En lo que
constituye la mayor tragedia aérea de la que se tenga memoria en el país por el
número de muertos, alrededor de 80, y por las características que tuvo el
accidente, un avión 737 de la empresa LAPA con destino a Córdoba, que llevaba 100
personas a bordo, se estrelló sobre el predio de Punta Carrasco, a pocos metros de la
cabecera sur del Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery. La escena del avión carreteando
sobre la avenida Costanera, envuelto en llamas, fue presenciada con horror por centenares
de automovilistas que circulaban por el lugar. Fue peor que el infierno,
repetía un atónito testigo. Antes de detenerse en forma definitiva, la nave destruyó
parte del muro perimetral del aeroparque, los carteles de la plazoleta que marca el cruce
de Costanera con la avenida Sarmiento y arrastró en su paso una cantidad indeterminada de
automóviles. Un total de 80 personas, heridas como consecuencia de la caída de la nave,
fueron llevadas al Hospital Fernández, estimándose que se trata de unos 20
sobrevivientes del avión, automovilistas y algunas de las 200 personas que estaban
practicando en los links de la Asociación Argentina de Golf.
Estábamos jugando al golf, éramos unas veinte personas, cuando vimos que el avión
se nos venía encima. Miguel Quiroga, 32 años, relató a Página/12 la increíble
experiencia vivida. El vuelo 3142 de Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA) comenzó a
moverse por la pista, en dirección norte-sur, exactamente a las 21. Al parecer nunca pudo
despegar y en su loca carrera avanzó a ras del piso hasta la entrada misma de Punta
Carrasco, cuando dio un brinco hacia arriba y se clavó de punta sobre terrenos que
pertenecen a la Asociación de Golf. En pocos minutos, a pesar del cordón desplegado en
el lugar por los bomberos, Prefectura y personal policial, unas cinco mil personas se
congregaron en los alrededores.
Dos ancianos, que habían dejado su auto en la avenida Libertador y llegaron a pie hasta
el umbral de la entrada a Punta Carrasco, preguntaron al cronista de este diario si un
pariente de ambos estaba entre los sobrevivientes. El cronista, celular en mano y en
contacto con la redacción, no se atrevió a decirles la verdad. La tragedia pudo alcanzar
consecuencias imposibles de medir si el avión, en su carrera descontrolada, hubiera
tomado contacto con la estación de servicio EG3, ubicada a escasos cien metros de la
entrada de Punta Carrasco.
Dos personas, entre ellas una chica, salieron caminando por sus propios medios por
la cabina del avión, y otros cuatro pasajeros pudieron escapar con nuestra ayuda,
comentó otro de los hombres que estaban jugando al golf y que se convirtieron en
improvisados bomberos. Por el mismo lugar habría salido uno de los pilotos, Gustavo
Weinger. Tal era la confusión reinante que, mucho después, un joven técnico de la
empresa LAPA continuaba llorando por la muerte de los dos pilotos, aunque el secretario de
Salud del gobierno porteño, Héctor Lombardo, confirmó que Weinger estaba internado en
el Hospital Bazterrica.
La aeronave se detuvo unos metros antes de donde estaba el grueso de los golfistas, al
toparse contra un talud de arena y césped. Una persona que estaba en Costa Salguero
contó que fue impresionante ver cómo el avión se desplazó fuera de la pista, sin
levantarse, continuó hasta arrastrar la reja del aeroparque y con ella pegada a la
trompa, como si fuera una topadora, atravesó la avenida frente a nuestros ojos,
llevándose todo por delante.
Un automóvil 147 quedó tirado, destruido, luego de ser aplastado por la rejas.
Guillermo, un hombre que avanzaba caminando desde la Costanera hacia el centro de la
ciudad, vio pasar el avión a escasos 30 metros de su auto. La imagen que todavía lo
tiene shockeado son las caras de horror de los pasajeros que, afirma, pudo ver a través
de las ventanillas. El mismo hombre dijo que no sabe lo que pasó con la gente que estaba
parada, esperando el colectivo, frente al aeroparque. Y con los autos que un segundo
antes estaban y después los dejamos de ver.
