El yakuza asesino
de Hana Bi
Takeshi, tal como
aparece en Hana Bi
Ren Osugi, otro de los
actores fetiche de Kitano
Yuko Daike, una de las
actrices fetiches de Kitano
Yuko Daike, una de las
actrices fetiches de Kitano
UN HOMBRE ORQUESTA
Se sabe que el gran novelista cubano (residente en Londres) Guillermo Cabrera Infante es un cinéfilo impenitente. Lo que no se conocía es su fanatismo por la obra de Takeshi Kitano desde hace años. En esta entrevista cuenta las razones.
Es la mejor manera de romper el hielo. Mencionar a Kitano. Preguntarle, por ejemplo, dónde reside la originalidad del cineasta nipón. Guillermo Cabrera Infante se acomoda en su sillón, da otra pitada a su habano y explica:
-Su originalidad se hace muy visible desde el principio. La primera película suya que vi fue Sonatine, en la televisión inglesa, hace tres años. Quedé muy impresionado por el uso de la música, de las imágenes y sobre todo por el estilo de narración que adopta Kitano. Se puede llamar estética minimalista, porque está rodada con los mínimos valores dramáticos y los mínimos valores plásticos. Es decir: todo muy poco japonés para quienes conocemos el cine de Kurosawa o Mizoguchi, ese barroquismo feroz, escenificado casi siempre en otro siglo. El de Kitano es un cine moderno, con los yakuzas haciendo el equivalente de los samurais y con una violencia que aparece de pronto, en medio de escenas muy bucólicas, como una suerte de excrecencia malvada que asalta a los personajes. El personaje clásico de Kitano puede ser policía o yakuza pero siempre es totalmente impasivo, no parece reaccionar a lo que ocurre a su alrededor hasta que saca la pistola y mata a un rival. O, como en Sonatine, donde mata a una pandilla entera de rivales.
Hace cinco años, cuando esta película se presentó en el festival de Cannes, dijeron de él que era una especie de Tarantino japonés.
-Creo que debería ser al revés: Violent Cop es un par de años anterior a Perros de la calle.
¿Cuáles son las características de la violencia en Kitano?
-Gran economía de medios. Es decir, aparentemente en la película no ocurre nada hasta que hay una gran convulsión sangrienta. Ni siquiera se ve a las pistolas disparar, sino que se ven sus efectos. Eso es lo importante en la escenografía de Kitano. Es decir: la violencia no es una violencia per se, sino determinada por las acciones del enemigo.
Algunos jóvenes cineastas norteamericanos son criticados por tomarse la violencia a la ligera. ¿Se le puede hacer esta misma crítica a Kitano?
-Es imposible disociar la violencia de su cine. Los personajes siempre mueren violentamente, principalmente él, que a veces se suicida y otras veces lo matan. Hay una secuencia central de Violent Cop, donde la violencia no aparece hasta que Kitano desaparece y vuelve a aparecer completamente armado. Esa violencia no es gratuita: sus enemigos son tan terribles que no puede menos que devolver violencia con violencia. Pero está también el hieratismo oriental. Esta palabra encaja perfectamente con el semblante de Kitano, que siempre, siempre, siempre es impasible. Aun cuando ama a una mujer o cuida de su hermana enferma: siempre es el mismo primer plano de Kitano impasible, imperturbable.
¿Por qué, en su opinión, gusta tanto a los jóvenes y suele irritar
a la gente más madura?
-No entiendo por qué la gente reacciona contra la violencia en el cine y no reacciona contra la violencia cotidiana.
Como usted sabe, Kitano es un presentador de telebasura en su país...
-Sí, y tenía además un one-man-show durante mucho tiempo, que se llamaba Beat, donde hacía chistes en un club de strip-tease. Y de pronto sorprendió a todo el mundo haciendo estas películas, sobre todo Violent Cop, por ser la primera, claro.
Se dice que Kitano ha dado un nuevo impulso al cine japonés...
-El es el cine japonés de ahora, no hay otro. A mí me sorprende que no tenga intención de hacer ninguna dirección artística o de decorados en su cine. Todo aparentemente ocurre en los sitios donde sucede la acción.
En el aspecto cinematográfico, se lo compara con Ozu y Mizoguchi...
-Esas son las comparaciones japonesas, pero yo creo que él tiene más relación con el cine de violencia americano que con el cine japonés. Con Samuel Fuller, especialmente, que tiene dos películas que se sitúan en Tokio. A diferencia de Tarantino, que es sobre todo un espectador de videos, Kitano parece ser que ha hecho de todo en el reino de la imagen: desde dibujar comics hasta pintar cuadros, pasando por la escritura de libros, el periodismo, la TV, el teatro y el cine. Quizá de ahí venga esa rara combinación: su capacidad para conmover con su violencia y, al mismo tiempo, con su extraña ternura.
