Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Todo por 1.99
Convivir con virus
Clara de noche

fueIserá






Meirás - Migdal

Volver

Serrano: La máquina de hacer hits

El hombre nació en California y ahora vive en Villa Gesell. Pensó en ser electricista y ahora es músico popular, de los más populares. Hace canciones para Valeria Lynch y Todos Tus Muertos. La tiene clara, parece. así las cosas, da una idea cercana del fenómeno de una banda que no es rockera ni tropical, o todo eso junto y que hace las canciones que se pegan como chicle abajo de la silla.

Serrano y los Decadentes

Los Auténticos Decadentes circa 1992, jovencitos y con una palmera de fondo. Imagen no casual.

Jorge Serrano tiene 38 años y es el principal compositor de Los Auténticos Decadentes. A él se deben bonitas páginas del tipo “Corazón”, “Loco (tu forma de ser)”, “La bebida, el juego y las mujeres”, “Cómo me voy a olvidar” y “La guitarra”. Dueños de una personalidad compleja y efectiva, los Decadentes tienen en Jorge Perro Viejo Serrano -.guitarrista y cantante- a uno de los compositores de música popular más notables de los últimos tiempos. Nació en California, en Estados Unidos. A los cinco años, sus padres argentinos lo trajeron a Buenos Aires. A mediados de los ‘80 se sumó a Todos Tus Muertos para componer canciones dark, y a los Decadentes para mezclar ska con cumbia. Descreído de su futuro musical, pensó seriamente en aprovechar su ciudadanía norteamericana para instalarse en Los Angeles y trabajar como electricista. Y se fue. Pero un llamado del primo Nito (hoy manager del grupo) lo tentó: “Parece que pintó la posibilidad de grabar un disco con los Decadentes, ¿por qué no te venís?”. Serrano compró un pasaje de ida y vuelta, Los Angeles-Buenos Aires-Los Angeles. Pero usó sólo la mitad. Ahora vive en Villa Gesell, anda en bicicleta y compone mirando el mar marrón. Tiene hijas y esposa, un estudio casero y la fórmula del hit perfecto. Y sigue convencido de que es un rocker punk.

-Los Auténticos Decadentes es una banda de rock.
-Nosotros tenemos muchas bandas de rock amigas: Todos Tus Muertos, los Cadillacs, Attaque 77 hace un tema nuestro en su último disco (“Qué vas a hacer conmigo”). Cada tanto aparecemos en las encuestas de fin de año ... La gente sabe que somos un grupo de rock, sabe de dónde salimos, que somos independientes, que nosotros mismos manejamos nuestra carrera, la prensa ... Y si tocamos en ambientes que no son rockeros, como una bailanta, se nota todavía más. Nosotros hacemos los discos como los hacen los grupos de rock, con dedicación, con cariño, con una intención artística, no hacemos sólo un tema para pegar y rellenamos el resto. Después, como siempre, los temas de difusión son los que más se conocen; pero claro, si una persona conoce sólo “Entregá el marrón”, ¿qué concepto tiene de los Decadentes? Un grupo de joda.

-Y se puede triunfar en el rock sin sonar en la Rock & Pop.
-En la Rock & Pop nos ignoran olímpicamente. La Rock & Pop reúne los conceptos elitistas del rock: qué es lo bueno, qué es lo malo. Y eso es precisamente algo con lo que nosotros no tenemos nada que ver. En un momento tuvimos que elegir entre firmar una exclusividad para el programa de Mario Pergolini (Hacelo por mí), o firmar para Marcelo Tinelli (Ritmo de la noche). Hubo un combate de canales y terminamos en Telefé. Esa fue nuestra cruz a nivel rock, como que nos fuimos al bando opuesto. Pero yo me siento un músico de rock, y basta con ver un recital nuestro para darte cuenta de que somos músicos de rock, no Enrique Iglesias. En aquel momento nos preguntábamos si sería malo para nosotros, pero Nito (Montecchia, guitarrista y manager) me dijo: “¿Qué querés? ¿Sacar chapa de rockero?”. Ahí realmente me di cuenta y dije Se van a la concha de su madre, no me importa. Son cosas propias de una tribu. En ese sentido somos una especie de traidores a esa tribu. Y a nosotros nos gusta coquetear con eso. Así es como saltan los prejuicios de los demás. Decís: ¿Pero cómo? Yo era rockero y pensaba que los rockeros no teníamos prejuicios, y de golpe me doy cuenta de que no me consideran rockero y que estoy sufriendo prejuicios de la tribu de la que yo me sentía parte ... Teóricamente, el rock es un grito de libertad, pero en muchos casos no lo es en absoluto, es todo lo contrario.

