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No basta, sin embargo, con
escucharla en CD. Su canto con caja, si bien no tiene la crudeza de, por
ejemplo, una Gerónima Sequeira, es un instintivo disparador de emociones.
En el reciente Festival de Cosquín fue la mimada del circuito under,
privilegio que la obligó a trajinar madrugadas de peña en peña.
"Yo me quedaba hasta las 8 de la mañana, pero después al otro día
me enteraba de que había gente que se quedaba hasta las 11. En ese
momento lo hacía sin darme cuenta, pero después tuve que estar una
semana para recuperarme", cuenta en la entrevista concedida a Página/12.
Si bien desconocida para el
gran público, su historia artística le permite integrar, con brevedad y
cierto pudor, los libros oficiales del folklore. Entre 1966 y 1971 integró
Las Voces Blancas, una agrupación vocal que con repertorio
fundamentalmente extraído del "Nuevo Cancionero" se encolumnó
junto a otros grupos del género, como el Cuarteto Zupay, Los Andariegos y
Vocal Argentino. "Me encandilé con Buenos Aires, era una criollita
con ganas de conocer, escuchar y ver. Cuando terminó lo de Las Voces
Blancas me volví a Salta, por necesidad de reencontrarme con mi gente y
mi tierra". El retorno a su provincia significó, también, el
reingreso al anonimato. Formó parte de un grupo vocal que había armado
Cuchi Leguizamón, quien siempre admiró la delicadeza de su voz. Dejó de
cantar profesionalmente. Sobrevivió dando clases de canto y recién en
1980 volvió a los escenarios formando parte del Dúo Herencia, que jamás
logró trascender las fronteras de Salta. "Es que, hagas lo que
hagas, si no lo muestras en Buenos Aires, parecería que no existe",
insiste. Compartía la agrupación con su pareja, Hicho, que falleció
hace cuatro años. Se quedó sola y sin ganas de seguir cantando, hasta
que unos amigos la convencieron para que volviera.
Melania necesita reencontrarse
periódicamente con el canto aborigen de las comarcas más alejadas de su
provincia natal. "Me voy de escondidas, me siento al lado de ellos,
presencio los carnavales sin decir nada, para compartir sus vivencias.
Entiendo ese lenguaje, no trato de interpretarlo", apunta.
--¿Por qué cree que en una
ciudad tan hostil como Buenos Aires hay gente que pueda interesarse por un
ritmo como la baguala?
--Será porque necesitan
encontrar nutrientes ajenas, ya que les cuesta buscar raíces propias. Y
que las hay. Yo llego a Buenos Aires y me dan ganas de cantar bagualas,
traigo a mi mente la soledad del terruño y la relaciono con la soledad
que existe en la gran ciudad. Con los años aprendí a querer a Buenos
Aires, y a reconocerla a través de la música de Piazzolla, que fue lo
primero que escuché cuando llegué a los 16 años.
--Ya
vino dos veces a la Capital. ¿Esta es la definitiva?
--Sí, y me doy cuenta porque
esta vez me costó mucho más venirme. Ya tengo una vida organizada y no
puedo andar con vueltas. Sé que con esta decisión, a los 52 años, estoy
empezando una vida nueva.
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