Raúl Guglielminetti.
Uno de los secuestradores.
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Guillermo Patricio Kelly.
Uno de los secuestrados.
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Por Eduardo Tagliaferro
El ex agente de la SIDE
Eduardo Alfredo Ruffo se reincorporó al plantel de la Secretaría de Inteligencia del
Estado, por decisión del propio titular del organismo, el ex abogado laboralista Hugo
Anzorreguy. Ruffo, miembro de la Triple A y señalado como uno de los más crueles
torturadores del centro clandestino de detención Automotores Orletti, se suma así a la
gran cantidad de agentes que reciben la paga en negro, con dinero proveniente
de los fondos reservados, ya que su participación en robos, secuestros, torturas y
asesinatos, como muestra su terrible prontuario, le impiden formar parte del plantel
básico de La Secretaría. Ruffo, ex lugarteniente de la banda parapolicial
liderada por Aníbal Gordon, de intensa actividad durante la última dictadura, continuó
participando de la Inteligencia estatal aun con la llegada de la democracia e integró el
autodenominado Grupo Alem. Posteriormente fue condenado por el secuestro de Guillermo
Patricio Kelly y la falsificación de la partida de nacimiento con la que encubrió el
secuestro de la menor Carla Rutilo Artés. Se ignora qué trabajo desempeña Ruffo y
fuentes próximas a la secretaría aducen que debe estar en tareas menores.
Sin embargo, resulta difícil de aceptar que, para cubrir esas tareas menores,
Anzorreguy se haya comprado un problema mayúsculo.
Feos sucios y malos
El Señor Cinco, como se conoce al titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado,
según la clave copiada del servicio de inteligencia inglés MI 5, habría justificado el
reingreso en el hecho de que Ruffo es un hombre muy inteligente, que en este momento
es de mucha utilidad para la SIDE. Los técnicos de la secretaría afirman con
cierto desprecio que la importancia de Ruffo radica en su perfil de hombre apto para
todo servicio, aunque las tareas específicas asumidas por Ruffo en su retorno al
servicio activo son un secreto para la mayoría de los agentes de la inteligencia nativa.
No es extraño: Anzorreguy ha trazado una nítida barrera entre los cooptados y la
estructura formal del organismo, que suele desconocer las actividades de esa masa de
confidentes, espías, opinólogos, fronterizos del delito o delincuentes a secas. Una
evidencia de ese estilo flexible que Anzorreguy imprimió a su gestión habría sido la
utilización de Raúl Guglielminetti para traer detenido al ex titular del Concejo
Deliberante, el justicialista José Manuel Pico.
La de Eduardo Alfredo Ruffo, como la de Guglielminetti, es una historia singular, asociada
a los años más duros de la represión ilegal. Fue el lugarteniente de Aníbal Gordon en
la Triple A y también uno de los más violentos de la banda que asoló el país desde
1974, heredera del fugaz comando ultraderechista Libertadores de América. Por
recomendación del coronel Jorge Osinde, Gordon integró la custodia de Juan Domingo
Perón, cuando el ex presidente vivía en la casa de la calle Gaspar Campos, luego de
retornar al país tras 18 años de exilio. El grupo recibió la protección del general
Otto Paladino, titular de la SIDE entre 1976 y 1977, quien lo integró al organismo.
Paladino iba a darle a Gordon la tarea de regentear Orletti, el campo de la calle Emilio
Lamarca donde se concentraban las víctimas del Operativo Cóndor, el pacto regional de
cooperación represiva, y donde fueron llevados, por ejemplo, el joven Marcelo Gelman y
los hermanos del dirigente del ERP Mario Roberto Santucho.