-Nada más rocker que transgredir normas, aunque sean normas rockeras.
-Es transgresor. El rock también es famoso por haber incorporado música de distintos estilos. Lo piola del rock es eso. El rock terminó siendo algo que no es sólo el rock & roll, es más bien una música hecha con un cierto tipo de actitud. Somos una banda de rock que no hace rock; tenemos el espíritu del rock, la libertad.

-Entonces existe una actitud rockera y decadente.
-No la podemos explicar. Es el gusto por la cosa sencilla, no rebuscada, no muy afectada. Apreciar y valorar los estilos musicales que están defenestrados por otras personas, mantener una apertura, tener humor, tratar de no ser solemnes, lo que no quiere decir que los temas sean en chiste. Casi todos los grupos de rock tienen algún tabú que no se permiten abordar. Para nosotros, en cambio, no hay nada que no se pueda hacer. Al principio teníamos algunos prejuicios: no queríamos pedales de guitarra, no queríamos teclado, estaban prohibidos los arpegios de guitarra por ejemplo ... Ahora ya no tenemos esos miedos, hacemos lo que queremos.

-¿Qué tienen en común Todos Tus Muertos y Valeria Lynch?
-El año pasado tuve una revelación taoísta, una sensación de dualidad muy interesante. Justo cuando salió el disco Red Hot & Latin, con la versión de “Gente que no” (compuesto hace diez años por Serrano cuando integraba TTM) a dúo entre los Decadentes y Todos Tus Muertos, también salió el disco de Valeria Lynch, De regreso al amor, con un tema mío, “Sin piedad”, que cantamos a dúo ella y yo. Los Muertos son un extremo, y Valeria Lynch es el otro, y sentí que no perdía credibilidad ni de un lado ni del otro. Me parece que fue un momento muy alto. Y me gustó mucho el desafío de hacer un tema para que lo cante una mujer, porque tenía que pensar femeninamente (sic). Al mismo tiempo, por más que hice todo con total seriedad y me gustó cantar con Valeria y componer para ella, también tuvo como un sabor de travesura. No tanto para Valeria Lynch, porque a ella le chupa un huevo si yo toco con los Muertos, pero para los Muertos, salir con un tema de un tipo que a la vez está cantando con Valeria Lynch, puede ser un poco más problemático. Tuve la sensación de haberme librado de todas las ataduras. Mientras pueda, voy a hacer lo que quiera, no tengo compromisos con nadie. A veces, los grupos que tienen más participación política o que son contestatarios, tienen algo que les impide cierto tipo de relax. Hay músicos under que cuando hicieron guita y se compraron un auto, el día del recital lo estacionan a una cuadra para que no los vean. Esas son cárceles que gracias a Dios nosotros no tenemos. Y la salida es el humor, que es lo que hace que nunca hayamos generado una actitud de veneración en la gente. No somos ídolos.

-Nadie se imagina a Cucho en plan Kurt Cobain, torturado y deprimido.
-No. Yo en una época era bastante torturado, pero lo veo en perspectiva y pienso que soy más sabio ahora que en esa época. En los Muertos, los temas que yo hacía no eran los politizados y combativos sino los que hablaban de alienación personal, o de protesta tipo “Soy adolescente y el mundo está contra mí, entonces le echo la culpa a todos menos a mí mismo”. Ahora pienso distinto, pienso que nunca hay que echarle la culpa a los demás. En esa época era más romántico, tenía la idea del poeta negro. En realidad, es igual de arbitrario ver todo mal que ver todo bien, así que darte manija para estar todo el tiempo deprimido es igual que hacerlo para estar contento. Nada más que el cuerpo y la mente la pasan peor.

-¿Existe la máquina de componer hits?
-Yo no soy muy prolífico, no hago cien temas por año. Hago cinco, tres. Los miro cuarenta veces, lo escucho cincuenta, le cambio una palabra. No fluyen naturalmente, me cuesta mucho esfuerzo. Por ahí hago una melodía y después viene la letra, que es lo que más me cuesta. Lo musical es más abstracto, pero la letra es algo concreto, uno puede quedar en ridículo, es donde uno más se muestra. El desafío, siempre, es mantener lo simple. Para mí, la elegancia en el escribir está en la claridad, no el floreo. No digo que la complejidad no esté bien, pero nosotros que somos más costumbristas, preferimos mantener lo claro, me gusta que se entienda.

