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�IFIGENIA EN AULIDE�, VERSION 2000
Una tragedia actual

A veinticinco siglos de su estreno, en el período del esplendor de la cultura griega, la notable obra de Eurípides llegará mañana al escenario del San Martín, en una puesta de Rubén Szuchmacher.

Patricio Contreras encarna en la obra a Agamenón, rey de Argos.
Un hombre que para conservar el poder condena a su propia hija.


Por Hilda Cabrera

t.gif (862 bytes) �El poder es un arma de doble filo/ seductor, dulce, halagüeño/ pero en la cima/ sólo hay miedo y vértigo.� Con esta sentencia, Agamenón, rey de Argos y máximo conductor de los griegos en el sitio de Troya, comienza a excusarse por amar más el poder que a su propia hija Ifigenia, a quien la diosa Artemisa exige degollar para que la flota, varada en las costas de Aulide (ciudad de la antigua Beocia), pueda zarpar hacia Troya, donde se encuentra secuestrada la bella Helena, mujer de Menelao, hermano de Agamenón e instigador de la contienda. De esta anécdota arranca una de las obras más fascinantes de Eurípides, nacido en Atenas (o en la cercana isla de Salamina) entre el 484 y el 480 a.C. y fallecido en Macedonia en el 406. Esta pieza de final abierto, a la que sin embargo se le adosaron varios desenlaces, sobresale por la crudeza del tema y su crítica del universo mítico tradicional. Fue representada al año siguiente de la muerte de Eurípides, en el 405 a.C., cuando se escenificó Las Bacantes, tragedia en la cual el autor recomponía su fervor religioso y otorgaba importancia a la función del coro en el desarrollo de la acción.
Obra inspiradora de grandes creadores (Racine, Goethe, el compositor alemán Christoph Gluck y otros), Ifigenia en Aulide es hoy la nueva apuesta del director Rubén Szuchmacher en el Teatro San Martín. En este caso la versión es responsabilidad de Gabriela Massuh, dramaturgista de la ópera de cámara Un fratricidio (sobre el relato homónimo de Franz Kafka), y traductora, entre otras piezas, de las versiones de Calígula y Galileo Galilei, vistas en Buenos Aires. Componen el elenco Patricio Contreras (Agamenón), José María Gutiérrez, Mario Pasik, Claudio Quinteros, Patricia Gilmour (Clitemnestra), Analía Couceyro (Ifigenia), Pablo Messiez y un coro integrado por catorce jóvenes actrices.
El mito y la historia, e imbricados con éstos los conflictos entre lo divino y lo humano, conformaron las raíces del teatro griego. La historia sería la del pueblo griego que sobrevivió a las guerras, y el mito, el primitivo culto en honor de Dionisos, puesto que las celebraciones a este dios �depositario de energías vitales positivas y negativas� devinieron en ceremonias teatrales. A Dionisos los griegos opusieron un dios moderado, Apolo, generando una dialéctica y una estética propias. Atendiendo específicamente a algunos de los temas que aparecen en Ifigenia..., ni la venganza ni el sacrificio de los hijos fueron hechos aislados en la historia de los Atridas, familia a la que por línea paterna pertenece la protagonista, figura central en otra sorprendente pieza de Eurípides, Ifigenia en Táuride, escrita en el 414 a.C., y considerada por algunos estudiosos un �drama de evasión�. Allí, la heroína resucita como sacerdotisa del templo de Diana en el país de los tauros (pueblo escita), donde se la obliga a sacrificar a los extranjeros. Hasta ese templo llegará un día el matricida Orestes, desterrado de Argos, regido entonces por Menelao (hermano de Agamenón). Ifigenia reaparece también en otras piezas, pero como evocación. En Electra, por ejemplo, drama centrado en otra hija de Agamenón, asesinado por Egisto, amante de su mujer Clitemnestra, madre de Ifigenia, Electra y Orestes.
De estas pasiones primarias surgieron infinidad de combinaciones. Por retomar el caso de Electra, su venganza, concretada por Orestes, ha sido relacionada con un tema de actualidad: hacer justicia por propia mano. En cuanto a la Ifigenia... que se estrena ahora en la Sala Casacuberta del San Martín, la apuesta es �subrayar las resonancias actuales� de aquel sacrificio. Esto supone descubrir en toda una sociedad el desaprensivo impulso de victimizar reiteradamente a sus componentes más jóvenes. Un tema acaso más chirriante que el de hacer justicia por mano propia, casi una tradición en la antigua Grecia, donde la venganza no se cuestionaba, puesto que para el individuo inserto en una estructura prefeudal, conformada por antiguas familias, era imposible, ante una situación injusta, acudir a un parlamento y mucho menos organizar una revuelta.
A Eurípides se le atribuyen 92 piezas, de las cuales se conservaron dieciocho, entre otras Medea (431), Hipólito (428) y Las troyanas (415), donde este autor �que adhirió con fervor a los ideales democráticos sin por eso dejar de observar el paulatino deterioro y la crisis del ciudadano respecto de la polis� supo retratar crudamente la degradación moral que producen las guerras. Esta obra fue posterior al suceso de Melos (isla de Milo), cuya población se resistió a la esclavitud y fue aniquilada por los atenienses. Otras piezas relevantes fueron Hécuba y Orestes (donde mostró a un Orestes apocado y a un Menelao que, como en Ifigenia en Aulide, sólo actuaba movido por intereses personales). También Electra, del 408 a.C. En esta obra, Clitemnestra es un ser que se debate entre los remordimientos y el amor por sus hijos, bien diferente de la figura que describieron los trágicos Esquilo y Sófocles. Eurípides fue escéptico respecto de los mandatos de los dioses, a menudo arbitrarios, y de los consejos de los adivinos.
Precursor de lo que más tarde se dio en llamar tragicomedia y drama romántico, escribió Ion e Ifigenia en Táuride, las dos del 414 a.C., e influyó en la Comedia Nueva del siglo IV, que se impuso con autores como Menandro, con sus estilizados dramas de costumbres. En cuanto a sus tragedias, es característico que el dolor potencie la lucidez: sus personajes se defienden apelando a argumentos contundentes. Esto no significa que ese hallazgo los salve. A menudo lo irracional gana la partida, como en Ifigenia en Aulide, obra que, a pesar de las acusaciones de misógino hechas a Eurípides en su época, muestra claramente la fortaleza del carácter femenino. Este tratamiento genera a su vez nuevas preguntas referidas a los mandatos y a un tema caro al teatro griego: la heroicidad. Como dice Orestes en Ifigenia en Táuride (nombre antiguo de Crimea), donde la protagonista reaparece como sacerdotisa del templo de Diana (equivalente romano de Artemisa): �Ni los dioses, que se llaman sabios, son menos engañosos que los leves sueños. Grande es la confusión que reina en las cosas divinas y humanas. Sólo me duele que por obedecer a adivinos, perezca el que no carece de prudencia�.

 

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