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Por Horacio Bernades
Se recorre así un trayecto que arranca en revistas como Primera Plana y un diario como La Opinión, y que llega hasta Página/12, que se recorta, como en escorzo, sobre dos ejes de conflicto. El de la izquierda y el peronismo, por un lado, y el de la cultura popular y sus difíciles relaciones con la cultura ilustrada y con el mercado editorial. "Osvaldo era básicamente un hombre de izquierda que tenía con el peronismo una relación conflictiva, de atracción por su componente popular, y de rechazo por las aristas más fascistoides", recuerda Roberto Cossa. Las vinculaciones de Soriano con el cine se establecen a partir de fragmentos de No habrá más penas ni olvido y Una sombra ya pronto serás (las dos versiones de Cuarteles de invierno aparecen apenas por alusión) y se enriquecen con el aporte cuestionador de Fernando Birri. Se dibuja también, a través de los testimonios de Pasquini Durán, Aída Bortnik y Osvaldo Bayer, la figura del narrador nato, el fabulador incluso, evocado con precisión por el autor de Los vengadores de la Patagonia trágica. "Durante el exilio en Bruselas --refiere Bayer-- Osvaldo me dijo que estaba trabajando como 'contador de patos', en un lago municipal. Después me explicó que, por miedo a quedarse sin trabajo si la cifra de patos no variaba, contrató a otro exilado para que se robara alguno todos los días, y así tener algo para reportar." La historia, ¿real o inventada?, termina con Soriano y su amigo cenando pato, todas las noches. Del conjunto se desprende la figura de un narrador inspirado y de un personaje tan querible como honesto. Ese continuo es interrumpido apenas por la voz disidente del escritor Martín Caparrós, para quien la obra de Soriano es, en el mejor de los casos, un "buen producto pop". Es posible que las referencias al rechazo de Soriano por parte de los sectores más ilustrados resulten algo oscuras para los no iniciados, y tal vez hubieran requerido un mayor detalle. En el haber de Soriano no puede dejar de contabilizarse un insólito corto cómico, al estilo del cine mudo, rodado (y actuado) por el escritor a comienzos de los 60 en Tandil. En el debe, algunas ausencias (sobre todo la de Jacobo Timerman, su mentor en los tiempos de Primera Plana y La Opinión) y la inclusión de un dibujo animado que luce más como "relleno" que como verdadero aporte. Tal vez más con destino de televisión que de cine, el trabajo no deja de ser, junto con el Cortázar de Tristán Bauer, uno de los escasos acercamientos del cine argentino a la figura de un escritor en el que parecen condensarse varias cuestiones esenciales, tanto de la cultura como de la sociedad argentina, en el último cuarto de siglo. |