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Por Esteban Pintos Si no eran 100.000 personas, poco habrá faltado en la milagrosa noche del sábado. Lo de milagrosa, si se permite el calificativo, tiene que ver con que... no llovió. Entonces todo fue bien en el extremo sur del barrio de Puerto Madero, en la hasta ahora más convocante jornada del ciclo de recitales gratuitos Buenos Aires Vivo 3. Una banda en pleno estado de ebullición creativa como número central (Los Fabulosos Cadillacs) y dos de sus desprendimientos virtuales (Pez, con el guitarrista Ariel Minimal al frente y Cienfuegos, con el ex saxofonista y cantante de la banda Sergio Rotman) haciendo el rock más jugado que se haya oído ahí en este verano, fueron los protagonistas. Por si fuera poco, Ricardo Iorio, el hombre de negro del rock argentino y bandera de los descamisados metálicos, se olvidó de sus diatribas contra la utilización política de estos eventos y subió al escenario junto a su banda Almafuerte para intermediar el show de los Cadillacs y arrojar tres potentes muestras de su unión artística con el bajista Flavio Cianciarullo. Con ese vozarrón y ese tono mitad metalero mitad campesino, el ex V-8 y Hermética llevó adelante un segmento de rock estruendoso y con temática social. Iorio copó la escena con su impactante escena, agradeció a los Cadillacs por ser fabulosos y disparó un no a los carneros que no se entendió muy bien contra quién estaba dirigido. Así es Iorio. Antes y después, los Cadillacs a pleno. La evolución de los Fabulosos Cadillacs de grupo quiero ser como los años del ska tocado a tientas a banda líder del aluvión latino en el mundo los años del compromiso y la cruza de ritmos ya ha merecido evaluaciones o referencias periodísticas que, ciertas o no, algunas (la mayoría de las) veces han molestado a los músicos. Ellos consideran que todo ha fluido naturalmente y decantado a este momento en que se los ve plenos, creativos, maduros, actuando en consecuencia. Bajo la dirección musical del dúo Fernández Capello-Cianciarullo (los apodos casi adolescentes Vicentico y Sr. Flavio bien pueden obviarse), los Cadillacs se sumergieron en laberintos musicales de los que no siempre todos salen airosos. Sin embargo, no deja de sorprender este a todas luces crecimiento en una banda nacida en la segunda oleada musical de la década del ochenta, en la depresión post Sumo, cuando los Redonditos de Ricota no sufrían de gigantismo crónico y el rock futbolero ni siquiera asomaba en el horizonte. Después de un gran éxito inicial alimentado por un par de canciones de tono cervecero clase media que se instalaron en la calle y en las canchas de fútbol como preanunciando lo que vendría después y multiplicado, la banda viró hacia una lírica de fuerte contenido sociopolítico, potenciada por un adecuado soporte instrumental que mezclaba la rabia del hardcore, la cadencia del reggae y el sabor de otros ritmos latinos, reconocibles por el protagonismo percusivo. El posterior deslumbramiento de algunos de sus integrantes por la impronta piazzoliana en la música urbana porteña desemboca en este momento de la banda. Los Cadillacs siguen cantando ese arranque adolescente de rebeldía que encierra la frase Yo no me sentaría en tu mesa, se animan a exhumar una canción histórica de Manal (Una casa con diez pinos) y también citan aunque más no sea por relación indirecta al candombe-rock de, por ejemplo, el Hipercanbombe de La Máquina de Hacer Pájaros en El Muerto, o deciden titular Piazzolla a otra compleja canción de su última cosecha grabada en estudios. De todas éstas, y de todas las que sonaron el sábado, sigue siendo Saco azul (que grabaron en el desparejo Rey Azúcar) y su impronta beatlesca lo mejor que hayan hecho en muchos años. Si hace falta, y claro que la multitud clamaba por ellas, están esas pequeñas gloriosas páginas para coro trasnochado que son El satánico Dr. Cadillac, Demasiada presión y Mal bicho. Un completo recorrido con lo mejorcito de un repertorio que tiene un amplio arco estilístico que va, enconcordancia con los momentos del país, desde el desencanto antialfonsinista después de la Obediencia Debida y el Punto Final hasta estos en apariencia, nunca se sabe últimos días del reinado menemista y su galopante fractura social. Del lado de la gente, de los que se apretujaban contra el vallado y pedían agua, de lo que veían algo y de los que intuían el desarrollo de un recital desde más lejos, todo era fervor y alegría. Algunas banderas con el nombre La Renga, otras rojas de juventudes políticas de izquierda, daban más color a la noche ideal de una banda de las más grandes que tiene la música popular de los jóvenes argentinos, que es punta de avance del rock latino aunque etiqueta, suena adecuado en el mundo. Cerca del escenario también, una bandera con el infundible rostro de Luca Prodan sobre ¡fondo rojo! daba una idea de lo que algunos chicos han elaborado como su propia historia del rock argentino de los últimos quince años, aunque todo se pueda discutir. Luca, está más que claro, no combatía al capital ni proclamaba la patria socialista, pero ahí está ahora. Mezclado en un confuso ideario juvenil que encuentra en el rock (o como quiera llamárselo) de los Fabulosos Cadillacs, aun incluso a pesar de ellos mismos, una voz para sentirse identificados.
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