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Logotipo María Moreno es un invento. Acaba de publicar una antología de narradoras, Damas de Letras, que se suma a la mentira del inclasificable libro El affaire Skeffington y a la biografía El petiso orejudo. María Moreno no existe. Sin ofensa: María Moreno, en realidad, es Cristina Forero. Y el juego nombre/seudónimo parece complicado: “A veces una es la prehistoria de otra; a veces yo -eso que se llama yo- soy Cristina Forero y María Moreno es un personaje que produce textos que me dan de comer. A veces percibo diferencias entre las dos; a veces, creo que se funden. También tengo una duda sobre su orden. Y por suerte están los porteros eléctricos: nunca sé con cuál voy y vacilo al anunciarme”.
María Moreno se inició entre frutas. Sucedió en La Opinión, donde escribía textos de crítica literaria y vida cotidiana como Cristina Forero: “Una vez se me ocurrió hacer una nota sobre fruterías nocturnas. Debo haberla considerado una intriga secundaria en mi escala de investigaciones, un registro menor dentro de mis (todos de pie) altos grados de relación con la cultura. ¿Por qué hay fruterías abiertas de noche? Gran pregunta, equivalente a: ¿Dónde van los pájaros cuando mueren? Hice esa nota -que no resultó muy diferente de lo que escribo ahora- y la firmé como María Moreno, como un ocultamiento. Pero terminó funcionando más que mi propio nombre”.

María Moreno se confirmó entre cerdos. En Siete días trabajaba junto con Renata Schussheim, quien tuvo la idea de alquilar dos cerdos para una producción de fotos con la estrella infantil Lorena Paola. Al estudio marcharon Schussheim, Moreno, el fotógrafo y los animales. Allí los esperaba la nena, quien dudó brevemente (“Hmmm, chanchitos... Qué vivos, como soy gorda...”), antes de aceptar las fotos. Esa tarde Moreno descubrió que a los cerdos no les gustan los flashes: se fueron enojando progresivamente y a la hora de devolverlos nadie se animaba a sacarlos del estudio. Alguien sugirió que los tranquilizaran con el psicofármaco de moda. Una idea que todos consideraron brillante, hasta que la policía detuvo a la camioneta con las mujeres, el fotógrafo y los chanchos drogados. “La entrevista con Lorena Paola marca un cambio en mi camino, el comienzo de una serie de transformaciones. Yo quería trabajar género y psicoanálisis. El quiebre vino así”.

Ese quiebre evolucionó hacia un encuentro entre los trabajos “decorosos” (como la brillante entrevista que la Forero le hizo a José Bianco, incluida en el volumen Ficción y reflexión) y los de la Moreno. “En el momento en que le hice el reportaje a Lorena Paola todavía no existían ciertas lecturas ligadas al género: la relación entre periodismo y literatura, cierta teoría, importación de pensamientos... Me parece que sigo trabajando de la misma manera. El reportaje a Lorena Paola es una ficción. Es literatura, dentro de mis parámetros: no es menor al reportaje a Bianco o a lo que hago ahora. Siempre hubo una idea de no reconocimiento, de construir algo exterior a mí, sin posibilidad de autoría”. Parece que su juego es volverse irresponsable de lo que hace. “El affaire Skeffington es: no soy poeta, es otra y está muerta. Yo hago sus poemas pero no sé inglés. Yo soy la ensayista que la construye, pero no soy una ensayista sino una periodista que entrevista a la nieta. Es mi manera de no hacerme cargo, de correrme del lugar”.
El truco de Damas de letras consiste en dejar la responsabilidad de la antología en manos del azar, según escribió Moreno en el prólogo: “Este libro se propone como un abanico de registros y tópicos organizados por una mano lúdica y no como una selección de acuerdo al orden político, la calidad o la representatividad de autoras o relatos. En el juego de damas, quien llega a la línea final puede mover las piezas en cualquier dirección”.

