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Meirás-Migdal

LA VOCACION LITERARIA

por Juan Ignacio Boido

Hacia el final, llegando a las últimas páginas, alguien repite como una plegaria desatendida lo que ya se puede leer al principio, en las primeras páginas de La velocidad de las cosas: “Cualquier similitud entre las situaciones y los personajes de este libro con hechos y personas de la realidad es simple e involuntaria casualidad”. Quizás el irresistible encanto de la literatura sea el don de invitar al más placentero de los equívocos: la sensación, siempre algo ominosa, de que lo que fue escrito realmente sucedió, o va a suceder, ahora, o en cualquier momento. La velocidad de las cosas tiene ese don. (¿Dónde queda exactamente El Extranjero, ese lugar en el que transcurre buena parte de estos cuentos? ¿Se acerca el fin del mundo de manera irremediable mientras nieva en Buenos Aires? ¿Son los escritores una especie amenazada por un extraño virus que los aniquila? Eso.)

La velocidad de las cosas está compuesto de nueve cuentos. Nueve variaciones sobre el momento exacto en que los personajes asisten a la revelación de que esas cosas -el latido secreto de la muerte, la inaudible sinfonía de las esferas, el callado chirrido del universo, la súbita y redentora conciencia de todo esto- encuentran su propia y justa velocidad. Así, La velocidad de las cosas, por debajo de tramas perfectamente aceitadas y perversamente acertadas, es una recolección de epifanías, y “la velocidad de las cosas” es el sonido de una mano aplaudiendo.

“Epifanía es una de mis palabras favoritas”, dice Rodrigo Fresán. Y sigue: “Y lo primero que tengo claro de todos mis cuentos es la epifanía. La palabra satori -epifanía en japonés- la aprendí de un libro de Kerouac que se llama Satori en París, y lo que más me fascinó fue la definición: ‘Patada en el ojo’. La velocidad de las cosas, si se quiere, es el nombre de mis epifanías. Lo que en otros libros estaba de un modo más disperso, acá toma la misma forma y conduce a un mismo lugar. Pero lo que para alguien puede ser una epifanía, para otro puede pasar completamente desapercibido. Una epifanía es un engaño, un equívoco que conviene”.

Desde hace años -desde el éxito inaugural de Historia argentina, en 1991-, la figura más o menos pública y publicada de Rodrigo Fresán ha ido dibujándose con el certero trazo de los equívocos. A saber: Fresán puede ser asimilado al fundador de una marca generacional, quizá parecido al Douglas Coupland anterior al súbito e ingobernable brote new age del que por estos días es víctima. Fresán puede ser leído como una boutade irreverente y blasfema: nadie puede cogerse al cadáver de Evita, como sucede en Historia argentina; nadie puede sostener, en un volumen llamado Vidas de Santos, que Jesús no era uno sino dos y que ahí residió, mellizo mediante, el gran truco de la resurrección; y hasta ahora nadie ha abierto fuego sobre Astiz como lo hace la cerrada descarga de las últimas páginas de Esperanto. Fresán también puede haber sido recibido como una fuerza invasora que llegó con un arsenal de infinitos anglicisimos -comic, pulp, freak, pop, rock, non-fiction, clip- entre las páginas.

Pero Fresán es -sobre todo después de su literal choque con Borges en las líneas de Historia argentina- una de las continuaciones más sólidas y detalladas del arte borgeano de esculpir literatura argentina mediante el golpe inclemente de cinceles extranjeros.

Ahora, Fresán habla de esos equívocos mientras La velocidad de las cosas agrega uno nuevo a su (equi)vocación literaria: el descabellado encanto de no saber si se leen los nueve cuentos de su nueva novela o los nueve capítulos de su nuevo libro de cuentos. Ese tipo de equívocos.

