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Por Verónica Abdala
"Necesitamos escaparle a la asfixia de nuestro yo, superar nuestra identidad y nuestros límites, y por eso inicialmente fantaseamos", postula en el marco de la entrevista que concede a Página/12, de paso por Buenos Aires. La mentira del amor "nos sirve para sobrellevar las durezas de la existencia, y está determinada por una necesidad biológica, instintiva, innata y universal, que se repite en todos los tiempos y en todas las geografías. La pasión amorosa, en otras palabras, es la antítesis de la muerte, porque es una manera de escaparle a ese despeñarse hacia la nada que es la vida". --El libro se llama "Pasiones" y no "Amores". ¿Cuáles son a su criterio las diferencias básicas entre el amor y la pasión? --Ufff, son absolutamente diferentes, aunque muchas veces los confundimos. La pasión es el nombre genérico que se le da a un gran conjunto de equívocos. Es un invento propio de nuestra imaginación, un truco que nos hacemos los humanos para soportar la desazón de la vida, la estrechez del destino individual y lo inevitable de la muerte. Nos inventamos al otro, desdeñamos su realidad, y nos enamoramos de esa imagen ideal que construimos. Estoy convencida, además, de que cuanto más individualista es una sociedad, más necesita de la pasión. --¿Eso quiere decir que las sociedades de fin de milenio son más apasionadas que las de hace dos siglos? --Pues, sí. Porque como el misticismo, los ideales colectivos y muchos grandes valores están en crisis, los sujetos están más propensos a ese sentimiento poderoso que les hace sentir que está fundido o perdido en el otro. Es una fórmula contra la soledad inherente al ser humano que, aunque temporalmente, funciona siempre. Sólo nos queda la pasión para salir de nosotros mismos y rozar el paraíso. --O el infierno... --Por supuesto, no son todas rosas. De lo que se trata, precisamente, es de la enajenación del sujeto, que siente que pierde la cabeza, como se dice vulgarmente. La pasión, al alejarte de ti mismo, te lleva a vincularte con lo más inmanejable y oscuro de tu ser, con eso que ni siquiera sabes que era. Y ahí están los enamorados, inquietos, sintiendo que se han vuelto locos, reprochándose que vuelven a cometer viejos errores, o engatillados, diciendo que están fuera de sí, corriendo detrás de otro que no se digna a quererlos, y así pueden irse a la mierda... La pasión es irracional, impermeable, terca, inconveniente. Y nunca jamás aprende. Me apenan quienes han pasado por la vida sin experimentar ese sentimiento. Esos son desgraciados. Pero tanto como ellos me apenan los que no pueden superar la compulsión por el amor apasionado, porque seguramente vivirán sufriendo y repitiendo una y mil veces la misma historia. El amor, por el contrario, consiste en conocer al otro, y en quererle tal cual es. Es parte de la realidad y la cotidianeidad, y no de la irrealidad y la fantasía. --¿Las formas de la pasión han variado a lo largo de los siglos? --No, una de las cosas que muestran estas historias es que a lo largo del tiempo las formas se han mantenido casi sin variantes. A lo largo de los siglos y a lo largo de la vida: uno ama de la misma forma a los catorce años que a los cincuenta. El mecanismo de la pasión es siempre el mismo. Lo que sí ha variado son los valores que asociamos con la pasión. Por ejemplo, la pasión asociada con la locura es una concepción que heredamos del romanticismo, es decir de los hombres que vivieron hace 150 años. Es un invento occidental y modernísimo. En Oriente esa idea no existe. Como tampoco la idea de que eso es algo a lo que todos debemos aspirar. Allí está tan bien vista la pretensión de trascender a través de la mística religiosa como hacerlo a través de la pasión amorosa. Yo inserto a la pasión en el impulso de trascendencia del ser humano, de su necesidad de trascender la menudencia de su vida frente al abismo de la nada. Es el mismo sentimiento, poderoso e irrefrenable, que ha llevado a la construcción de las religiones y los grandes imperios. --Mientras escribía este libro, ¿trabajó a los protagonistas de estos relatos como construye a los personajes de sus novelas? --Pues, mira, desde el momento que éstas no son biografías académicas ni estrictamente periodísticas, el proceso es bastante parecido. Intenté meterme en la cabeza de estos personajes, sentir cómo es que Rimbaud puede pedirle a Verlaine que extienda la mano sobre la mesada para acuchillársela. --¿Hay alguna de estas historias que la haya fascinado o perturbado en mayor medida? --Entre aquellos por los que siento más simpatía están R. L. Stevenson y Fanny Vandegrift: una guapa fortísima del oeste, que mataba a las serpientes cascabel a tiros, que sobrellevó con belleza y dignidad una vida muy dura. Sus contemporáneos no la entendieron, porque era una mujer muy atípica para la época. Ellos se quisieron bien. No es el caso de Sonia y León Tolstoi, por ejemplo, que se alimentaban mutuamente sus respectivas locuras. Ella, que fue la gran víctima, sanó completamente tras la muerte de él, que era un retrógrado y un reaccionario, aparte de un genio literario. Un tío completamente chalao, ¡y mira lo que son sus libros! --¿Qué la incentiva a seguir escribiendo? --Básicamente, la curiosidad por las personas y por las maravillosas aventuras que son sus vidas, y sus mentes.
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