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Por Maximiliano Montenegro
Desde Cambridge, Massachusetts
A pocas cuadras de la Universidad de Harvard, sobre la avenida Francis, una modesta calle cubierta por hojas en el lluvioso otoño de Cambridge, se levanta una señorial casa de madera pintada de rosa. Justo en el lugar indicado en el detallado mapa que la secretaria de John Kenneth Galbraith faxeó hace unos días al diario para facilitar la tarea del periodista. A falta de timbre a la vista, cruzando una cerca de madera, el cronista aplaude tratando de llamar la atención de la figura que, de espalda a una ventana, lee un diario con sus brazos extendidos. A los pocos segundos se enciende la luz del porche y un hombre altísimo, anciano, sostenido en un grueso bastón, invita gentilmente a entrar. El jueves John Kenneth Galbraith cumplió 90 años, un acontecimiento en Harvard, donde fue nombrado profesor emérito después de haber enseñado por más de medio siglo.
Ninguna teorema económico lleva su nombre ni fue laureado con el premio Nobel. Sin embargo, es el más popular de los economistas norteamericanos entre el público no especializado y la voz más escuchada por los políticos progresistas en todo el mundo. Su fama radica en una asombrosa capacidad de divulgación (ver aparte), plasmada en una treintena de libros, muchos de ellos best-sellers. Y, sobre todo, en haber vivido los mayores acontecimientos del siglo en un sitio privilegiado, el de la elite intelectual norteamericana cercana al poder, sin haber perdido la frescura para denunciar las injusticias y estupideces del capitalismo.
Una visita guiada por el estudio de Galbraith, plagado de libros, es un viaje fascinante por la historia: fotos de sus épocas de asesor de los presidentes Roosevelt, Truman y Kennedy, caricaturas suyas junto a Karl Marx y John Maynard Keynes, su maestro, y recuerdos de sus años como embajador en la India, a principios de los 60. Hoy hace falta líderes como estos, bromea, en el silencio de un hogar con aire campesino. Luego, desparrama su longilínea humanidad en un sillón del living, también panelado de suelo a techo de libros, y mientras se ajusta el audífono, parece ansioso por empezar contestar preguntas. Lo hará, sin pausa por unos 50 minutos. Dice que conoce a muchos economistas argentinos. Pero sólo recuerda un nombre: Domingo Cavallo. También comenta que conoció personalmente al presidente Menem (realizó su último viaje a Buenos Aires en el 95), aunque se reserva una opinión: dejo el juicio de los líderes políticos en Argentina a los argentinos, afirma, diplomático.
En esta entrevista exclusiva que mantuvo con Cash, quien vivió y describió mejor que nadie la depresión mundial de los años treinta, analiza la actual crisis financiera en los mercados internacionales.
-¿Usted cree que el crac del 29 puede volver a repetirse?
-Oh, seguro.
-¿Por qué?
-Porque es la naturaleza del sistema capitalista. Tenemos períodos recurrentes de especulación, en los que se forman burbujas especulativas, y el final siempre llega de una manera súbita y desagradable. Esto ha sido así durante toda la historia de los últimos 300 años. Y sería muy tonto decir que no experimentaremos nunca más una crisis como la del 30. Debo decir que por los últimos meses yo he venido prediciendo una gran caída en el mercado bursátil y hoy está ocurriendo.
-¿Por qué preveía esta caída?
-Hay una tendencia básica construida por gente atraída por la idea de que los precios de las acciones y de los valores inmobiliarios crecerán, y están tan convencidos de esto que compran, lo cual hace aumentar los precios. Esto causa que más gente se sienta atraída para ingresar al juego, y entonces los precios aumentan todavía más. Esta es una típica burbuja especulativa que, como dije, es algo recurrente en el sistema. Es lo que hemos visto recientemente en Wall Street. Hoy la gente ha decidido salir, y entonces tenemos una caída. Esto es lo que algunos llaman una corrección, pero es lo que los comentaristas honestos llamarían crac.
-Hablemos del Fondo Monetario Internacional en estos días. Si mira las decisiones tomadas por Michel Camdessus (director gerente del FMI) en los últimos tiempos, ¿usted cree que el señor (John Maynard) Keynes estaría de acuerdo con él?
-No, en absoluto. No creo que Keynes estaría feliz si viera lo que hace el señor Camdessus. El FMI tiene una tendencia a salvar a aquellos que son los máximos responsables de la especulación. En el pasado el FMI ha impuesto a los gobiernos de los países subdesarrollados políticas que han tenido un durísimo impacto sobre los sectores más pobres de la población.