EQUIVOCO Nro.1
FRESAN ES UN EQUIVOCO

“Soy un error, es cierto. Pero todo escritor es un equívoco a esta altura del milenio. Además, existen cada vez menos elementos para juzgar a un escritor, porque la escritura es algo que está cayendo en desuso. Antes, cuando el mundo latía al mismo ritmo que la literatura, se escribían libros para gente que había nacido en una casa e iba a morir sin salir de ese pueblo. Entonces el escritor tenía la responsabilidad de inventar para ellos el resto del mundo. Debe haber sido una gran época. Y realmente no entiendo cuando se espantan porque Marco Polo inventó todo lo que aparece en sus supuestos viajes. No era un chanta; era un escritor. Que además hizo bien su trabajo”.

EQUIVOCO Nro.2
LA VELOCIDAD ES CONSTANTE
“Siempre me meto en mis libros con una desaprensión irresponsable, y salgo del otro lado diciendo: ‘Con esto no se jode’. Es un camino que hice siempre: con la historia argentina, con la existencia de Dios, con mis propias obsesiones, con la incomprensión. Y ahora con el terror a la muerte. Pero este libro me llevó cuatro años muy inconstantes. En un momento llegué a pensar que terminarlo equivalía a morirme, y que mantenerlo en animación suspendida equivalía a mantenerme a mí mismo en animación suspendida. Es el primer libro cuyo título no tenía al empezar a escribirlo: se iba a llamar Ciencias exactas, después Historia extranjera, o RIP, o El libro de los muertos. La velocidad de las cosas entraba y salía, y era a su vez el nombre de una canción de Robyn Hitchcock y un concepto que se insinuaba en las últimas páginas de Esperanto: las cosas adquiriendo movimiento después de mucho tiempo. En algún momento me decidí a terminarlo. Y ahora tengo algo muy claro: la persona que lo empezó a escribir no es la misma que lo terminó. Hay que ser muy conformista o estúpido para resignarse a la idea de que uno se muere una sola vez, y que sucede nada más que al final. Creo que hay una serie de muertes a lo largo de la vida, y se puede sacar mucho provecho de esos momentos límites que, así como se permite la metáfora del orgasmo como una pequeña muerte, son pequeñas grandes muertes. Esa aceleración, ese cambio de ritmo existencial, es el momento en el que se percibe la velocidad de las cosas”.

EQUIVOCO Nro.3
FRESAN HACE PUBLICAS SUS OBSESIONES

“Todos los escritores hacen públicas sus obsesiones. Fitzgerald, Kerouac, Hemingway. Los amigos de Cheever le deben haber reprochado que fuera a enseñar a una cárcel para escribir Falconer. Si un escritor se propone y logra escribir un libro sin ninguna de sus obsesiones, eso habla más que nada de sus obsesiones. Yo desconfío de la ductilidad de Calvino para escribir siempre un libro diferente al anterior. Prefiero la repetición de Nabokov. Los verdaderos genios, decía, son los tipos que se dan cuenta muy temprano, en su obra, por qué son geniales. Y entonces se repiten. Por qué van a cambiar”.

Es el primer libro sin notas de agradecimiento
-Mi patria es mi biblioteca y mi bagaje cultural y, siempre que pueda, seguiré haciendo guiños y agradeciendo, aunque mucha gente se sienta ofendida. Es gente que no reconoce sus influencias y las esconde. Para ellos soy un recordatorio de que el crimen no paga. Y sí tenía agradecimientos, pero en el libro aparecen reescrituras de Musil, algo de DeLillo, versos de la canción In your eyes de Peter Gabriel, frases de Dylan invertidas, y mucha investigación sobre la percepción y los ritos alrededor de la muerte. Mezclar todo eso con el nombre de los amigos me dio algo de temor supersticioso. Digamos que ellos saben quiénes son.