Dentro del complejo Punta Carrasco, a poco de sucedido el accidente, se armó una
comisión de notables que se pusieron al frente de losacontecimientos, según
dijo al llegar el jefe de la Policía Federal, comisario Pablo Baltazar García. Luego
llegaron, sucesivamente, el presidente Carlos Menem, el ministro del Interior, Carlos
Corach, y el jefe del Gobierno porteño, Fernando de la Rúa. El tremendo accidente, a
pesar de todo, en momento alguno interrumpió una convención convocada por una marca de
productos de belleza, que se estaba realizando en Punta Carrasco, con cena incluida.
A última hora, el secretario de Inteligencia de Estado, Hugo Anzorreguy, dijo a la prensa
que la empresa Lapa no había suministrado ninguna información acerca de la lista
de pasajeros. Horas después de la tragedia, comenzaron a aparecer signos del paso
arrasador del Boeing 737: una de las alas quedó al lado de una cabina telefónica, parte
del fuselaje quedó disperso sobre la avenida Costanera y los pedazos de un automóvil
Neón, de color blanco, patente CJJ 482. Del vehículo solo quedaron la parte de un
paragolpe y la tapa del baúl.
La caja negra del avión fue rescatada por personal de la Fuerza Aérea y de inmediato fue
puesta a disposición del juez Gustavo Literas, quien se hizo presente en el lugar una
hora después del accidente. A los pocos minutos ordenó el desalojo de la zona, ante la
presencia de una multitud de curiosos. La tensión era tal que hubo hasta intercambio de
golpes entre los familiares de las víctimas y el personal de seguridad.
La lista de las víctimas Alrededor de 80 personas muertas y unas sesenta heridas era el saldo estimado
anoche del accidente. El único fallecido identificado hasta la medianoche fue el
intendente electo de la localidad cordobesa de Cruz del Eje, Gustavo Luna. Tres heridos
fueron trasladados al Hospital del Quemado y quedaron en terapia intensiva: Roberto
Graceli, un contador cordobés de unos 30 años, con quemaduras en el 96 por ciento de su
cuerpo y se encontraba en estado crítico; Marisa Beiro, de 29 años, en grave
estado, y Guillermo Silvestrini, de 28, con un cuadro moderado.
Al Hospital Fernández fueron llevados, al menos, 21 heridos: María Isabel Macagno (con
traumatismo), Gabriel Silvestre (con quemaduras en un miembro superior), Claudina Ferrero
(con quemaduras leves), José Antonio Diozquez (con traumatismos), Julio Arévalo (con
traumatismos leves), Horacio Banegas Cabrera, Jakelline Carmona (con quemaduras), Eduardo
Martínez Carranza (con fracturas), Rafael Dobon (con quemaduras), Oscar Nobile (con
quemaduras en las manos), Inés Alak (con lesiones leves), Gabriela Chichivisky (con
traumatismo de cráneo), Telio Raúl González (con politraumatismos), María Esther
Ereñuk (con quemaduras), Benjamín Tellier (con politraumatismos), Marta Goiti (con
traumatismos), Andrea Moreno, Alberto Calderón Reynaldo, Jorge y Eduardo García Velazco
y Marcela Cabrera, sin lesiones. |
TESTIMONIO DE UN SOBREVIVIENTE
Vi personas en llamas
Sentí un ruido muy fuerte, y el avión se cae, se cae, arrastrando rejas, todo. Lo
vi a Luis que estaba peleando con el cinturón. No se lo podía sacar. Lo ayudé y
después humo, fuego, la gente se caía entre los asientos y más humo y fuego, había
gente en llamas. No daba más, me llevé gente por delante, vi una puerta abierta y me
tiré por la manga, relataba Fabián Núñez, a pocos metros de donde todavía el
cuerpo principal del avión de LAPA despedía altas llamaradas anaranjadas y un espeso
humo negro.
Núñez estaba sentado junto a Luis Giménez, también sobreviviente, entre restos del
fuselaje, pedazos de hierro, un ala destrozada con las siglas de la máquina pintadas con
grandes letras, ropas, las chapas de un kiosco arrancado por la deriva del avión
accidentado. Un desastre, un desastre, comentaba mientras no podía contener
el llanto nervioso y se tomaba la cabeza con las manos.
