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| Crisis fue el correlato desde la izquierda de lo que significó Sur desde el pensamiento liberal. Ambas publicaciones condensaron el espíritu de dos momentos fundamentales del país. | |
La extraña unión de dos argentinos -Federico Vogelius, un empresario detenido bajo la acusación de comercializar cuadros falsificados del plástico Pedro Fígari, y el escritor Ernesto Sabato- generó una de las revistas más importantes de los años 70: Crisis. Cuando Vogelius salió en libertad, decidió invertir parte de su fortuna en proyectos culturales, y siguió el consejo de Sabato de montar una revista. Se organizó un comité de notables con el crítico Jorge Romero Brest, el musicólogo Ernesto Epstein y Víctor Massuh, entre otros. Vogelius vendió un cuadro de Marc Chagall para iniciar el proyecto, contrató oficinas, personal administrativo, a Roger Plá como secretario de redacción y a mí como secretaria general, recuerda la periodista Julia Constenla.
El nombre decidido para el proyecto fue Crisis, pero ya figuraba en los registros de propiedad intelectual. Sabato resolvió el percance y la revista terminó registrada como ideas, artes, letras en la Crisis. Pero había indecisiones, el proyecto parecía naufragar, y surgieron dos nombres para encausarlo: Juan Gelman (director del suplemento cultural de La Opinión) y Eduardo Galeano (que acababa de publicar Las venas abiertas de América latina). En un bar de Montevideo, una noche de fines de 1972, se selló la revista. Yo no sabía quién era Vogelius. Pero hubo un buen enganche y esa noche, cenando, empezó la historia, recuerda Galeano.
Un equipo básico empezó a trabajar en las oficinas de avenida Pueyrredón, dando un giro al proyecto original de Sabato. Heredamos un título, Crisis, y ningún otro compromiso. El proyecto anterior funcionaba como una correa de transmisión de las novedades europeas que llegaban al Río de la Plata. Nosotros hicimos una revista radicalmente diferente, que buscaba difundir nuestra cultura, dice Galeano.
La visión de Sabato sobre el proyecto era distinta: Yo proponía una revista crítica de los grandes problemas de entonces, y ofrecí participar en el consejo directivo a personas de pensamiento independiente, como Massuh (del que me alejé cuando aceptó ser embajador de la dictadura), Ernesto Epstein y algún otro que ahora no recuerdo. No, desde luego, a Romero Brest, al que nunca tuve por un intelectual serio. En determinado momento, sentí que no podría hacerse como yo quería, pero Vogelius quiso llevarla adelante con una dirección marxista que llegó a difamarme a través de los stalinistas de turno. Eso es lo que ellos llamarían dialéctica.
MAYO DE 1973 El miércoles 3 de mayo, mientras la dictadura del general Alejandro Lanusse instauraba la Ley Marcial en Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Tucumán, como respuesta al atentado en el que murió el almirante Hermes Quijada, apareció el primer número de Crisis.
Como se trataba de una publicación para tiempos de crisis -dice Constenla- pero al mismo tiempo culta, la queríamos elegante y sofisticada pero que no fuera cara. Se eligió el papel más barato, grueso y amarillento, con tapa a dos colores y sin fotos. Del primer número tiramos diez mil ejemplares, agotados en una semana. Antes del número dos, tuvimos que reeditar el primero. En el staff aparecían los periodistas Julio Huasi, Eduardo Baliari, Roger Plá, Mario Szichmann, Orlando Barone, y los ilustradores uruguayos Hermenegildo Sábat y Kalondi, aunque durante los cuarenta meses de vida en su primera época, la estructura de la redacción de Crisis sufrió cambios y transformaciones. En octubre de 1973 el poeta Juan Gelman ingresó como secretario de redacción y en diciembre lo hizo Aníbal Ford.
Por los cuarenta números de esa primera época pasaron temas culturales, políticos, sociales y de comunicación abordados en forma específica y global con la interrelación permitida por el marco histórico. Heriberto Muraro analizó la publicidad en TV como medio de penetración cultural, Carlos Villar Araujo documentó la crisis del petróleo a escala mundial y sus coletazos en la Argentina. La realidad europea no estuvo ausente. En su costado cultural, hubo entrevistas a Artur Lundkvist, Costa Gavras, Rafael Alberti, Vassili Vasilikos, Melina Mércuri, Carlos Saura, Geraldine Chaplin y Peter Weiss. En lo político, Ernesto González Bermejo -hombre de Marcha de Montevideo y corresponsal de Crisis en Europa- cubrió los golpes militares de 1974 en Grecia y Portugal.
La revista inauguró las historias de vida como género de la mano de María Esther Gilio. El mito de los años 70 habla de las interminables tertulias intelectuales regadas con vino, tangos absurdos y proyectos esenciales. La redacción se prolongaba noches enteras en los boliches de la zona, la quinta de Vogelius en San Miguel o la casa en el Tigre de Haroldo Conti. Santiago Kovadloff se acercó a la revista, ofreciéndose como colaborador para material de lengua portuguesa. Sin conocerlo, Galeano le dijo que tenía seis páginas y libertad para hacer lo que quisiera. Traduje un poema de Chico Buarque, prohibido por la dictadura en Brasil y fue Crisis la primera en publicarlo en América latina, recuerda hoy.