-El público decadente porteño compra discos pero no va a conciertos.
-Somos una de las bandas más populares del país, nos conoce todo el mundo, pero no tenemos un público. El disco anterior, Mi vida loca, vendió 200.000 copias, pero tocábamos en Prix D’Ami y venían 500 personas. Esraro. Pasa que tocamos mucho, y le tocamos en la casa a todo el mundo. Además, como salimos mucho de gira, siempre estamos con las fechas cubiertas (de hecho, los Decadentes están ahora mismo dando vueltas por México, Perú, Miami, Nueva York, España, París, y el País Vasco, presentando Cualquiera puede cantar!!!).

-¿Cómo es tocar cumbia en el Caribe?
-Te tiran piedras ... En Colombia no les gustó nada, pero es porque la cumbia es la música de sus padres, y el rock allá es un poquito más joven y al mismo tiempo ingenuo. Como todo joven, se rebela contra los mayores. Nosotros adaptamos el repertorio, no somos suicidas. Pero es lo mismo que cuando tocábamos en casamientos: hacíamos canciones para bailar. Nosotros tenemos algo de grupo complaciente, no por una cuestión económica sino porque el sentido de nuestro grupo es que la gente se mueva, baile y cante. Si la gente está callada y quieta, no es un buen recital, no servimos para nada. Y eso se logra compartiendo códigos con la gente. Por eso, si en tal lugar no van a bailar tal tema, no lo tocamos. Adecuamos el repertorio. Y al revés, también. A mí me da un poco de pena cuando algunos grupos under que la vienen peleando, de repente pegan un tema, se vuelven populares y por eso sus fans les dan la espalda. Ellos mismos se asustan, y dejan de tocar el tema. Nosotros hacemos todo lo contrario: ¿Este es el tema que les gusta? Bueno, lo tocamos de nuevo.

-Es la presión por el éxito.
-Sabés que está y te cagás en eso. En nuestro caso es fácil que las canciones se vuelvan hit porque son entradoras, es natural. Nunca nos propusimos ser populares, y nunca cambiamos nada para ser más populares. A nosotros nos gusta el hit. Yo quiero que la gente baile: si lo logro, es un éxito para mí, más allá de la venta de discos. Claro que si después vendés discos, eso te pone más contento.

-¿Ustedes son los compositores oficiales de las hinchadas de fútbol?
-Es que son canciones fáciles de cantar. Generalmente las canciones que se usan para cantar en la cancha son fáciles de cantar grupalmente. Nosotros no planeamos que le gusten a las hinchadas, pero nuestras canciones vienen con esa idea complaciente de querer que la gente baile. Si querés eso, tratás de hacer un ritmo para que la gente baile. Podés mirarlo y decir ¡Qué hijos de puta!, o entender que si querés que la gente baile, tenés que hacer un ritmo bailable. No hacemos canciones pensando en la cancha, pero el grupo es, de por sí, canchero. Hay muchos temas que parecen himnos, no por lo grandiosos sino porque los puede cantar cualquiera. A esta altura, ya parece que las hinchadas están esperando el disco.

-Al final, las hinchadas le dan la razón a los Decadentes: cualquiera puede cantar ...
-El título del último disco es muy importante, tiene que ver con el espíritu de la banda: una especie de manifiesto de nuestra actitud. Remite al slogan del punk, aunque parezca que la banda hoy no tenga nada que ver esto con el punk. Pero salimos de ahí, y para mí el punk no es sólo distorsión o ruido. El punk es decir vos podés tocar, vos podés expresarte y nadie tiene que decirte cómo hacerlo. Tocá, divertite, expresate, todo se puede hacer con elementos simples. A mí, el disco que me hizo sentir que yo también podía tocar fue el de la banana de Velvet Underground. Tiene un audio medio monstruo, los solos de guitarra de Lou Reed son increíbles. Y tuve esa sensación de decir A mí me gusta esto y es algo que yo podría hacer. Antes me gustaba Led Zeppelin, pero pensaba que no podría llegar a hacer nunca eso.

-El babasónico Adrián Dargelos dice que sos el Chico Novarro de los 90.
-Me emocionó. Me gusta cuando músicos que son más respetados que nosotros dentro del rock nos hacen algún tipo de reconocimiento, yo lo valoro muchísimo. Lo veo como un rasgo de inteligencia, no porque sea inteligente elogiar a los Decadentes, sino porque me parece inteligente vencer los prejuicios y darte cuenta de que hay otro tipo de cosas quepasan. Y la comparación me gusta porque Chico Novarro es un tipo elegante, con letras inteligentes. A lo mejor, como está en el rubro de los boleros, los rockeros no lo consideran, pero es un tipo que hizo buenas canciones.