EQUIVOCO Nro.4
FRESAN TIENE INFLUENCIAS LITERARIAS

“Hasta hace poco yo no estaba seguro de tener un estilo literario. De algo sí estoy seguro: más allá de ciertas repeticiones o marcas, parte importante de mi estilo son mis tramas. Yo era un escritor bastante silvestre hasta mi último libro. No me preguntaba de dónde venían esas historias ni por qué se me ocurrían. Acá sí me lo pregunté. Quizá por eso es mucho más reflexivo y tardé más en escribirlo. Y sí apareció un estilo para esas tramas. En cualquier caso,creo que tengo influencias literarias como lector, pero no como escritor: no imito una forma de escritura cheeveriana o salingeriana, aunque sí estoy muy influenciado por los estados anímicos que me generan. De Salinger rescato la idea del mesías privado y el glamour del loser; de Cheever, la epifanía estallando en lo cotidiano y el orden natural de las cosas que es alterado por lo que sucede debajo. Son esas atmósferas enrarecidas las que me influyen: el cine de Frank Capra, de los hermanos Coen y de Tim Burton”.

¿Y como escritor?
-Las dos influencias, a la hora de escribir, son Bob Dylan y los Beatles. La primera vez que escuché a Dylan, la adjetivación y el fraseo de cada canción, dije: “Yo quiero hacer eso”. Hasta tuve la obsesión de escribir cuentos de diez líneas como máximo. Por eso a veces se me acusa de escribir como si estuviese traducido del inglés y se le endilga la culpa a que leo mucho en ese idioma. Pero no, la culpa es de Dylan. Y de los Beatles, que son mucho más importantes para mi generación que para la generación de mis padres. Ellos compraban los discos, pero para nosotros son esquirlas clavadas en el inconsciente, sin ninguna mediación comercial. La tapa del Sgt. Pepper’s gira sobre la idea de meter todo lo que les gustaba, idea de la que soy un prisionero feliz y voluntario. Supongo que hay mucho en mi escritura del modo fragmentario y atomizado con que componían. Yo me divierto escribiendo, y, por lo que sé, es el mismo tipo de diversión que el que puede haber en una sala de edición de sonido. Una vez terminado, me di cuenta de que todos los cuentos de este libro tienen la estructura de la canción “A Day in the Life”. Y que el sonido de la velocidad de las cosas es el crescendo orquestal con que cierra Sgt. Pepper’s.

En uno de los cuentos -“Pequeño manual de etiqueta funeraria”- aparecen los héroes de historietas.
-Yo era muy lector de historietas, incluso las dibujé. Esperanto es de algún modo mi comic, mi homenaje a la historieta. Hasta se podría haber llamado Historieta argentina, ¿no? Aunque la idea de la novela gráfica ya no me interesa en absoluto. Con los años me estoy volviendo un radical conservative, un término imposible de traducir porque en nuestro sistema político nunca permitieron una condición tan elegante.

EQUIVOCO Nro.5
FRESAN ES UN NOVELISTA

“Yo soy cuentista, y un cuentista conservador. Pero el cuento argentino ha caído en una modorra conservadora que nunca antes había tenido. Basta pensar en Cronopios y famas, en Borges, en ciertos cuentos de Bioy. La literatura argentina pasa por el cuento, y las grandes novelas argentinas -Rayuela, Adán Buenosayres, Sobre héroes y tumbas, El juguete rabioso- no son novelas en el sentido estricto de su estructura, con excepción de El sueño de los héroes que, quizá por eso, sea la mejor. Probablemente tenga que ver con una marca estigmática de este país. La historia argentina es tan tumultuosa, tan desordenada, tan cíclica, tan espasmódica y tan intermitente, que tiene forma de cuentos: todo el tiempo vuelve a empezar y se encapsula sobre sí misma. Y así Evita es un cuento, Perón es otro, López Rega otro, y Malvinas es un cuento y el Proceso otro, completamente diferente a Malvinas, por más que uno sea consecuencia del otro. Todos esos cuentos en un país en el que la independencia se festeja dos días distintos. Eso no lo permite ninguna novela”.

EQUIVOCO Nro.6
FRESAN ES UN CUENTISTA
“Es cierto, mis libros de cuentos siempre ‘esconden la trama de una novela secreta’. Porque eso es una apelación a los libros de cuentos que a mí me interesan. Creo que la idea de un libro de cuentos-rejunte es una falta de respeto. Como tampoco me gustan los cuentos que empiezan en una mesa de café y terminan con alguien mirando por la ventana y diciendo ‘Llovía’. Me gusta la idea de cuentos orgánicos. Con los cuentos completos de Cheever se podría armar una novela. Y lo mismo pasa en las novelas de Vonnegut a la hora de un libro de cuentos. La crítica formal que se les hacía era que ninguno de ellos era estrictamente novelista. Bueno, podían hacer cuentos y novelas al mismo tiempo, con lo mejor de ambos. Una nouvelle es eso: el carbón comprimido, en los mejores casos, a diamante”.

