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Raúl Sanchez, de la esma al ascenso del senado
La historia del represor reciclado

El teniente de navío Raúl Sánchez estuvo en los Grupos de Tareas. Hace dos años el Senado aprobó su ascenso y ahora es asesor de Inteligencia Naval. Un ex detenido en la ESMA cuenta cómo lo fotografió junto a otros 72 hombres de Massera.

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La fotografía de Sánchez que tomó Basterra y que publicó “La Voz” en el ‘84*.
El antiguo represor se recicló en democracia con la anuencia de los senadores.

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Por Susana Viau


t.gif (862 bytes)  El detenido Víctor Basterra accionó el disparador con la displicencia que da la costumbre. Desde hacía dos años su tarea esclava era la de retratista y falsificador de documentación de la ESMA. Delante de él, Raúl Sánchez se quitó la chaqueta oscura de la Federal que se había colocado para la sesión fotográfica. En las charreteras resaltaban las insignias de inspector. De la cintura para abajo, el hombre de espesos bigotes seguía siendo el teniente de navío Raúl Sánchez, alias Rubén Julio, infante de marina y personal “operativo” de la Escuela de Mecánica o, lo que es igual, integrante de sus Grupos de Tareas. Entre las múltiples funciones de Sánchez en la ESMA estaba la de controlar a Máximo Nicoletti, submarinista montonero pasado a las filas de la Armada. La foto carnet de Sánchez fue tomada en 1982, según señaló la edición del 30 de agosto de 1984 del desaparecido diario La Voz. El texto, muy breve, contenía un error: lo identificaba como “Luis” Sánchez. En 1998, el Senado, sin indagar mucho, aprobó su ascenso a capitán de navío. Tal como informó Página/12 el domingo último, en la actualidad Sánchez cumple tareas de inteligencia interior en el Servicio de Inteligencia Naval. Basterra, militante del Peronismo de Base, había sido capturado a principios de agosto de 1979 y liberado el 2 de diciembre de 1983, a ocho días del cambio de gobierno que instalaría en la presidencia a Raúl Alfonsín. Lo habían “ablandado” con un argumento que la historia mostraba casi inapelable: su pequeña hija había sido secuestrada junto a él. Estuvo siete meses en “Capucha”, hasta que los marinos descubrieron que podía cumplir alguna función, además de la de “recuperarse” para la forma de vivir y pensar en la que creían y el plan de lanzamiento político del caudillo de la fuerza: el almirante Emilio Massera. Por la lente de la cámara de Basterra pasaron no menos de ochenta oficiales y suboficiales de la Armada, además de suboficiales de la policía, Prefectura y Servicio Penitenciario. El jefe de Basterra era Horacio Pedro Estrada, quien también llegaría a capitán de navío por la desidia o la complicidad legislativa. Fue Estrada –vinculado posteriormente a la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia y suicidado en extrañas circunstancias– quien le encargó la confección del pasaporte que el Ministerio de Relaciones Exteriores (que el reparto del poder del Estado había adjudicado a la Marina) le “otorgó” a Licio Gelli, el capo de la P-2. Estrada le requirió, asimismo, algunos trabajos particulares: un carnet de conducir falso para que la hija del almirante Rubén Jacinto Chamorro lo utilizara en uno de sus viajes e, incluso, el revelado de cierto material vinculado con la sexopatía que acosaba a Estrada y pudieron constatar los magistrados que revisaron su departamento el día del presunto suicidio.La lista de Basterra Basterra relató hace años a este diario que la capucha le quitaba visión, pero lo obligaba a entrenar la memoria. Aprendió a fuerza de repetírselos entre 80 y 90 nombres con sus respectivos sosías y seudónimos. Los marinos no podían controlar la cabeza de sus víctimas, pero estaban convencidos de que habían controlado enteramente su voluntad. No quedaba en ellos –suponían– ni un gramo de audacia. Fue un grave error. Después de obtener cada foto, Basterra se dedicó a copiarlas. Un verdadero archivo que el secuestrado ocultó en las cajas de papel sensible que estaban allí, al alcance de cualquiera y, por eso mismo, los marinos jamás se ocuparon de revisar. Cuando salió de la ESMA en una suerte de libertad vigilada, Víctor Basterra creyó llegado el momento de apelar a algo más que a la fragilidad de la memoria. No se animaba aún a escribir y recurrió entonces a una especie de Braille: sobre el texto de la dieta Scardale, con una aguja, perforó letra a letra hasta que los agujeritosfueron armando primero el grado y el nombre, luego el nombre de guerra y al final la lista completa.Al teniente de navío Sánchez le tocó el número de orden 50 y fue anotado con su seudónimo, como todos: “Rubén Julio”. Había actuado en el Operativo Tucumán y posteriormente en Operaciones en la ESMA desde 1981. Era el hombre que tenía bajo su responsabilidad el control de Máximo Nicoletti, el submarinista montonero pasado a las filas navales. Pero la memoria no es infalible, ni siquiera la de Basterra que lo registró como “Luis”. La confusión le permitió a Sánchez ascender a capitán de corbeta, de fragata y, en 1988, al grado de capitán de navío, un premio recibido junto a otros oficiales ligados a la represión. El último peldaño para el salto a contraalmirante y el acceso al almirantazgo. Sánchez se desempeña desde hace casi tres años en el Servicio de Inteligencia Naval, donde reemplazó a su compañero Alfredo Astiz, luego de que, en 1997, fuera localizado por Página/12 cumpliendo tareas en esa dependencia. Los jefes de Sánchez en el SIN fueron los contraalmirantes Roberto Roscoe y Eduardo Llambí, sobrino nieto de Benito Llambí, embajador de Juan Domingo Perón en Suiza y fervoroso miembro de la P-Due. El comandante en jefe, el almirante Carlos Marrón (conocido como “Charlie Brown”), ex vocero de Massera. En carácter de subjefe del SIN se desempeñaba el capitán de navío Carlos Daviou, piloto de vuelos de la muerte, según las confesiones de Adolfo Scilingo y con captura internacional solicitada por el juez español Baltasar Garzón. Se asegura que desde su puesto en el SIN, Sánchez suministró los datos que le permitieron a su superior, el contraalmirante Llambí, efectuar las primeras maniobras de aproximación a Eduardo Duhalde: un chivatazo de Llambí puso en conocimiento del gobierno bonaerense que la Armada efectuaba explotaciones comerciales en las canteras de conchillas y tosca ubicadas dentro del predio del CIFIM (Centro de Incorporación y Formación de Conscriptos), en el Parque Pereyra Iraola. Sánchez conocía el tema de primera mano porque había estado destacado en ese Centro de Incorporación. Una denuncia permitió la inmediata intervención de la Justicia platense, que comprobó que la Armada usufructuaba de esas canteras. La provincia de Buenos Aires pudo recuperar así las 1730 hectáreas que la Marina ocupaba desde 1978 y hoy han sido destinadas a reserva forestal.

 

 

OPINION
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