Por Diego Fischerman El año es 1965. La revista
Primera Plana es la gran formadora del gusto culto argentino. En el medio
musical académico, la divisoria pasa, con el Instituto Di Tella de por medio, por el eje
Ginastera-Juan Carlos Paz. Las vanguardias constituyen un polo real, existente. Un músico
popular, alumno fugaz de Ginastera, es visto (y oído) como la encarnación de esas
vanguardias (o del mal) en el territorio del tango. Un escritor, ligado a cierta
vanguardia ultraísta en los comienzos, aparece, sin embargo, como la explicitación más
pura del conservadurismo estético. Ya estaba canonizado; en los 60 ya era el
escritor argentino, el que todos conocían aunque pocos hubieran leído. El músico,
aspiraba (como no dejó de hacerlo hasta su muerte) a la canonización; quería ser
reconocido, a la vez, por dos medios que lo miraban con inquina o, por lo menos, recelo.
Astor Piazzolla quería ver la música de su quinteto aceptada por el mundo del tango y,
también, por el de la música académica. En el caso de Jorge Luis Borges, jamás se supo
si aspiraba o no a otra clase de reconocimiento que aquel que tenía. Lo cierto es que, si
eran claras las ventajas que tenía para el bandoneonista trabajar con el poeta, fue en
cambio un misterio por qué Borges decidió escribir esas sencillas, bellísimas, letras
de milongas. El año es 1965 y se graba un disco llamado El tango. Un disco con todas las
características como para convertirse en histórico: música de Piazzolla, letras de
Borges, la voz de Edmundo Rivero en los temas cantados y la del actor Luis Medina Castro
como recitante. Y que da pie a otros dos misterios. El primero de ellos es que, aunque
algunas de sus canciones, como la perfecta Jacinto Chiclana, se incorporan al
repertorio y al imaginario colectivo, El tango no llega jamás a ser un éxito. El segundo
tiene que ver con su virtual desaparición del catálogo discográfico de Piazzolla
cuando, en potencia, ofrecía todas las posibilidades para convertirse en un fenómeno
comercial. Contar con los nombres de Borges, Piazzolla y Rivero en un mismo título no era
desdeñable para un sello discográfico, ni siquiera en 1965. Y mucho menos cuando la
cultura argentina terminó reconociendo, por encima de las discusiones del momento, al
músico y al escritor como sus máximos representantes. Sin embargo, el disco, en su
formato LP, nunca fue muy fácil de conseguir y, una vez llegada la era del CD, fue el
último en llegar a ese soporte de todos los editados en vida de Piazzolla. El tango se
convirtió entonces en disco de culto. Por una parte estaban sus valores intrínsecos:
algunos tangos memorables, un grupo que estaba en su momento más explosivo, un cantante
excepcional y un compositor que pasaba por una suerte de fiebre creativa (en esa misma
época comenzó a concebir otra obra ambiciosa, la operita María de Buenos
Aires). Por otro, estaba la rareza. Piazzolla podía asociarse más con cantantes de la
clase de Rai (en la orquesta de Fresedo), o de Héctor de Rosas (con quien había grabado
algunos tangos clásicos en versiones apiazzolladas, como él las llamaba, y a
quien convocó más tarde para su operita), que con esa especie de rudeza elegante y
sobria que caracterizaba a Rivero. Y, claro, Borges no era el nombre más evidente a la
hora de pensar en letristas de tango. Pero el motivo fundamental del culto alrededor de
este disco tenía que ver con su inaccesibilidad. De hecho, hasta la edición que
acompañará a Página/12 el próximo domingo, El tango, como algunas de esas obras de
cuya existencia se tienen noticias a partir de testimonios pero de las que jamás se
encontró partitura alguna, ocupaba el lugar del disco perdido de Piazzolla. En las notas
que acompañaban la edición original del disco, Piazzolla hablaba de dodecafonía, de
música aleatoria, de efectos instrumentales. Buscaba, en sus palabras, legitimar el disco
desde la pertenencia a las vanguardias. Nada de lo que decía era demasiado cierto. En
cambio, El títere, El tango, Jacinto Chiclana,
A Don Nicanor Paredes, Oda íntima a Buenos Aires, El hombre
de la Esquina Rosada y Alguien ledice al tango ponen en escena algunos
de los rasgos más importantes de su estilo: melodismo, un sentido rítmico sutil, la
angularidad de las frases y lo punzante de los ataques. Y, sobre todo, el gusto por
mantenerse en terrenos sujetos a la tensión. Entre tradición y renovación. Entre la
academia y lo popular. Y, también, entre sus orquestaciones muchas veces stravinskianas y
una voz y una manera de cantar como las de Rivero. La hicieron para el tiempo y las
agonías. La hicieron para rostros que se miran en espejos futuros, escribe Borges
en Oda íntima y esas palabras bien pueden servir para hablar de esta
grabación clásica y hasta ahora casi perdida.
