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EDUARDO RUFFO, VETERANO DE LA TRIPLE A, FUE REINCORPORADO A LA SIDE
Mano de obra nuevamente ocupada

Pese a su temible prontuario,na03fo05.jpg (11598 bytes) Ruffo recibe un sobre “en negro” cada mes en la Secretaría de Inteligencia del Estado. Ex lugarteniente de Aníbal Gordon, condenado por secuestro y por apropiación de una hija de desaparecidos, le asignaron “tareas menores”.

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Hugo Anzorreguy, el “señor cinco”, fue quien decidió que Ruffo volviera a la SIDE que él dirige.
El ex agente no puede ser reincorporado plenamente por sus muchos procesos criminales.
 

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Raúl Guglielminetti.
Uno de los secuestradores.

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Guillermo Patricio Kelly.
Uno de los secuestrados.



Por Eduardo Tagliaferro

t.gif (862 bytes) El ex agente de la SIDE Eduardo Alfredo Ruffo se reincorporó al plantel de la Secretaría de Inteligencia del Estado, por decisión del propio titular del organismo, el ex abogado laboralista Hugo Anzorreguy. Ruffo, miembro de la Triple A y señalado como uno de los más crueles torturadores del centro clandestino de detención Automotores Orletti, se suma así a la gran cantidad de agentes que reciben la paga “en negro”, con dinero proveniente de los fondos reservados, ya que su participación en robos, secuestros, torturas y asesinatos, como muestra su terrible prontuario, le impiden formar parte del plantel básico de “La Secretaría”. Ruffo, ex lugarteniente de la banda parapolicial liderada por Aníbal Gordon, de intensa actividad durante la última dictadura, continuó participando de la Inteligencia estatal aun con la llegada de la democracia e integró el autodenominado Grupo Alem. Posteriormente fue condenado por el secuestro de Guillermo Patricio Kelly y la falsificación de la partida de nacimiento con la que encubrió el secuestro de la menor Carla Rutilo Artés. Se ignora qué trabajo desempeña Ruffo y fuentes próximas a la secretaría aducen que “debe estar en tareas menores”. Sin embargo, resulta difícil de aceptar que, para cubrir esas “tareas menores”, Anzorreguy se haya comprado un problema mayúsculo.
Feos sucios y malos
El Señor Cinco, como se conoce al titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado, según la clave copiada del servicio de inteligencia inglés MI 5, habría justificado el reingreso en el hecho de que Ruffo es “un hombre muy inteligente, que en este momento es de mucha utilidad para la SIDE”. Los técnicos de la secretaría afirman con cierto desprecio que la importancia de Ruffo radica en su perfil de “hombre apto para todo servicio”, aunque las tareas específicas asumidas por Ruffo en su retorno al servicio activo son un secreto para la mayoría de los agentes de la inteligencia nativa. No es extraño: Anzorreguy ha trazado una nítida barrera entre los cooptados y la estructura formal del organismo, que suele desconocer las actividades de esa masa de confidentes, espías, opinólogos, fronterizos del delito o delincuentes a secas. Una evidencia de ese estilo flexible que Anzorreguy imprimió a su gestión habría sido la utilización de Raúl Guglielminetti para traer detenido al ex titular del Concejo Deliberante, el justicialista José Manuel Pico.
La de Eduardo Alfredo Ruffo, como la de Guglielminetti, es una historia singular, asociada a los años más duros de la represión ilegal. Fue el lugarteniente de Aníbal Gordon en la Triple A y también uno de los más violentos de la banda que asoló el país desde 1974, heredera del fugaz comando ultraderechista Libertadores de América. Por recomendación del coronel Jorge Osinde, Gordon integró la custodia de Juan Domingo Perón, cuando el ex presidente vivía en la casa de la calle Gaspar Campos, luego de retornar al país tras 18 años de exilio. El grupo recibió la protección del general Otto Paladino, titular de la SIDE entre 1976 y 1977, quien lo integró al organismo. Paladino iba a darle a Gordon la tarea de regentear Orletti, el campo de la calle Emilio Lamarca donde se concentraban las víctimas del Operativo Cóndor, el pacto regional de cooperación represiva, y donde fueron llevados, por ejemplo, el joven Marcelo Gelman y los hermanos del dirigente del ERP Mario Roberto Santucho.
“No doy cinco guita”