Me refiero a políticas de fuerte ajuste fiscal y monetario. Estoy de acuerdo con que debemos tener un Fondo Monetario Internacional. Pero yo sería mucho más propenso de lo que se es hoy a dejar a los inversores especulativos sufrir, y destinar los fondos de ayuda financiera a la gente que más la necesita. Es decir, la gente más pobre que debe soportar el impacto de la crisis económica y social. Esto requeriría por estos días un cambio radical en las actitudes del FMI. No hay duda de que el FMI debe ser reformado (ver aparte).
-¿Usted está diciendo que, por ejemplo, en lugar de gastar 50 mil millones para socorrer al gobierno brasileño en el pago de su deuda a los inversores, usaría ese dinero para ayudar a la gente pobre en distintas partes del mundo?
-Así es. En lugar de salvar a los inversores, pondría mucho mayor énfasis en salvar a la gente inocente que sufre cuando estallan estas burbujas: trabajadores, empleados públicos, granjeros. En lo que se refiere a los inversores es útil para el capitalismo que asimilen grandes pérdidas en las crisis. Hay que dejar que ocurra lo que el economista Joseph Schumpeter llamó la destrucción creativa.
-Camdessus diría que si no se arma un paquete de financiamiento para salvar a Brasil de la moratoria o la devaluación, la gente pobre de Latinoamérica sufriría mucho más porque la crisis en los mercados sería peor, y el desempleo aumentaría.
-Temo que el salvataje para Brasil del que se habla sólo termine ayudando a los especuladores. Aquí sí creo que debe haber una corrección de mercado: los banqueros que han otorgado préstamos estúpidos al gobierno y al sector privado, no deben ser salvados. Vuelvo a mi punto inicial: me preocupa que este proceso de corrección afecte a gente inocente, pero no quiero que se evite el sufrimiento a los banqueros. Yo me preocuparía directamente por la gente desempleada o la que cobra salarios muy bajos, no por la gente que es responsable por la especulación. Si no se interviniera, tal vez el obrero o profesional de clase media brasileño sufran igual, pero después serán ellos, con sus propias fuerzas y sin soportar un mayor peso de la deuda, quienes podrán levantar al país y sacarlo adelante.
-¿Cuál es la receta para escapar a una recesión a nivel global?
-Yo no sería tan optimista para pensar que habría alguna forma de escapar. La especulación en los nuevos países industriales del sudeste asiático se ha mezclado con la extravagancia política y la corrupción. Japón, la segunda economía del mundo, se ha sumergido por varios años en una depresión. Los países latinoamericanos están volviendo a su normalinestabilidad. Y Rusia es un desastre político y económico inimaginable. Como han dicho algunos: basta tomar la experiencia rusa de capitalismo para que el comunismo soviético luzca bien. Después de estos episodios especulativos, que también vivió Estados Unidos, siempre sobreviene una recesión. Esto también es parte de la naturaleza del sistema. Como aprendimos en 1929, cuando estalla la burbuja, aquellos que se han empobrecido súbitamente recortan sus compras, y las empresas a su vez cortan inversiones. Entonces, se caen en un recesión o depresión. El problema no es cómo se previene este proceso, inevitable, sino cómo se minimiza sus efectos adversos.
-¿Y cómo se hace?
-Ya he respondido a esa pregunta. Hay que dejar que todos los que son responsables por la especulación sufran, pero no se debe poner la cruz sobre la pobre gente trabajadora que resulta víctima de la recesión.
-¿Qué puede decir de la situación de Argentina en este contexto mundial?
-Argentina ha tenido grandes períodos de inestabilidad, pero no hay duda de que hoy está muy lejos de aquel país agrícola que conocí hace 50 años. No he estudiado demasiado últimamente la situación económica de Argentina como para poder dar una opinión muy precisa. Sin embargo, sé que hoy tienen una economía estable con una alta desocupación. Tal vez en Argentina las oportunidades para que el Gobierno implemente una red de seguridad social para los desempleados son más limitadas que en Estados Unidos, pero debería prestarse más atención al tema. En especial en estos momentos en que hay una amenaza de recesión a nivel mundial.
-El problema es que cuando la burbuja especulativa estalla a nivel mundial los países emergentes, como Argentina, deben someterse a una nueva dosis de ajuste fiscal para recobrar la credibilidad de los inversores.
