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Paleontología: extraña fuente de información

Un “recuerdo” de tiranosaurio

Por Mariano Ribas

Los paleontólogos tropezaron con un sorprendente espécimen: un enorme excremento fósil de dinosaurio. Y aunque parezca increíble, el insólito hallazgo tiene un enorme valor científico: su estudio permitió averiguar un poco más acerca de los hábitos alimenticios de algunos de estos terribles reptiles, que dominaron el planeta durante más de 100 millones de años. El curioso ejemplar, nada estético por cierto, fue encontrado en Canadá, tendría una antigüedad de casi 70 millones de años, y muy probablemente sería la obra maestra de un Tyrannosaurus Rex.

Rastros fósiles

A veces, la ciencia se maneja con indicios realmente sorprendentes. Cuando se habla de paleontología, inmediatamente se piensa en excavaciones, cuevas y, especialmente, en montones de huesos fósiles, restos que hablan del pasado de la vida en nuestro planeta. Pero los paleontólogos también recurren a otro tipo de pistas, igualmente valiosas, pero difíciles de encontrar: los rastros fósiles, indicios más sutiles que son el legado involuntario de lejanos seres, y que hablan en su nombre. Las huellas son las figuras descollantes en este rubro paleontológico, añejas pisadas grabadas en la piedra (o en la arcilla), que recuerdan el andar de dinosaurios, mamíferos, e incluso, del hombre mismo. En un segundo plano, aparece otro tipo de rastros, escasos, y, evidentemente, mucho menos estéticos: los excrementos fosilizados, o coprolitos, como prefieren llamarlos los paleontólogos en un apreciable esfuerzo por mantener intacta la tradicional elegancia de su ciencia.

La pista canadiense

A su manera, los coprolitos son objetos muy interesantes. Teniendo en cuenta el lugar donde fueron hallados y sus características, es posible determinar con cierta precisión a qué animales correspondieron. Pero también, y siempre y cuando estén en buenas condiciones, estos restos revelan las tendencias culinarias de esos animales: qué comían y cómo comían. Hasta ahora, la inmensa mayoría de los coprolitos encontrados en distintas partes del mundo fueron asignados a antiquísimos mamíferos y aves carnívoras. Por eso hacía falta un buen ejemplo nuevo de dinosaurio, preferentemente carnívoro. De esa manera, sería posible tener una imagen mucho más clara acerca de los hábitos alimenticios de aquellas fantásticas bestias. Y bueno, parece que por fin apareció: un equipo de paleontólogos estadounidenses (del U.S. Geological Survey, en Menlo Park, California) anunció el hallazgo de un enorme excremento de dinosaurio carnívoro, en Canadá, al sudoeste de Saskatchewan. Y lo de enorme tiene su justificación: su volumen es de unos tres litros, lo que lo convierte en el coprolito más grande jamás encontrado.

Buenos indicios

Para acusar a los dinosaurios de semejante desprolijidad hacen falta pruebas. Por empezar, hay que tener en cuenta su antigüedad: el súper excremento tendría entre 65 y 68 millones de años, una época en la que todavía estos animales tenían la manija del planeta. Y precisamente en esa zona del mundo, en Canadá, se han encontrado huesos de grandes dinosaurios. Pero faltan otros indicadores más visibles: tamaño y contenido. De entrada, el coprolito impresionó a los paleontólogos norteamericanos por su volumen, más aún teniendo en cuenta que en sus orígenes debió ser mucho mayor. Por eso mismo, es muy razonable pensar que provino de algún animal muy grande y voraz. Pero lo más interesante de todo es que la mitad del bestial excremento corresponde a restos óseos, pertenecientes a un pequeño reptil. Sumando todos estos elementos, el resultado es pasablemente claro: el coprolito pertenecería a un gran dinosaurio carnívoro, posiblemente un Tyrannosaurus Rex.

Almorzando con un tiranosaurio

Después de la primera sorpresa (el hallazgo en sí), vino la segunda. Hasta hace poco, y teniendo en cuenta los rústicos modales de los actuales reptiles (como por ejemplo, los cocodrilos), los científicos pensaban que los dinosaurios carnívoros devoraban a sus presas en grandes bocados. Así, los huesos de las víctimas llegarían casi intactos al estómago de los victimarios, y luego, no sufrirían mayores modificaciones antes de ser expulsados como excrementos. Entonces, sería esperable que los coprolitos de un gran dinosaurio carnívoro incluyeran trozos de huesos bastante respetables. Pero nada que ver: los paleontólogos se encontraron con un mazacote de huesos triturados, casi pulverizados (los minifragmentos más grandes apenas medían unos milímetros, y los más chicos, directamente eran invisibles a simple vista). Eso, sin duda, delata un meticuloso trabajo de masticado. Y al mismo tiempo, cambia radicalmente la imagen que hasta ahora tenían los paleontólogos sobre el modo en que se alimentaban los tiranosaurios: en lugar de tragar a sus presas casi completas (como hacen los reptiles modernos), o de separar la carne de los huesos (como los carnívoros conocidos), estas máquinas asesinas capturaban a sus presas con la boca, y destrozaban completamente su carne y sus huesos con sus formidables hileras de dientes. Y entonces sí, las tragaban.

Por lo visto, el insólito caso del coprolito fósil va mucho más allá de una simple curiosidad, porque a pesar de tratarse de una pieza muy poco presentable, hay que reconocerle un precioso valor científico. Quién lo hubiera dicho: un enorme excremento convertido en una auténtica estrella de la paleontología. Cosas de la ciencia.