Muchos hombres del Ejército no veían con buenos ojos la amalgama de oficiales y civiles que conformaban la Triple A. Les molestaba esaorganización paralela que rompía con la disciplina de la cadena de mandos. El hilo se cortó definitivamente en 1981 cuando el segundo jefe de Inteligencia del Ejército, general Jorge Ezequiel Suárez Nelson, descubrió que él mismo se había convertido en objetivo del grupo parapolicial que planificaba asesinarlo. Suárez Nelson comenzó la persecución de la banda que terminó fugándose al Uruguay. A su regreso a la Argentina y meses antes de las elecciones del `83 tuvieron otra mala ocurrencia: secuestraron a Guillermo Patricio Kelly. Cuando Ruffo se disponía a matar a Kelly, el llamado telefónico del presidente Reynaldo Bignone suspendió la “ejecución”. Ruffo se encolerizó con la orden y de un culatazo le deformó la nariz a Kelly. Finalmente Kelly fue liberado. El argumento de Bignone había sido contundente: “Si no obedecen, no doy cinco guitas por ustedes”. Durante el juicio por el secuestro, la banda reclamó acogerse a la ley de obediencia debida. Alegaban que estaban bajo el mando del último presidente de facto, Reynaldo Bignone, y del jefe del Primer Cuerpo del Ejército, general Juan Carlos Trimarco. De hecho era cierto. También la obediencia debida liberó a Ruffo de los cargos de tortura, secuestro y asesinato de 30 desaparecidos en Orletti.
De todos modos, Ruffo no fue condenado por la sustracción, retención y ocultamiento de la menor Carla Rutilo, hija de la desaparecida Graciela Rutilo Artés, a quien le arrebató la niña que tenía un año de edad. Sólo fue juzgado y condenado a seis años y medio de prisión, por la falsificación del documento utilizado para inscribir a la niña con el nombre de Gina Amanda Ruffo. Madre e hija habían sido detenidas en Bolivia. Graciela Rutilo Artés fue traída por el general Paladino y alojada en Orletti donde fue asesinada. El matrimonio Ruffo tenía en su poder otro niño menor que Carla Rutilo Artés, del que nunca se pudo probar su origen, dado que los Ruffo eran estériles. Los funcionarios judiciales sintieron en carne propia la peligrosidad del represor. Una tarde, en la cárcel de Caseros, el interno Ruffo cerró el paso al entonces fiscal, Aníbal Ibarra, quien se encontraba en una visita de rutina al penal. El preso lo separó de la comitiva y con un tono amenazante le advirtió: “Ya me sacaron una hija, no te metás con mi hijo porque te vas a arrepentir”. Ibarra era su acusador en la causa por la apropiación de Carla.
Otto Paladino y los miembros de la banda de Aníbal Gordon fueron juzgados por su participación en la Triple A y por el secuestro de Guillermo Patricio Kelly. La defensa de Paladino y su yerno, César Enciso, estuvo a cargo del abogado José Licinio Scelzi.
Y la banda sigue
Con la llegada de la democracia, Ruffo, Guglielminetti y otros miembros de la “banda de Gordon” se incorporaron al denominado Grupo Alem. Autoproclamados defensores del gobierno democrático, reportaban directamente al Ministerio de Defensa, diferenciándose de la SIDE oficial. Pero la cabra tira al monte y el grupo se disolvió al hacerse pública su
participación en el secuestro extorsivo de los empresarios Emilio Naum y Enrique Menotti Pescarmona. Más tarde, Enciso volvió a las andadas y junto a otro espía de “La Secretaría”, Norberto “Polaco” Cipolak, intervino en el atentado cometido en 1991 contra Fernando “Pino” Solanas. Poco después de ser querellado por el presidente Carlos Menem a raíz de sus denuncias por el vaciamiento y privatización de YPF, Solanas fue baleado en las piernas por los “Sérpicos” a la salida de los estudios Cinecolor, en la localidad de Martínez. Cuando lo detuvieron por el robo de nafta a la petrolera estatal, Cipolak reconoció su participación en el atentado e involucró a Enciso, quien se hallaba prófugo de la Justicia desde 1985, a raíz del secuestro de Menotti Pescarmona. La persistencia de semejantes personajes en el merodeo de los centros de poder, o en la SIDE misma, se explica por las propias cláusulas de la Ley Secreta que rige la actividad de la “Secretaría”: la planta de agentes declarados oficialmente llega a los 2300, pero existen alrededor de 10.000 “inorgánicos” agrupados bajo la sigla “CC” (colaborador confiable). Los “CC” cobran su sueldo de la partida de fondos reservados, que no está sujeta a ninguna fiscalización oficial. El crecimiento del presupuesto de la SIDE revela la importancia que la central de los espías tiene durante la gestión menemista. En 1989, la Secretaría de Inteligencia del Estado tenía un presupuesto aprobado de 35 millones de pesos y terminó el ejercicio anual con un gasto de 39. En 1998 el funcionamiento del organismo devoró más de 300 millones de pesos. Casi 10 veces más que lo que su existencia costaba al erario al principio de la década.