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Brutal y sensible a la vez, lírico y ultraviolento, estólido actor e histriónico presentador de concursos televisivos, intérprete de controlados recursos y cineasta de endiablada gramática, Beat Takeshi o Takeshi Kitano es una de las figuras más inclasificables de la moderna cultura popular nipona. Con Hana-Bi (Flores de fuego), su última película como director -y, probablemente, su obra maestra, que lamentablemente no llegó a incluirse en el ciclo de sus películas que se proyecta en la sala Lugones del San Martín-, logró finalmente su pasaporte a la consagración internacional.
ESTAMOS EN EL AIRE Si alguien dijera que el presentador del programa televisivo más innoble del Japón podía ganar el máximo galardón en un prestigioso festival de cine, le concederíamos, en principio, escaso crédito. Sin embargo, eso es lo que ocurrió cuando la última película dirigida y protagonizada por Takeshi Kitano se alzó con el León de Oro del Festival de Venecia 1997, confirmando, por si todavía quedaba alguna duda, que la transformación de ese mito de la telebasura del Sol Naciente es uno de los más extraordinarios cineastas de nuestro tiempo. El proceso se había iniciado en 1989 con su ya notable ópera prima Violent Cop. Y se continuó con dos de sus filmes posteriores, que giran alrededor de (y pervierten) las convenciones genéricas de las películas de yakuza (la mafia japonesa): Boiling Point y Sonatine, ambas incluidas en el ciclo de la Lugones.
Años atrás, Kitano era presentador de unos salvajes concursos de la televisión, sembrados de sádicas pruebas de destreza, hasta que declaró, de buenas a primeras, su intención de convertirse en un cineasta de prestigio. Para muchos, sus palabras fueron una boutade: Mi meta es ser un director reconocido, un director famoso internacionalmente. Quiero ganar el gran premio de Cannes. Y, cuando suba al escenario a recogerlo, no llevaré encima nada más que mi ropa interior, o una de esas tangas de luchador de sumo. Actor de marmóreo rostro, capaz de transmitir a través de la claustrofobia del gesto, Takeshi Kitano se erige como el intérprete ideal para dar vida a un volcán siempre a punto de entrar en erupción. El controvertido personaje no es precisamente un desconocido para el público cinéfilo. En Furyo (Merry Christmas, Mr. Lawrence), la película de Nagisa Oshima con David Bowie, Tom Conti y Ryuichi Sakamoto, dio vida a la quintaesencia del espíritu marcial nipón en un campo de prisioneros de guerra aliados, corporizando al ingenuamente bestial (y, al final, conmovedor) sargento Gengo Hara. Y los fanáticos del zapping pueden haberlo pescado en alguno de los bizarros especiales sobre erotismo de HBO.
¿CREEN QUE SOY RARO? Cuando ejerce de actor, Kitano sigue firmando sus apariciones con el seudónimo de Beat Takeshi, una reminiscencia de sus comienzos en el café-teatro a principios de los 70, como miembro del dúo cómico The Two Beats. El estilo de la singular pareja -frenético, arriesgado y con un pie en la irreverencia- supuso una auténtica bocanada de aire fresco en el terreno de la comedia alternativa japonesa y obtuvo una legión de acólitos entre el público más joven. Pero Kitano no tardó en diversificar sus intereses profesionales, hasta convertirse en una figura de casi inabarcables tentáculos creativos: ha conducido programas de radio, escrito poesía y novelas (nunca traducidas ni al inglés siquiera, al menos hasta ahora), participado como actor en dramas televisivos y en películas internacionales de tan esquivo atractivo como Johnny Mnemonic (el mamarracho futurista de Robert Longo, con Keanu Reeves, que en estas costas se conoció como Fuera de control), pintado cuadros, escrito diversas columnas de opinión en periódicos de su país y se ha convertido en un icono televisivo inconfundible para todo el mercado oriental. De hecho, la transformación de Kitano en un cineasta de altura no ha finiquitado su carrera televisiva: mientras rodaba Hana-Bi, seguía presentando y apareciendo en siete programas semanalmente y se veía obligado a alternar sus dos trabajos: una semana la dedicaba a sus exigencias televisivas y la siguiente era exclusivamente consagrada a la película.
