento. De emocionarse, de llorar. La necesidad de un contacto humano. Creo que estamos entrando en un teatro donde la emoción está dada por el espectáculo... Ariane Mouchkine, ¿por ejemplo? Ariane Mouchkine es una mujer que tiene un mensaje mucho más social. De alguna manera quiere integrar un componente político en todas sus obras. Yo más bien me estaba refiriendo a Bob Wilson que encarna toda una corriente teatral donde hay una búsqueda que culmina en que lo estético finalmente te conmueva. Lo que el público está buscando es el contacto directo con el actor y con el texto. Un compromiso en el que nadie quede afuera. Los grandes directores franceses como Patrice Chérau están buscando otra vez esa vuelta a un contacto mucho más directo. Chérau lo hizo últimamente con una obra de Koltes que se llama En la soledad de los plantíos de algodón. Allí actuaba él junto con otro actor, Pascal Gregory. Años atrás había representado esa obra y la consideraba una puesta muy fría y justamente ahora quiso trabajar el texto desde más adentro, encarnándolo más y hacerlo él mismo a través de su voz y de su cuerpo... ¿Es decir con menos academicismo? Exactamente. Yo diría también con menos solemnidad cultural, con una entrega más humana, más directa. Y ahora acaba de hacer un muy buen trabajo para el Festival de Otoño con los alumnos del Conservatorio Nacional de Arte Dramático sobre Ricardo III, de Shakespeare. Quiso hacer un trabajo muy directo. Muy cuerpo a cuerpo. Logró con los alumnos del Conservatorio mostrar un producto en elaboración y no una obra terminada. Te das cuenta entonces que hay también una necesidad de hacer cosas donde no intervenga una elaboración tan académica y perfecta sino un aliento vital, una respiración, en el que se incluye al espectador. El espectador arrastrado por la búsqueda y con el deseo de encontrar al otro. Amar a su madre, que vas a estrenar esta semana, se incluye en esta tendencia... Sin duda. Por ello también fue tan importante elegir los textos. Olivier Py, por ejemplo, es uno de los directoresautores más importantes de Francia; Jazmina Reza (autora de ART) es traducida y aceptada en todo el mundo. Creo que hemos logrado con un tema universal los enfoques más diversos. En el afiche callejero se te ve con un conejo de felpa, de juguete, en brazos, recubierto por una red... Justamente. El tema está íntimamente ligado a la red. La madre nos hace. Nos teje. Elabora nuestro cuerpo. Fundamentalmente te diría que ése es el meollo del espectáculo... La textura del lazo materno... Lo que representa y nuestro largo trabajo para separarnos de nuestra madre. ¡Una tarea que te atrapa de por vida! Y uno de los temas más difíciles, fascinantes y permanentes. Hacerlo me sacude la emoción.
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