 

DESDE MADRID, CARLA CUENTA SU INFANCIA CON RUFFO
El acoso sexual del apropiador

Por E. T.

t.gif (862 bytes) Los diez años de convivencia con la familia Ruffo son un “trauma” que a pesar de la distancia siempre acompañó a Carla Rutilo Artés.”Yo no pasé una infancia feliz”, dijo Carla, para resumir los malos tratos, intentos de abuso sexual y golpes recibidos del torturador de Orletti. Desde Madrid, en diálogo con Página/12, Carla recordó con amargura la historia de esa “familia infamiliar” –así llamaron a las parejas apropiadoras los psicoanalistas que trabajaron con la Abuelas en la pericia elevada al juez Adolfo Bagnasco– que formaban Ruffo, Amanda Cordero, su mujer, Carla y Alejandro, el otro niño en poder del matrimonio Ruffo. “Alejandro –advierte Carla– va a seguir siendo mi hermano. Esté donde esté quisiera que sepa que nunca me olvidé de él. Poné eso en la nota, si podés.”
Desde la llegada de Carla a la casa de los Rufffo, una niñera estuvo a cargo de su crianza, el nivel de vida era altísimo y las mudanzas una constante, sobre todo después de que la abuela de la niña, Matilde Artés Company –Sacha–, apareciera en las pantallas de televisión junto a las fotos de su hija desaparecida, Graciela Artés, y de su nieta Carla. “¿Qué hace esa mujer con mi foto?”, le preguntó la niña, conmocionada por el impresionante parecido, a la mujer de Ruffo. La búsqueda de Sacha cercó a los Ruffo, ocho testigos reconocieron las fotos de Carlita, a quien los secuestradores habían inscripto como Gina Amanda. Aún prófugos de la Justicia, los Ruffo no pasaban penurias: “de pobretones, nunca”, recuerda Carla. Todas las viviendas que ocuparon durante esos años tenían pileta de natación, amplios jardines y confort típicos de ingresos muy superiores a los que Ruffo podía declarar por su empleo como jefe de personal de la agencia de seguridad Magister, propiedad del compinche y jefe de Ruffo en tiempos de la Triple A, el general Otto Paladino.
Uno de los lugares que Carla todavía tiene grabado es el lujoso departamento ubicado en Soler y Billinghurst y que había pertenecido al secretario general del gremio de la construcción, Rogelio Coria, y que vaya a saber por qué ocupaban los Ruffo. Allí solía reunirse la siniestra cofradía de las Tres A: Aníbal Gordon, el general Otto Paladino, César Enciso. Las armas eran algo común en el hogar de los Ruffo, también era frecuente que el represor llegara a su casa con gran cantidad de televisores, relojes, minicomponentes y otros artefactos de los que suelen apropiarse los “piratas del asfalto”. Es que “la banda de Gordon” nunca dejó de estar en actividades; claro está, la ley no iba a ser un obstáculo para sus planes.
“No tengo ningún buen recuerdo de ese hombre”, dice Carla, que define a su secuestrador como a un hombre enfermo de los nervios, despiadado, agresivo, muy bebedor y obsesivo por el contacto sexual con ella.
“¿Para qué querían tener a nuestros nietos?”, pregunta Sacha que afirma que los niños eran rehenes de los torturadores.

 

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