Como casi todo lo ocurrido en los 70, Crisis ingresó en el mito que en la actualidad envuelve a esos años. Según Kovadloff: Crisis fue el correlato desde la izquierda de lo que significó Sur desde el pensamiento liberal. Ambas publicaciones condensaron el espíritu de dos momentos fundamentales del país. Uno, el de la preguerra, donde América del Sur y del Norte no se veían como antitéticas. A esa convergencia, respondió Sur. Crisis, en cambio, respondió a la posibilidad de transformación ideológica, cultural y política del continente hacia una izquierda progresista.
Cuando fundamos la revista -agrega Galeano-, queríamos demostrar que la cultura popular existía, que no era la mera reproducción degradada de las voces del poder, sino que tenía fuerza propia y expresaba una memoria colectiva lastimada, herida, traicionada.
Aníbal Ford llegó a Crisis por medio de Gelman. Toda redacción es un mundo de laburantes y amigos que viene a charlar o a carburar proyectos. Esa vida era intensa, marcada por las amenazas en medio de las que había que producir la revista, resume Ford recordando su doble trabajo de secretario de redacción y director de Cuadernos.
Jorge Rivera, redactor y colaborador de Ford en los Cuadernos, recuerda las largas tardes en la redacción: Gran profesionalidad, muchísimo trabajo y un clima de distensión como en pocas redacciones. Existía tiempo de imaginación, pero había una economía de ese despilfarro traducido en los proyectos que se tiraban como puntas. Hasta los intensos boludeos intelectuales funcionaban bien.
MARZO DE 1974 El prestigio de Crisis se plasmó en las ventas. Según el Instituto Verificador de Circulaciones, la revista vendió, en marzo de 1974, 17.468 ejemplares; creció hasta un tope de 24.637 en julio, y mantuvo un promedio de 22 mil ejemplares hasta su cierre en 1976.
La veta fuerte de los reportajes callejeros impuso a María Esther Gilio. Vivía en París, pero cuando Perón volvió al país, yo también volví. Siempre había querido hacer periodismo, y llevé algunas notas a La Opinión, como una entrevista a Pablo Neruda, poco antes de morir. Cuando murió corrí al diario, a los pocos días se publicó y les gustó a todos, menos a Jacobo Timerman. ¡Qué mamarracho esa entrevista que me encajaste!, me dijo. A Crisis me llevó Galeano y me pidió un reportaje a Borges. Ahí empecé a vivir del periodismo. Viajé al norte para entrevistar a Héctor Tizón y Daniel Moyano. En Buenos Aires, hice una nota con Aníbal Troilo. Cuando la entregué a Crisis, me crucé en el ascensor con Juan Gelman y con esa entonación especial que tiene me dijo recuperaste la voz del Gordo para la historia. Nunca me lo voy a olvidar.
Vogelius vio el éxito de la revista y decidió crear un sello editorial. Allí aparecieron La patria fusilada. Entrevistas de Francisco Urondo, primer testimonio escrito sobre los fusilamientos de Trelew en agosto de 1972; Vagamundo, de Galeano; Sota de bastos, caballo de espadas, de Tizón, y Mascaró, el cazador americano, de Haroldo Conti. La Colección Política,dirigida por Rogelio García Lupo, abarcó temas como la coyuntura sociopolítica chilena con la muerte de Salvador Allende, el nacionalismo boliviano del general Juan José Torres o el Perú desde la óptica de José Carlos Mariátegui. El chileno Alfonso Alcalde concibió los Grandes Reportajes de Crisis, biografías con abundante material fotográfico, donde aparecieron Marilyn Monroe y Salvador Allende. Exiliado en Buenos Aires, el uruguayo Mario Benedetti trabajó en la colección Esta América, serie de ensayos y cuentos de autores latinoamericanos. Los Cuadernos de Crisis aparecieron entre octubre de 1973 y agosto de 1976, con 29 títulos, bajo la dirección de Julia Constenla y Aníbal Ford. Eran biografías de los grandes de América latina y analizaban hechos puntuales de la historia continental: Che Guevara, Neruda, Felipe Varela, Quiroga y Artigas, entre otros.
MAYO DE 1975 La Triple A no escatimaba amenazas y en la redacción se recibían a diario. Una investigación de Carlos Villar Araujo sobre el petróleo, publicada en abril y junio de 1975, motivó el secuestro del periodista y su posterior exilio. El 16 de diciembre del mismo año, Luis Sabini Fernández, coordinador gráfico, fue detenido por el Ejército: Caí en una redada en Villa Martelli con otros cien tipos. No sabían que yo era de Crisis. Cuando se enteraron creyeron que yo era el capo. ¿Qué capo?, si no escribo ni una línea, dije. Me contestaron: Peor, vos hacés que otros escriban. Mi trabajo y el hecho de ser uruguayo (que para ellos era sinónimo de tupamaro) era un agravante. Me llevaron esposado hasta el avión y terminé exiliado en Suecia.
