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Roberto Carnaghi hace de Shylock en el San Martín

Retrato de hombre con
dos caras

Su vida estaba orientada a convertirlo en un actor de teatro serio, pero la necesidad de trabajo lo llevó a la publicidad y a la televisión. Lo mejor del caso es que no dejó de ser un gran actor dramático. Así nació la leyenda del hombre de dos máscaras: Carnaghi el cómico, el de la televisión, el gran actor que trabajó junto a Tato Bores y Antonio Gasalla. Y Carnaghi el serio, el del teatro, donde protagonizó más tragedias que comedias y ahora es Shylock, el controvertido usurero y prestamista de El mercader de Venecia de Shakespeare, en una polémica puesta. En diálogo con Radar, los dos Carnaghis cuentan su vida.

POR CLAUDIO ZEIGER

Las dos caras de Carnaghi son exactamente las dos caras del teatro. La única diferencia es que, en los tiempos en que fueron inventadas la tragedia y la comedia, no existía la televisión. En lo que a al actor respecta, su propia voluntad pero también las circunstancias hicieron que las dos caras se repartieran salomónicamente entre la TV y el teatro: a la TV, Roberto Carnaghi le regaló su inmensa capacidad para crear personajes graciosos con los gestos, el cuerpo y los matices de su voz. Al servicio del teatro, Carnaghi puso en práctica las mismas armas, los mismos matices, pero en otro “formato”. Carnaghi es un actor dramático que supo brillar en muchos papeles de reparto y también en protagónicos, como el Shylock que por estos días encarna en la puesta de El mercader de Venecia de Robert Sturua en el teatro San Martín. Ésta es una obra que, se sabe, tiene sus aristas filosas: punto álgido de las acusaciones de antisemitismo que periódicamente recaen sobre la figura de Shakespeare, también es una obra poco representada. Y no sólo por ser conflictiva: si de bordes se habla, la tragedia y la comedia se cruzan más de una vez en su vertiginosa trama, produciendo cierto escozor a los puristas.
Desde que comenzaron las funciones de El mercader de Venecia (donde además de Carnaghi actúan Horacio Peña, Horacio Roca, Juan Palomino, Ingrid Pellicori y Rita Terranova, entre otros), hubo algunos chispazos de enojo y debate porque el público se ríe cuando Shylock, el judío usurero, da rienda suelta a sus pensamientos y sentimientos (una situación que se reitera en las funciones, y que si bien puede ser interpretada como una manifestación de antisemitismo, habla sobre todo de la dificultad que sigue provocando, aun hoy, la real comprensión de este texto bastante maldito). “Sí, sucede, pero esto habla de una realidad de la gente. Duele, molesta. Por más que sea gente que viene al teatro, tienen una mirada muy especial, sea sobre el judío, o sobre el boliviano. Y la intención de la puesta es hablar del racismo a todo nivel”, dice Carnaghi.
EN DEFENSA DE SHYLOCK Cuando Carnaghi volvió a leer El mercader de Venecia sabiendo el personaje que iba a interpretar, decidió despojarse de tanto prejuicio acumulado sobre esta obra, y llegó a interesantes hipótesis: “De pronto me di cuenta de que Shylock es un marginado. Sobre todo al comienzo de la obra, busca ser aceptado por quienes lo rechazan. Pero también Antonio, el mercader que requiere de su dinero, es un marginado. Yo pienso que es homosexual; Shakespeare no lo pone en claro pero sí lo da a entender. Antonio da su carne en garantía por su amigo Bassanio, y los demás dicen que sólo ve el mundo a través de los ojos de Bassanio, que es a todas luces un vividor. En mi opinión, Shakespeare escribió sobre dos hombres que se enfrentan, pero consciente de que los dos han sido marginados de la sociedad. Mientras los demás se casan y entran en la gran sociedad, Shylock y Antonio quedan afuera”.
Pero hay más información, y Carnaghi pone un gran entusiasmo en explicar lo que leído acerca del contexto de El mercader de Venecia:
“Cuando Shakespeare escribió esta obra se había dado el caso de un médico judío español al que condenaron a la hoguera acusado de querer envenenar a la reina. Probablemente lo haya influido ese caso. Pero lo que sí se discutía en el momento de El mercader de Venecia era la usura. No estaba permitido cobrarla, pero se la ligaba a un problema racial. Lo que ocurre es que los judíos en Inglaterra no podían hacer otra cosa que prestar dinero, porque no les estaba permitido fabricar ni hacer comercio. Hay escritos de Lutero diciéndole al rey de Alemania que sí era lícito cobrar un interés. Por ese entonces se empieza a discutir el tema en la Iglesia. La Biblia dice que no se le puede cobrar usura al que es de tu misma raza y religión: entonces los cristianos les pasaron el paquete a los judíos, pero luego empezaron a hacerlo también ellos. Tampoco estaba permitido salir de garante, porque sólo Dios sabe lo que va a ocurrir. Si Shakespeare hubiera escrito una obra antisemita, no habría puesto en boca de Shylock, en el monólogo del final, sus palabras sobre los esclavos.Cuando se defiende frente al Dux de Venecia, Shylock dice a los cristianos que le piden clemencia para Antonio: Tienen entre ustedes muchos que compraron esclavos, a quienes como mulas, como perros, como burros, exponen a la muerte en tareas abyectas. Si yo llego a decirles que los dejen en libertad, que los casen con sus hijas, ¿qué me contestarían?: los esclavos son nuestros. Así les contesto yo. La libra de carne que yo reclamo la compré cara y quiero tenerla. Esas palabras lo reivindican frente al espectador. Shylock está defendiéndose frente a los que le piden clemencia pero no son clementes con él”.

