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Arqueología, acústica y música
El
canto de una pirámide maya
Por Mariano Ribas
Las
espléndidas pirámides mayas podrían esconder un secreto
fabuloso: tal vez, algunas de ellas fueron diseñadas para imitar
el canto de ciertos pájaros. Parece un soberano disparate, porque
ninguna construcción puede hablar, ni mucho menos cantar. Al menos,
por ahora, claro. Pero una construcción sí puede producir
un eco ante un sonido cualquiera, y según como esté diseñada,
ese eco puede sonar de una u otra manera. Y bien, resulta que la particular
estructura escalonada de al menos una de las pirámides
mayas genera un eco muy extraño, llamativamente parecido al canto
del colorido quetzal, el ave sagrada de esta extinta civilización
americana.
Un eco sorprendente
La pirámide de Kukulkán, la construcción más
famosa de la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en la
península de Yucatán, tiene un atractivo turístico
innegable. Además de su precioso valor histórico, es una
obra arquitectónica impresionante: mide 24 metros de altura, tiene
nueve gradas, y cuatro larguísimas escaleras (dos de ellas todavía
transitables) que rematan en la cúspide, donde se encuentra un
santuario. Los turistas suben y bajan de la pirámide (los que pueden,
claro, porque no es tan fácil), sacan montones de fotos, y también
se divierten con su sonido... ¿sonido? Efectivamente, porque en
cierto modo, la pirámide de Kukulkán canta: cuando los guías
(o los mismos turistas) golpean un par de piedras, o simplemente aplauden,
cerca de su base, y frente a las empinadas escaleras, se genera un eco
rarísimo, sorprendente. El sonido parece un chirrido, o algo por
el estilo, y podría parecer casual. Pero los guías dicen
que la casualidad poco tiene que ver en el asunto. Y que, en realidad,
los mayas diseñaron ese rebote sonoro, a partir de
la forma de la pirámide, para imitar los alaridos de los animales
y los humanos que eran sacrificados en el santuario como ofrenda a los
dioses.
Muchos arqueólogos e historiadores dicen que esta interpretación
es, en el mejor de los casos, apresurada: no existen fuentes históricas
que la demuestren. Sin embargo, una nueva y curiosa teoría plantea
un cuadro no tan diferente del que pintan los guías y las tradiciones
locales.
¿El
canto de quetzal?
A principios de este año, el californiano David Lubman, un experto
en acústica, visitó la zona de Chichén Itzá.
Y al igual que los demás turistas, quedó fascinado por el
eco que producía la pirámide ante un aplauso, o un golpe.
Pero dio un paso más allá: Lubman observó cuidadosamente
la estructura del enorme monumento, y grabó los extraños
sonidos. Sea lo que fuere, quería descifrar la mecánica
del fenómeno. Y tenía una corazonada. Ya en su casa, el
investigador se puso a analizar detenidamente los llamativos ecos. Al
poco tiempo, se dio cuenta de que esos sonidos eran muy parecidos al canto
de una de las aves que había conocido en su viaje a México:
el quetzal, nada menos que el pájaro sagrado de los mayas. La corazonada
de Lubman parecía estar bien encaminada.
El
secreto
Tal vez, el eco generado por la pirámide mexicana no era casual,
sino intencional. Tal vez, los mayas habían diseñado su
gran monumento para imitar el canto del quetzal, probablemente para usar
ese sonido durante las ceremonias religiosas. Sin dudas, era una teoría
atrevida. Y el atrevido de Lubman descubrió que el secreto del
canto de la pirámide estaba en sus largas, extrañas, e incómodas
escaleras: los escalones son altos, pero sus bases son tan estrechas que
el pie de una persona no entra completo. Y eso es indudablemente raro.
Precisamente allí está el meollo del efecto. Cuando alguien
aplaude frente a una de las cuatro escaleras, el sonido del aplauso no
golpea contra una superficie pareja (como sería una pared lisa),
sino contra muchísimas superficies a la vez: los altos contraescalones.
Así, el eco es múltiple, y desfasado: primero llegan los
ecos de los escalones más bajos, y luego, los de los más
altos, uno tras otro. A esto hay que sumarle la escasa distancia entre
uno y otro contraescalón (distancia que no es ni más ni
menos que la angosta base de cada escalón), y el ángulo
de inclinación de toda la escalera. El resultado final de todo
este juego de geometría acústica es una sucesión
de ecos casi pegados, y de distintos tonos (tonos más altos, para
los escalones de abajo, y tonos más bajos para los de más
arriba). Esa complicada combinación sonora se asemeja bastante
al gorjeo del colorido pajarraco.
Una
idea que suena bien
La flamante teoría de Lubman puede discutirse, pero es interesante,
y muy atendible. Y según él, no debería resultarnos
tan extraña, porque durante siglos, los mayas construyeron escaleras
al aire libre: sólo haría falta que durante todo ese tiempo,
alguien haya notado los efectos que producen los escalones sobre el rebote
de los sonidos. Y que por lo tanto, ante una determinada escalera se generaría
un determinado eco. Lubman es claro: el supuesto canto del quetzal, creado
por los ecos de la pirámide de Kukulkán, no sería
posible si sus escalones fueran más anchos y no tan altos. Así,
las incómodas escaleras por fin encontrarían cierta justificación.
Finalmente, no hay que olvidarse de que los mayas eran gente acostumbrada
a los bosques, y a sus sonidos: escuchar era algo realmente importante
para ellos, dice el investigador. En medio de ese contexto, el intento
por imitar el sonido de un animal sagrado, parece lógico.
En definitiva: las piezas encajan bastante bien. Por eso, algunos arqueólogos
ya están admitiendo que el aporte de Lubman es muy valioso: nunca
antes se había encarado una investigación seria sobre las
pirámides mayas desde el punto de vista acústico. Tratándose
de sonidos y de ecos, no es raro que la insólita teoría
del canto de la pirámide suene bastante bien.
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