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Por J. I. Boido
Desde que Susana Giménez ganó su libertad, proliferan día a día quienes ganan fortunas a costa del divorcio de la diva. El último negocio se trata de una autodenominada superproducción nacional condicionada ofrecida por módicos veinticinco pesos en quioscos: un combo de video y revista titulado Susy, Umberto y Gladiolo, el escándalo del año (usted sabe de qué se trata). Umberto (sic), un conocido deportista, y Susy, su rubia y hermosa mujer, son los felices propietarios de un pequinés estrella de la televisión cotizado en treinta millones de dólares y llamado Gladiolo. Según la sinopsis impresa en el reverso de la caja, un periodista de la cadena P.N.E. (léase como corresponde) descubre que Umberto tiene varias amantes y decide valerse de la situación para provocar un escándalo periodístico. De escándalo no hay nada: el eje de la trama serán las infidelidades explícitas y la disputa por la tenencia del perro. La superproducción cuenta con la actuación de la primera actriz Flavia Miller, la enigmática mujer-travesti que habría aparecido compartiendo cama y cartel con el Huberto original en un video de pésima calidad y modesto voltaje. Pero la Miller apenas si interviene en la complejidad de la trama. En sus breves apariciones siempre está vestida, y hace dos o tres alusiones a su affaire con Umberto/Huberto (Un día le puse una cámara oculta y ni se dio cuenta, el boludo). Para evitar que tamañas coincidencias de sobrenombres, homónimos y canes que comparten origen botánico-floral pudieran confundirse con los avatares amorosos de la diva y el polista que conmocionaron al país, la caja advierte que los hechos y personajes de esta película son fictisios (sic). El video abre con el inconfundible ritmo de la cortina musical del programa Hola Susana, mientras el espectador asiste a una serie de perlitas (es decir, la repetición de gaffes cometidas durante la filmación: el mismo ritual con que todos los viernes la auténtica Susana abre su programa). Enseguida entra en escena la Susy de ficsión, de un remotísimo parecido con la diva salvo estos tres significativos detalles: ambas son rubias (al menos en lo que a melena se refiere), arrojan furiosas un cenicero al protagonista y comparten un ligero estrabismo. Pero la película es menos dura de lo que parece: debe ser la porno con más fellatios realizadas a miembros que padecen de serios problemas de erección. Las prótesis, los consoladores y demás chiches combinan con la ropa interior de las chicas. Los sementales fílmicos fornican con las medias puestas, exhiben sin ningún pudor su sobrepeso y las pocas veces que logran eyacular se repite el clímax al mejor estilo telebeam, en cámara lenta. El film se da el lujo, además, de trabajar en el plano de lo conceptual: un coito sobre una mesa de pool se intercala con una bola entrando en una tronera. El ficticio Umberto es un prestigioso tenista que debe enfrentar a un jugador de Jamaica por una World Cup, y la trama se vale de la visita del jugador de color para realizar la autodenominada primera escena interracial de la historia del porno nacional (considerando que el Huberto auténtico juega al polo, hay quienes afirman que hubiese resultado infinitamente más jugoso respetar la vocación original). Afortunadamente, la película es más corta de lo que promete: 100 minutos en lugar de los 120 anunciados en la caja. Para recordar los viejos buenos tiempos de la verdadera Susana, por suerte quedan algunos videoclubs que todavía ofrecen alguna copia de La Mary.
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Poesía eres tú
El domingo pasado la revista dominical de Clarín publicó una entrevista a Mariano Grondona en que el periodista se defendía del embate acometido por la revista XXI, que lo acusó de haber elogiado al Proceso bajo el pseudónimo de Guicciardini. La entrevista, que termina en el campo de la familia Grondona, empieza en su casa de Palermo Chico: en el escritorio del periodista entrevistado, para ser más exactos. Y exactitud no es algo que falte en la meticulosa y lisérgica descripción con que el lector entra en clima: Es una casa suave, con colores tenues, como toda de acuarela. Pero hay un detalle. Es un detalle sonoro. En el prolijísimo escritorio donde Grondona trabaja la mayor parte del tiempo, pasa el tren. Es decir, pasa el sonido del tren. Es un sonido indomable, como de dragones en celo. A pesar de eso, Grondona parece mantenerse inmune a las alucinaciones sonoras del periodista: No pierde la calma, mantiene el mismo tono, aunque las críticas que lo enfocan tengan a veces más decibeles que los trenes y los aviones y los dragones, todos juntos. Claro que, por más que Grondona la ignore, la comparación auditiva bien puede dejar en los lectores algunas dudas: ¿qué relación hay entre los dragones que el cronista escucha y el té que una mucama menuda vestida con guardapolvo celeste sirve al cronista y del que Grondona no toma ni un sorbo? ¿Cómo es el sonido de un dragón? ¿Y el de varios dragones en celo? ¿Por qué los dragones en celo deciden hacer ruido en el escritorio de Grondona? ¿Se habrán escapado del video de Oyarbide que tanto revolvió las tripas a Grondona y del que admite, en la misma nota, haber emitido apenas la puntita?
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LA REvisTA se REserva EL
dErechoO dE AdmisiON
En lo que bien puede considerarse un gesto de franca retrospección televisiva La Revista (tal el nombre de la revista dominical del diario La Nación) decidió publicar una nota referida al alguna vez novedoso éxito de Los Simpsons. Nada tiene de criticable abrevar en las fuentes de la ya clásica familia de Bart, en vez de dar cuenta de éxitos más recientes en el mundo de los dibujos animados (Pinky y Cerebro, La Vaca y el Pollito, y South Park, entre otros nombrables). Pero de ahí a limar toda aspereza para convertir al asunto en Apto para todo público hay una distancia. Lo cierto es que la nota -autodenominada la crónica de un éxito- organiza un racconto por la vida de Matt Groening, creador de Los Simpsons, y rememora los años en que el dibujante vivía en Los Angeles y publicaba una revista de comic llamada La vida en el infierno (y Esto es un infierno, para La Revista). Según la publicación dominical, la revista que Groening editaba en fotocopias contaba la aventuras del conejo Binky, de Bongo (su hijo de una sola oreja), de la coneja Sheba y las peripecias de Akbar y Jeff, personajes que La Revista define como dos gemelos medio locos. Pero he aquí que los simpáticos dibujos no son ni gemelos ni locos: son, en realidad, una pareja gay que duerme junta en varios cuadritos de la tira y tiene recurrentes debilidades por el sadomasoquismo y las más variadas incursiones en lugares inapropiados, vestidos con medias de red, tacos, antifaces de cuero y corpiños. Se ve que, así vestidos, no los dejaron entrar a La Nación, así que se disfrazaron de hermanitos gemelos.
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