Era el vuelo de LAPA de las 20.36 a Córdoba, yo no viajo todos los días, pero lo
hago bastante seguido explicó a una periodista de Crónica TV que se acercó a
entrevistarlo. El piloto trató de levantar vuelo, incluso antes de salir, escuché
que dos veces les dio velocidad a las turbinas. Estaba en el asiento 16 A, sobre el ala
del lado de la turbina que explotó. El avión levanta como medio metro, digo medio metro
porque vi el suelo y que trataba de tomar altura, incluso vi cómo se inclinaba el
ala.
Movió la cabeza como si todavía no pudiera creer lo que había vivido. De repente
sentí un ruido muy fuerte, como si las turbinas se hubieran plantado y después un
silencio total de pocos segundos que me parecieron horas, y el avión se cae, se cae y un
ruido tremendo, cayó plano y carreteó a toda velocidad hasta aquel terraplén.
Núñez señala hacia el talud de tierra y arena que separa los links de golf de los
playones de entrada a Punta Carrasco. El avión destrozado todavía despide llamas sobre
el talud. Núñez señala, pero apenas lo mira, como si no quisiera que las imágenes de
la catástrofe regresen a sus ojos. Hay bomberos con casacas amarillas y cascos rojos que
tratan de apagar el incendio y buscan infructuosamente más sobrevivientes entre el humo.
No sé qué era lo que pasaba, después de esos segundos de silencio cuando se
cortaron las turbinas, cuando el avión cayó de plano, el ruido fue infernal, vi que se
arrastraban asientos, todo, porque el avión arrastraba la reja, autos, lo que se ponía
en su camino. Cuando chocó traté de sacarme el cinturón de seguridad, pero no podía.
Lo vi a él señala a su amigo Luis Giménez que también luchaba con el
cinturón y no podía sacárselo. Fue una barbaridad, entre los gritos, el humo y las
llamas que empezaban estuvimos como un minuto y medio para sacarnos el cinturón.
Giménez asiente, pero es más parco. Lo vi a él que salía hacia atrás del avión
y lo seguí; había fuego y humo, mucho fuego y humo, no podía respirar, ya no daba más,
algunas personas estaban en llamas, corrí hacia atrás, choqué con otras personas, vi la
puerta abierta y me tiré por la manga.
Yo creo que volví a nacer reflexiona Giménez; lamento muchísimo por
la gente que estaba allí arriba porque yo podría estar con ellos; el avión estaba casi
lleno, a lo sumo había dos asientos vacíos. Estaba tan cansado y el humo me ahogaba, que
en un momento bajé los brazos y ya quería quedarme y que todo terminara. No sé de
dónde saqué fuerzas para salir.
Para Núñez, hubo dos cosas que fallaron en la seguridad: Una fue el cinturón de
seguridad, que tiene un sistema que no es fácil desabrochar, y la otra cuestión que
falló fueron las puertas de seguridad, porque sólo se abrió la de atrás, la gente que
no pudo salir, que estaba de la mitad para adelante, fue porque la puerta de adelante no
se abrió.
Ahora que me acuerdo, me parece un chiste lo dice sin sonreír: cuando
subíamos al avión, vi a dos tipos que estaban trabajando en laturbina del avión. Me
llamó la atención y le comenté a Luis: ¿Estos sabrán lo que están haciendo, a
ver si nos caemos?.
LOS FAMILIARES VOLCARON SU ANGUSTIA EN EL
FERNANDEZ
¿Qué color de pelo tiene, qué ropa?
Por Nora Veiras
Una chica
rubia imploraba alguna precisión. El director del Hospital Fernández, Aurelio Pérez
Flores, acababa de dar la lista de heridos y entre los veintiún nombres no mencionó el
de su hermano. Tenemos dos NN muertos, abundó y la desolación estalló en un
grito:
¿Qué color de pelo tienen? ¿qué ropa? Dígame, por favor.
No sé. No los vimos contestó un asistente.