UNA LEGION DE MONOS Hay un momento de la obra en que a Carnaghi le llama particularmente la atención la reacción del público: la hija le ha robado una joya y la ha vendido para comprar un mono, signo de desprecio y frivolidad. “Era una turquesa que le había regalado su esposa antes de casarse, y él dice que no la hubiera cambiado ni por una legión de monos. Está hablando de sus sentimientos, pero en ese momento la gente se ríe. Yo no lo entiendo. Llama a la reflexión: ¿por qué la gente se ríe en ciertos momentos con Shylock cuando en la obra los cristianos son peores que él? Es cierto que no hay que remitirse a El mercader de Venecia para ver el estado de las cosas: después del atentado a la AMIA el Gobierno cometió la gaffe de mandar condolencias al gobierno de Israel, como diciendo que quienes habían muerto en la AMIA eran judíos y no argentinos”.

LA COMICA CORRUPCION Cuando su Shylock y esta polémica todavía estaban muy lejos de concretarse, Carnaghi fue Carnaghi, el corrupto: una situación y un personaje que también se prestó a shakespeareanos equívocos: ¿por qué pegó tanto ese personaje que encarnaba en el programa de Tato Bores? ¿Qué había en el fondo de esa simpatía popular por un corrupto confeso, que lo erigió en un actor cómico para las masas y en un adalid del humor político? Para colmo, el personaje llevaba nada más ni nada menos que su nombre. “Pasados los años dije que mi personaje era un corrupto de cabotaje. Pero creo que en algo nos identifica. No todos los argentinos son así, por supuesto, pero algo pasa cuando un personaje pega de la manera que pegó ése”, dice el actor. Carnaghi había empezado a trabajar con Tato en 1979, haciendo un interventor del canal que metía los libretos de Tato en la compactadora. Cuando años después los hijos de Tato (Sebastián y Alejandro) se hicieron cargo de los libretos, surgió el personaje de un representante de políticos. Ya despuntaba el ídolo, que devino vendedor todo terreno y finalmente El Corrupto. “Yo lo encaré como una persona simpática. Ese argentino piola al que, mientras no se pase, le damos permiso para actuar. En un momento dije en televisión (inclusive después me llamaron amigos para decirme cómo podía declarar esa barbaridad) que es muy difícil decir que no a cinco millones de dólares, cuando lo único que tenés que hacer es firmar un papel. Yo, Carnaghi, me lo planteo: ¿qué hacés en una circunstancia así, sabiendo que, si no agarrás vos, detrás vienen diez más que sí van a agarrar? La corrupción está en el hombre, lo que deben existir son mecanismos de control.”
Carnaghi se volvió muy famoso con este personaje, al punto que estuvo por hacer un programa de radio (no se concretó porque no estaban disponibles los libretistas en ese momento) y hasta le ofrecieron ponerle su nombre a un restaurante, algo que también rechazó: “Yo estoy muy orgulloso de ese personaje, sobre todo por el marco en el que estaba, que era un programa de mucha calidad. Todavía tengo el ejemplar de Página/12 donde Horacio Verbitsky hablaba de la corrupción según Carnaghi, o había titulares de revistas tipo Carnaghi, mi corrupto favorito. Imaginate si en los diccionarios del futuro aparece Carnaghi como sinónimo de corrupción, como le sucedió al marqués de Sade con el sadismo”.