EL TEXTO ORIGINAL DEL COMPOSITOR
Una responsabilidad grande
Antes de
comentar la música de este disco, quisiera llevar a conocimiento de ustedes lo que
significa para mí ser colaborador de Jorge Luis Borges. La responsabilidad ha sido muy
grande, pero mayor la compensación al comprobar que un poeta de su importancia se sintió
desde el primer momento identificado con todos mis temas; y aún será mayor si ustedes
comparten esta manera de sentir.La música para El hombre de la Esquina Rosada
fue compuesta en el mes de marzo de 1960 en la ciudad de New York. La obra se engendró en
una idea de la coreógrafa Ana Itelman, quien adaptó frases del mismo cuento de J. L. B.
a esta partitura para recitante, canto y doce instrumentos.El tratamiento musical está
concebido desde la esencia tanguera más simple hasta incursiones en la música
dodecafónica.La música para el poema El tango de J. L. B. ha sido
especialmente compuesta obedeciendo y respetando su contenido. Esto me ha dado la
oportunidad de experimentar con música aleatoria en todas las partes de percusión. Esta
grabación ha sido realizada exclusivamente por mi quinteto, lo que equivale a decir que
los ruidos que se escuchan han sido logrados sólo con los instrumentos del mismo. El
violín produce distintos efectos percusivos golpeando con el anillo sobre la punta de su
mango, pizzicatos con glissé, imita a una sirena mediante el glissé sobre las cuerdas,
imita a la lija con la punta del arco (comienzo) detrás del puente, y a un tambor con
pizzicati sobre la uña entre dos cuerdas. La guitarra eléctrica imita al bongó, a
sirenas con efectos de glissé, agrega segundas menores y extraños efectos con las seis
cuerdas al aire detrás del puente. El pianista golpea con las palmas de las manos sobre
las notas agudas y graves del piano y con el puño las notas más graves. El contrabajista
golpea con la palma de la mano la parte trasera del instrumento, efectúa glissé sobre
las cuerdas graves y agudas y golpea con el arco sobre las cuatro cuerdas. El bandoneón
imita al bongó mediante golpes sobre la caja con el dedo mayor izquierdo. Además
presenta sobre un lateral una especie de güiro metálico especialmente dispuesto que se
raspa con la uña. Todos estos efectos son improvisados por lo que de tal manera se logra
la introducción de la llamada música aleatoria en el tango.La milonga Jacinto
Chiclana, el tango Alguien le dice al tango y la milonga tangueada
El títere son los temas simples de este LP. Simples, por la sencilla razón
que obedecen al espíritu de las letras de J.L.B. Jacinto Chiclana tiene el
aire de la milonga guitarrera, o sea, el tipo de milonga improvisada.Alguien le dice
al tango puede considerarse melódica y armónicamente dentro del estilo del
40, y El títere puede definirse como el prototipo del ritmo ligero,
jocoso y compadrón de principios de siglo.A Don Nicanor Paredes por su
contenido dramático lo he compuesto sobre 8 compases de canto gregoriano, resolviendo la
parte melódica sin modernismos artificiales, todo muy simple, muy sentido y sincero.La
Oda íntima a Buenos Aires compuesta para canto, narrador, coro y orquesta es
quizá el más audaz de todos los temas cantados. A pesar de esto, la línea melódica es
simple pues comienza en forma cromática ascendente y termina en forma cromática
descendente.Quiero hacer notar en este disco la magnífica labor interpretativa de Edmundo
Rivero y Luis Medina Castro. Del mismo modo a los solistas de mi quinteto: Jaime Gosis
(piano), Antonio Agri (violín), Kicho Díaz (bajo), Oscar López Ruiz (guitarra
eléctrica), a los solistas de El hombre de la Esquina Rosada, a la magnífica
orquesta y coro de Oda íntima a Buenos Aires y A don Nicanor
Paredes. A todos mi agradecimiento por la suerte de haber logrado este disco.
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