No doy cinco guita
Muchos hombres del Ejército no veían con buenos ojos la amalgama de oficiales y civiles
que conformaban la Triple A. Les molestaba esaorganización paralela que rompía con la
disciplina de la cadena de mandos. El hilo se cortó definitivamente en 1981 cuando el
segundo jefe de Inteligencia del Ejército, general Jorge Ezequiel Suárez Nelson,
descubrió que él mismo se había convertido en objetivo del grupo parapolicial que
planificaba asesinarlo. Suárez Nelson comenzó la persecución de la banda que terminó
fugándose al Uruguay. A su regreso a la Argentina y meses antes de las elecciones del `83
tuvieron otra mala ocurrencia: secuestraron a Guillermo Patricio Kelly. Cuando Ruffo se
disponía a matar a Kelly, el llamado telefónico del presidente Reynaldo Bignone
suspendió la ejecución. Ruffo se encolerizó con la orden y de un culatazo
le deformó la nariz a Kelly. Finalmente Kelly fue liberado. El argumento de Bignone
había sido contundente: Si no obedecen, no doy cinco guitas por ustedes.
Durante el juicio por el secuestro, la banda reclamó acogerse a la ley de obediencia
debida. Alegaban que estaban bajo el mando del último presidente de facto, Reynaldo
Bignone, y del jefe del Primer Cuerpo del Ejército, general Juan Carlos Trimarco. De
hecho era cierto. También la obediencia debida liberó a Ruffo de los cargos de tortura,
secuestro y asesinato de 30 desaparecidos en Orletti.
De todos modos, Ruffo no fue condenado por la sustracción, retención y ocultamiento de
la menor Carla Rutilo, hija de la desaparecida Graciela Rutilo Artés, a quien le
arrebató la niña que tenía un año de edad. Sólo fue juzgado y condenado a seis años
y medio de prisión, por la falsificación del documento utilizado para inscribir a la
niña con el nombre de Gina Amanda Ruffo. Madre e hija habían sido detenidas en Bolivia.
Graciela Rutilo Artés fue traída por el general Paladino y alojada en Orletti donde fue
asesinada. El matrimonio Ruffo tenía en su poder otro niño menor que Carla Rutilo
Artés, del que nunca se pudo probar su origen, dado que los Ruffo eran estériles. Los
funcionarios judiciales sintieron en carne propia la peligrosidad del represor. Una tarde,
en la cárcel de Caseros, el interno Ruffo cerró el paso al entonces fiscal, Aníbal
Ibarra, quien se encontraba en una visita de rutina al penal. El preso lo separó de la
comitiva y con un tono amenazante le advirtió: Ya me sacaron una hija, no te metás
con mi hijo porque te vas a arrepentir. Ibarra era su acusador en la causa por la
apropiación de Carla.
Otto Paladino y los miembros de la banda de Aníbal Gordon fueron juzgados por su
participación en la Triple A y por el secuestro de Guillermo Patricio Kelly. La defensa
de Paladino y su yerno, César Enciso, estuvo a cargo del abogado José Licinio Scelzi.
Y la banda sigue
Con la llegada de la democracia, Ruffo, Guglielminetti y otros miembros de la banda
de Gordon se incorporaron al denominado Grupo Alem. Autoproclamados defensores del
gobierno democrático, reportaban directamente al Ministerio de Defensa, diferenciándose
de la SIDE oficial. Pero la cabra tira al monte y el grupo se disolvió al hacerse
pública su
participación en el secuestro extorsivo de los empresarios Emilio Naum y Enrique Menotti
Pescarmona. Más tarde, Enciso volvió a las andadas y junto a otro espía de La
Secretaría, Norberto Polaco Cipolak, intervino en el atentado cometido
en 1991 contra Fernando Pino Solanas. Poco después de ser querellado por el
presidente Carlos Menem a raíz de sus denuncias por el vaciamiento y privatización de
YPF, Solanas fue baleado en las piernas por los Sérpicos a la salida de los
estudios Cinecolor, en la localidad de Martínez. Cuando lo detuvieron por el robo de
nafta a la petrolera estatal, Cipolak reconoció su participación en el atentado e
involucró a Enciso, quien se hallaba prófugo de la Justicia desde 1985, a raíz del
secuestro de Menotti Pescarmona. La persistencia de semejantes personajes en el merodeo de
los centros de poder, o en la SIDE misma, se explica por las propias cláusulas de la Ley
Secreta que rige la actividad de la Secretaría: la planta de agentes
declarados oficialmente llega a los 2300, pero existen alrededor de 10.000
inorgánicos agrupados bajo la sigla CC (colaborador confiable).