-Esto es cierto. Pero hay modelos en el mundo, como el de los países escandinavos, que han sido capaces de mantener credibilidad a nivel internacional con un fuerte sistema de bienestar social. Este es el modelo con el que yo me identifico y hacia el cual un país con riqueza como Argentina debería moverse. Si tengo una observación que hacerle sobre Argentina es que últimamente los gobiernos han sido demasiado generosos con los ricos y se han preocupado poco por los pobres.
-¿Se prestó demasiada atención a las recetas del Consenso de Washington: privatización, liberalización financiera, apertura comercial?
-Sin duda. En general, los países latinoamericanos han adoptado políticas dentro de los cánones del llamado Consenso de Washington (privatización, liberalización de mercados) en la creencia de que hay una receta universal que resuelve los problemas del desarrollo. Pero estoy seguro que no puede haber una receta universal, una única fórmula. Hay fórmulas distintas según la situación particular. Lo que puede ser mejor para Argentina es muy distinto a lo que le conviene a Brasil o a Estados Unidos.
Frases
Keynes no estaría feliz si viera lo que hace el señor Camdessus. El FMI salva a los responsables de la especulación e impone políticas en los países subdesarrollados que han tenido un durísimo impacto sobre los sectores más pobres.
u Yo dejaría a los inversores especulativos sufrir, y destinaría los fondos de ayuda financiera a la gente que más la necesita.
Si el FMI no interviniera en Brasil, tal vez el obrero o profesional de clase media brasileño sufrirán lo mismo. Pero después serán ellos, con sus propias fuerzas y sin soportar un mayor peso de la deuda, quienes podrán levantar al país y sacarlo adelante.
En Argentina, últimamente, los gobiernos han sido demasiado generosos con los ricos y se han preocupado poco por los pobres.
No soy tan optimista en creer que podamos escapar a una recesión mundial. Siempre después de estas burbujas viene una recesión.
No hay otra alternativa
-¿Hay alguna alternativa al capitalismo?
-No creo que haya alguna alternativa al sistema de mercado, debemos aprender a vivir con él. El tema no es ideológico sino simplemente práctico. Una gran área de actividad económica debe ser guiada por las fuerzas del mercados, porque el socialismo ha demostrado no ser capaz de hacerlo con una relativa eficacia en el tiempo.
-¿Usted cree que el capitalismo necesita, para funcionar, que millones de personas vivan en la pobreza como decía Karl Marx?
-No me resigno a pensar esto. He abogado durante mucho tiempo en Estados Unidos por un ingreso básico garantizado para la gente más pobre. Creo que esto mismo se puede aplicar para un país con tanta riqueza como Argentina. Este tema ha sido muy discutido en el pasado, la discusión ha sido dejada de lado en los tiempos que corren, pero yo siempre he sido favorable a la idea de consolidar una red de seguridad social básica. Y por eso me preocupa tanto, sobre todo durante la recesión, cuidar y proteger la red de seguridad social antes que a los inversores.
-¿Por qué se derrumbó el modelo asiático?
-El modelo asiático era un experimento dentro del sistema capitalista de mercado para países que no estaban todavía preparados para el problema. Entonces hubo una administración descuidada de las empresas, un sistema bancario que prestó sin evaluar riesgos e inversiones extravagantes e innecesarias. Todo esto no fue casual sino que estuvo relacionado con la naturaleza propia del capitalismo en estos países. En Tailandia, Malasia y Corea del Sur ese estado de cosas provocó un gran daño y desembocó en la situación actual. Pero no necesariamente tenía que terminar así, porque algunos países, como Taiwán, lograron escapar a la crisis.
Sólo hablan de sexo
-¿Quién debe impulsar la reforma del Fondo Monetario Internacional?
-Los países miembros, liderados por Estados Unidos. Necesitamos un nuevo Bretton Woods, con un nuevo liderazgo del Fondo Monetario Internacional.
-¿Estados Unidos está asumiendo este liderazgo para reforma el FMI en el sentido que usted quisiera?
-Este es otro tema. Yo quisiera que Estados Unidos tuviera un mayor liderazgo en estos temas y estuviera menos preocupado por el sexo. Estamos viviendo la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial y en Washington noto una gran indiferencia. A lo sumo, hay quienes tienen la esperanza de que todo se resuelva, fácilmente y sin dolor, con una mágica intervención de la Reserva Federal (banca central estadounidense, que ha bajado la tasa de interés y se le pide que lo siga haciendo para evitar una recesión). Pero nadie habla en serio de los efectos de la crisis sobre los trabajadores y las formas de mantener los niveles de demanda de consumo e inversión. Hoy, los políticos y los comentaristas de Washington están increíblemente preocupados, por no decir exclusivamente, por el sexo. Tengo una teoría sobre esto, ¿quiere oírla?
