Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Las12
Volver 




Vale decir



Volver

Saccomanno se juega con su nueva novela

Casa natal

En una era de novelas históricas que visitan pudorosamente la vida privada de los próceres y de talk-shows televisivos que trivializan las intimidades de los ciudadanos anónimos, Guillermo Saccomanno demuestra con su nuevo libro la potencia literaria que puede alcanzar lo confesional. Las 150 páginas de El buen dolor sobriamente dicen que no hace falta pertenecer a los Buendía para escribir sobre la familia y que no es necesaria una novela-río para contar la historia de los padres.


Por CLAUDIO ZEIGER

Se había acostumbrado (y había acostumbrado, de paso, a sus lectores) a un puñado de evidencias sobre su propia literatura. Hasta hace poco más de un año, Guillermo Saccomanno era el escritor argentino que estaba llevando a la práctica en forma consecuente la premisa arltiana de la prepotencia de trabajo. Un dogma que lo impulsaba a producir cuentos cortos aceitados, precisos en su capacidad de sintetizar en pocas páginas las experiencias de los demás, al mismo tiempo que trabajaba en guiones de películas como Bajo bandera (basado en su propio libro de 1991) y 24 horas, todo combinado con sus colaboraciones periodísticas y sus talleres literarios. Cuando parecía que Saccomanno había elegido definitivamente la eficacia (y a veces el efectismo) del cuento breve, el cross a la mandíbula –con los evidentes riesgos de automatización y los beneficios de la eficacia–, el rumbo cambió bruscamente. La reciente aparición de El buen dolor, una novela corta estructurada en base a tres relatos, obliga a poner entre paréntesis la imagen de ese Saccomanno ensimismado en el oficio. Es, durante 150 páginas, un escritor que se ha despojado de cualquier mameluco protector y de cualquier forma de defensa. Dueño de una absoluta precisión de estilo, eso sí. Y decidido a poner en suspenso las historias de los demás –las crónicas de costumbres, los personajes sociales– para volver la mirada sobre su propia historia. Los interrogantes que ahora plantea su literatura son súbitamente otros. Ya no ¿cómo hablar de los nuevos pobres o los nuevos ricos, de los contrastes sociales de una ciudad enajenada? como surgían de los relatos de sus últimos libros, Animales domésticos (1993) y La indiferencia del mundo (1997), sino: ¿cómo hablar de la vieja pobreza y el viejo dolor, de la enfermedad aniquiladora de la abuela real, de los recovecos sutiles y sinuosos de una relación padre-hijo, de la casa natal en Mataderos?

En otras palabras, Saccomanno volvió a ser un escritor en situación de peligro (como se llamaba ese otro libro suyo, de 1986, que mereció el Premio del Club De Los XIII con su vívido relato de la relación padre hijo). Saccomanno ha escrito nuevamente sobre el padre, sobre los orígenes, la casa paterna, sobre la literatura y sobre sí mismo, y lo ha hecho de una forma seca y cortante. El resultado es un gran libro, que rescata unas atmósferas y unos sentimientos como hacía rato no aparecían tratados en la literatura argentina. El buen dolor es un libro sobre el pasado argentino de un escritor argentino surgido de las entrañas de la clase media baja. Saccomanno recuerda y cuenta. Y, lejos de la melancolía que embellece el pasado, decidió hacer foco en los síntomas más agudos de aquello que seleccionó su memoria, que es lo que la marcó a fuego: la enfermedad, la pobreza y el dolor, contemplados por una persona que se acostumbró a mirar el mundo desde la perspectiva de la literatura. Alguien consciente de que ya no está sumergido en la pobreza, pero que a pesar de todo, como se dice a sí mismo el narrador del libro, empezabas a darte cuenta de que determinados sentimientos que generan la pobreza y la enfermedad iban a perseguirte siempre, por más fugas que tramaras.

MUNDO, MI CASA “Yo puedo seguir escribiendo cuentos, puedo hacer sesenta o setenta más y sé que van a estar bastante bien porque tengo el oficio. Puedo escribir un cuento sobre un pibe que entra por primera vez a la villa. Sé hacerlo. Pero ¿cuándo escribir sobre la historia de uno?” dice Saccomanno ahora. Esta breve novela tiene sin embargo una historia larga. Es uno de esos libros que los escritores arrastran como almas en pena mientras escriben otros libros y se dedican a otros menesteres. Cuenta Saccomanno que ya en 1993 había una versión que no lo conformaba, y en cierto modo los desvíos de la realidad también fueron los desvíos que luego aparecen en los textos de El buen dolor.

