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Luis Alberto Spinetta cuenta toda la historia de Almendra

El mundo entre las manos

Se sabe: Spinetta no da entrevistas hace tiempo. Pero durante el rastreo de material para la edición de Almendra 68/70, la primera “caja” que merece el rock nacional, apareció una larga conversación de Luis Alberto con Víctor Pintos y Guillermo Quintero en 1984, para unos micros que se pasaban por Piedra libre, el programa de Badía en radio Rivadavia. Allí, Spinetta contaba con lujo de detalles y extraordinaria fidelidad la historia de Almendra, lo que se propusieron hacer desde un principio y cómo se precipitó la disolución de la banda más creativa de la historia del rock en la Argentina.

¿Cómo y cuándo empieza tu contacto con la música?
–Con las audiciones de radio en donde cantaba mi padre. Yo ya lo escuchaba cantar en mi casa y ensayar con sus guitarristas, y ya en esa época la familia se deleitaba un poco con Luis Alberto, el nenito de cuatro años que cantaba tangos. Y ya me gustaba el showbiz: en los cumpleaños o acontecimientos familiares siempre me cantaba algún tanguito. Mi viejo primero y después yo. O sea que la cosa empezó por ahí. Habrá sido siete u ocho años después que empezó mi búsqueda personal, el decir “voy a componer algo”. Empecé a sacar zambas con la guitarra, de una revista mensual que creo que se llamaba Noralí, donde venían los acordes de canciones como “Ky choro ró”. Yo ya sabía algunos acordes y en la revista venía el cifrado, entonces ponía los deditos y la cantaba tranquilo. A partir de ahí empecé a hacer mis propias canciones. Cuando entré al secundario tenía un verdadero stock.
¿Es decir que las primeras influencias vienen del tango y del folklore?
–Como influencias directas. Pero ojo: también escuchaba rock’n’roll en esa época, y en realidad me gustaba más. Pero no lo tocaba: directamente bailaba, me divertía como loco, tenía otra forma de disfrutarlo. Pero, por una cuestión obvia, era mucho más fácil sacar “Ky choro ró”, que es una canción lenta que te permite ir acomodando los deditos, que sacar un rock ‘n’roll que venía a mil. Después fui a ver películas de Bill Haley y ya me empezó a entrar otro tipo de fiebre. Y, con Los Beatles, me dije: “Así sí”. Era una reunión de elementos musicales que iba como anillo al dedo con la idiosincrasia que yo buscaba para hacer música.
A partir de Los Beatles, ¿la primera reacción fue cantar en inglés?
–Yo tenía material en inglés y en castellano, que había acumulado en ese tiempo. Las canciones más movidas eran en inglés, porque me resultaba mucho más fácil para sanatear una letra hipotética: por el sonido, el punch de las palabras, que obviamente es como más percusivo. El castellano lo guardaba para las zambitas, las canciones más melódicas, en las cuales empezaba a expresar mis cositas.
¿Cuándo surgió la necesidad de juntarse con otros que hicieran lo mismo?
–Todo comienza en un cumpleaños de 15 de una prima. Uno de los invitados era pianista, y tenía un grupo llamado The Larkins, que ensayaba muy cerca de mi casa y donde Rodolfo (García) tocaba la batería. Un día me fui a uno de sus ensayos, medio con la mirada rectora de mis padres porque ellos sabían que era el paso decisivo, y cuando entré en esa piecita donde ensayaban los quías y escuché un tipo que cantaba, un bajo, una batería y la guitarra eléctrica, capoté totalmente. Nunca había visto guitarras eléctricas de cerca, siempre españolas o criollas. A partir de ahí me atrapó ese sonido que es un emblema para mí: bajo, batería y guitarra. Al mes ya estaba tocando en fiestas con ellos, la cosa era casi profesional, tocábamos por unos manguitos, yo era el vocalista, y empecé a meter un par de temas, que eran rocks al estilo de los Rolling Stones, con letras en inglés muy precarias. La etapa donde yo empiezo a tener mi propio beatle fue más a los 17 o 18 años, después de empezar a entender el inglés por haber escuchado tantos discos.
¿En qué se notaba la diferencia entre los Stones y Los Beatles?
