Por Carlos Polimeni Los dos discos de
Almendra el mítico de la tapa con el payasito llorando y el doble conceptual
aparecieron entre marzo y noviembre de 1970. Cuando se editó el primero, grabado durante
1969, Almendra se había convertido en la revelación absoluta de la primera camada de
grupos del rock nacional, abriendo y ampliando la brecha abierta desde tres temporadas
antes por Los Gatos, que al ritmo de La balsa habían presentado a la sociedad
el rock en castellano. Cuando el doble vio la luz, Almendra ya estaba disuelto y una nueva
era empezaba. También se habían separado The Beatles, y los 70 empezaban a ponerse
pesados. El paso del tiempo agigantó hasta límites insospechados la realidad de aquella
época en que Almendra vio la luz o sus canciones iluminaron el mundo, mejor:
todo estaba por hacerse, el rock, salvo exabruptos, habitaba las catacumbas del sistema y
los jóvenes del mundo parecían dispuestos a tomar el cielo por asalto. Los integrantes
del cuarteto que, con justicia, deben ser considerados los Beatles argentinos, tanto
por calidad como por influencia se lanzaron de lleno en 1971 a otros proyectos, en
que canalizaron sus creatividades, a partir de allí marcadamente diferenciables. Luis
Alberto Spinetta, el lírico impecable de Almendra, lideró un power trío influenciado
por Pappos Blues y Led Zeppelin, al que llamó, tajantemente, Pescado Rabioso. El
guitarrista Edelmiro Molinari le dio forma a Color Humano, un trío apocalíptico, de
letras inocentes. El bajista y cantante Emilio Del Guercio y el baterista Rodolfo García
inventaron Aquelarre, una aventura que compartieron con el guitarrista Héctor Starc y el
tecladista Hugo González Neira. Los tres grupos resultantes del abrupto e inexplicable
fin de Almendra son míticos y sus discos ofician de parte del ABC de la historia creativa
del rock argentino. Lo extraño, habida cuenta del tiempo que ha pasado, es que haya
novedades discográficas relacionadas con ellos: esta semana están apareciendo en el
mercado un box set con cuatro compactos de Almendra y está en las gateras el CD que
Aquelarre grabó en vivo en sus conciertos de retorno al ruedo, el año pasado.El disco de
Aquelarre, un proyecto independiente que distribuirá el sello de culto Acqua, reproduce a
la perfección el clima emotivo de los recitales de reencuentro con sus fans, en el clima
íntimo del Teatro Presidente Alvear. Los Aquelarre concretaron entonces el inédito truco
de tocar todos los temas viejos, en lugar de empeñarse en presentar canciones nuevas,
como hicieron, hasta aquí, todos los grupos históricos que regresaron, intentando
justificar artísticamente la decisión. El CD de Aquelarre, que se llama Corazones del
lado del fuego, subraya lo acertado de esa apuesta: su público necesitaba un baño de
aquellos temas, que respiran un aire de época, indisolublemente ligado al estadío
número dos de la evolución del rock local. Aquelarre fue un grupo muy poderoso, en que
la literatura y la experimentación jazzera se codeaban con el respeto por la posibilidad
de divague típica del rock experimental, con ciertos amagues de surrealismo y una
importante dosis de capacidad instrumental. Su estética no está anclada en el pasado: es
ese pasado, construyó ese pasado. Suena a años difíciles y a López Rega en el poder,
aunque no nombre las cosas con énfasis. Es complicado gustar de Aquelarre si no se lo
conoce desde hace tiempo, si no se estudiaron sus discos. Sin embargo, difícilmente el
grupo haya sonado tan bien como en estos recitales del año pasado, que el disco
inmortaliza, que repetirán el 3, 4 y 5 de diciembre en el Maipo, quién diría. Los 14
temas del compacto son Los Temas de esta reunión de brujos. Entre ellos imposible no
nombrar Cruzando la calle, Violencia en el parque, Miren a
este imbécil, Aniñada, Silencio marginal y
Canto, clásicos desde hace añares.El caso de la caja con cuatro compactos de
Almendra es ostensiblemente diferente, por espíritu: se trata de uno de esos típicos
grandes proyectosde sellos multinacionales, decididos a vender discos que ya no se venden,
presentándolos como novedad, o con novedades. Aquí las novedades serían una
remasterización de las cintas originales, que permitiría una audición definitiva de la
calidad de los tres long-plays originales, y un agregado -de valor sólo para
coleccionistas con versiones antes no editadas juntas, de la era de los singles, que
ocupó dos años en la carrera del cuarteto. Pero, en rigor, todo este material ya había
sido editado por el propio sello, dividido en dos compactos. La edición, primera de su
tipo en la Argentina, no pudo contar con un material de archivo realmente valioso, cuyos
derechos pertenecen al grupo, por falta de un acuerdo económico. La sola mención del
asunto obliga a recordar la incontable cantidad de problemas de relación que Almendra
tuvo con el sello dueño de sus derechos, que en algún caso como la edición de un
disco trucho tras la separación llegó incluso a la Justicia. El box set, por otra
parte, carece de información de época respecto del grupo que le hubiese dado calidad
periodística al trabajo.Lo que los tres primeros compactos de los cuatro de la caja
permiten es acceder una vez más a un seleccionado glorioso de canciones, interpretadas
por un grupo que respira el aire de su época, pero a la vez lo supera. En el primer disco
de Almendra están los Beatles, Cortázar, el Mayo Francés, el free jazz, las
experimentaciones del Di Tella, el tango de vanguardia, el folklore de proyección, la
Nouvelle Vague francesa, Borges, y las nuevas tendencias de la plástica nacional, entre
otras influencias, pero ninguna citada marcadamente u homenajeada de modo axiomático.
Plegaria para un niño dormido no remite a la serie de Juanito Laguna de
Antonio Berni, ni Laura va es producto de una sobredosis de Astor Piazzolla,
pero, ¿cómo disrelacionarlas en la historia? El doble es al rock argentino lo que fue al
del mundo el Album blanco Beatle: una especie de summa, de obra mayor que contiene los
gérmenes de buena parte de lo que los demás harían de allí en más. Imposible no
escucharlo con emoción, respeto y la sensación de que aquella apurada disolución,
amortiguada sin embargo por la existencia de Aquelarre, Pescado y Color Humano, privó a
la música nacional de un supergrupo, cuando aquí no existía el concepto de supergrupo.
De hecho, quedó pendiente e interrupta la grabación de una ópera rock, algunos de cuyos
temas fue colando luego, en su excepcional carrera solista, Luis Alberto Spinetta.La
salida de la caja no dejó a los Almendra bailando en una pata. Spinetta hizo mutis por el
foro en Cantata de puentes amarillos, de 1974, escribió: Aunque
me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor. Mañana es
mejor, Del Guercio y García colaboraron pero hoy ven obturado por la
promoción del box set el espacio que creen que merece el proyecto Ave Fénix de
Aquelarre, y Molinari apenas si ha escuchado los discos de Almendra después de grabarlos.
Para él, lo que vale de todo ese proyecto, que incluyó el retorno de 1980, es el calor
humano. Los discos de Almendra del box set transmiten que eso existía entonces, y que la
química del resultado no tiene, casi, parangón en treinta y cinco años de rock hecho en
la Argentina. El trabajo en vivo de Aquelarre está lleno de esa sustancia, pero renovada.
Aquella química de Almendra fue disuelta por los años, la química de Aquelarre parece
un presente continuo.
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