-¿Harías un disco solista?
-Me gustaría porque estaría bueno cantar todos los temas de un disco, y hacerlos con distintos músicos, para experimentar. Pero no quiere decir que vaya a hacer algo que no pueda hacer ahora. En realidad, si yo quisiera hacer un tema solo con una acústica en un disco de los Decadentes, está todo bien. Eso es lo maravilloso del grupo. Nadie se ve obligado a hacer un tema en el que sí o sí estén los caños, por ejemplo. Así que no haría un disco solista para dejar de tocar con los Decadentes. Además, como siempre estoy justo con la cantidad de temas, tendría que ponerme a componer mucho más. No quisiera hacer un disco solista con los temas que no eligieron los Decadentes, porque sería un disco de sobrantes. Pero depende de mí, la oferta de la compañía está, es una cuestión de tiempo.

Textos: Fernando Sánchez
Fotos: Daniel Jayo

DiscografIa comentada

El milagro argentino (1989).
180.000 copias vendidas.
Hiperinflación. Saqueos. Falta de vinilo. La primavera alfonsinista se había despedazado y ya no había lugar para el pop glamoroso de los ‘80. Consecuencia: apareció la segunda explosión punk en el rock argentino. Los Corrosivos, Attaque 77, TTM, Massacre Palestina, Los Pillos, Grito Pagano, Cadáveres de Niños y... ¿Los Auténticos Decadentes? Sí, siempre que se entienda por punk no sólo el rocanrol acelerado-no future (“Pastas y vino”), el ska (“Skabio”, otra alusión a la bebida) y el reggae (“Divina decadencia”), sino también la provocativa capacidad de hacer bailar a jóvenes de pelos parados y a tías y suegras en el mismo trencito al ritmo de una tarantela como “Entregá el marrón”. En el disco conviven el gusto por The Clash (“El jorobadito”) y por las baladas pegadizas, como el megahit “Loco (tu forma de ser)”. Además, contiene uno de los clásicos de la banda: “Vení Raquel”.

Supersónico (1991).
27.000 copias vendidas.
Lo que dos años antes había sido actitud y gesto, aquí se transforma en himno. El álbum abre con “Ya me da igual” (“Si se vuela mi sombrero, si la guita no me alcanza, si se pasan los fideos, si se me nota la panza, a esta altura todo me da igual, vivir o morir, qué más da”), declaración de principios con que los Decadentes inauguran la década de la fiesta menemista. En el mismo año en que Nirvana con su Nevermind le ponía banda de sonido a la generación X, los Decadentes se volvieron más pachangueros y cínicos que nunca. Como si las únicas respuestas a la pizza con champán y el 20 por ciento de desocupados fueran la risa y el baile. Incluye dos hits definitivos: “La bebida, el juego y las mujeres” y “Se va como la vida”.

Fiesta monstruo (1993).
62.000 copias vendidas.
Los Decadentes estaban para dar el gran salto. Pero tuvieron que esperar un disco más para darlo. Fiesta monstruo es una transición entre la etapa post Pistols y la etapa post Sombras, llena de altibajos. Hay, sin embargo, un hallazgo: la versión, junto a Alberto Castillo, de “Siga el baile”. Castillo es al tango lo que los Decadentes al rock: una mojada de oreja. Los otros invitados a la fiesta también confirman esta búsqueda de identidad: Fidel Nadal y Gamexane (de TTM), Miguel Zavaleta (de Suéter, grupo que, junto con Los Twist y Fontova, integran el árbol genealógico Decadente) y Pipo Pescador. ¿Los otros hits del disco? “La marca de la gorra” y “Pochi Peluca”. Una frase que presagia la poesía decadente que vendrá: “Si me hubieras entendido, esta canción sería un merengue y no un bolero” (de “Por amor”).

Mi vida loca (1995).
200.000 copias vendidas.
El Album blanco de la fiesta y la pachanga. Junto con Re, de Café Tacuba y El león, de Los Fabulosos Cadillacs, lo mejor del rock latino de los ‘90. La mirada decadente sobre los géneros populares navega en un equilibrio sutil que fluctúa entre el homenaje y la parodia, sin volcarse definitivamente por ninguno de los dos. Hay varios cantantes y casi tantos géneros como canciones: salsa (“Las miradas”), murga (“El murguero”), cuarteto (“Diosa”), ska (“Me morí de risa”), cumbia (la sublime “Corazón”), bossa nova (“Turdera”), reggae (“Qué le vamo’ a hacer”), la inclasificable “A Marechiare” (cantada por el padre de uno de los músicos). Y, por supuesto, el hit “La guitarra”, una mirada ácida sobre los ideales del rocker de clase media. El crecimiento musical es acompañado por letras mucho más cuidadas. El disco tuvo cinco cortes de difusión; en el medio, la banda jugó al rock nacional e hizo su propia canción de amor dedicada a la cocaína: “La chica del sur”.