Los CC cobran su sueldo de la partida de fondos reservados, que no está
sujeta a ninguna fiscalización oficial. El crecimiento del presupuesto de la SIDE revela
la importancia que la central de los espías tiene durante la gestión menemista. En 1989,
la Secretaría de Inteligencia del Estado tenía un presupuesto aprobado de 35 millones de
pesos y terminó el ejercicio anual con un gasto de 39. En 1998 el funcionamiento del
organismo devoró más de 300 millones de pesos. Casi 10 veces más que lo que su
existencia costaba al erario al principio de la década.
DESDE MADRID, CARLA CUENTA SU
INFANCIA CON RUFFO
El acoso sexual del apropiador
Por E. T.
Los diez años de
convivencia con la familia Ruffo son un trauma que a pesar de la distancia
siempre acompañó a Carla Rutilo Artés.Yo no pasé una infancia feliz, dijo
Carla, para resumir los malos tratos, intentos de abuso sexual y golpes recibidos del
torturador de Orletti. Desde Madrid, en diálogo con Página/12, Carla recordó con
amargura la historia de esa familia infamiliar así llamaron a las
parejas apropiadoras los psicoanalistas que trabajaron con la Abuelas en la pericia
elevada al juez Adolfo Bagnasco que formaban Ruffo, Amanda Cordero, su mujer, Carla
y Alejandro, el otro niño en poder del matrimonio Ruffo. Alejandro advierte
Carla va a seguir siendo mi hermano. Esté donde esté quisiera que sepa que nunca
me olvidé de él. Poné eso en la nota, si podés.
Desde la llegada de Carla a la casa de los Rufffo, una niñera estuvo a cargo de su
crianza, el nivel de vida era altísimo y las mudanzas una constante, sobre todo después
de que la abuela de la niña, Matilde Artés Company Sacha, apareciera en las
pantallas de televisión junto a las fotos de su hija desaparecida, Graciela Artés, y de
su nieta Carla. ¿Qué hace esa mujer con mi foto?, le preguntó la niña,
conmocionada por el impresionante parecido, a la mujer de Ruffo. La búsqueda de Sacha
cercó a los Ruffo, ocho testigos reconocieron las fotos de Carlita, a quien los
secuestradores habían inscripto como Gina Amanda. Aún prófugos de la Justicia, los
Ruffo no pasaban penurias: de pobretones, nunca, recuerda Carla. Todas las
viviendas que ocuparon durante esos años tenían pileta de natación, amplios jardines y
confort típicos de ingresos muy superiores a los que Ruffo podía declarar por su empleo
como jefe de personal de la agencia de seguridad Magister, propiedad del compinche y jefe
de Ruffo en tiempos de la Triple A, el general Otto Paladino.
Uno de los lugares que Carla todavía tiene grabado es el lujoso departamento ubicado en
Soler y Billinghurst y que había pertenecido al secretario general del gremio de la
construcción, Rogelio Coria, y que vaya a saber por qué ocupaban los Ruffo. Allí solía
reunirse la siniestra cofradía de las Tres A: Aníbal Gordon, el general Otto Paladino,
César Enciso. Las armas eran algo común en el hogar de los Ruffo, también era frecuente
que el represor llegara a su casa con gran cantidad de televisores, relojes,
minicomponentes y otros artefactos de los que suelen apropiarse los piratas del
asfalto. Es que la banda de Gordon nunca dejó de estar en actividades;
claro está, la ley no iba a ser un obstáculo para sus planes.
No tengo ningún buen recuerdo de ese hombre, dice Carla, que define a su
secuestrador como a un hombre enfermo de los nervios, despiadado, agresivo, muy bebedor y
obsesivo por el contacto sexual con ella.
¿Para qué querían tener a nuestros nietos?, pregunta Sacha que afirma que
los niños eran rehenes de los torturadores. |
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