–Cuando empecé a hacer mis primeros rocks, me parecía imposible llegar a componer alguna canción como las de Los Beatles de ese período, porque eran canciones que rompían con todos los esquemas. Aun hoy analizo los acordes que usaban y son piezas tremendas: la simplicidad que tienen y la riqueza, que es tremenda. Los Stones me resultaban más fáciles, menos cambios de acordes y más ritmo. Yo amaba ambas cosas, pero Los Beatles siempre un poco más.
Cuando estabas con Los Larkins, ¿ya conocías a Emilio y a Edelmiro?
–Los empecé a conocer en el colegio, porque ellos tenían un grupo llamado Los Sbirros en donde tocaba Edelmiro (Molinari), Emilio (del Guercio) y su hermano Angel. Los Larkins sonaban más calle, Los Sbirros eran un grupo de colegio, que se juntaban con alguno que trajera discos de Estados Unidos y lo copiaban enseguida. Pero nomás escucharlo a Edelmiro te dabas cuenta de que se iba a tocar todo. Y con Emilio fue naciendo una amistad en el colegio, porque nos sentábamos juntos y hacíamos de las nuestras. Eso me dio la posta: porque de Los Larkins a mí me interesaba Rodolfo, era el que escuchaba más música y estaba más al tanto de todo. Inclusive era el que llevaba la batuta musicalmente. Así que invité a Emilio y a Edelmiro a que fueran a un ensayo de Los Larkins y después Los Sbirros me invitaron a tocar con ellos: en un momento yo trabajaba con los dos grupos a la vez. Sabíamos que cuando terminara el secundario llegaría el momento; el problema fue que a Rodolfo le tocó la colimba en el sur, entonces fue una pálida tremenda, aunque nos carteábamos. En un momento coincidió que vino a Buenos Aires por una licencia y Edelmiro ya estaba terminando el secundario, así que Rodolfo tocó con Los Sbirros.


Septiembre de 1969: Almendra y Manal tocan juntos en la boite Patacón (ubicada en Junín al 1400). Claudio Gabis tocando con Almendra.

Spinetta arreado por la policía,al finalizar el show.

Y ya estaban sentadas las bases de lo que sería Almendra.
–Es que todos vivíamos prácticamente en fila: yo en Arribeños entre Congreso y Quesada; tres cuadras para el lado de Olivos, en Arribeños y Pedraza, vivía Edelmiro; tres cuadras a la izquierda, en Arribeños y Monroe, vivía Rodolfo; y a cinco cuadras, en Montañeses y Echeverría, vivía Emilio. Nos juntábamos en una casa e íbamos bajando. Cuando llegábamos a la puerta de mi casa eran casi las doce de la noche y, obviamente, mis viejos me decían: “¿Dónde estuviste hasta esta hora?”. En vez de estudiar, los quías se la pasaban tocando la guitarra y delirando. Una de las cosas fundamentales que se hablaron en esa etapa embrionaria fue que sentíamos una ola de cosas que hablaban en castellano, sabíamos que existían Los Gatos Salvajes, Billy Bond... Medio que de ahí salió que nuestra música iba a ser en castellano. En esa etapa ya tenía compuesta “Plegaria para un niño dormido” o la zamba que después hice en Kamikaze (“Barro tal vez”). Lo nuestro era que queríamos ser todo a la vez: Piazzolla, Los Beatles, Los Doble Seis de París. Ibamos a escuchar jazz, nos gustaba el folklore de vanguardia, en ese momento venía Waldo de Los Ríos con sonidos electrónicos y era descomunal, lo veía por televisión y me ponía a llorar porque decía: “Esto también es vanguardia”. Escuchábamos a Rovira, a Mederos, un montón de música que no era El Club del Clan. De todas esas conversaciones y horas perdidas, de todas esas cartas con Rodolfo, parte la premisa de crear una música con una libertad de horizonte total. Almendra no fue una casualidad.
¿Cómo se sentían frente a las imposiciones rígidas que tenía la sociedad en ese momento?