NO ME DIGAN QUENTIN A Kitano se lo ha bautizado erróneamente el Tarantino japonés y sus películas suelen ubicarse al lado de las de John Woo y otros maestros del cine de acción oriental. Sin que esto suponga ningún descrédito para Tarantino o Woo, es necesario subrayar que Takeshi tiene muy poco que ver con estos notables colegas de profesión (y, ocasionalmente, de género). Kitano ha logrado forjar un estilo propio basado en la sustracción del gesto, de la acción y de la palabra, desarticulando tramas policíacas en una escritura visual que apela constantemente a la inteligencia del espectador y a su capacidad para descifrar mensajes aparentemente criptografiados. Como uno de esos personajes trágicos y autodestructivos que pueblan su cine, Kitano ha declarado: Si eres lo suficientemente valiente para intentar algo, incluso tu propia destrucción, podrás eventualmente triunfar. Desde que accediera casi por casualidad en 1989 a la dirección de Violent Cop -película que, en principio, iba tan sólo a protagonizar-, el cineasta ha sido lo suficientemente valiente como para convertirse en un auténtico auteur, pero también ha estado al filo mismo de la autodestrucción.
NADIE ME QUIERE En 1994, tras su brillantísima Sonatine -película de gangsters apoyada en lo que podríamos llamar la poética de la inacción-, Kitano sufrió un grave accidente de moto que casi lo mata. El hecho de que el cineasta acabara de sufrir un sonado desengaño amoroso con su novia de toda la vida hizo correr rumores de un posible suicidio frustrado. De hecho, la compañía de seguros determinó que el accidente había sido culpa del damnificado y se libró de cubrir los abundantes gastos de recuperación. Kitano estuvo más de un año sin trabajar, circunstancia que llevó a productoras de cine y cadenas de televisión a cancelar sus contratos con el artista. Cuando regresó de la clínica australiana donde se había sometido a repetidas operaciones de cirugía, Kitano había acumulado una deuda de 20 millones de dólares y tuvo que cerrar su restaurante y su tienda de ropa: Pensé que me iba a morir. Así que cuando me recuperé del accidente agradecí estar todavía vivo, aunque, aparte de ese consuelo, no tenía nada más. No podía pensar en otra cosa que en hacer una película para burlar mi mala suerte. El resultado de ese propósito fue la inclasificable comedia erótica Getting Any?, que un crítico definió como una versión de Porkys dirigida por Eric Rohmer donde un freak japonés hace todo tipo de vanos esfuerzos por echarse un polvo. Pero el franco propósito de alcanzar un éxito de taquilla no se resolvió de la manera esperada: la abrumadora extravagancia del film -que incluía parodias del cine de Kurosawa, de las películas anteriores de Kitano, de La mosca cronenbergiana y de mitos tan arraigados en la cultura japonesa como Godzilla- convirtió a Getting Any? en la película involuntariamente maldita de Kitano.
ASI ES LA VIOLENCIA PARA MI En sus heterodoxos films sobre la yakuza, Kitano pinta un retrato lacónico sobre la violencia. El espectral protagonista de Violent Cop se enfrenta a un mafioso homosexual en el centro de un caso de corrupción dentro de la policía de Tokio. Boiling Point es la antiheroica crónica del enfrentamiento de dos jóvenes jugadores de béisbol con la mafia japonesa. Y Sonatine es una arriesgada película de gangsters, cuyos protagonistas se pasan buena parte del metraje ocupando su ocio en absurdos juegos. Por otro carril transcurre Escenas en el mar (A scene at the sea), una película de aliento romántico sobre la relación entre una pareja de surfistas mudos, y Kids return (que lamentablemente no se incluye en el ciclo de la Lugones), un film casi autobiográfico sobre el carácter determinante de todo fracaso juvenil.
La capacidad de Kitano para asimilar influencias dispares es portentosa: mientras los personajes de sus películas duras remiten al mejor Paul Schrader, la pareja de amigos de Kids return recuerda más bien al primer François Truffaut. Carismático y popular como figura televisiva, el Kitano cineasta no ha logrado despegarse en su país de la etiqueta de director minoritario. Del casi fatal accidente le ha quedado la secuela de un tic en el rostro, que en Hana-Bi (Flores de fuego) se convierte en el único gesto posible para su atormentado personaje.
Pocos creadores han sido capaces de decir más con menos. Quizá consciente de ello, Kitano se ha empeñado, ahora, en dar dos películas por el precio de una. Mientras sus seguidores esperan que algún día pueda cumplir su promesa de recoger la Palma de Oro vestido de luchador de sumo, Takeshi acaba de anunciar su próximo proyecto: dos películas en el espacio de hora y media, una historia policíaca rodada según su manera habitual, seguida de su automática parodia inclemente.
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