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ERNESTO KATZENSTEIN (1931-95)
Le Corbusier de visita


Un libro editado por el Fondo de las Artes recupera la obra de Katzenstein, una figura especial de la arquitectura
argentina. Aquí se ocupa de Le Corbusier en Buenos Aires

Detalle de la sede del country Los Lagartos (1973-76)


Por Ernesto Katzenstein *
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Cuando Le Corbusier llegó a Buenos Aires en la primavera de 1929, después de cruzar el inmenso estuario del Río de la Plata, encontró una

ciudad chata, sin límites precisos, apoyada en la infinita vastedad de la pampa de la que la costa es sólo un límite en los mapas. Esta ciudad de dos millones de habitantes, capital y centro económico de un país despoblado, era la boca de salida, a través de su puerto, de una enorme producción agropecuaria que había colocado económicamente a la Argentina entre los primeros países del mundo.

  La ciudad estaba entonces, y lo está todavía, construida sobre una retícula implacable trazada cuatro siglos antes por los conquistadores españoles. Sin una cultura indígena importante, habiendo ocupado un puesto secundario en el imperio colonial español, Buenos Aires no guardaba de esa época monumentos comparables a los de otras ciudades coloniales, para no hablar de los México o Perú.

  La Buenos Aires que vio Le Corbusier era una ciudad formalmente estructurada alrededor de fines del siglo XIX y comienzos del XX, época en que se construyó el puerto y los grandes edificios, y que coincidió con los años de mayor aporte inmigratorio, que tuvieron su punto cúlmine en el año 1914, cuando más de la mitad de la población estaba formada por extranjeros.

  La ciudad presentaba por ello un aspecto híbrido. Sobre la trama colonial, edificios públicos y grandes residencias de los más variados estilos europeos convivían con las viejas viviendas criollas y los nuevos conventillos en los que se amontonaban los inmigrantes. De construir los primeros se ocupaban los gobiernos y la clase dirigente que aquél representaba, empecinada, a través de una transculturación masiva, en transformar el país en una nación, por lo menos en apariencia, europea y moderna.

  No puede decirse lo mismo de la vivienda. Esta no tuvo casi lugar en los planes oficiales: su construcción se entendió como una forma de especulación privada resultante de la inversión de los excedentes de la producción agropecuaria.

  La arquitectura oficial y la de la clase vinculada con ella había evolucionado en los cincuenta años que precedieron a la llegada de Le Corbusier, desde un academicismo algo ingenuo a un opulento eclecticismo.

  El eclecticismo fue, en su conjunto, la arquitectura del Estado liberal y en sus diferentes "maneras", en su misma evolución, en su actualización permanente, reflejó las diferentes presiones sociales y económicas que definieron las crisis estructurales del sistema en esos años. Estas crisis originaron nuevos programas edilicios que dieron lugar a formas alternativas que fueron absorbidas y dieron continuidad y vitalidad al proceso.

  Es así como hacia fines de la década del 20 conviven en Buenos Aires construcciones que responden en su mayoría a formas francesas, desde el gótico al neoclasicismo, ejecutadas por arquitectos locales de formación europea o por arquitectos extranjeros -�algunos de los cuales nunca vinieron al país-�, junto con intentos académicos como el pintoresquismo de origen inglés, o la búsqueda, casi siempre poco afortunada, por imponer un neohispanismo que se suponía más adecuado a nuestra tradición cultural, pero que finalmente suponía cambiar un anacronismo por otro.

  Estos excesos formales se ven, además, complementados con algunos -�a veces excelentes-� ejemplos de art nouveau y hacia la época que nos ocupa, de abundantes, aunque tímidas muestras de art déco.

  Dentro de esta tendencia debemos señalar la figura de Alejandro Virasoro, quien tal vez fue el primero en proponer, conscientemente, una arquitectura no histórica; esto es, manifestar una preocupación por la modernidad, que sería la motivación principal de los arquitectos de la década siguiente.

  En esos años concluye lo que podríamos llamar el período heroico de la arquitectura de Le Corbusier. Estaban ya lejos las obras de juventud, los viajes de estudio, los primeros contactos formativos (Perret, Ozenfant).   Ya ha recopilado sus primeros escritos fundamentales en Vers une Architecture y sus ideas arquitectónicas en dos o tres obras magistrales.   Tiene cuarenta y dos años y está en la plenitud de su poder creador y la confianza en el triunfo de sus ideas.

  Por otra parte, posee una técnica de conferenciante original y agresiva que desarrolla a medida que improvisa y en especial cuando traza los grandes dibujos y esquemas que luego ilustrarán sus libros.

