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EROTICA y mujer

Entre 1972 y 1984, la psicoanalista Eva Giberti introdujo el tema Erótica dentro del programa de la cátedra Introducción a la Sexología que dictaba en el posgrado de la Universidad de Belgrano. Por primera vez en América Latina se trabajó en este tema, formando parte de un curriculum universitario. Los contenidos de este artículo -la segunda parte será publicada en la próxima edición de este suplemento- forman parte de un libro en preparación.

Por Eva Giberti

En los grupos de estudio que acerca de la Erótica organizo desde 1972, inevitablemente aparece alguien que, pretendiendo ser gracioso, pregunta: “¿Con trabajos prácticos, che?”, sugiriendo que esos trabajos prácticos podrían llevarse a cabo entre quienes forman el grupo. Quien formula la pregunta no imagina que repite lo que otros y otras preguntaron del mismo modo, también con el aparente propósito de controlar una situación que desconocen y que sólo alcanzan a imaginar como práctica sexual. ¿Qué quiere decir “estudiar erótica”? sería la duda esperable, pero la ansiedad que produce la mención de lo que se asocia con el erotismo desencadena una pregunta cuya reiteración ya describí en 1984, en un ensayo que publiqué en la revista Actualidad Psicológica. Allí me refiero al mismo tema y el transcurrir de los años no parece haber modificado la situación: la pregunta pretende cancherear acerca del tema e ir más allá de quien estudia esta disciplina, sugiriéndole que en materia de erotismo lo interesante es recurrir a los trabajos prácticos. Estos interlocutores quizá piensan que saben muchísimo acerca del tema, tanto que no precisan estudiar.

El fenómeno es tan repetido que lo anticipo desde la primera reunión a quienes concurren a estos grupos de estudio, quienes, al poco tiempo, lo confirman. Es decir, que la pregunta que pretende ser “piola” resulta previsible y falta de originalidad. Este es un dato externo representativo de uno de los múltiples fenómenos que pueden registrarse durante la realización de estos grupos. Otro dato remite a la constitución de los mismos: cuando comencé a realizarlos, en paralelo con una cátedra de Introducción a la Sexología que dicté en el posgrado de la Universidad de Belgrano, desde 1972 hasta 1984, estaban formados por hombres y mujeres. Pero con el tiempo, y hasta hoy en día, están constituidos exclusivamente por mujeres. Lo cual desemboca en el siguiente problema: ellas reflexionan acerca de los temas que la Erótica propone, en este caso centrados en la sexualidad, y adquieren conocimientos de los que los hombres no disponen. Más aún, toman contacto con sus anhelos, sus fantasías y se informan respecto de algunas modalidades de la sexualidad de los varones, de modo que logran reflexionar acerca de temas que a los hombres les resultan ajenos, inclusive relativos a su propia vida sexual.

El resultado de este fenómeno es que quienes se preocupan por estudiar generan un horizonte erótico que por una parte enriquece su vida psíquica, y por otra descoloca a los hombres que no acceden a esos conocimientos y reflexiones. Disparidad que complica a las parejas, hasta que los varones aceptan escuchar lo que ellas cuentan y deciden hablar acerca de los temas que ellos creían conocer y practicar; para que así suceda no es imprescindible asistir a grupos de estudio: las parejas pueden manejar estos temas desde otras perspectivas, pero entiendo que la experiencia acumulada durante la realización de estos grupos durante décadas merece ser tenida en cuenta.

Los maridos se sobresaltan

Con el correr de los años acumulé anécdotas de diversa índole, una de ellas, la que protagonizan los maridos cuyas mujeres, un buen día, demuestran conocer zonas sensibles del erotismo masculino, no reconocidas como tales por ellos hasta ese momento. Aunque resulte paradójico, la reacción de ellos suele ser: “¡Vos no vas más a ese grupo para que aprendas esas cosas!”, en lugar de disfrutar de sí mismos y de las nuevas y eficaces gestiones eróticas de sus mujeres.

Lo que les resulta insoportable es que ellas hayan aprendido “en otra parte” (como efecto de haber estudiado temas que la Erótica analiza y que una mujer, coordinadora del grupo, propone) lo que se suponía debía ser enseñanza del varón. Pero resulta que el varón tampoco tenía muy claro cuáles eran sus propias sensibilidades eróticas o bien cargaba con prejuicios acerca de ellas.

