No tuvo el peso artístico de sus colegas de la Nouvelle vague, pero sí un notable instinto para las mujeres. Amante de Bardot, Catherine Deneuve y Jane Fonda, construyó una leyenda sobre el sexo.
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Roger Vadim era en realidad Roger Vladimir Plemiannikov, hijo de
una ilustre familia rusa con ideas bolcheviques. Flaco, desgarbado, de
joven se decía de él que parecía extraído de una novela de
Dostoievski. Cierto es que no heredó del autor de Crimen y castigo el
sentido de la culpa ni las ansias de expiación individual. Toda su
existencia podría definirse como una suerte de ligera provocación, una
travesura vitalicia sin traumas ni conflictos aparentes. Así,
despreocupadamente, sedujo a Bardot, Jane Fonda y Catherine Deneuve, al
tiempo que descubría sus talentos para el cine. Su último film, de 1997,
se llamó Un coup de baguette magique, una comedia donde se reía de las
familias divididas. Vadim tenía cuatro hijos, de cuatro matrimonios
diferentes.
Todos recuerdan a Vadim por Y
Dios creó a la mujer (en rigor, todos recuerdan a una espléndida
Brigitte, desde entonces y para siempre icono de algo parecido a una
revolución sexual), pero dirigió más de 20 films, muchos de ellos
olvidables. Su carrera acompañó cronológicamente el fenómeno de la
Nouvelle vague (aunque empezó un poco antes), pero hasta allí llegan las
coincidencias. El cine de Vadim no adhería a ninguno de los postulados
que hicieron famosos a Jean Luc Godard o a François Truffaut, pero sí se
le debe asignar el mérito de haber sacudido a la sociedad francesa con un
modo revulsivo de abordar la sexualidad en el cine. Pretendía que se
extirpara la idea de que el sexo era pecado, pero hacía todo lo posible
para que el mundo viera a Brigitte, su mujer durante cinco años, como una
pecadora adorable.
Estos juegos extraños,
cinematográficos o reales, llenaban de placer a Vadim. Antes de jugar con
Bardot, debió jugar con el padre de la actriz. Durante años le hizo
creer que él y Brigitte eran sólo buenos amigos. El futuro suegro lo
detestaba, "por bohemio y libidinoso". Para congraciarse con él
debió conseguir un trabajo "serio" (un puesto de redactor en la
revista Paris Match) y convertirse al catolicismo. Cada vez que salían
(en la primera cita que tuvieron él ni la miró y, para colmo de males,
vaticinó que "esa chica no tendrá futuro en el cine", como
alguna vez dijo de --nada menos--, Audrey Hepburn), los acompañaba una
chaperona, y tenían la indicación de que no podían regresar a casa
después de las 9 de la noche. Vadim se las ingenió, ya en la segunda
cita, para que dejaran ir a la niña (de 16 años) a un atelier, donde el
cineasta tenía apalabrada a la portera para poder usar las instalaciones
como hotel alojamiento. Después de amenazas de muerte del padre (y eso
que sólo se enteró de que se habían dado un beso) y de un intento de
suicidio de la hija, la familia Bardot consintió en que se realizara el
matrimonio. Unas horas antes de la boda el padre le dijo a Vadim:
"Ahora sé que sos un hombre de honor. Has velado por la castidad de
mi hija".
Más que velar por ella, y tras
algunos fracasos en films de segunda categoría, la transformó en una
diosa. Le pronosticó: "Te voy a convertir en el sueño imposible de
todos los hombres". Y lo consiguió con Y Dios creó a la mujer. Sin
embargo, durante el rodaje de este film consagratorio se separaron de
hecho. Vadim ideó para Brigitte y el coprotagonista Jean Louis
Trintignant varias escenas de desnudos, sin contemplar la posibilidad de
que la atracción sexual entre ambos superara el profesionalismo. Brigitte
le contó a su marido la pasión que sentía por Trintignant, y Vadim --de
un modo por lo menos torcido-- consideró que la situación podía ser
beneficiosa para la película. Así, les permitió que durante el rodaje
vivieran juntos, mientras él espiaba el idilio. Finalmente, el que se ponía
más celoso era Trintignant. Y la película, claro, fue un boom. De todos
modos, cuando finalizó la filmación terminó el matrimonio entre Vadim y
BB.
Tres años después dirigió
Les liaisons dangereuses (Relaciones peligrosas) con Gérard Philipe y
Annette Stroyberg, actriz con la que había contraído matrimonio en 1958.
Cuando Catherine Deneuve conoció a Vadim, tenía 17 años. "Nos
enamoramos en una noche", contó él. Pero, según él, la actriz se
fue volviendo "cada vez más dura y agresiva, ya una estrella
mimada". Quedaron en el medio films como Le vice et la vertu (El
vicio y la virtud, 1963). El hombre no se amedrentó. Pronto llegó a su
vida Jane Fonda, otra belleza rubia, pero algo más grandecita: 27 años.
Se casó con ella en Las Vegas en 1965, la dirigió en El engaño y en
Barbarella (un gran éxito, un hito del cine pop cercano a la clase B),
tuvieron una hija, Vanessa, y se separaron.
Cuando dejó de escandalizar
con sus films, comenzó a hacerlo con sus memorias: en 1986 provocó un
nuevo revuelo al publicar su libro D'une étoile l'autre (De una estrella
a otra), una crónica frívola de sus relaciones con el trío de oro de
Brigitte, Catherine y Jane. Las dos primeras lo demandaron por injurias.
Fonda decidió que era preferible no perder el tiempo. Aun siendo un galán
maduro sin más divas por descubrir, tenía una interesante visión sobre
su fama donjuanesca: "Un playboy es un profesional de las mujeres,
que no las ama, pero que ama el éxito que obtiene con ellas". Cuando
se acabó el éxito, se acabaron las mujeres. O viceversa.
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