–Me quemaba vivo a diario. Los dos primeros años de secundario fueron como una adaptación. En tercer año no me fue muy bien, y cuarto y quinto los hice de taquito. Era en el Instituto San Román, un colegio con una modalidad bastante represiva, sobre todo en cosas sutiles. Yo era miembro del coro de la iglesia, todos los domingos a las ocho de la mañana iba a cantar, y subía esa escalera de caracol que me llevaba al órgano, y estaba la monjita, y todos los cabezones dormidos cantando, porque los sábados a la noche con Emilio y los chicos era una romería hasta caer muertos a las seis de la mañana. Una vez nos llevaron en cana en Juramento, porque estábamos cantando “Plegaria”. Cayó la taquería, menores de edad, adentro. Yo me sentía como un turco en la neblina frente a millones de cosas, pero con Emilio sabíamos que ya se terminaba esa etapa: de ahí nos íbamos a arquitectura, que fue la carrera que elegimos para empezar, después hicimos un año en Bellas Artes juntos, con muy buenas notas, y cuando Edelmiro zafa de la colimba estamos todos servidos, y empezamos a ensayar.
¿Cómo era la relación con las chicas y con los que no tenían las mismas inquietudes que ustedes?
–No teníamos tiempo para las pibas, para nada que no fuera música o ir a ver una exposición o saber algo nuevo, leer a Cortázar y a Sabato. Igual íbamos a fiestas con Emilio, pero empezábamos a hablar de Nietzsche y, en vez de bailar, estábamos hasta las seis de la mañana hablando con una flaca, y que no nos dijeran nada en contra de Los Beatles porque incendiábamos al que hablaba. En esas cosas se veían las diferencias. Yo era superenamoradizo, caía por todas las minas bíblicas que veía, me decía: “Por fin te encontré, mi amor”. Había un lirismo y una virginidad tal que después se fueron desatando los colmillos.
¿Se sentían marginales?
–En Almendra, el que más calle tenía era Rodolfo, que laburaba y hacía una vida diferente de la nuestra, que era más la de un estudiante secundario. Él nos contactaba con las maravillas que había en ese momento para curtir, desde los programas de radio que pasaban mejor música a las novedades de los grupos americanos. Era medio incontrolable, pero siempre estábamos reunidos en una casa. Cuando íbamos a ver jazz, lo hacíamos en horarios que no nos complicaran la existencia. Nosotros éramos púberes que estábamos en una rara. No nos pasaban las cosas que vivieron los pibes de La Cueva, Javier (Martínez) o Tanguito o Lito (Nebbia), que sí son realmente pioneros en ese sentido: estaban en asuntos más de la noche, tocaban en la calle y venía la licuadora a decirles “Si no se van todos de acá, caen todos en cana”.
¿Cómo les llegó “La balsa”, o los primeros temas de Moris?
–“La balsa” la escuché por televisión, creo que en el programa de Mancera. Estábamos con Emilio y dijimos: “¡Pero estos pibes son impresionantes, yo quiero ser hippie!”.
¿Cómo empieza concretamente Almendra?
–Concretamente fuimos a un recital de Los Gatos en el Payró, y eran una de las mejores cosas que vi en Argentina hecha por un grupo nacional. Esa noche hubo un debate y Ricardo Kleiman me encaró, me preguntó quién era y qué hacía, le conté que tenía un grupo y me dijo: “Ah, bueno, dame tu dirección y un día de éstos vamos a escuchar el grupo”. Un día estábamos ensayando y entraron Kleiman y Amadeo Alvarez, el cantante de Los In. Quedaron entusiasmadísimos, y nos hicieron una prueba para RCA Victor, donde tocamos “El mundo entre las manos” y “Tema de Pototo”, y de donde salió el primer simple del grupo. Me acuerdo de que ya había salido el disco de Los Abuelos de la Nada hacía varios meses. Después hicimos otro simple con “Hoy todo el hielo en la ciudad” y “Campos verdes”.
¿Ya se llamaban Almendra?
–Lo del nombre fue una cosa que nos llevó meses, porque nosotros nos habíamos puesto nombres terribles: Vicuña, no sé, cada cosa... Hasta que Rodolfo y Emilio dijeron: “Ya está el nombre, es Almendra”. Y fue como encontrar “Eureka”. Nadie dijo: “Me parece que no”. En ese momento ya estaba la onda de que los grupos no tuvieran el “Los” adelante. Había salido el libro de Yoko Ono, Pomelo. Y Marmalade, y toda una moda de no poner más “Los” antes del nombre.


En los estudios TNT, donde hicieron sus primeras grabaciones. De izquieda a derecha: Edelmiro Molinari, Rodolfo García, Emilio del Guercio y Luis Alberto Spinetta.

¿Cómo fue entrar a un estudio y enfrentar músicos profesionales?