Uno de los sufrimientos más severos que resultan de las limitaciones que el machismo le impone a los hombres es la inhibición para disfrutar de todas las zonas erógenas de su cuerpo, por asociarlas con homosexualidad. Entonces cuando una mujer aparece dispuesta a recurrir a dichas zonas en búsqueda de un mayor disfrute erótico para ambos, en algunos varones se producen sobresaltos fenomenales.

De allí que yo misma debí aprender a advertir a las asistentes acerca de la inconveniencia de hacer “trabajos prácticos” inmediatos cuando se analizan algunos temas, y a sugerir utilizar dichos conocimientos para libidinizar los diálogos con la pareja; con lo cual queda a la vista otro hecho que se constituye en una novedad inquietante para ambos: la mujer es la que comienza a regular el ritmo erótico de esa pareja. Dinámica que puede ser resistida por algunos varones y que puede confundir a algunas mujeres al disponer de un poder que, si está en buenas relaciones con su pareja, no podrá ejercer sin que él se sienta disminuido.

La pretensión de ocuparse del propio erotismo puede suscitar la imagen de una mujer que “pretende asemejarse a un varón” por la dosis de poder y autonomía que este ejercicio encierra. Particularmente si se tiene en cuenta que en nuestra cultura la iniciación sexual de las mujeres queda a cargo del varón, quien conjetura que el descubrimiento del erotismo de las mujeres es el exclusivo efecto de su intervención (creencia que innumerables mujeres comparten).

La imagen -representación- de mujer como sujeto sexualmente gozante no parece haber sido instituida en el imaginario social más allá de aquellas mujeres que el porno muestra en la exhibición de rostros que fingen los efectos de orgasmos incomparables. Por otra parte, suele desconocerse que las alternativas del erotismo son indisociables de la vida psíquica, lo que significa reconocer que existen pensamientos, fantasías, deseos, imágenes, representaciones, vivencias que se traducen en inhibiciones y disfrutes y que se tornan responsables por la actividad erótica de un ser humano. O sea, no se trata de inventar “novedades” o artificialidades que se espera funcionen como estimulantes, sino de asumir la importancia del psiquismo en la construcción de la propia corriente erótica.

Los datos que obtuvimos como resultado de los primeros diez años de reuniones con diversos grupos ya fueron publicados por Mempo Giardinelli en una recopilación de Silvia Itkin en el volumen Mujeres y Escritura (Editorial Puro Cuento, 1989). También en la revista La Aljaba, editada por Estudios de la Mujer, 3-o volumen (1998) y en actas de varios congresos.

Ahora sí, la Erótica Vayamos entonces al encuentro de la Erótica como disciplina de formación:
Su finalidad es estudiar los placeres, cualquiera sea su origen, así como su creación, su persistencia y sus contenidos: placeres derivados de la sexualidad en sus distintas formas o de la estética (observación de obras de arte, escucha de música, lectura de textos) o de la ingesta (de bebidas o comidas), o de la actividad intelectual en cualquiera de sus expresiones y también de la puesta en acto de vínculos con otras personas (disfrute de la maternidad, por ejemplo, o de otras relaciones).

El placer

En su etimología remite a plaqueo, y se refiere a aquello que está en la plaza y que, dada su exposición, puede ser visto y trascender. En cambio el goce se ausenta de la exhibición y de la exposición y es una vivencia difícilmente traducible o transmisible a otras personas.

La Erótica analiza diferentes tipos de placeres y los califica según su cualidad. Distingue entre aquellas prácticas que desembocan en placeres limitados a su repetición, probados y conocidos, y de los que por lo tanto se pueden anticipar los resultados, y por otra parte las experiencias que produce el gozar, que corresponden a un refinamiento del Yo y a diferencia de los placeres, que buscan su satisfacción, el goce intenta postergar el alivio que produce la satisfacción, es decir, busca crear y mantener el suspenso y la tensión. Cuando se habla de “mucho” o “poco placer” se subraya lo cuantitativo del placer. Se alude a relaciones sexuales que parten de lo que cada cual conoce acerca del placer y que busca repetir, por ejemplo, orgasmos acordes con los ya experimentados. Entendido de este modo, el placer posiciona a hombres y mujeres como buscadores de alivio para su tensión sexual.

En 1924 Freud afirmó que tanto el placer cuanto el displacer no dependen exclusivamente de la cantidad sino que incluyen lo cualitativo. Lo cual se constituye en una clave para la Erótica.

