Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
Volver 




Vale decir


Volver

¿Qué ves cuando me ves? - Picado Fino, de Esteban Sapir
  Por H.B.

Las gacetillas de prensa que acompañan el lanzamiento de toda película, argentina o extranjera, son un género literario hecho de datos, cifras, entrecomillados y detalles de producción. La gacetilla de Picado fino no se parece a ninguna otra. Abundan los errores de ortografía, un lenguaje más poético que periodístico, y no incluye los antecedentes del realizador, actores y equipo técnico, información que se supondría esencial. La carpeta de prensa de Picado fino delata que quienes la redactaron nunca antes habían hecho algo parecido. Es más: que no se preocuparon demasiado por respetar el canon del género, cualquiera que éste sea.

Pocas veces una gacetilla de prensa habrá sido tan coherente con la película que promociona. Es que, efectivamente, quienes hicieron Picado fino nunca habían hecho nada parecido, y la película tiene ese sello inconfundible de lo nuevo, lo distinto. Imposible imaginarse a sus realizadores estudiando, video tras video, el canon del cine argentino. Picado fino está escrita con una ortografía que los manuales desaconsejan: cabezas cortadas, abolición de la perspectiva, saltos de continuidad. En su renuncia a ciertos datos que se suponen esenciales -los de una historia narrada de tal modo que un acontecimiento lleve a otro- y su priorización de lo sensorial por sobre lo narrativo, Picado fino rompe con las pautas el género, se sale del canon. Inútil hacer memoria, repasar la historia del cine argentino: más allá de algún caso aislado (El hombre que ganó la razón, primer film de Alejandro Agresti, podría ser uno), Picado fino no reconoce, en el orden local, el más mínimo antecedente. Lo que no quiere decir que salga de ninguna parte: el cine mudo, las vanguardias de principios de siglo, Eisenstein y Godard parecen ser algunos de sus libros sapienciales.

Picado FinoFilmada entre 1993 y 1995 con (escasos) dineros propios, de modo casi amateur y sin ningún crédito oficial, Picado fino es la ópera prima de Esteban Sapir. Con 30 años, Sapir tiene un oficio paralelo: director de fotografía en películas como La dama regresa o La vida según Muriel. Eso, hasta llegar al planeta Suar: Sapir es el iluminador de la inminente Cohen vs. Rossi, la nueva producción del joven maravilla local después de Comodines. “No filmé Picado fino pensando en estrenarla; la encaré como un ensayo”, dice hoy este egresado del CERC, la escuela de cine dependiente del INCAA. Mal que le pese a su realizador, Picado fino va a estrenarse el próximo jueves 23 en el cine Lorca, después de haber conseguido un crédito oficial para su ampliación, de 16 mm a 35 mm. Desde la primera exhibición pública, allá por mediados de 1996 en la sala Lugones del Teatro San Martín, Picado fino empezó a ganar su público, a circular de boca en boca. A recibir invitaciones para cuanto festival internacional dedicado a difundir el cine alternativo exista en el mundo. Y a ganar premios: en Berlín, en La Habana, en Montevideo, en Montreal. Más aún, Picado fino va a estrenarse simultáneamente en la Argentina y en París gracias al ofrecimiento de un distribuidor francés a quien, como en aquel sketch del programa cómico Hupumorpo, “le gustó la idea”.

¿Cuál es la idea de Picado fino? Contar, desde el punto de vista de su protagonista, la historia de un chico, Tomás Caminos, que no ve más allá de sus narices. Que, incluso, empieza a tener problemas de visión, ve las cosas fuera de foco. Lo que se ve es lo que ve Tomás: un mundo fragmentado, unos pocos espacios cerrados y algunos abiertos, donde se supone que va “para recuperar la sonrisa”, pero donde terminará enredándose con un dealer. Tomás es un chico melancólico que, en lugar de hablar, fuma. En realidad, en Picado fino casi nadie habla. Como el propio Sapir, que confía más en las imágenes que en las palabras. Las pocas veces que Tomás dice algo, lo hace mordisqueando un eterno cigarrillo. Como Jean-Paul Belmondo en Sin aliento, como Denis Lavant en Malasangre. Dos de las películas que Sapir le hizo ver a su actor, Facundo Luengo, para que entendiera qué clase de gestos debía hacer para sostener el cigarrillo, para jugar con él, para apretarlo entre los labios. Tomás vive con su familia en algún lugar indeterminado, que se intuye suburbano (“me voy a la ciudad”, repite el protagonista todas las mañanas). Tiene una familia, una tortuga, una edición del Ulises de Joyce y una novia. La novia se llama Ana Sideral (a Sapir la da por los nombres que quieren decir cosas), toca el violín y tiene una mala noticia para darle a Tomás: está embarazada. Si hay en Picado fino lo que los manuales y los dramaturgos llaman “conflicto”, nace ahí, en el vientre de Ana. Ana es Belén Blanco, que en el momento de filmar la película todavía no era actriz de televisión. Hay en Picado fino, en papeles episódicos, otros actores tan conocidos como Miguel Angel Solá, Juan Leyrado y Ana María Giunta. A todos ellos “les gustó la idea”.

Picado FinoSi hay una originalidad en Picado fino, es la de mostrar ambientes de barrio y personajes como arrancados a un sainete, a través de un lenguaje ultramoderno. Como si el Picasso más cubista se hubiera puesto a dibujar la tapa de la revista Caras y Caretas. La película es una sucesión de planos cortos, fragmentarios, en el más contrastado blanco y negro y con encuadres siempre parciales: el pedazo de un rostro, un plano detalle sobre un frasco de yogur, el titular de un diario que aparece cortado. Del choque de una imagen contra otra puede surgir una tercera imagen. Lo que Eisenstein bautizó “montaje de atracciones” y Sapir prefiere llamar “coagulación” de una imagen en otra. Ejemplo: dos amantes están por alcanzar el éxtasis; en el plano siguiente, alguien descorcha una botella de champagne, y el líquido brota y chorrea. Toda la película se filmó plano a plano (“1500 planos”, dice la atípica gacetilla), siguiendo estrictamente los dibujos que Sapir hizo, noche tras noche, sobre papel. Lo que en lenguaje técnico se conoce como story board. “La película ya estaba hecha en su totalidad antes de filmarla”, dice Sapir. Y agrega, parafraseando a Hitchcock: “Lo único que hubo que hacer después fue pasarla por la cámara”.

Picado fino es un film casero. En el más literal de los sentidos: se filmó en la casa de la abuela del realizador, en Villa Lynch. Allí convivió todo el equipo durante las ocho semanas que duró el rodaje. Casero fue también el agotador trabajo de compaginación, con el cortador de negativos trabajando a ciegas con dos videocaseteras, fotograma a fotograma, durante la cifra record de siete meses. “Nunca más voy a volver a hacer algo así en mi vida”, dice hoy la víctima. Finalmente, el sonido, que en la película es crucial y en las antípodas de cualquier naturalismo, fue obsesivamente manipulado por el realizador en compañía de Gaby Kerpel, brazo musical del grupo De la Guarda. Una curiosidad: todo el sonido de Picado fino está sampleado. Hasta los diálogos. Esa voluntad de artificio que osa decir su nombre es, seguramente, la mayor transgresión de Picado fino con respecto a un desgastado canon llamado cine argentino.


Volver