EL SI FACIL
¿Cómo se integra el azar a este trabajo?
-Yo escribo por encargo. Claro que no me encargan cualquier cosa, y en mi casa tampoco hay cualquier cosa: aunque hubiera buscado al tuntún, apretada por las circunstancias, no habría salido un libro muy diferente. En este caso elegí la convención de armar un catálogo de registros de mujeres, un registro temático. Me interesó hacer algunos pases: poner personas reconocidas como poetas pero con un cuento (como en el caso de Olga Orozco) o llamar “cuento” a un texto de Pizarnik que es mucho más complejo de definir. En general, la ficción para escribir algo está en que me lo demanden; pero si me demandan algo que no me gusta, me las arreglo para llegar al punto que quiero.
¿Nunca dice que no?
-No. Por eso tengo muchos problemas.
También le encargan cosas que suponen que María Moreno puede hacer.
-Claro. Cada vez que una mujer, en algún lugar del mundo, hace algo -por ejemplo, un tapiz-, se supone que yo debo tener alguna idea al respecto. Me parece que tiene que ver con lo que uno produce en el mercado. Si alguien saca una revista y no tiene muchas ideas, cantado que le hace un reportaje a Fogwill. Por la misma razón me encargan a mí cosas ligadas al género mujeres.
¿Por qué terminó especializándose en el tema de la mujer?
-Porque no estoy segura de ser una. Pero eso es algo muy femenino. En mi caso, ser una no-mujer no me hace un hombre. Quizás ahí esté el motor que me llevó a pensar algo sobre género: a partir del síntoma, tuve que “profesionalizarme”. Hay un dicho zen que se puede adaptar. Dice así: cuando los hombres no saben zen, los hombres son hombres y las montañas, montañas; cuando empiezan a aprender zen, las cosas son más complicadas; cuando ya saben zen, los hombres son hombres y las montañas, montañas. ¿Cuál es la diferencia? Que levantaron los pies del piso. Se podría decir eso con respecto al camino del feminismo.

DEL GHETTO
En esta misma colección Héctor Libertella armó dos antologías: 25 cuentos argentinos del siglo XX y 11 relatos argentinos del siglo XX, algo así como el top forty de los consagrados y de los freaks, respectivamente. ¿Por qué separar a las mujeres?
-Bueno, en las otras dos antologías también hay mujeres.
Usted misma está en la segunda. Por eso la pregunta: ¿por qué publicar una de mujeres aparte?
-Porque se puede hacer del ghetto un territorio. Siempre intenté lo mismo: con un lugar dado, invadir los otros. Siempre imagino que, a partir de un espacio dado (en general chico), puedo dispararme hacia otra cosa. Me pareció más estratégico eso que aceptar una supuesta igualdad indiferenciada. Al afirmar algo, cualquier cosa, hacemos de varios particulares un universal. Uno dice “los analistas”, o “los plomeros”, y le pueden contestar “pero no todos”. Por supuesto. Cuando se dice “antología de mujeres”, todo el mundo estalla. Creo que decir “yo me rijo en la igualdad, y desestimo el género como un problema”, es también una estrategia de género. Lo cual confirma que es un problema.
¿Hacia dónde se dispara esta antología?
-Hacia la relación entre las mujeres y la escritura. Cuando una mujer empieza a escribir, hace operaciones ligadas al género: entre ellas, difuminarlo o negarlo. Yo no estoy exenta de lo que pienso de las mujeres en términos de género. Aunque siempre está el sueño de no pertenecer a ninguno.
¿Cómo llegó a una mezcla tan heterogénea de narradoras?
-Hay una intención de contaminarlas, ya que cada una está regida por diferentes espacios de valoración (los medios, la universidad). Mi intención era mezclar el mazo para contaminarlas a las unas con las otras. Aunque quizás eso es algo propio de cualquier antología: casi todo autor siente que está en malas compañías en cualquier antología que lo incluyen. Y acá evidentemente hay ausencias. Podría haber incluido a Estela Canto, o a Vlady Kociancich... Con las omisiones podría hacer otra antología. Ojo: no digo una segunda sino otra. Es algo medio misterioso. No elegí las que más me gustan, ni deseché las que menos me gustan. Sucedió de una manera misteriosa para mí misma: una vez que tuve el título, se fortaleció la manera de producir el libro.