–A Rodolfo Mederos y Rodolfo Alchourrón los conocíamos de antes, de ir a escuchar jazz. Entonces, cuando íbamos a grabar el álbum, recurrimos a Alchourrón como arreglador y Mederos tocó en “Laura va”. Uno de los músicos que nosotros más admirábamos en ese momento era Astor Piazzolla. Así que incluir a Mederos fue una experiencia inolvidable.
Hablemos de Pototo.
–Era un amigo mío que ahora es mi dentista. Se llama Mario D’Alessandro. Éramos compinches en el colegio, amantes de Los Beatles,como con Emilio. Nada más que Pototo ya en ese momento quería ser odontólogo. Cuando se hizo el viaje de fin de curso, al que Emilio y yo no pudimos ir porque teníamos que hacer un curso para el ingreso a Arquitectura, nos enteramos mediante un telegrama que, durante el viaje, había fallecido Pototo. Obviamente había sido una equivocación del correo, o una broma. Pero en ese momento de desesperación, de saber que había perdido a un amigo, compuse ese tema, que es un tema beatle.
Otro de los primeros simples fue “Hoy todo el hielo en la ciudad”.
–Mi barrio se inundaba cuando había sudestada, el agua llegaba al umbral de mi casa, y nosotros nos divertíamos: no nos dábamos cuenta de la tragedia que vivía la gente a la que se le inundaba todo. Este tema tenía una segunda parte, que quedó sin grabar, y que tenía más que ver con una rebelión contra lo que sucedía en ese momento. La primera parte tenía más versos, pero hubo que acortarla por la grabadora. Nosotros no queríamos conceder nada, pero el sello insistió en que los temas no podían durar más de tres minutos, porque ésos eran los tiempos para la difusión radial.
En “Ana no duerme”, ¿es tu hermana Ana?
–No es solamente mi hermana, sino todas las Anas que no duermen. Es ese ser que siempre está esperando. Esa muchacha que espera ser amada, que espera un poco de amistad, de comprensión, que quiere salir de su mundo vulgar de mujer, que quiere ocupar otro lugar. Hay otras Ana que esperan pero no se dan cuenta, y se piensan que están fenómeno. En aquella época, una chica de 16 o 17 no era lo mujer que puede ser ahora.
¿Y “Fermín”, que ha recibido tantas interpretaciones?
–Enfrente de mi casa vivía un personaje increíble llamado Carlitos, un chico mogólico, que es en parte la personificación de Fermín para mí. Con Carlitos compartíamos momentos de alegría cuando éramos chicos. Si bien él no podía jugar a la pelota con todos, se sentía acompañado en su tremendo problema cuando estábamos con él. También es una apología, porque me acuerdo de que la madre lo castigaba bastante, hasta delante de los demás chicos. Lo del Fermín del tema no sé si es un grado de enfermedad tan agudo como el que tenía Carlitos, pero sirve para definir la situación del alienado como célula propicia para recibir las injusticias más aberrantes.
Otro tema que ha tenido muchas interpretaciones es “Plegaria”...
–Bueno, ese tema habla por sí mismo. Hay una crítica a la injusticia del mundo, habla a las claras de un sistema represivo. Pero la denuncia se hace con dulzura: tiene la virginidad que le corresponde, en ese sentido. Por más que tenía un gran impacto cuando lo cantaba, si analizás la letra ves que es pura ideología cristiana: el semejante, el prójimo, la solidaridad. Una temática a la que Nietzsche se opone rotundamente.
¿Y “A esos hombres tristes”?
–Ahí también está el código de cuando éramos chicos: el domingo siempre era un día triste, no sé por qué. A la vez era alegre, porque había fútbol, se reunía la familia, había rica comida. La importancia que se le daba al fin de semana en nuestro país por esos años era tremenda. Pero la soledad personal en ese momento era muy nítida, y yo la utilicé para decir, por ejemplo, “vive de azul, porque azul no tienes domingo”. Después de Submarino amarillo, el azul pasó a ser un color interdicto para la felicidad, pero eso no quita que sea un hermoso color, y poder decir que, teniendo un color, se podía quebrar ese domingo argentino tremendo.
Hablemos de “Muchacha”...