Cualquiera puede cantar!!! (1997).
70.000 copias vendidas.
Si “Ya me da igual” fue el himno, éste es el manifiesto. Cualquiera... se hace cargo, desde el título, de la historia punk de la banda, del hacelo por vos mismo. Cantan todos y siguen los homenajes, las parodias, y el desfile de ritmos: pasodoble (“Cómo me voy a olvidar”), cumbia (“Cyrano”),folklore (“El gran señor”), vallenato (“Una gota de rocío”), corrido mexicano (“El chorro”), cuarteto (“El beso”), ska (“Mandrake”) y reggae (“Lejos de ti”). Y más: un tema revisteril, digno leit motiv de una película de Hugo Sofovich (Los piratas”, y su primera incursión -minimalista- en la música electrónica: “Sheila”. Es el primer disco grabado en el exterior (Estados Unidos) y la primera vez en que ellos son sus propios productores. Otra prueba de su autogestión.

Siempre hicieron lo mismo

Si la historia de la música popular argentina remitiera exclusivamente a parámetros supeditados a lo formal, Los Auténticos Decadentes engrosarían una larga y olvidable lista de grupos pachangueros, y figurarían más cerca de Volcán que de los Fabulosos Cadillacs en una hipotética enciclopedia oficial. Sin embargo, una guía paralela, más sensible a ciertos códigos que no dirimen su legitimidad en la real academia musical admitiría a los Decadentes dentro de ese rubro tan inexplicable llamado “rock nacional”. Esta diferenciación, más que marcar una actitud de apertura dentro de la cultura rocker, esconde otro análisis, que también excede al rock, y que tiene que ver con el universo argento, plagado de ghettos, fidelidades y traiciones.

En sus comienzos, Los Decadentes pertenecieron casi por error al “ambiente” punk. Luego se acomodaron con naturalidad al espíritu fierita de las fiestas del Condon Clú y Babilonia (muchos recordarán aquellos shows en 1991, cuando en medio de “Vení Raquel” y “Entregá el marrón”, el público arengaba con un “Ole Ole Ole/Saddam Husein...” en plena guerra del Golfo) y un par de años después se vendieron al oro de Marcelo Tinelli. Como es lógico después de vender 180 mil discos, el éxito los hizo desaparecer de la inquisidora consideración rockera (al menos en la Capital Federal) y fueron condenados a la peregrinación gitana por el interior del país durante varias temporadas, hasta que (oh milagro) cierta élite rockera comenzó a reivindicarlos nuevamente. Lo curioso de esta metamorfosis cíclica que estableció parte del público (y algunos músicos, y algunos periodistas) es que los Auténticos Decadentes siempre hicieron lo mismo, siempre pensaron lo mismo, y nunca vendieron otra cosa que -precisamente- autenticidad y decadencia militante.

Sólo que aquel cambalache rítmico que en un principio no superaba los límites de la parodia, luego se convirtió en la fórmula perfecta del éxito. Y aquella confabulación barrial de amigos que triunfaron (correlato artístico del espíritu que propició Tinelli, y esto quizá no sea casualidad) conservó siempre un par de elementos afines a la conciencia rockera. Tal vez sea haya sido la glorificación del bardo, esa sensación tácita del “sabemos que está todo mal, entonces descontrolemos y pasémosla bien”, que en algún punto los emparenta con sus viejos compañeros de ruta, Todos Tus Muertos y Los Fabulosos Cadillacs. O quizá tenga que ver con ese carnet de legitimación popular que implica el hecho de que una decena de canciones suyas hayan sido adaptadas y adoptadas por las hinchadas de fútbol, algo que más de un rocker bien pensante quisiera y no puede conseguir.

“Los Deca no hacen rock, pero tienen toda la onda...” podría ser la síntesis de una defensa simplista, enarbolada por los mismos que los crucificaron por grasas hace poco más de cinco años. Y está bien, sólo que además de todo eso han grabado un puñado de canciones inolvidables (buenas, regulares y malas, pero inolvidables) y un par de manifiestos que cualquiera puede cantar, aunque nadie más los haya escrito: ¿hay algo más rockero (en el buen y en el mal sentido de la palabra) que aquél “yo no quiero trabajar/no quiero ir a estudiar/no me quiero casar/quiero tocar la guitarra todo el día...” Que toquen cumbia, entonces, y que los demás se dediquen a hacer canciones de rock.

Fernando D’Addario