El goce y las postergación

El goce se refiere al mantenimiento de la tensión que anticipa, prepara y posterga la respuesta totalizadora habitualmente clasificada como orgasmo. Sin embargo los goces no necesariamente se sintetizan o definen mediante la construcción de un orgasmo. La postergación junto con la transgresión, la subjetividad y lo sugerido son cuatro ejes temáticos en el estudio de la Erótica; lo veremos en la segunda parte de este artículo. Si comparamos el estado de placer con el estado de goce encontraremos que este último incluye una mayor participación del Yo consciente, capaz de construir un registro refinado de los afectos placenteros como si se intentase alcanzar un estado de “felicidad absoluta”; estado que reclama omitir las prohibiciones (represiones e inhibiciones) que puede imponer el aparato psíquico.

El goce demanda tiempo cronológico para su apertura, creación y desarrollo, es al que se apunta durante la práctica de los denominados “juegos preliminares”, que constituyen un fin en sí mismos y que son ajenos a toda forma de velocidad, y son la variable clave para la sensibilización de la sexualidad de las mujeres.

Dado el tiempo cronológico que estos juegos preliminares demandan, suele suceder que el varón, urgido por la tensión eréctil de sus genitales, no dedique el tiempo suficiente para colaborar-participar en la construcción del goce erótico que se caracteriza por la decisión de postergar el alivio orgásmico. No ocurre lo mismo con el género mujer, cuya aptitud para mantener la tensión sexual tiene sus propias características, una de ellas, la posibilidad de distribuir sus sensaciones por diversas zonas del cuerpo, deteniéndose en el bienestar que encuentra en cada una de ellas. Como si fuese construyendo lagos, remansos de sensaciones placenteras y gozosas en distintos lugares de su cuerpo; posibilidad sostenida, impregnada y estimulada por las fantasías, En cambio, de atenernos a los comentarios de las mujeres y de los hombres (así como del estudio de textos especializados), el género masculino suele ser arrastrado por la tensión eréctil en busca del alivio orgásmico veloz, con lo cual arriesga quedar sin ingresar en los territorios del goce.

Cuando las mujeres se tornan activas en ese gozar es como si quedasen coyunturalmente imposibilitadas de renunciar o oponerse a “algo” que se anuncia pero que no se despeja, algo que se reconoce, se desea y cuyo fin se teme. Vivencia asociada a la creación de sus propios orgasmos.

La postergación respecto de la culminación orgásmica constituye una clave de la construcción de los goces de género, ya que postergar aumenta la tensión sexual y posibilita el juego de las fantasías conscientes que acompañan las prácticas sexuales. Tanto para varones como para mujeres, la postergación de la satisfacción inmediata constituye un horizonte privilegiado del disfrute erótico.

De la calumnia

Entre las creencias que acerca de la sexualidad impuso el hegemonismo patriarcal, una de las más exitosas se recorta en la frase “las mujeres son más lentas que los hombres”, de este modo se pretende describir una modalidad que constituiría otro déficit femenino: mientras el hombre logra construir un orgasmo velozmente, las mujeres no alcanzarían esa culminación con la misma rapidez (como si en estos trámites la velocidad fuese un valor, cuando en realidad se trata de lo contrario). La lectura es otra: debido a la mecánica de su fisiología, los varones -con las excepciones de rigor- suelen regular su respuesta sexual de acuerdo con lo que ellos saben que puede durar su erección. Por lo tanto, a menudo tienden a resolver la relación coital en busca de un orgasmo que les garantice el éxito de su penetración. Lo cual disminuye la disponibilidad erótica que les permitiría postergar la tensión sexual.

No le sucede a todo el género masculino, pero hay que preguntarse de dónde partió esta descalificación del género mujer cuando se la clasifica como “más lenta”. Las mujeres no son más lentas que los varones, sino que éstos tienen prisa porque no siempre pueden sostener su erección, entonces buscan construir el orgasmo dentro de sus propios tiempos cronológicos. Asumen la práctica sexual en términos de alivio de tensión y no necesariamente como experiencia de goce, ya que éste reclama tiempos cronológicos lentos, densos, espaciados.

El reclamo de las mujeres -que la clínica documenta- queda atado a esta modalidad masculina: en oportunidades las mujeres después de un coito -que no es lo mismo que una relación sexual, que puede no incluirlo- declaran su insatisfacción debido a esta prisa masculina. Cabe recordar que sólo describo el soporte orgánico de estas situaciones cuya creación y cuyos ritmos, así como el padecimiento que de ellos podría resultar, están enlazados, tramados y dinamizados por los contenidos de la vida psíquica.