Crisis había variado el registro inicial de sus notas e investigaciones, apartándose de lo estrictamente literario para escrutar todo fenómeno social. No existía la incertidumbre, pero sí una noción de catástrofe y crisis; una sensación de que todo estaba rotando permanentemente y la revista tenía que ver con esa rotación de escenarios y sujetos, dice Sabini.
MARZO DE 1976 Con el golpe militar instalado, el nuevo secretario de redacción fue Vicente Zito Lema, después de la partida de Juan Gelman a Roma. Recuerda Galeano: Las cosas se pusieron feas, hasta el punto de que el costo de la página en blanco era más alto que el de la impresa. La economía se enloqueció tanto que nosotros nunca recibíamos por la venta de un número el dinero suficiente para sacar el del mes siguiente. De todos modos, quedaron buenos recuerdos de esos días inciertos. Los partidos de fútbol los miércoles de mañana en Palermo, con Vicente Zito Lema, Jorge Asís, Kovadloff, el poeta Guillermo Boido y el dibujante Mingo Ferreyra. Nos juntábamos con Conti, más pachorriento, y no con Osvaldo Soriano, muy buen jugador de fútbol pero que jamás pudo despertarse de mañana temprano.
El 4 de mayo un comando de la policía y el ejército secuestró de su casa en Palermo a Haroldo Conti, uno de los comensales cotidianos de la revista. Las denuncias internacionales de García Márquez y de los exiliados argentinos en México y Europa no alcanzaron. El cura Leonardo Castellani, nacionalista y amigo de Conti, nada pudo hacer cuando en una cena junto a Ernesto Sabato y Jorge Luis Borges pidió por el escritor al dictador Jorge Videla. Desde 1975 habían desaparecido varios allegados a Crisis, otros se exiliaron.
Todavía compartían mesas de café Rogelio García Lupo, Rodolfo Walsh, Horacio Achával, Andrew Graham-Yoll y el brasileño Eric Nepomuceno. Era una mesa entrecruzada de chismes y versiones teñidas de una veladura luctuosa. Casi todas las mañanas teníamos que contarnos para saber si éramos los mismos del día anterior. La gente desaparecía con mucha frecuencia, evoca Horacio Achával.
Ibamos con Zito Lema a la Casa Rosada, llevando las pruebas de la revista y en el Ministerio del Interior se decidía qué era publicable y qué no. Así no se podía seguir. Meses después, dijimos que era mejor morir parados que vivir agachados, evoca Galeano. El número 40 apareció en agosto de 1976. Fue el último, aun a pesar de los intentos de reflotarla en 1986.
Las aventuras de Fico
Federico Vogelius se recibió de agrimensor a los diecinueve años y desde entonces decidió obtener todo cuanto se propusiera. Una personalidad como la suya no pudo menos que convertirse en una leyenda plagada de chismes y datos biográficos erróneos que con la complicidad de quienes lo conocieron pasó a engrosar la picaresca porteña. De él se cuentan las mil anécdotas sobre cómo hacer dinero. Gerente de Molinos Río de la Plata o estafador de los Bunge y Born, hizo sus primeros dineros pasando por emprendimientos como fábricas de tintas, madereras o parquizaciones, siempre aficionado a las artes donde depositaba sus esfuerzos por alcanzar status.
Aun hoy, muchos lo aman y muchos lo odian. Edificó su propio imperio y, a la cabeza de él, entornó su pasión por el arte. Lo sobrevivió no sólo la revista Crisis, sino la colección de pinturas y documentos históricos rematados en agosto de 1997. La quinta de San Miguel también fue perdida hace pocos años por la familia. Allí Fico Vogelius había organizado diferentes salas donde reposaban cuadros, incunables y documentación histórica que a cuentagotas regalaba en facsimilares aparecidos en Crisis mes a mes. Las salas estaban acondicionadas con temperaturas constantes según los tesoros que se guardaban en cada una de ellas, celosamente custodiadas por bibliotecarios contratados.
De los años de Crisis, se cuentan los gestos más desprendidos de su parte y los más exóticos. Era un mecenas florentino del subdesarrollo, asegura Julia Constenla. Hábil no sólo para los negocios, sino también para la política, en 1974 y 1975 navegó entre dos aguas para evitar que Crisis fuera ganada como órgano de los Montoneros y que la Triple A volara el edificio del Once donde funcionaba la redacción. En 1977 fue detenido por la dictadura y cuentan un escape inverosímil de sus captores. Se exilió en Londres desde donde inició juicios por sus obras de arte saqueadas de la quinta. Del exilio volvió en 1985 decidido a relanzar Crisis, pero sólo pudo ver el primer número de esa segunda época, en abril de 1986.
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