COMO ME HICE COMICO Pero justo es decir que Carnaghi no hubiera llegado a la televisión de no ser por una ayuda extraactoral, que lo llevó a superarel complejo de actor serio: la terapia. La historia arranca en la juventud, cuando ingresó a estudiar teatro en la Escuela Municipal de San Isidro y luego a la Escuela Nacional de Arte Dramático. Allí, Claudio Da Passano lo orientó hacia el Conservatorio, de donde salió hecho todo un actor serio. “Yo decidí muy pronto vivir de la actuación. No viví, por supuesto, pero trabajé mucho en el off. Trabajé con Alberto Ure, con Carlos Gandolfo. Siempre hacía teatro serio, y mi intención era trabajar en grupos. Hubo un grupo con el que trabajamos intensamente, pero sólo quedamos Alberto Segado y yo, el resto se fue a trabajar a España. Quería hacer un teatro lo más puro posible, lo que obviamente nunca me permitiría vivir de la actuación. Pero ya estaba casado y tenía un hijo, y me empecé a analizar. Ahí, en terapia, pude aceptar que tenía que abrirme a otras actividades que me dieran de comer. En la televisión empecé haciendo publicidad. Fui uno de los primeros actores que empezó a hacer papeles cómicos en publicidad”, algo que actualmente Carnaghi ha retomado, en un comercial donde, con cara de sufrimiento, afirma que manejar Internet es muy fácil. “En esa época también hice El tío Vania dirigido por Roberto Durán, pero no anduvo bien y entonces me fui a trabajar un año al Maipo. Estaban Olmedo y Porcel, y todos los grandes de la revista. También trabajé con Osvaldo Pacheco y Pinti. Aprendí muchísimo. Ellos lo hacían en serio. No era lo que yo creía desde mi mirada intelectual del teatro serio: vos subías al escenario y no fueras a dar mal un pie porque te mataban. Además se divertían mucho, y eso me vino muy bien. Pero siempre prioricé lo que quise hacer por sobre el dinero, así que dejé la revista para integrar el elenco estable del San Martín. Me decían que estaba loco. Yo ni siquiera confesaba que ganaría la mitad de lo que ganaba en el Maipo.”

POLONIO EN CLAVE Ya en el San Martín, Carnaghi hizo un notable Polonio en la puesta de Hamlet de Omar Grasso, protagonizada por Alfredo Alcón. “Para hacer Polonio pensé mucho en López Rega, esa imagen del obsecuente en el balcón, que cada vez que hablaba Perón él asentía. Fue muy bueno porque el grupo humano que hizo la obra era hermoso. Yo ya había trabajado con Alfredo Alcón, pero nunca haciendo un papel tan relevante.” Si bien Carnaghi admite que ese Hamlet hablaba deliberadamente de la justicia en tiempos injustos, no cree que el teatro San Martín haya sido un lugar de resistencia. “Sabíamos que estábamos diciendo cosas sobre lo que pasaba en el país, pero no éramos la resistencia: era una isla. Uno no puede dejar de decir que el que manejaba todo por arriba era Cacciatore, el intendente de la ciudad. Lo importante es que pudimos hacer algo desde un lugar que finalmente era el aparato del Estado. En el elenco había gente que estaba prohibida en otras partes. Gracias a Kive Staiff, trabajaban José María Gutiérrez, Graciela Araujo, María Rosa Gallo, que estaban prohibidos en televisión. Si finalmente los militares permitían que se hicieran las obras, era porque no estábamos en la tele. Ahí no lo hubieran dejado pasar.”

NO HACERSE EL GRACIOSO Este eminente cómico de la televisión no acepta, sin embargo, ir a hacerse el gracioso a la televisión de estos tiempos. Concretamente, no va a ningún talk-show. “No me gusta tener que ir a un programa a hacerme el gracioso. A mí, Jorge Guinzburg me gusta mucho y me parece muy inteligente, pero yo hablo a veces con los compañeros que me dicen que, cuando van, se ponen nerviosos, toman mucho champagne, y yo digo ¿para qué voy a ir a ponerme nervioso y a hacerme el gracioso en el programa de otro? ¿A título de qué? Yo creo que hay que tener las cosas claras: la televisión es el mundo de los productores, el teatro es el mundo de los actores y el cine es el mundo de los directores. Si los actores diéramos rating, habría muchos programas de actores. Y con respecto a los actores que se hacen los graciosos, siempre me acuerdo que Tato decía: Una vez, dos veces, te puede salir bien el chiste, pero paraser inteligente y brillante todo el tiempo, alguien te tiene que escribir el libreto.”

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