En la primera parte, el narrador nos cuenta esa infancia que transcurre en la única casa del barrio al que llegaba la revista Life, “situada en el límite entre Floresta y Mataderos”. Era la casa de la abuela, que como tantas viviendas de la zona y de la época, remataba al fondo con jardín, gallinero y parra en el patio. El hijo de esa abuela y padre de Guillermo –que era sastre, que había querido ser periodista y que también llegó a publicar algunos libros– le dice a su propio hijo que, si se levantaran de improviso todos los techos de la ciudad y los hombres pudieran ver cómo viven los demás, el mundo sería otro. Y agrega: Pero los techos no se levantaban. Y el mundo era esa casa. En esa casa muere la abuela tras una agonía horrible. Tan horrible que, para liberar al resto de la familia del pavoroso espectáculo de sus aullidos, de las llagas y la demencia, el nieto decide apurar su paso al más allá. Lo logra a medias. Cuando va a liquidarla, la abuela acaba de morir por sus propios medios. Tiempo después, el escritor en ciernes ejecuta su primer cuento: un cuento sobre la abuela. El padre –después que el hijo se lo da a leer con cierta aprensión– le dice que le gustó, que está bueno, pero que le falta algo: Te falta experiencia.

“Ese cuento existió. Lo escribí a los 17 años” recuerda Saccomanno. “Se llamaba Dale un beso a tu abuelita, y eran como las placas de la vida que iban pasando mientras le daba un beso a la abuela en el ataúd. Bueno, es increíble la cantidad de veces que yo perdí las copias de ese cuento. Finalmente quedó una en poder de una amiga actriz, Silvia Baylé, que inclusive lo tiene guionado porque estaba trabajándolo para adaptarlo en una obra de teatro. Pero cuando el cuento reapareció en mi vida el libro prácticamente ya estaba escrito. Ahora tiene un valor arqueológico.”

Muchos años después, con el libro a medio hacer y poco antes de que a su padre lo internaran para una operación, Saccomanno viajó a Villa Gesell (una de sus primeras incursiones en esta ciudad en la que ahora vive gran parte del año y que lo cuenta como uno de sus vecinos más conspicuos fuera de temporada). “Yo iba para tomar aliento antes de la internación de mi viejo en el hospital Fernández. Pensaba estar allá unos días y escribir. En el micro me encontré con la mujer que hoy es el personaje del segundo relato de El buen dolor. Ella me contó su historia: volvía a Gesell porque le habían entrado a robar a la casa, y ella estaba aterrada pensando que los ladrones le habían llevado las cenizas de su bebé muerto. Esa historia venía a desviarme de la historia de mi padre, del cuento de mi abuela y de mi infancia. En el libro, retomo la historia familiar en el tercer relato, donde cuento la enfermedad y la muerte de mi padre. Yo quería hablar sobre lo que sucede cuando la enfermedad y el dolor entran en un hogar de clase baja: es como una lucha en la que todos se vuelven contra todos.”

LAS PERSISTENCIAS “Yo me preguntaba cómo resolver esa mezcla de ficción y realidad, cómo crear una estructura de relato que se pareciera a la realidad” dice Saccomanno. “Estaba leyendo a Raymond Carver. Había sometido a mis alumnos de taller a un ejercicio devastador: escribir sobre el padre. Les había dado a leer textos clásicos sobre el tema, desde Lagerkvist a Cheever, desde Briante al Rey Lear y Kafka. Habían surgido unos textos tremendos, no necesariamente autobiográficos. Pero faltaba algo. Creo que lo pude resolver, en el taller y en mi propio libro, cuando metí la lectura de Marguerite Duras. En ella siempre me había interesado la brevedad de sus novelas, y también cómo trabaja el límite entre verdad y literatura. En el prólogo de El dolor escribió: esto no es literatura. Y yo justamente quería escribir un libro donde la pobreza y la enfermedad estuvieran en primer plano, que funcionara como testimonio de la desesperación. Como si le dijera a otros escritores: mucha novela histórica, mucho best-seller pero ¿entraste en un hospital alguna vez? De la pobreza y el dolor no se habla. Yo lamento tener gustos de clase, pero en este país o te alineás con Arlt o te alineás con Bioy. En mi caso hay una persistencia. Yo tengo la sensación física de cuando leí El juguete rabioso por primera vez. La abuela estaba agonizando, ese verano. Yo andaba al borde de la depresión y me acababa de dar un saque con Crimen y castigo. El juguete... lo leí en un galpón en el fondo de casa, una tarde de verano de calor terrible, entre las tres y las siete de la tarde. Si a los 16 años te pega Arlt, te va a seguir pegando toda la vida.”