EQUIVOCO Nro.7
FRESAN ES ARGENTINO
“Por biografía, yo soy un extranjero. Pero todo argentino lo es. Borges, el gran escritor argentino, es un escritor extranjero por una clara autofabricación. Siempre cuento que Daniel Divinsky, de Ediciones de la Flor, leyó mis primeros cuentos y me dijo que parecían doblados al español en Puerto Rico. Por aquel entonces yo creía que Nueva York era un territorio fértil para que transcurrieran historias, porque tenían la historia de los cocodrilos albinos en las alcantarillas, pero que por supuesto nadie había visto. En la Argentina los ves, y salen y se comen a un jubilado. ¿Cómo se compite con eso? Por eso yo inventé Canciones Tristes, una ciudad-satélite argentina que puede posarse sobre cualquier punto del planeta. Así llegué a la conformación de un género literario de un solo miembro -que soy yo, hasta ahora- llamado el irrealismo lógico. Si el realismo mágico era la aparición de lo mágico en la realidad, este movimiento plantea la aparición de destellos de lógica en esta irrealidad que es la Argentina. No es casual que el 99% de los escritores de mi edad no seamos naturalistas. Estamos siempre evadiendo una idea de lo argentino. Ya es suficiente con vivir acá”.

Pero si en sus libros anteriores hubo un esfuerzo por argentinizar la prosa, en “La velocidad...” el esfuerzo se desvanece hasta materializarse en palabras como “piscina”.
-Convengamos que pileta está mal usado: en la pileta lavás los platos. Si me paran frente a una piscina una noche de verano y me preguntan qué es eso y me dan a elegir entre dos cartones con dos palabras, seguro que elijo piscina y no pileta. Pileta no le hace honores a ese lugar en esa noche. Además, no sé por qué tengo la idea de que la piscina siempre va a estar llena y la pileta vacía.

EQUIVOCO Nro.8
FRESAN ES UN PERSONAJE DE FRESAN

Los personajes de Fresán -del Fresán anterior, el Fresán en perpetua fuga de un equívoco a otro, el Fresán de los libros anteriores- huían despavoridos, presos de un sistemático ataque de pánico que los llevaba hasta las zonas más desiertas de sus propias vidas, hasta donde nadie los reconociera. Y ahí quedaban, frente a un mundo lleno de infinitas posibilidades. Ahora, mediante las súbitas aceleraciones de lo irreversible, los personajes son captados en el momento exacto en el que eligen esa posibilidad entre otras infinitas.
-El pánico de la huida considerada es la enfermedad, y la velocidad de las cosas es el remedio.

Pero aun con el remedio, sus personajes siguen siendo una galería de freaks y outsiders.
-Son los que mejor conozco. Yo no soy un freak, pero conozco el riesgo y la tentación de serlo. Y escribo sobre ellos para evitar esa tentación y drenar ciertos impulsos que me podrían convertir en una persona con todas mis fac-fac-fac-ultades intactas.

EQUIVOCO Nro.9
FRESAN NO ESCUCHA POESIA

Hay algo raro: Fresán casi no lee poesía, pero cuando las tramas empiezan a tener pendiente, y empieza a sonar el crescendo orquestal, y alguien empieza a tomar absoluta conciencia de cuál es la velocidad de las cosas, entonces los cuentos de Fresán alcanzan momentos de innegable lirismo. Fresán se ríe, habla en serio, recita la más rimada de las sonrisas y dice: “El problema fundamental que tengo con la poesía es que no puedo distinguir la buena de la excelente. Y hay muchos grandes poetas a los que no entiendo. Pero Bob Dylan debe ser gran poesía, después de todo”.