-Por favor...
-Los temas de política económica requieren conocimiento y esfuerzo. En cambio, para hablar de sexo, ya sea del común o del ilícito, todo el mundo tiene un punto de partida similar. No se requiere ningún tedioso estudio previo... (esboza una sonrisa irónica).
-Hablar de Monica Lewinsky es también más divertido.
-Ahora es usted el que quiere empezar a hablar de sexo. A mí el tema ya me resulta aburrido -retruca, como si estuviera enojado, aunque no lo está. Parece más bien cansado, después de 50 minutos de charla. Y se levanta de su sillón, dando por concluida la entrevista.
Friedman y Galbraith coinciden en sus criticas al FMI
La socialización del riesgo
Por M.M.
Si algo obsesiona a John Kenneth Galbraith en estos días es que los grandes financistas que timbearon en remotos mercados del Asia o Latinoamérica no la saquen gratis. La misma preocupación expresó recientemente otro economista octogenario, el Nobel y padre del monetarismo, Milton Friedman, en el reportaje que Cash publicó la semana pasada. Galbraith y Friedman son enemigos íntimos: se respetan mutuamente, pero son fieles representantes de dos escuelas económicas enfrentadas y raramente coinciden en sus opiniones.
Galbraith es un keynesiano convencido de la necesidad de la intervención pública en los mercados y defensor del Estado del bienestar. Friedman, en cambio, en palabras del propio Galbraith, ha sido durante años y continúa siendo, el principal exponente del mercado competitivo clásico, que ha su entender sigue existiendo sin mayores alteraciones, salvo en la medida que ha sufrido los efectos de improcedentes intervenciones del gobierno.
Hoy ambos pensadores coinciden en condenar los paquetes de salvataje financiero que el FMI armó en el Sudeste asiático y ahora planea para Brasil. Cuando ocurrió la crisis mexicana, con el paquete que aportó el FMI y el Tesoro norteamericano no fueron rescatados los mexicanos, que hoy se encuentran igual que 10 años atrás, sino que fueron salvados los grandes bancos de inversión que apostaron de manera loca en ese mercado, dijo Friedman. Galbraith afirma: temo que el salvataje a Brasil sólo termine ayudando a los especuladores, mientras los brasileños sufrirán igual.
Sólo hasta ahí llegan las coincidencias. Mientras Galbraith quisiera ver al FMI interviniendo con un sentido más social, distribuyendo recursos hacia los sectores más golpeados por la recesión, Friedman propicia la disolución del Fondo y confía en que -tarde o temprano- las fuerzas del mercado recompondrán el orden económico y social.
De todos modos, ambos alertan sobre el problema de la socialización del riesgo en el capitalismo poscomunista. En los noventa, grandes bancos de inversión explotaron un jugoso negocio prestándole a los llamados países emergentes a tasas muy superiores a las que conseguían los fondos en el Primer Mundo. Brasil, por ejemplo, hoy paga un piso del 50 por ciento anual para refinanciar su deuda, diez veces más de lo que rinde prestarle al Tesoro norteamericano. Estas tasas de interés, supuestamente, reflejaban el riesgo de la apuesta. ¿Por qué, entonces, asegurar ahora el repago a los mismos acreedores que cosecharon beneficios extraordinarios, gracias a la escasa reputación financiera de los gobiernos endeudados? Suena ridículo, como lo plantean desde el sentido común tanto Friedman como Galbraith. Sobre todo, si al país en cuestión sólo le espera por delante más ajuste fiscal, recortes de gasto social, recesión y endeudamiento a tasas exhorbitantes.
Los paquetes de salvataje plantean otro dilema: si los inversores creen que siempre habrá un FMI para rescatarlos, la especulación se volverá mucho más agresiva. Quienes los defienden, tanto en Wall Street como en Washington, dicen que la alternativa es mucho peor: el caos. Si es así, entonces la impresionante concentración de riqueza en pocas manos no es la única marca registrada del capitalismo de fin de siglo. También necesita socializar el riesgo de los grandes especuladores privados, actores privilegiados de la globalización.
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