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Por Ernesto Katzenstein * ![]() ciudad
chata, sin límites precisos, apoyada en la infinita vastedad de la pampa
de la que la costa es sólo un límite en los mapas. Esta ciudad de dos
millones de habitantes, capital y centro económico de un país
despoblado, era la boca de salida, a través de su puerto, de una enorme
producción agropecuaria que había colocado económicamente a la
Argentina entre los primeros países del mundo.
La
ciudad estaba entonces, y lo está todavía, construida sobre una retícula
implacable trazada cuatro siglos antes por los conquistadores españoles.
Sin una cultura indígena importante, habiendo ocupado un puesto
secundario en el imperio colonial español, Buenos Aires no guardaba de
esa época monumentos comparables a los de otras ciudades coloniales, para
no hablar de los México o Perú.
La
Buenos Aires que vio Le Corbusier era una ciudad formalmente estructurada
alrededor de fines del siglo XIX y comienzos del XX, época en que se
construyó el puerto y los grandes edificios, y que coincidió con los años
de mayor aporte inmigratorio, que tuvieron su punto cúlmine en el año
1914, cuando más de la mitad de la población estaba formada por
extranjeros.
La
ciudad presentaba por ello un aspecto híbrido. Sobre la trama colonial,
edificios públicos y grandes residencias de los más variados estilos
europeos convivían con las viejas viviendas criollas y los nuevos
conventillos en los que se amontonaban los inmigrantes. De construir los
primeros se ocupaban los gobiernos y la clase dirigente que aquél
representaba, empecinada, a través de una transculturación masiva, en
transformar el país en una nación, por lo menos en apariencia, europea y
moderna.
No
puede decirse lo mismo de la vivienda. Esta no tuvo casi lugar en los
planes oficiales: su construcción se entendió como una forma de
especulación privada resultante de la inversión de los excedentes de la
producción agropecuaria.
La
arquitectura oficial y la de la clase vinculada con ella había
evolucionado en los cincuenta años que precedieron a la llegada de Le
Corbusier, desde un academicismo algo ingenuo a un opulento eclecticismo.
El
eclecticismo fue, en su conjunto, la arquitectura del Estado liberal y en
sus diferentes "maneras", en su misma evolución, en su
actualización permanente, reflejó las diferentes presiones sociales y
económicas que definieron las crisis estructurales del sistema en esos años.
Estas crisis originaron nuevos programas edilicios que dieron lugar a
formas alternativas que fueron absorbidas y dieron continuidad y vitalidad
al proceso.
Es
así como hacia fines de la década del 20 conviven en Buenos Aires
construcciones que responden en su mayoría a formas francesas, desde el gótico
al neoclasicismo, ejecutadas por arquitectos locales de formación europea
o por arquitectos extranjeros -�algunos de los cuales nunca vinieron al
país-�, junto con intentos académicos como el pintoresquismo de origen
inglés, o la búsqueda, casi siempre poco afortunada, por imponer un
neohispanismo que se suponía más adecuado a nuestra tradición cultural,
pero que finalmente suponía cambiar un anacronismo por otro.
Estos
excesos formales se ven, además, complementados con algunos -�a veces
excelentes-� ejemplos de art nouveau y hacia la época que nos ocupa, de
abundantes, aunque tímidas muestras de art déco.
Dentro
de esta tendencia debemos señalar la figura de Alejandro Virasoro, quien
tal vez fue el primero en proponer, conscientemente, una arquitectura no
histórica; esto es, manifestar una preocupación por la modernidad, que
sería la motivación principal de los arquitectos de la década
siguiente.
En
esos años concluye lo que podríamos llamar el período heroico de la
arquitectura de Le Corbusier. Estaban ya lejos las obras de juventud, los
viajes de estudio, los primeros contactos formativos (Perret, Ozenfant).
Ya ha recopilado sus primeros escritos fundamentales en Vers une
Architecture y sus ideas arquitectónicas en dos o tres obras magistrales. Tiene cuarenta y dos años y está en la plenitud de su
poder creador y la confianza en el triunfo de sus ideas.
Por
otra parte, posee una técnica de conferenciante original y agresiva que
desarrolla a medida que improvisa y en especial cuando traza los grandes
dibujos y esquemas que luego ilustrarán sus libros.
Las
diez conferencias que da Le Corbusier en Buenos Aires (y que luego agrupará
con otros escritos en Précisions) desarrollan los temas centrales de su
problemática, desde el mueble al urbanismo. Sus diagnósticos respecto de
la ciudad y la arquitectura que ve son terminantes y pesimistas. Pero sus
palabras se llenan de un lirismo visionario y optimista que a la larga
demostró ser más lo último que lo primero, al imaginar las perspectivas
de una Buenos Aires futura, desarrollada de acuerdo con el rigor de su
visión pético-maquinista.
Junto
a estos temas, y a medida que avanzan las conferencias, aparecen las
acotaciones de carácter local que ejemplifican, a través del tiempo y la
distancia, las premisas constantes de la geografía, la técnica y la
biología como elementos formativos permanentes de la arquitectura.
Descubre
la geografía del país y el paisaje de la ciudad; Buenos Aires es para él
"la ciudad más inhumana que he conocido"; recorre "sus
calles sin esperanza" a la vez que admira su río y sus cielos
inmensos, como tal vez ningún visitante extranjero los haya admirado.
Se
entusiasma con la vieja casa porteña, en la que encuentra más sentido y
más gracia en su ingenuidad que en los esfuerzos académicos de sus
colegas. Descubre finalmente a un grupo reducido de amateurs,
intelectuales y arquitectos: ve diariamente a Alfredo González Garaño, a
quien ha conocido en París, que lo lleva a su piso "moderno" y
le explica, documentos en mano, la historia del país. Antonio Vilar,
ingeniero y arquitecto, le muestra sus obras de corte racionalista, muy
alemán, en especial un pequeño rascacielos desde el que entrevé el río
"y sus olas rosas bajo el cielo azul... espectáculo grandioso".
Ve,
fundamentalmente, a Victoria Ocampo. Ella lo recibe en sus casas nuevas,
modernas, de Mar del Plata y Buenos Aires, esta última hecha a regañadientes
por Alejandro Bustillo. Su interior es de un despojado refinamiento. Allí
conoce Le Corbusier al arquitecto Alberto Prebisch, quien años después
diría: "Las conferencias de Le Corbusier en Buenos Aires, magníficas,
convincentes, fueron acogidas con entusiasmo fervoroso por los jóvenes y
con cautelosa reserva por los que habían dejado de serlo". *
Fragmento de la conferencia dictada en 1987 en la Universidad de Harvard.
El libro Ernesto Katzenstein Arquitecto, (Fondo de las Artes, 1999, 290 págs.)
realizado por su hija, Inés Katzenstein, reúne sus obras, proyectos,
fotografías, dibujos, pinturas y escritos además de artículos, ensayos
y testimonios de colegas y especialistas.
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