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Bacterias,
rinocerontes y fractales
Por Ileana
Lotersztain
Qué tienen
en común una foca, un hongo, una mariposa y un pino? Una relación
matemática muy particular que vincula el tamaño de su cuerpo
con casi todo lo que son o hacen. Hasta hace poco, esa ecuación
les quitaba el sueño a todos los biólogos que intentaban
explicarla. Pero en un esfuerzo interdisciplinario, dos ecólogos
y un físico de partículas estadounidenses creen haber resuelto
el misterio. Al menos, tienen una teoría que se ajusta bastante
bien a las observaciones. Para ellos, la clave está en la difícil
tarea de alimentar a todas las células que forman un organismo,
de la especie que sea.
Pero además, creen haber descubierto un ingenioso truco de la naturaleza.
Parece que, si los seres vivos se rigieran sólo por las leyes de
la geometría tridimensional, no podrían sacarle todo el
jugo a su mundo, entonces, la evolución se las habría arreglado
para crear algo así como una cuarta dimensión
espacial. Y esa dimensión desconocida sería
responsable también del enorme abanico de formas y tamaños
que pueblan el planeta.
El tamaño no hace la fuerza
En Kriptón, el planeta de Superman, la fuerza aumenta linealmente
(proporcionalmente) con el tamaño. Si una hormiga puede arrastrar
una ramita cientos de veces más pesada que su cuerpo, entonces
Superman no va a tener problemas en levantar un ombú con su dedo
meñique. Pero la Tierra no es Kriptón y los pobres mortales
somos mucho más débiles que las hormigas. Aunque pesamos
un millón de veces más que ellas, sólo somos diez
mil veces más fuertes y apenas podemos cargar un peso modesto (el
15 por ciento del nuestro).
Además de la fuerza, hay otras propiedades que se relacionan con
la masa de una manera muy particular. Si la tasa metabólica (TM),
la intensidad con la que un organismo quema su energía, aumentara
de manera lineal con el tamaño, entonces un gato, que tiene cien
veces más masa que un ratón, tendría una TM cien
veces mayor. Pero el metabolismo también genera calor, y si las
cosas fueran así el lindo gatito funcionaría como una estufa
y se quemaría vivo.
El problema es simple: la superficie que usa un bicho para disipar calor
no crece tan rápido como la masa de su cuerpo. Si el ratón
se agrandara hasta llegar al tamaño gato, su superficie aumentaría
en dos dimensiones (al cuadrado), pero su volumen crecería en tres
(al cubo). El tema es que el tamaño del radiador biológico
(la superficie del bicho) no está al nivel del tamaño del
motor metabólico.
Una explicación euclidiana
Usando de base la relación geométrica entre la superficie
y el volumen, a fines del siglo pasado el fisiólogo alemán
Max Rubner propuso que la tasa metabólica debería aumentar
un poco más despacio que una relación uno a uno (como la
masa elevada a la dos tercios).
Todo sonaba muy lógico, pero a principios de 1930, un veterinario
norteamericano, Max Kleiber, pateó el tablero. Kleiber encontró
que para todo el abanico de tamaños, desde una bacteria a una ballena
azul, la tasa metabólica aumenta un poco más rápido
(no a los dos tercios sino a los tres cuartos). Y ahí sí
no había ninguna explicación coherente.
Pero había otras cosas tanto o más sorprendentes. Además
de la tasa metabólica hay muchas características de los
organismos que obedecen a esta ley de escala (la masa elevada a algún
múltiplo de un cuarto). Amedida que el tamaño aumenta, el
pulso se hace más lento y la vida se alarga. Los animales chicos
viven a mil: sus corazones andan al galope y respiran como si estuvieran
continuamente agitados. Pero siguen un ritmo: en los mamíferos,
el número de latidos durante una estadía promedio en la
Tierra es siempre el mismo: unos 1000 millones. Un ratón simplemente
los agota más rápido que un elefante. Con la respiración
es igual: el último suspiro ronda los 250 millones.
Si alguien está pensando en hacer cuentas para ver cuántos
latidos lleva gastados, puede quedarse tranquilo. Como en muchas otras
cosas, los hombres damos la nota. Vivimos bastante más de lo que
deberíamos por nuestro tamaño, en parte gracias a los progresos
de la medicina. Y así les damos más tiempo para trabajar
a nuestros pulmones y a nuestro corazón.
Juntos son dinamita
Por unos 50 años las cosas quedaron donde Kleiber las dejó.
Pero a principios de esta década, James Brown y Brian Enquist,
dos ecólogos de la Universidad de Nuevo México, unieron
sus esfuerzos a los de Geoffrey West, un físico de partículas
del Laboratorio Nacional Los Alamos. Antes de conocer a West, los biólogos
habían encontrado que la llamada Ley de Kleiber era
aún más general: se cumplía también en el
reino vegetal. Si las cosas eran así, entonces había que
buscar pistas entre las características compartidas por plantas
y animales.
Mientras tanto, West andaba por el mismo camino. Es asombroso, porque
la vida es quizás el más complejo de los sistemas complejos,
pero a pesar de eso tiene esta ley de escala absurdamente simple. Tiene
que haber algo universal detrás de todo eso, pensaba.
