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Por Nicolás Tereschuk Desde su nuevo rol de "asesor ad honorem" del Gobierno, el politólogo Guillermo O'Donnell sostiene que "la dinámica de la democracia y una conducción política" deben transformar el "desbalance de tantas voces del establishment en el gabinete" en "una polifonía", que incluya a sectores silenciados durante la década del 90. El más reconocido estudioso de las "transiciones a la democracia" en América latina y Europa Oriental no duda en asegurar también que "denunciar delitos cometidos durante el gobierno de Carlos Menem puede traer costos de corto plazo para la Alianza, pero reportaría un gran beneficio a largo plazo para la cultura política argentina". Durante el año 2000 el politólogo argentino dejará su cátedra en la Universidad de Notre Dame para aconsejar a la Alianza sobre los modos de "reconstruir un Estado nacional" y de conducir el difícil tránsito desde una "democracia delegativa", encarnada durante los últimos diez años por Carlos Menem, hacia una "democracia representativa" con instituciones fuertes y mecanismos "horizontales" de control. --¿La democracia argentina está consolidada? --Cuando se dice que la democracia argentina está consolidada, me parece realmente una charla intrascendente. Creo que a esta democracia hay que crearla todavía. En primer lugar, el Estado debe reconocer que todos tenemos derechos, cualquiera sea la camisa que tengamos puesta. Hay que imponer severamente la obligación de reconocer a los ciudadanos como tales. En segundo lugar, se trata de que el Estado atienda el reclamo de voces que durante los últimos años no salieron de ámbitos muy pequeños. --¿Qué rol le otorga a la sociedad en ese proceso? --En política nunca nadie ha regalado nada. Los derechos son siempre frutos de luchas que se cristalizan. Los derechos pueden ser dados o cancelados mañana, nunca son una conquista definitiva. Una de las cosas valiosas e importantes de la democracia es que permite mejores condiciones para luchar por los derechos e inscribirlos en la legalidad. --¿Qué impresión le dejó la ceremonia de asunción de Fernando de la Rúa? --Fue un día muy sobrio. Parco diría yo, lo cual me pareció muy bien. Empieza a marcar un contraste con la teatralidad excesiva del menemismo. Hubo un tono adecuado para una circunstancia del país muy difícil, con una desigualdad tremenda y unas necesidades terribles. --¿Este cambio de estilo influye en la aplicación real de políticas? --Uno a veces habla de "estilo" y tiende a considerar que es lo contrario de lo sustantivo, como si fuera algo relativamente accesorio. Yo creo que no, que el estilo, una postura que yo llamo republicana -que privilegia el cuidado de la cosa pública y la austeridad-- tiene importancia sustantiva, no puramente formal. --¿Cuál cree que es la reforma más urgente que necesita el Estado? --Aquí el tema central es el de restablecer una relación "amiga" entre el Estado y la sociedad. Nosotros venimos del maldito Proceso militar. De un Estado que bajo la máscara de la clandestinidad fue asesino y totalmente "enemigo" de la sociedad. Después pasamos con el menemismo a un Estado demonizado, colonizado, jibarizado. Ahora, justamente porque hay globalización necesitamos un Estado fuerte. Los países que navegan bastante bien la globalización son países con Estados muy vigorosos, con una intención de "filtrar" la globalización. Ese es el gran desafío, si podemos o no recuperar un Estado. --La inclusión de cuatro economistas en el gabinete fue interpretada como una señal para el establishment. ¿No es un inicio demasiado condicionado para el gobierno de la Alianza? --Una sociedad moderna y articulada en el marco de una economía capitalista no puede dejar de escuchar a esos sectores. Pero debe abrir el espacio para voces de otros tipos de intereses, que son conflictivas. Una democracia viva llama a esas voces y las escucha. Eso significa conflictos y cierto grado de conflicto es inherente a la vida democrática. La democracia no es consenso permanente, sino conflictos regulados por normas civilizadas. Yo espero que este desbalance de tantas voces del establishment en el gabinete, que refleja bien el desbalance recibido, sea llevado por la propia dinámica de la democracia y de una conducción política hacia una polifonía de voces y melodías de otros sectores. --¿Es posible la "cohabitación" entre el PJ y la Alianza? --La cohabitación para funcionar presupone dos cosas: partidos disciplinados y conducciones que entienden que su interés de largo plazo es cohabitar. En el caso actual, en el justicialismo no se dan ninguna de las dos condiciones. Ruckauf, Reutemann, De la Sota y tal vez Menem son cuatro poderes con intereses cruzados. Dada esa indefinición en el PJ, la idea de cohabitación es utópica. Puede haber acuerdos, pero éste es otro juego, no el de la cohabitación. --¿Cómo repercute en la democracia argentina el triunfo del discurso de Ruckauf junto con la presencia de Aldo Rico en su gabinete? --La competición política a veces es durísima, pero también creo que Ruckauf traspuso el límite éticamente aceptable. Es muy preocupante, sobre todo que vuelva a poner al Estado básicamente como un agente de represión y convertir a categorías de seres humanos como no-ciudadanos o gente que no merece ningún derecho. Es una actitud de represión que desciudadaniza. --¿La llegada de De la Rúa al gobierno puede dar lugar a una democracia que deje de ser delegativa, como usted la describió en los 90? --Cuando hablé de "democracia delegativa" lo que quería enfatizar es una concepción del poder político según la cual hay un presidente electo, que se siente con derecho por el tiempo que está electo a decidir como mejor le parece. Para él, los mecanismos institucionales "horizontales" de control, de división de poderes sólo son una molestia que hay que tratar de anular y cancelar. Gente como Menem y Fujimori encarnan exitosamente esa concepción del poder. Creo que ahora estamos en el tránsito hacia una "democracia representativa". --¿Qué hay que cambiar en las instituciones en este tránsito hacia la "democracia representativa"? --Hay que llevar adelante una reforma para tener un Estado vigoroso. Otra tarea muy importante es el área de políticas sociales, para que deje de ser un aquelarre de programas. Y hay un área de reforma política que tiene que ver con la financiación de los partidos, la transparencia de los gastos, una reforma del sistema electoral nacional y provincial. Hay que decidir qué hacer con la ley de lemas y las listas sábana. --¿Ve alguna similitud entre la disyuntiva política que vivió Alfonsín ante el juzgamiento de los militares con la que enfrenta la Alianza a partir de los casos de corrupción durante la administración de Menem? --En la Argentina desgraciadamente tenemos una lección de impunidad que nos ha enfermado a partir de tanto torturador y asesino del Proceso que anda suelto. Creo que sería una gran lástima, si se comprueban casos de ilegalidad del gobierno de Menem, que quedara otra lección de impunidad. Si estas cosas no se hacen con tono persecutorio, uno puede convencer a la opinión pública de que con elementos suficientes para juzgar actos de corrupción, hay que hacerlo. Si hay un costo político de corto plazo yo argumentaría que para la cultura política argentina a largo plazo sería un gran beneficio.
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