–La de la canción era Cristina Bustamante, mi primer gran amor. Vivía en el mismo edificio de Emilio y la conocía de vista. Pero una vez que los padres de Emilio habían viajado, invitamos a las chicas a tomar algo, a bailar, una especie de asalto. Y ahí me enamoré. Por primera vez. En realidad ya me había enamorado varias veces, pero siempre habían sido amores imposibles, por diferencia de edad: las maestras, las pibas más grandes. Y bueno, todos esos pequeños amores desembocaron en un gran amor,que fue el de esta muchacha ojos de papel. No sólo fue mi primer amor, sino también mi primer gran amor, inolvidable. Cuando estrenamos la canción en el Coliseo, fue tan rotundo el éxito que yo mismo lloraba, no lo podía creer. Aparte, el día que la estrené habíamos tenido una pequeña pelea, y en la mitad de la canción ella se fue. Yo cantaba y la veía irse por el pasillo hacia el fondo. Ese tipo de cosas bien de los dieciocho años. Después vino el éxito y sentí que la canción pasaba a la gente, lo mismo que cuando estrené “Plegaria” o “Figuración”.
El primer disco cierra con “Laura va”.
–Es una réplica de “She’s Leaving Home” de Los Beatles. Después de escuchar esa canción, no quise privarme de componer algo que se pudiera orquestar de esa forma. Me acuerdo de haberla compuesto un año y medio, o quizá dos años antes de que Almendra la grabara.
Pasemos al disco doble: “Toma el tren hacia el sur” es un tema de ruta.
–Era la influencia de la gente que se iba a El Bolsón. Decía que una forma de entender lo que pasaba era liberarse de la opresión de la ciudad y viajar hacia lugares más desérticos, y buscar otro tipo de vida.
En el doble hay muchas más partes instrumentales.
–Cuando hicimos ese disco yo estaba muy enloquecido. En realidad, tras haber hecho muchos textos con la ópera, en un momento me cansé, y quería proponerle a los pibes hacer un disco totalmente aleatorio, un campo en el cual nos sentíamos muy bien. Por eso están esas largas zapadas. Yo estaba convencido de que no había que hacer más canciones sino ponerse a tocar música espontánea, basado en el concepto de la importancia del momento en que surge la música, un momento terriblemente sensual. Pero todas estas cosas eran ideas, y no se podían mechar en la realidad. Todo el segundo disco habla de una especie de polirritmia. Y para eso, evidentemente había que sacrificar algunas ideas en favor de otras.
En ese estilo está “En las cúpulas”.
–”En las cúpulas” representa ese Almendra que la gente no pudo llegar a conocer, con una profundidad tremenda y la letra tratando de llegar a algo mucho más profundo que en lo del primer disco. Otros temas, como “No tengo idea”, de Edelmiro, a mí no me gustaban, porque se notaba que Edelmiro vivía mucho con Gabriela y le dedicaba su música. Para mí eso una cosa muy personal que no entraba. Yo hinché con insertar cosas que tenían que ir o ir, no puedo decir mucho, pero pienso que había temas mejores para hacer.
¿Cómo eran los shows de Almendra?
–Al principio estuvimos un largo tiempo sin actuar. A partir de la primera actuación en el Instituto Di Tella, empezamos a tocar en el circuito porteño, después en los suburbios, después en el interior, y no se paraba nunca. Quizá fue una de las cosas que le hicieron mal a un grupo como Almendra, que debió ser un grupo de concierto y no un grupo de shows. Por mantener esa infraestructura de ir a tocar a todos lados, llegó un momento en que se fue perdiendo esa chispa de juntarse para ensayar y para cocinar, digamos. Las giras son verdaderamente agotadoras.
¿Almendra era un grupo disciplinado para trabajar?
–En un primer momento sí. Después se empezó a delirar la cosa, cada uno fue haciendo su propio quiosco, lo cual es lógico, pero se empezó a diseminar. Se perdió una ópera, por ejemplo, toda una obra musical bastante bien armada, que no sé si alguien tendrá en algún casete que haya grabado de casualidad en los ensayos... Llegó un momento en que el laburo le impidió al grupo tener rigor para tocar. Y, con los cambios económicos, cada uno empezaba a tener un poco de satisfacción y quería sus cositas, su equipito de audio o una guitarra nueva... Obviamente se fue dando un aburguesamiento del grupo con todo ese dulce.
Siempre se te señaló como el líder de Almendra. ¿Existía ese liderazgo?