DESPEINADA
¿Siempre trabaja de manera tan intuitiva?
-Yo no diría “intuitiva”. Hay diferentes supersticiones de los “artistas”, de los que hacen estas cosas que son tomadas como arte: hay tipos que tienen la fantasía del control sobre sus obras, y otros que no. Pertenezco a los segundos. En la lectura de esta antología eso se puede revertir o confirmar totalmente. Alguien dirá: “Evidentemente, esto es la obra de alguien que encontró las cosas por azar y mezcló todo de cualquier forma”. Yo no sé cómo salió. Me resulta muy difícil leerme después de publicar: otra manera de soñarme irresponsable, despeinada.
¿Las mujeres se despeinan?
-Yo, totalmente. Aunque conjeturo que las mujeres no se despeinan, no muy a menudo. Si pensamos en Virginia Woolf y James Joyce, mi ocurrencia es que ella se maneja con cierto cuidado por la lengua mientras que él la rompe. Creo que en esos modelos hay algo que sigue sucediendo. En esta antología, tal vez algunas están más peinadas que otras. En general percibo que son mujeres de cierto orden, pero de diferentes órdenes entre ellas. Por poner el orden como un peinado.
¿Cómo restringió esos peinados a los cinco estilos que marcan los subtítulos de la antología, que además son títulos de mujeres (ver recuadro)?
-Porque la mujer empieza sola (por eso “Un cuarto propio”) y termina en la política (por eso “La sangre de los otros”). Hay una expresión repugnante que dice “de lo privado a lo público”, es un sonsonete que primero resulta operativo y que rápidamente coagula en estribillo. Con respecto a los títulos, creo que se deben a la relación que tengo con el plagio. Paralelamente al no hacerme responsable de lo que firmo, también firmo cosas de otros con ese nombre que no es mío. Es muy interesante que en México le digan “plagio” al rapto: me pasa que, una vez que le robo algo a alguien, no lo puedo encontrar en ese alguien, no puedo encontrar ese texto en el libro del que lo robé. Como si lo hubiera raptado. Igual, como plagiaria soy una ladrona de gallinas: lo que robo son fetiches, una frase. Por ejemplo, “la criaron bien” de Colette. Claro que los plagios se valoran de diferentes maneras. Por ejemplo, todos los lacanianos hablan en lacaniano y ninguno lo considera un plagio, sino una transmisión.
Libertella se incluyó en una de las antologías que hizo, ¿por qué usted no se puso en Damas de letras?
-Porque no quise tener otro problema aparte del prólogo. Hubiera tenido que entregar otra cosa más... Lo pensé, por qué no. ¿Qué significa no incluirse, ese acto de abstención, sino brillar por la ausencia? No es por una ética de la modestia, nada por el estilo: es una pose. Si uno mezcla el mazo, ¿cómo no se va a beneficiar? Claro que lo pensé. Pero llegué tarde. Y me dejé afuera.


“Paralelamente al no hacerme responsable de lo que firmo, también firmo cosas de otros con ese nombre que no es mío. Igual, como plagiaria soy una ladrona de gallinas: lo que robo son fetiches, una frase. Bueno, todos los lacanianos hablan en lacaniano y ninguno lo considera un plagio, sino una transmisión.”

“Cada vez que una mujer, en algún lugar del mundo, hace algo -por ejemplo, un tapiz-, se supone que yo debo tener alguna idea al respecto. Pero si alguien saca una revista y no tiene muchas ideas, cantado que le hace un reportaje a Fogwill. Por la misma razón me encargan a mí cosas ligadas al género.”

Palabras, palabras,
palabras

Las veintitrés autoras reunidas en Damas de letras tienen una contaminación agregada a la de compartir esta antología: los subtítulos bajo los cuales las acomodó María Moreno fueron expropiados a otras autoras. Un cuarto propio pertenece a Virginia Woolf; Lazos de familia, a Clarice Lispector; Delta de Venus, a Anaïs Nin; El corazón es un cazador solitario, a Carson McCullers; La sangre de los otros, a Simone de Beauvoir. Cada uno de ellos representa las paradas en el camino de lo privado a lo público que imaginó Moreno: del lugar más opresor a la política. Qué significa cada autora, en cambio, es más complejo. Pero éstas son las definiciones que arriesga Moreno:

Tununa Mercado: Eros memorioso.   Liliana Heker: Artesanía.
María Esther Vázquez: Conversación.  Noemí Ulla: Erotismo.
Hebe Uhart: Locuela.  Elvira Orphée: Otro erotismo. Siesta.
Olga Orozco: Verde. ¿Es el cuestionario de Proust?
Matilde Sánchez: Futuro.  Beatriz Guido: Perversión oral.
Silvina Bullrich: Cinismo.  Amalia Jamilis: Una década, los ‘70.
Sara Gallardo: Joya.  Griselda Gambaro: Genio.
María Rosa Oliver: Freak.  Liliana Heer: Perversión graciosa.
Silvina Ocampo: Perversión clásica.  Luisa Futoransky: Excentricidad.
Inés Fernández Moreno: Freak vainilla
Alejandra Pizarnik: Simulación.
Ana María Shua: Aforismo.  Cecilia Absatz: Televisión.
Angélica Gorodischer: Humor.
Marta Lynch: Compromiso, pobre. Ella imaginaba que podía intervenir.