¿Qué quiere, que recorra todos los hospitales para ver si mi hermano está muerto?
insistió la chica. Nadie tenía la información que pudiera calmarla o desatar su
llanto.
Los familiares de los pasajeros del vuelo 835 de LAPA con destino a Córdoba empezaron a
arremolinarse en las puertas del hospital sobre la calle Cerviño. Perdidos, con los
rostros deformados por las lágrimas, sólo querían saber si padres, hermanos, novios,
cuñados, abuelos... habían entrado heridos. Esperen, por favor, tenemos que estar
seguros de los nombres. Hay muchos con lesiones graves. No son escoriaciones,
repetía un médico ante un hombre desesperado por saber qué había pasado con su hijo.
A los pocos minutos, todos salieron corriendo detrás de un médico con un papel en la
mano. El director del hospital se paró en el hall y leyó la lista. Sólo uno o dos
pudieron alegrarse, el resto no sabía qué hacer: la ausencia podía ser la confirmación
de la muerte imprevista, fatal.
¿Qué hacemos ahora? ¿A dónde vamos? Somos de Córdoba, no conocemos a nadie
repetía una señora con la mirada vacía.
Espere, quédese acá. Me van a avisar quiénes son las tres personas derivadas al
Instituto del Quemado y la identidad de la persona de 84 años que está en el Rivadavia
le prometía un comisario tratando de calmarla.
Los familiares deambulaban como sombras por los pasillos de entrada al hospital. Los
médicos corrían atendiendo la llegada de las ambulancias y repetían, con serenidad, que
por ahora no pueden ver a sus familiares. Los curiosos se confundían en la
vereda, tan consternados como los parientes. Todos querían saber, pero muchos más
bloqueban las líneas telefónicas del hospital buscando información: Por favor,
digan por los medios que no llamen más, que se acerquen. Necesitamos las líneas para
derivar pacientes, rogaba un médico ante los rostros moldeados por el dolor.
Avanzaba a ras del piso
Los
testigos del accidente lo vieron pasar delante de sus ojos, o avanzar hacia ellos, según
estuviesen sobre la avenida Costanera o jugando al golf en los campos de Punta Carrasco.
Escuchamos un ruido típico de frenada. Se produce un gran hongo de fuego y
esperamos a ver si podíamos sacar a alguien a los tirones, contó uno de los
golfistas. No lo podía creer pero vimos al avión avanzando derecho y al ras del
piso hacia el campo de golf, no sabía qué iba a pasar. Eran alrededor de 300
personas las que practicaban golf en el lugar. Vi a una señora que corría, a la
que se le estaba quemando la blusa. Yo solamente alcancé a sacar a tres. Por lo que pude
ver, el avión nunca alcanzó a levantar vuelo, dijo un empleado del lugar.
Lástima que no alcancé a sacar más gente, no hubo tiempo. Vi cómo los que
quedaban adentro se quemaron vivos. El avión había ido perdiendo partes del
fuselaje, y a esa altura, después de avanzar cientos de metros, era una mole rota, con
huecos en el fuselaje que habían ido apareciendo con el arrastre. Las personas que los
auxiliaron en el campo atinaban a arrancarles la ropa para que ya no se siguieran
quemando. Y los trasladaron a la enfermería del campo.
Guillermo, un
automovilista que avanzaba por Costanera contó: Mi amigo dijo qué bajito que
va a pasar, cuando vimos que pasó directamente delante nuestro a treinta metros.
Había gente en la parada de colectivos, había autos que ahora no los veo, un Peugeot 504
color claro, que venía de frente. A un 147, según lo que me parece, lo arrastró la
reja. El avión estaba de panza en el asfalto. Cuando uno está en la punta del ala, vas a
hacia la escalera, ves la ventanilla, yo estuve a esa distancia desde el interior del
auto. Mi amigo aceleró, giró, nos detuvimos a pocos metros, corrí hacia el avión,
volví. Escuchaba gente que gritaba pero no me atreví a cruzar la calle para ver. El
fuego se veía a 20 metros de altura, mucho humo. Me quedó la imagen de la ventanilla, y
la gente dentro del avión.
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