–Un día vi un cartel que decía “Luis Alberto Spinetta y sus Almendros”, y casi capoto. Pero eran cosas que estaban alrededor del grupo. Yo siempre traté de defender mi creación como individuo, porque eso es patrimonio de cada uno. Lo que sí reconozco es que en el aspecto mecánico sí recaía sobre mí todo el peso: por ser el que más cantaba, el compositor de la mayoría de las obras, tenía el compromiso de un montón de cosas, que fueron las que me empezaron a desagradar de Almendra. Yo veía que en parte mi plan había fracasado, porque mi plan no era Spinetta sino Almendra. Cuando estuvo Pescado fue lo mismo.
¿Cómo funcionaba la creación en el grupo?
–El Almendra de la primera época era de elaborar coros. Sobre los acordes que llevaba yo, empezábamos a hacer arreglos de los cuales participaban las voces y todos los instrumentos. Después se optó por una temática más fuerte: mandar al vocalista al frente y sonar más grueso atrás. Cuando presentamos “En las cúpulas” y un montón de cosas nuevas en BA Rock, sentimos que la gente nunca lo iba a entender, porque estaban aferrados a “Plegaria”, a “Muchacha”, a “Ana no duerme”. A partir de ahí, se empezó a funcionar con otro tipo de ideas, que a mí no me gustaban. Eso, más el esfuerzo de cumplir con todas las contrataciones y saber que nuestro representante nos había currado, fue el punto culminante para el grupo.
De ensayar en tu casa, Almendra saltó directo al estudio de grabación, y antes de tocar en Buenos Aires actuaron a Perú.
–Fue una aventura, el grupo empezaba a funcionar y el sello nos mandó a Perú, todo pago en un excelente lugar, y con la edición de un simple allá. Además grabamos una cinta con algunas canciones que después trasladamos al disco. Fue muy lindo porque Almendra era tan diferente de todo lo que se vio en aquel festival que fue un éxito notable. Nos cansamos de escuchar música en tres por cuatro, valses, y de repente sale Almendra y tocamos el tema de Edelmiro, “Color humano”, y veíamos peruanos a quienes les estallaba la cabeza.
¿Y veinte días después debutaron en Buenos Aires, en el Di Tella?
–Fue una presentación exclusiva, la primera: preparamos unas diapositivas impresionantes, como si fuéramos presos, todos los rostros de atrás, de costado y de frente, como si las fotos de los archivos policiales. Me acuerdo de que el grupo se presentó tocando irónicamente un vals viejísimo, “Desde el alma”, con una guitarra distorsionada. El éxito superó las expectativas que se habían generado, para nosotros fue un paso importantísimo. Después volvimos a tocar: con gente del jazz (donde hicimos un tema de Coltrane, incluso) y en un happening de Marta Minujín, muy loco, muy Flower Power.
¿La misma importancia tuvo el segundo concierto en el Teatro Del Globo?
–Creo que todos esos conciertos fueron muy importantes porque pivotearon que Almendra llegara al gran punto, antes de los discos. Lo del Coliseo de los domingos a la mañana fue especial porque nosotros veníamos de esperar eso, un contacto grande, y todos los demás grupos ya lo habían hecho, Manal... Ahí Almendra pudo mostrar realmente lo que quería hacer. Otra cosa importante fue que actuamos con una protegida producida por Paul McCartney que vino a la Argentina, Mary Hopkins. Ella había hecho un hit, “Those Were The Days”. Fue como una especie de debut, fue muy bueno.
En ese momento, ¿pensaban también en el dinero?
–Creo que se pensaba muy poco en esos términos, porque veníamos todos de vivir con nuestras familias y no teníamos la responsabilidad de ganar dinero. Pero en la medida en que nos sentíamos verdaderamente profesionales, empezamos a sentir lo importante que era que nos pagaran lo correcto. Creo que tenía su importancia: trabajábamos para tener buenos instrumentos. Ésa era la apetencia exclusiva, renovar equipos.
Generalmente, cuando uno empieza, sigue el camino que van mostrando quienes están delante, ¿en algún momento fueron conscientes de que ya estaban tomando la delantera?
–Creo que no lo teníamos muy en cuenta. Nuestra preocupación fundamental era sonar bien y producir música muy original, que se distinguiera sobre todo de la música extranjera, que venía con todo. Luego, con el nacimiento de otros grupos, como Vox Dei, sabíamos que no éramos los únicos, que éramos muchos que estábamos peleando por obtener un lenguaje, algo para decir y que captara a mucha gente.
¿Qué quedó en el camino entre el primer disco y el doble?