EQUIVOCO Nro.10
LA IMPORTANCIA DE LOS ESCRITORES
“No creo en la visión mesiánica del escritor, pero tampoco en esos escritores que dicen: ‘Los personajes se me rebelan’. Dickens me parece un ejemplo del escritor como Jehová, que aparece cada tanto para matar o torcer la vida de los personajes. Pero los que más me interesan son los escritores del estilo Jesucristo: tipos como Salinger, Fitzgerald, Vonnegut, Cheever, que descienden para vivir un tiempo entre sus criaturas. Metaficción y todo eso. Algunos, como Fitzgerald, terminan muriendo por los pecados de sus personajes. Otros mueren y resucitan y ascienden a los cielos y no los veremos nunca más en la vida, como a Salinger”.

¿Cuál es su obsesión con la figura del escritor, al punto de incluir en el último cuento una digresión casi ensayística sobre el tema?
-Siempre quise ser escritor. Y no hay un día en que no me haya sentido escritor. Por otro lado, los autores que más me gustan -Irving, Nabokov, Proust- consiguen transformar al escritor en personaje. Y si alguien logra hacerlo y salir más o menos indemne, chapeau...

¿El personaje del escritor en el primer cuento del libro es Bioy Casares?
-Sí, el libro tiene dos homenajes claros: Bioy y Soriano, dos escritores a los que admiré desde la distancia y pude conocer. Después están Vonnegut, al que también conocí, y Cheever. Pero volviendo, me gusta mucho el manejo de lo fantástico en Bioy. Mucho más que en Borges. Porque es más humano, porque es lo fantástico más el sentimiento, mientras que Borges es lo fantástico más la ilustración.

El cuento empieza con el fin del mundo.
-Bueno, Bioy es un escritor muy finmundista. Y creo que todo libro termina con el fin del mundo. O debería. Cuando el libro termina, el autor debería conseguir, simbólica, metafórica o prácticamente, la sensación de un fin del mundo. El gran Gatsby, En busca del tiempo perdido, La montaña mágica, los libros que más me gustan, y La Biblia -la historia más grande jamás contada-, todos terminan de algún modo con el fin del mundo. O, por lo menos, de un mundo.

EQUIVOCO Nro.11
MIRAR A UN ESCRITOR
Fresán empieza a mirar para todos lados. Mira su reloj y descubre que ya no usa. Asoman claros síntomas de impaciencia y de que la entrevista debería ir terminando, me parece.

Siente devoción por Salinger, por la carta en la que Steven Millhauser le explicó los motivos por los que prefiere no dar entrevistas, y sus personajes buscan siempre ese lugar en el que son, hasta lo irremediable, invisibles para el resto de las personas. ¿Cuál es la obsesión con la invisibilidad?
-La respuesta elegante es que está todo en los libros. Qué más pueden querer saber. Mientras estoy escribiendo tengo períodos de invisibilidad, y creo que me sientan bien. Son momentos nutricios, de percepción acrecentada. Y lo cierto es que los momentos de visibilidad de un escritor son cada vez más espurios y bastardos, manejados por gente que no lee. Además, siempre fui muy tímido desde chico, y una de las mejores formas que conozco de demostrar confianza es ser invisible ante una persona, mostrarle mi parte invisible.

EQUIVOCO Nro.12
FRESAN ES FELIZ ESCRIBIENDO
“Este libro me dio la enorme felicidad de haberlo terminado. Bajo ningún punto de vista sufro escribiendo, pero felicidad, a medida que pasa el tiempo, es una palabra cada vez más ambigua”.

EQUIVOCO Nro.13
ESTA ENTREVISTA

Fresán mira de nuevo su reloj. Pregunta qué hora es.

Al principio del libro distingue entre los lectores que festejan que a alguien se le haya ocurrido una historia y los que se torturan porque no se les ocurrió a ellos. ¿Nunca sintió una profunda envidia por el libro de otro?
-Sí, me pasó con Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides. Con El mundo según Garp, de John Irving. Con Persiguiendo a Cacciato, de Tim O’Brien. Y con Cuentos de hadas en Nueva York, de J.P. Donleavy. Sentí que me habían robado esos libros aunque esos libros nunca se me hubieran ocurrido a mí.