DUELO DE ESCRITORES La figura central en esta épica de Mataderos es el padre. “Papá era sastre. Le disgustaba su oficio. Quería ser escritor. Había estudiado periodismo y, si no estaba empleado en un diario, se debía a su negativa a afiliarse al Partido Justicialista. Juntándose con socialistas y anarquistas, papá participaba de la oposición al peronismo” se cuenta en El buen dolor. La gran batalla del padre era con la otra gran fuerza beligerante de la infancia de Saccomanno: la abuela. “Según papá, la abuela era como el Estado. En nombre del bien, la abuela producía el mal”, escribe con humor sarcástico. Pero había una guerra más sorda y ambigua que se desarrollaba entre padre e hijo, y lo notable de esta batalla es que las armas con las que combatían eran los libros y las ideas. Eso era lo que los enfrentaba, aunque detrás de lo libresco estuvieran los sentimientos y la sangre. “Desde que yo tengo memoria mi viejo quería escribir. Durante años escribió una novela social ambientada en el puerto y una obra de teatro sobre una familia que se va devorando a sí misma. Llegó a publicar una novela policial, Alfil negro y ganó un Premio Municipal en teatro. Luego escribió unos cuentos que a mí me gustaban mucho”, recuerda Saccomanno. “Pero después de mis veinte años nos distanciamos. Eran los años sesenta y su programa atrasaba. Su autor predilecto era Emile Zola. Para colmo, había trabajado en el puerto y se entusiasmó con hacer la novela social de sus compañeros de trabajo. Yo, que andaba merodeando por las librerías, le venía con Pavese, Moravia, Pasolini... y él, a regañadientes, iba y los leía. Eran los sesenta: en una casa de clase baja podía haber una biblioteca considerable. Con mi viejo nos cagábamos a puteadas a través de los libros. Él estaba muy preocupado por su novela social y yo le caía con Henry Miller”.

EL VIEJO GESELL En la “ficción” de El buen dolor, Villa Gesell es el sitio al que un escritor inicialado G llega para escribir una historia y en el camino se desvía hacia otra historia. Un personaje apodado el Francés, dueño de un hotel de la villa, lo cuenta así: “Cuando alguien pide un cuarto en agosto, un mes bravo acá en la costa, algo arrastra. Lo veo venir al tipo. Me lo imagino haciendo el bolso, metiendo algunos policiales, abrigo y una botella”. En la realidad, Gesell es el lugar donde Saccomanno escribió los últimos cinco libros. “Todo lugar al que uno llega es territorio a conquistar. Yo llegué huyendo a Gesell”, confiesa. “Allí pude dejar atrás las pastillas y el alcohol, allí me puse a prueba como escritor. O te sentás y escribís, o palmás.”

Ahora le gusta mucho vivir y escribir allá buena parte del año. Porque “sin un mango, en Gesell sos rico, y en Buenos Aires aunque tengas una luca en el bolsillo seguís siendo pobre”. Además, Saccomanno goza de la compañía de los lugareños; todos unos personajes: cuando El buen dolor se le empastaba más de lo aconsejable, Miguel Paz “el gaucho” (encargado del edificio donde vive el escritor en Gesell) lo calmaba con las siguientes palabras: “Todo libro nos llevó un tiempo, Guille, tranquilo”. En cuanto al Francés que en el segundo relato de la novela cuenta las aventuras de G, en la realidad es el arquitecto Carlos Cottet, dueño del hotel El Arcoiris, donde en marzo se alojan los escritores que van al Encuentro de Narradores de Gesell. “Si hablamos de narradores hay que escucharlo al Francés. En invierno nos juntamos algunos amigos en el hotel, a comer y tomar, y él siempre tiene una historia. Vos nunca sabés muy bien lo que te está contando, pero siempre es interesante.”

LA INTIMIDAD DE UNA NOVELA Una vez terminada la faena, Saccomanno no se arrepiente para nada de no haber escrito una Gran Novela familiar, de haber derrochado tantas historias fuertes en un relato corto. “Yo quería escribir una novela corta” insiste. “La irrupción de Duras también me reafirmó en esa dirección. Igual siempre me acuerdo de algo muy divertido que me dijo Noé Jitrik: los que quieren escribir sagas sobre sus propias familias siempre creen que su familia es lo más grande que hay. Y no todas las familias son los Buendía”.

De paso por Buenos Aires, Saccomanno acaba de visitar a los que quedan de esa familia que ocupa los días y las páginas de El buen dolor, su madre y su hermana, precisamente para entregarles en mano el testimonio de ese buen dolor en forma de ejemplares. “Sí, por supuesto que tengo la sensación de que estoy violando la intimidad de un dolor, al escribir sobre él”, acepta Saccomanno. “Pero no lo dejé de hacer porque me parece que en la medida en que ese dolor se exhibe, se exorciza. Y funciona como denuncia: nos merecemos una vida más justa, eso es lo que quiere decir el gesto de escribir sobre la enfermedad y la pobreza. Y para eso hay que ir a la historia íntima. Yo no me propuse escribir un libro para denunciar las injusticias cometidas contra una familia. Estás inmerso en eso. Eso constituye tu historia, tu experiencia”.

Después vendrán las repercusiones, las críticas literarias, los lectores. Mientras tanto, el escritor resume los invariables comentarios familiares: No puedo leer esto con objetividad, le dice su hermana. ¿No podés escribir de otra cosa?, le dice la madre. ¿De qué vas a escribir si no es sobre lo que sabés?, le dice la hija del medio, la sensata. Nos merecemos una vida más justa, nos dice Guillermo Saccomanno.