Cuando un amigo en común los presentó, el panorama empezó
a aclararse. El trío empezó a darle vueltas a una idea:
la relación de Kleiber podía tener que ver con la distribución
de alimento y la eliminación de basura. En todos los organismos,
la estructura es básicamente la misma: una red de tubos que se
ramifica.
Modelo para armar
El físico y los ecólogos diseñaron un modelo que
cumplía tres propiedades básicas. La red se dividía
una y otra vez hasta llegar a todas las células del organismo.
Además, el tamaño de los tubos más chicos era siempre
el mismo, porque las células que hay que alimentar son más
o menos iguales en todas las especies. Por eso, los capilares del sistema
circulatorio de un caballo son muy parecidos a los de una rata. Por último,
supusieron que la evolución habría ajustado las cosas para
que el sistema trabajara en forma eficiente y se gastara el mínimo
de energía en el transporte.
Después de jugar un buen tiempo con las ecuaciones matemáticas,
decidieron que la forma de distribución tenía que ser fractal.
Los fractales son estructuras que se ramifican muchas veces, donde cada
partecita es una réplica en miniatura del total (si se mira con
una lupa la red de vasos sanguíneos de una mano, la imagen es idéntica
a la del sistema circulatorio del cuerpo entero).
El modelo funcionó a las mil maravillas: se ajustó perfectamente
a los datos experimentales de los sistemas circulatorio y respiratorio
de los mamíferos. Y haciendo algunas correcciones se lo pudo usar
sin problemas en las plantas y en otros animales. Y permitió además
hacer nuevas predicciones. Como la ley de escala se aplica también
a los organismos de una sola célula, West y sus colegas suponen
que su sistema de transporte debe ser también fractal.
Quisiera ser grande
Obviamente, no todos los organismos perciben el mundo de la misma manera.
Una bacteria vive sólo algunos minutos en un espacio que no pasa
de un par de milímetros. Las ballenas, en cambio, viven varias
décadas y se desplazan cientos y hasta miles de kilómetros.
Para Brown, el sistema circulatorio fractal es la mejor manera de abastecer
a los cuerpos de diferentes tamaños. Entonces, supone que tuvo
que haber sido un factor clave para la evolución de la enorme diversidad
de formas y tamaños que hay en el mundo viviente. Si la distribución
no fuera fractal y la tasa metabólica fuera la misma para todas
las especies, ¿tendríamos bacterias y rinocerontes?, pregunta.
Y él mismo responde: seguramente no. Si la tasa metabólica
fuera igual para las especies grandes y las chicas, todas operarían
en el mismo nivel de eficiencia de energía, explica. Pero
las especies grandes aprovechan mejor la energía y entonces se
pueden dar el lujo de ingerir alimentos de menor calidad. Eso genera un
montón de posibilidades y es por eso que existen tantas especies
diferentes. Una ballena azul, por ejemplo, no tiene que pasarse
el día entero de aquí para allá buscando alimento
para mantener su chimenea metabólica funcionando a todo trapo,
como hace una ardilla.
Una dimensión desconocida
Pero la disposición fractal les da a los organismos aún
más versatilidad. La estructura fractal crea una especie
de cuarta dimensión espacial, dice West. Y la cosa es más
o menos así. Al aumentar el tamaño, para poder llevar energía
y alimento a todas las células, hay que maximizar el área
que ocupan los tubos más pequeños de la red (los capilares
en el caso de los mamíferos). West explica que, si se pasara de
un ratón a un elefante y se aumentara todo de escala, los capilares
del elefante serían mucho más grandes. Pero eso no ocurre
en el mundo real y tampoco en el modelo de West y sus colegas. La
superficie que ocupan los capilares llena el espacio tan eficientemente
que en cierta forma se comporta como si fuera un volumen, explica
el investigador.
Entonces, para las matemáticas al menos, cada uno de nosotros vive
en dos mundos espaciales diferentes: uno tridimensional y otro interior,
de, por extrañó que parezca, unas 3,7 dimensiones.
El derecho a la duda
Aunque los resultados son interesantes, algunos investigadores desconfían
del modelo. Paul Harvey, de la Universidad de Oxford, cree que el equipo
no está teniendo muy en cuenta las influencias ecológicas.
Las explicaciones que parecen responder todo sobre la evolución
de la historia de la vida son muy sospechosas, advierte.
A pesar de las críticas, el trío, que publicó sus
resultados en la muy conocida revista Science, ya sueña con las
aplicaciones. La longevidad, la duración de la preñez,
el número de crías, el tamaño de una población
y el espacio en el que se mueve son todos atributos que dependen del tamaño
de los organismos y confiamos en que nuestro modelo nos permita aclarar
muchos puntos oscuros, se entusiasma Brown. West agrega que si
logramos entender el origen de las leyes de escala, posiblemente aprendamos
algo sobre el envejecimiento y la muerte.
Pero las aplicaciones pueden ir aún mucho más lejos. West
acaba de empezar una nueva colaboración para averiguar si los sistemas
de ríos, que se parecen mucho a los sistemas de circulación
de la sangre, y la estructura jerárquica de las corporaciones se
rigen por el mismo tipo de leyes. Los animales grandes aprovechan
mejor la energía, y tal vez con ese mismo razonamiento podamos
explicar por qué las empresas pequeñas tienden a fusionarse.
Lo pequeño puede ser hermoso, pero es más eficiente ser
grande.
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