–En realidad, el material de un segundo disco de Almendra nunca se llegó a realizar, porque antes de que surgiera la temática del disco doble, ya estaba compuesta la ópera, que bien podría haber abarcado un disco entero. Por otro lado, había una cantidad de temas, por ejemplo uno que se llamaba “Cero”, y en el primer disco habían quedado afuera “Chocolate” y “Jueves no se detiene”, un montón de canciones, sumadas a las de la ópera, que no se llegaron a conocer, muchas eran de la época de “Hermano perro”. Pero como el primer disco salió muy tarde, cuando nos agarró la segunda grabación estábamos cansados de ese material, y tratamos de incluir temas más nuevos, que por otro lado llevaban un cambio inminente. Yo quería que Almendra saliera un poco de esa melaza de los temas dulces y entrara en una cosa un poco más comprometida rítmicamente, más por el lado de “Ana no duerme”... Nos agarró en una transición grande el segundo disco. A todos: no como Almendra, sino a cada uno.
Con respecto de la ópera, ¿podrías contar qué iba a ser?
–La influencia más directa fue Tommy. No nos basamos en ella, pero sí tomamos el indicio, que era perfecto: realizar una obra extensa con un texto largo y que respondiera a un mismo concepto. Se iba a llamar Señor de las latas y era la historia de una especie de dios que bajaba a la Tierra, recorría esta ciudad y cantaba lo que los juglares cantaban en ese momento (iba a incluir temas de Moris, de Lito Nebbia, de Roque Narvaja y de Javier Martínez). El punto final era que este ser se despertaba hecho un pordiosero y empezaba una nueva vida: la música de ese despertar era el tema “Canción para los días de la vida”. Había una cantidad de historias paralelas, el tema “Ella también” formaba parte, inclusive había una cita de “Muchacha” en un tema que se llamaba “Niño escobita de sol”. Había una cantidad de cosas muy lindas. La “Obertura”, que además tenía una introducción muy buena, que lamento que se haya perdido en la noche de los tiempos.
¿A partir de qué momento se dio aquello que te llevó a decirle a la gente: “Nunca me escuchaste en tiempo”?
–Es así, no es algo que pensé siempre, sino que otra gente lo pensó antes y yo lo vi así: “Estás muy avanzado, hacé una cosa más a tierra, la gente lo va entender después”. Y yo me dije: que lo entiendan después, pero yo lo entiendo ahora, no lo puedo hacer mañana. En parte, cuando vuelvo de una cantidad de periplos musicales a hacer un ritmo rockero, es con la intención de recrear un estilo que en mí no murió, un estilo de rock con un tratamiento armónico más nutrido. Aquél era un momento ideal para decir: este rock es para entender y para no entender, pero lo cierto es que nunca me diste un tiempo. Creo que, salvo cosas muy pueriles o pasajeras, ninguno de los artistas actuales somos atendidos o entendidos en tiempo.
A tantos años de la disolución de Almendra, ¿sentís que era inevitable?
–Retrospectivamente hablando, la decisión era inevitable en ese momento. Pero, si ahora la tuviera que tomar, diría: “Busquemos la forma de ser Almendra sin ser lo que en este momento somos como Almendra”. Todo eso de los shows y el excesivo trabajo y la falta de continuidad en los ensayos, que nos llevaron a dejar de lado la ópera y otras cosas, porque era mucho trabajo. Había cosas que nos hacían daño y no nos dimos cuenta hasta el momento de la separación. La persona que nos había trabajado como representante en realidad nos había estafado... Teníamos adentro un mal que nos estaba haciendo bolsa, y ahí saltó todo. Un motivo más que se sumó fue que había una cantidad de propuestas oficiales que para mí no eran nada auspiciosas: como ser que un gobierno de facto pretendiera producir una obra de un grupo como Almendra, a nivel nacional, como si fuera un producto más de la arquitectura criolla. Yo me negué a eso, interiormente no estaba de acuerdo para nada en colaborar con algo oficial.
¿Cómo fue eso?
–Era una propuesta para hacer una presentación de la ópera y que Almendra fuera Los Beatles argentinos o una cosa así, que a mí me parecía cínica. Todo eso estaba digitado por esta persona que no era honesta al grupo, y hubiese desencadenado la ruptura del grupo, de no resistirme, pero en un nivel de conciencia muy inferior a lo que fue, y con un deterioro espiritual más grande que el que produjo la disolución.

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