¿Tuvo ganas de llamarlos por teléfono?
-Hay escritores que están mucho en sus propios libros. Si la condición para conocer a Salinger es tener vedada la relectura de sus libros, prefiero no conocerlo.

Si pudiera haber evitado dar esta entrevista, ¿lo hubiera hecho?
-Sí, creo que sí... ¿Qué hora es?-


Historia extranjera

por Luis Chitarroni

LA VELOCIDAD DE LAS COSAS
Rodrigo Fresán
Tusquets Editores,
Buenos Aires, 1998. 366 páginas, $ 19
Portada de

Comentar el libro de R. F. como si fuera un álbum triple con tres temas largos por CD. Hacerlo porque hace tiempo que los libros ya no nos gustan así; descartarlo porque no nos hace ningún favor. Nadie nos espera: inútil pretender que el gusto “se entienda”. Elegir la facilidad de la menos tentadora de las conductas: la convención. Ser maduros, caramba.

Quienes admiramos en 1991 el primer libro de Rodrigo Fresán -Historia argentina, que Tusquets reedita ahora en versión corregida y aumentada- incurrimos en un error al creer que su autor era un joven talentoso capaz de dominar múltiples recursos de la narrativa contemporánea. Nos escudaba la vanidad de ser más viejos. La velocidad de las cosas prueba, entre otras cosas, que es un escritor a secas, dispuesto a crear en los lectores necesidades que sólo pueden satisfacer sus propias invenciones.

La solicitud, la invitación que Fresán realiza no es imperativa pero lo parece, tal vez porque su imaginación y su don narrativo son infrecuentes. La juventud del autor, que resultaba tan problemática siete años atrás, ya lo es menos por causas naturales (él también dejó de ser “promisorio”), aunque en las velocidades y los relevos de este nuevo libro uno encuentre esa verdadera tensión que decide el ejercicio útil, la continuidad y el enroque dentro de la misma obra. Juegos del tiempo involucrados con la edad del autor, no con la del sujeto.

Desde el comienzo, desde los acápites que se alinean dejando un amplio margen para la interrogación o la conformidad, el libro es, aparte de una admirable serie de relatos, una hipótesis indiscreta de la lectura que el primero -”Apuntes para una teoría del lector”- focaliza y segrega. Pero, sin necesidad de ponernos operativos ni sistemáticos, fastidiosos, conviene establecer una serie -subyacente, no confesada- que ahonda y expande los niveles temáticos. A la lista de lecturas debe agregarse otra -insinuante, sumergida- que revela en tinta simpática los nombres de autores que van de Horace McCoy y Graham Greene a Kurt Vonnegut y Malcom Lowry.

El conjunto es bastante asombroso, sobre todo porque Fresán no lo confunde con un catálogo frívolo, exhaustivo ni con una veleidad snob más: lo proyecta y lo exhibe como una teoría conjunta y constitutiva del lector/escritor. De modo que lo omitido y lo obvio dan lo mismo. O mejor dicho, no; porque Fresán -mediante un método de inversión excelente, exclusivo- hace pasar lo uno por lo otro. Así, L.P. Hartley es citado y Salinger no. El primero conduce a una zona de la memoria que naturaliza (y neutraliza) el simulacro peregrino de La velocidad de las cosas en una cita de The Go-Between que actúa como perverso portador de un mensaje: “El pasado es un país extranjero”. Pero el tratamiento del pasado que aparece en La velocidad de las cosas es familiar y transparente, y Salinger asoma en cada una de las pautas y las puntas genealógicas o matemáticas: en el diario del primer relato como en el octavo de los Nueve cuentos (“Teddy”); en el recurrente personaje llamado Ricardito Pampini Rothschild (que “empezó -como todos los participantes de It’s a Wise Child- contestando primero sobre generalidades para después continuar sobre asuntos de interés específico”, que bien podría pertenecer a la familia Glass). Sin embargo, es este personaje mismo el que extrae sus respuestas de El Extranjero (¡Hartley!), la zona alternativa en la que yacen las respuestas a las preguntas que se formulan acá.