  Las diez conferencias que da Le Corbusier en Buenos Aires (y que luego agrupará con otros escritos en Précisions) desarrollan los temas centrales de su problemática, desde el mueble al urbanismo. Sus diagnósticos respecto de la ciudad y la arquitectura que ve son terminantes y pesimistas. Pero sus palabras se llenan de un lirismo visionario y optimista que a la larga demostró ser más lo último que lo primero, al imaginar las perspectivas de una Buenos Aires futura, desarrollada de acuerdo con el rigor de su visión pético-maquinista.

  Junto a estos temas, y a medida que avanzan las conferencias, aparecen las acotaciones de carácter local que ejemplifican, a través del tiempo y la distancia, las premisas constantes de la geografía, la técnica y la biología como elementos formativos permanentes de la arquitectura.

  Descubre la geografía del país y el paisaje de la ciudad; Buenos Aires es para él "la ciudad más inhumana que he conocido"; recorre "sus calles sin esperanza" a la vez que admira su río y sus cielos inmensos, como tal vez ningún visitante extranjero los haya admirado.

  Se entusiasma con la vieja casa porteña, en la que encuentra más sentido y más gracia en su ingenuidad que en los esfuerzos académicos de sus colegas. Descubre finalmente a un grupo reducido de amateurs, intelectuales y arquitectos: ve diariamente a Alfredo González Garaño, a quien ha conocido en París, que lo lleva a su piso "moderno" y le explica, documentos en mano, la historia del país. Antonio Vilar, ingeniero y arquitecto, le muestra sus obras de corte racionalista, muy alemán, en especial un pequeño rascacielos desde el que entrevé el río "y sus olas rosas bajo el cielo azul... espectáculo grandioso".

  Ve, fundamentalmente, a Victoria Ocampo. Ella lo recibe en sus casas nuevas, modernas, de Mar del Plata y Buenos Aires, esta última hecha a regañadientes por Alejandro Bustillo. Su interior es de un despojado refinamiento. Allí conoce Le Corbusier al arquitecto Alberto Prebisch, quien años después diría: "Las conferencias de Le Corbusier en Buenos Aires, magníficas, convincentes, fueron acogidas con entusiasmo fervoroso por los jóvenes y con cautelosa reserva por los que habían dejado de serlo".

 

* Fragmento de la conferencia dictada en 1987 en la Universidad de Harvard. El libro Ernesto Katzenstein Arquitecto, (Fondo de las Artes, 1999, 290 págs.) realizado por su hija, Inés Katzenstein, reúne sus obras, proyectos, fotografías, dibujos, pinturas y escritos además de artículos, ensayos y testimonios de colegas y especialistas.

 

Opiniones de los colegas

Todas estos testimonios son fragmentos tomados del libro.

  Rafael Viñoly: "En sus edificios, en sus escritos, pero sobre todo en sus dibujos, es posible encontrar una serie de imágenes e ideas de extraordinaria calidad que sugieren algunas direcciones clave para superar la condición cíclica del lenguaje arquitectónico local... La suya no fue una contribución menor. Fue una tarea de notable importancia, que merece ser rescatada y que es indispensable proseguir".

  Horacio Baliero: "En las primeras etapas de un proyecto, Ernesto convertía su calco barato en una mancha negra de lápiz, de tanto dibujar encima, y luego, con rara habilidad y paciencia, borraba de afuera hacia adentro con una goma blanda, dejando algunas líneas. Era como dibujar al revés: resultaba extraño ver una forma saliendo del caos".

  Alberto Petrina: "Su obra se erige en un testimonio excepcional y aislado de uno de los momentos menos felices de la arquitectura argentina: aquel que va de comienzos de la década del '60 a mediados de la del '80. El pareció siempre más un contemporáneo de Eduardo Sacriste o Carlos Vilar que de su propia generación. Humanista al estilo ya para nosotros extinguido del siglo XIX... su versación en filosofía, historia del arte, literatura o música es ya legendaria".

  Carmen Córdova: "Cuando nos conocimos en la famosa Siberia de la calle Perú quedé absorta ante su cultura, su educación extrema (austríaca, high class tal vez), junto con las banderas rojas que enarbolaba ante la menor distracción del adversario. Y su profundísimo sentido del humor. En síntesis: no era un joven común, desde luego. Advertí también su férrea lealtad a sus ideas arquitectónicas y políticas, que hacía que sus observaciones fueran casi indiscutibles".

  Justo Solsona: "Ernesto fue muy lúcido en términos de la teoría arquitectónica, y eso se ve en sus artículos y en su pasión por los libros, que le gustaban más que respirar. Ahí hay un personaje. El otro personaje es el que construye, el arquitecto más bien ascético, resistente a todas las modas: si uno mira su último proyecto, el Club Taragüí, en Corrientes, la elegancia y síntesis formales que propone es absolutamente Ernesto diseñando".

 

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