Acá, tal es el lugar al que la velocidad de las cosas conduce; parece prematuro o paranoico romper lanzas por Fresán, pero aunque las referencias nos hagan pensar en otro lugar, acá es donde las ficciones de La velocidad de las cosas ocurren. Seguro que nunca podremos imaginar lascondenas nacionalistas ni folkloreólogas. Para eso estamos. Pero La velocidad de las cosas no pudo haber sido escrita en otro lugar que acá.

En la primera de estas nueve nouvelles, la velocidad es el sitio en el que la disposición del yo y el comienzo del relato se encuentran. El océano de escenas como magazine, como megacine y, finalmente, la velocidad como vínculo entre el narrador y el protagonista. La gradual aproximación, la identidad enmascarada. “Pruebas irrefutables de vida inteligente en otros planetas” consigue hacernos recordar lo que nunca ocurrió, lo que nunca ocurre.

“Señales captadas en el corazón de una fiesta” pronuncia en voz baja la creencia, terriblemente infantil, de que las fiestas que contribuyeron a inmovilizarnos, no se repetirán. Hay algo proustiano al revés, voluntaria o involuntariamente sugerido. Porque si Proust lograba organizar sus series de acuerdo con una ley implacable -y la pérdida y la recuperación se ordenaban gracias a la ignorancia que la edad humana tiene de la época (y viceversa, del enigma que en cada caso ésta plantea)- la nostalgia demasiado inmediata de “Señales...” ahorra esa reciprocidad, opera en el sentido más estricto a partir de márgenes y rastros en las que la ironía aún surte efecto. La ironía no es ya social ni filosófica sino narrativa: coincidencia entre el acaecer y la sucesión, su plegaria de pistas.

Una melancolía subrepticia recorre el libro pero acentúa su hondura y afila las uñas en las tres narraciones que siguen -”Ultima visita al cementerio de los elefantes”, “Monólogo para hijo de puta con ballenas y hermanita fantasma” y “Pequeño manual de etiqueta funeraria”-, creando un efecto de distancias simétricas. De tres en tres nos acercamos al nueve terminal. A partir del nueve volveremos al cero, generación de fugas que la destreza pronominal objetiva.

Esta progresión o carrera numérica está unida sutilmente a la argumental. Y si en el comienzo es una teoría del lector, el final -tercer CD compuesto por las canciones tristes “Postales escritas en el país de los hoteles”, “Chivas Gonçalves Chivas, o el fino arte de escribir necrológicas”, “Apuntes para una teoría del escritor”- organiza variaciones alrededor de la figura del que narra. Pero ambas cuestiones son canjeables, como si un lector pudiera postularse sólo cuando otro bípedo (el dos regular contra el tres imprevisible) surcara a nado la superficie, igualmente siniestro.

Hay también tres recursos que multiplican con tenacidad cierta violencia conceptual: las conclusiones tripartitas separadas por punto y aparte, del tipo “La noche se llenó de mugidos./Carne argentina de exportación. / Muy apropiado.” (pág. 53); las apelaciones al lector, del tipo “mírenme captarlo, siéntanme emitirlo” (pág. 69); las referencias preferenciales, indicadas como si la memoria del cine fuera colectiva y universal (¿lo es?), del tipo “el fruto de un improbable matrimonio entre Ernest Borgnine y Edward G. Robinson” (pág. 45).

Esta antología adversa al festejo que un libro así obliga a celebrar señala con envidia la proeza construida en La velocidad de las cosas a expensas de la mayor debilidad de la literatura argentina, a saber la que redondea su paradójica y austral desnudez geográfica, la voz que conjuga los acontecimientos en primera persona del singular.

Singular y estentórea, inteligente y ávida, reciente a pesar de su autonomía, la narrativa de Rodrigo Fresán es lo que nos merecemos, lo que nos hacía falta.